De nombre José. Vivía en Cangas, allá por los años 60 – 70. No puedo precisar más, pues los historiadores no han dejado mucha información para la posteridad. Estamos en lo de siempre, el pasado, nuestro pasado, carece del mínimo interés para las generaciones posteriores. Si hoy preguntase en Cangas quién fue Rompelosas, nadie menor de cuarenta años sabrá que existió semejante personaje.
sábado, 29 de junio de 2013
Rompelosas
De nombre José. Vivía en Cangas, allá por los años 60 – 70. No puedo precisar más, pues los historiadores no han dejado mucha información para la posteridad. Estamos en lo de siempre, el pasado, nuestro pasado, carece del mínimo interés para las generaciones posteriores. Si hoy preguntase en Cangas quién fue Rompelosas, nadie menor de cuarenta años sabrá que existió semejante personaje.
Lo
mismo que si en Lena hablas hoy del Cabiru o en Mieres de Canalón, de quién ya
nadie se acuerda y fue en época no tan remota un personaje que resultaba tan
imprescindible en cualquier juerga o en la normal conversación popular debido a
la genialidad de sus ocurrencias.
Es
uno de los grandes defectos de la sociedad española, el desprecio por el
pasado. Para un joven actual, los hechos, las costumbres, las ideas, las
vivencias de sus antepasados recientes merecen todo su desprecio. Yo sé que por
estudios, por cultura, por leído y por haber sido en la vida desde fraile hasta
camarero en Londres, sé más que 2000 adolescentes actuales. Pero da igual. Para
ellos soy un carcamal, un carroza incorregible.
A
mi me da pena que personajes fantásticos que hace nada exhibieron un ingenio
portentoso y un humor genial se pierdan en el más ominoso de los olvidos. He
recogido mucho de estos personajes y los he trasladado al blog – y quizás a un
libro - con ánimo de dejar constancia
para la posteridad y que su memoria no se pierda.
Alguien
dijo – no recuerdo quién - que: “Pueblo
que ignora o desprecia su pasado está condenado a no ser dueño de su futuro”. Y
eso es lo que nos está ocurriendo en España. Hay alguien en Cangas que sepa que
hubo un momento en la historia de España que las más altas decisiones del país
estaban en manos de dos personas: el Cardenal Porto Carrero y una monja de
Cangas, buscadlo en el genial libro de Ramón J. Sender titulado “Cardux Rex”
sobre la vida de Carlos II “El Hechizado”.
Vamos
a por Rompelosas, Pepe, que estás divagando y dejándote llevar por tu
grafomanía.
Parece
que en el campo cangués, los viticultores solían escarbar en la tierra unas
cuevas – bodega como una pequeña mina, debidamente entibada, donde guardaban el
vino de la cosecha anual, en la puerta de entrada entre esta y el terreno había
un vano tapado con unas losas.
Cuentan
que José un día fue a una de estas bodegas y para entrar rompió varias losas,
para acceder al vino, cogió una borrachera épica y allí le encontraron en el
suelo durmiendo la tremenda borrachera. De ahí procede el mote de rompelosas.
“Todos
los pájaros comen trigo
Pero
se culpa solo a los gorriones
Todos
en Cangas le dan al vino
Pero
el único borracho es Rompelosas”
Había
en mis tiempos una ferretería muy buena llamada “Comercio del Médico”, creo que
aún existe, un día fue José y les planteó su problema, debería ir a Castilla
una temporada a ganarse un dinero a la siega. Pero no tenía guadaña ¿No le
podían vender una a pagar al regreso que vendría con fondos?
En
eso quedaron. Transcurrió el verano y el otoño, y Rompeolas no se presentó a
pagar, un día se lo encontró un dependiente de la ferretería en la calle
“Hombre José, habíamos quedado hace cinco meses en que al volver de Castilla
pasarías a pagar la guadaña” le dijo y Rompelosas arguyó “Si ya lo sé. Dije que
pagaría al volver pero ye que nun fuí.
Llegó
a Cangas un cura joven – creo que se llamaba Don Francisco pero no estoy seguro
– Un día se encontró con Rompelosas en la calle y se inició el siguiente
diálogo:
-
Cura: Hombre José, me alegro de verte. Porque tú por la iglesia no
sueles ir…
-
Rompe: Si, voy poco. Fui haz dos meses al funeral de un primu míu.
-
Cura: Bueno, yo quería decirte algo. Mira José tu yes ya mayorín,
estamos cerca de Pascua ¿Por qué no te animas a hacer este año el precepto
pascual, ya sabes, confesar y comulgar por Pascua Florida”.
-
Rompe: No, nun va a poder ser.
-
Cura: Hombre, tampoco es demasiado pedir.
-
Rompe: No, no eso ye demasiao pa mí.
-
Cura: Per hombre ¿Dónde está el problema?
-
Rompe: Pues mire, el asuntu de la confesión.
-
Cura: Vaya hombre, no veo yo tanta dificultad, porque no puedes
tener pecados muy gordos, además mira, vete a confesar con Don Ernesto que como
sabes está sordo perdido y no se va a enterar de nada, pero te da la
absolución.
-
Rompe: No, ya lo sé, pero a mi no me gusta confesar.
-
Cura: Pero hombre, ¿Por qué lo ves tan difícil?
-
Rompe: Porque a mi jódeme mucho dir hablando mal de mí mismo.
En
otra ocasión, un viticultor de la zona le planteó a Rompe que necesitaba
quinientas estacas para su villa, y que solo tenía trescientas, le indicó a
Rompe, que si le encontraba otras doscientas se las pagaría a peseta la unidad
y acercándose a su oído le dijo “¿Sabes quién tiene muchas en su finca?
Rompe: ¿Quién?
El otro: Fulano…
La
cosa estaba clara.
A
los pocos días se volvieron a encontrar en la calle, y Rompe le dijo “Ya te
deje en la puerta las doscientas estacas que me pediste, débesme doscientes
pesetes”. El otro pagó, cuando fue a su finca, se percató de que Rompe le había
dejado doscientas estacas… que le había sustraído a él mismo.
El
imbécil del viticultor no tuvo mejor ocurrencia que denunciar en el juzgado. Se
abrió un expediente y se señaló una fecha para la vista. Todo Cangas se enteró
de la fecha y la hora, con lo cual la sala de la audiencia se llenó hasta los
topes. Entró el juez. Se sentó. Pegó un mazazo. Y dijo: “Póngase en pie el
acusado”. Rompelosas, puso el índice sobre su pecho y preguntó “Y esi ¿Quién
ye? ¿Soy yo? El juez: “Sí, usted”. Y antes de que el secretario procediera a
leer los cargos, Rompelosas preguntó al juez “Oiga ¿Pue fumase?”. El juez “Sí,
puede.”
Rompe:
Entonces, saque una cajetilla que quiero echar un pitu.
La
concurrencia rompió en vítores hacía Rompe, y hubo que suspender la vista para
otro día.
Pepe
Morán Fernández. Dominico-ex.
miércoles, 26 de junio de 2013
L'ASQUITANA
Loutra nueite, mientras faia-mus la fugueira de San
Xuan cunus cadotsus de lus rebotsus que
baixamus del monte fai poucu, tandu atsí de pía delantre la ilesia, amerandu
pal fou ya cavilando un poucu de cúmu ta
la vida de refistulada, alcurdei-me de lus blugueirus ya espués al baixar pul carreiru que ta chenu de murrillus
pa la fonte’l Pimpanín, a cucher las papolas de sabugu al risca’l día bien ceu,
dixe you: cumu fai muitu tiempu que nun
garabateu nada aiquí nu blog esti, nun
faigu nada de más si tses cuentu a estus rapaces del cunventu de Corias (agora chaman-tse Courias), nu que
nus afanaba-mus lus rapacinus na nuesa parroquia
la nueite de San Xuan.
Lu primeiru de tou ía decí-vus
que aiquí nu puelu nuesu siempre festexamus muitu San Xuan, agora pul 24 de xuniu, purque anantias tamién faiamus fulixa
en xuliu pur San Floxu lus días 24 ya 25, peru de fai poucu p’acó, pur San
Floxu ya nun faemus apenas nada. Algunus anus, que nun son tous, sube Don Primitivo a dicí-nus la misa pu la mañena ya
poucu más. Esti cura yera amigu de Don
Herminio el cura del Acebo. Cada anu que bien a dici-nus la misa, luegu xanta nuna casa difrente. El anu
pasau cumiu cun nos. Reniegu lus demonios cumu come ese home. Las mucheres nun
son quien a datse fartura. Hubu anus que espués de bien fartu, tuvía cumiu el solu un brazu de gitanu. Asina ta
que paez una facina de pacha.
El casu ía que güei, a la xuventú nun
tses gustan lus festexus de lus puelus, ya en cuantu chega la nueite escumienzan a
runfar cunus coches cumu dimonius ya afuxen a tou miter pa las discutecas de la Vitsa. Ya lus viechus
somus poucus, ya p’ancima tiné-mus pouca xixa ya poucas ganas de xareu. La
Rulindes, ya outras rapazacas que hay cumu etsa aiquí nu puelu, que pudían
axeitar muito la fulixa, tampoucu quieren quedar purque dicen que esu de beitsar en
parexas nu prau de la currada, ía cousa de
aldeanus. A etsas gusta-tses más fartá-se de cerveza ya beitsar solas nas discutecas hasta pu la mañena,
fayendu axagüeirus cunus brazus ya cuna chola, asina sin parar cumu tsoucas,
u cumu si tuvieran el baile de San Vitu dientru ¡Tamus apañaus cun
esta xuventú! ¡Aspera-nus bona!
Ya you tengu poucu rixu tamién purque
tuvía andu tou escacharrau de la bouca. Esas peironas de dintistas, paeme a mi
que tienen poucu xeitu; tuvía nun me chamá-nun
ende hai más de dous meses pa prubá-me
el cacharru ese de la dentame que me tan fayendu. Muitu tardan, nun sei cúmu me
asentará ya si serei capaz de mazcar bien cun él.
Ya que anantias falamus de las papolas del sabugu voi cuntá-vus lu que
faiamus nos cunas canas ya xamascus gordus deste arbulín. Chegaus estus días en
víspuras de San Xuan, escuchiamus las canas que yeran un poucu más gordas ya que
tuvieran bien dereitas; cumu esta madera tien muita meotsa pur dientru al sacaste-la
queda un tubo güecu, cumu si tuviera furau, muitu bono pa faer lu que
chamábamus l'asquitana. De veras que faía falta ser espiertu cumun rayu ya
apañau cuna navacha pa puder faer todas aquetsas
cousas tan guapinas que faiamus naquetsus tiempos lus nenus. La tal esquitana
nun yera outra cousa que una simple bomba cuna que cuchíamus augua del regueiru ya que furrula lu mesmu que
las xiringas de lus praticantes cunas que ponen las indiciones.
Nos, una vez que afuracábamus
bien el tueru del sabugu, d’arriba hasta abaxu
pa sacá-tse toda la meotsa de
dientru, siguiu tapábamos-tse una base del
tubo, mitiendu-tse un taruquín de madera dientru, ya solo tse deixábamus tsibre
un furaquín nu centru. Aluegu pul outru tsau mitiamus-tse un palu tsargu más
delgau que na punta tsevaba enruscau un trapu de camiseta viecha de felpa, a modu
de turutsu, hasta que entrara nu tubo bien xusto, peru que nun chegara a entotsar.
Asina deste amiente, faimus-tse baxar el palu de dientru hasta’l
fondu del tubu de fora ya mitiamus-lu nel augua. Nesi mumentu escumenzábamus a
tirar p’atrás del palín de dientru
espacín hasta que chegaba atrás sin sacá-lu del tou, ya mientras ibase chenandu
de augua l'asquitana. Una vez chena de augua empuxábamus el palu de dientru
p’alantre ya pul furaquín de abaixu salia el churrín del augua cun muita fuerza.
Tous lus anus tandu na fugueira de San
Xuan pu la nueite, andábamos lus
rapacinus itrás de las nenacas pa cuandu se escarqueixaban un poucu al tsau del
fou, puder enchufá-tses la esquitana pur debaixu de las sayas pa muchá-las, ya
que escumenzaran a espatareixar. Algunas nun faian outra cousa que afacá-se la roupa bien pa que nun tses
entrara l’augua pa dientru, peru asina ya tou, unas punianse tsarizudas u tsuriqueaban, ya
outras chamában-nus de tou ya dician hasta picaus. El pai duna d’etsas, que
yera un humecón muitu graciosu ya guasón, farfutsaba-nus a nos al uyiu, nenus: miánicas
faeis muitu bien etsá-tses augua a estas rapazacas pur debaixu de lus faragachus; siguru que nun tses sobrará que las
refresquéis un poucu.
Asina, las nenacas cada vez que
nus agüechaban a lus rapazacus cunas esquitanas na manu, punianse todas
refistuladas ya afuxían de nos cumu si
agüecharan al mesmu trasgu. Las que tinian más tserza, faían pucheirus cunu caretsón u escumencipiaban a berrar mientras chapinaban todas esnalazadas
a tou miter delantre de nos, hasta que chegaban a onde la mai las pudiera
escuitar ya astoncianas afuxía la mucher a tou miter a pur nos cuna guichada tsevantada, a ver si
pudía rumpé-nus la crisma. Tou estu tengutse-lu cuntau you a la Rulindes muitas
veces peru etsa nun lu crei, ya di que esas
cousas son falcatraus de homes
burricones ya aldrumeirones ¡Ya nun tse
faltará razón!
Ya cun esu alon, rapaces.
“Jesusín”, el Pelgar
martes, 25 de junio de 2013
REUNIÓN DE BLOGUEROS
Cuando, hace bastante tiempo, se acordó que
el 6 de julio sería la reunión de los blogueros, a todos nos pareció que la
fecha estaba tan lejos que no le prestamos demasiada importancia; pero, poco a
poco, y día a día, todo llega.
Había quedado en dar a conocer el programa
con bastante antelación y como la primera semana de julio, posiblemente, estaré
por el occidente, paso a detallar con más o menos precisión la que será la
tercera reunión de los participantes del blog.
En primer lugar me gustaría tener un recuerdo
para Miguel Ángel, la persona que
organizó las dos reuniones anteriores en casa Migio, que seguro estaría en ésta y no me cabe la
menor duda que allí estará, en la sombra.
Está previsto que la comida sea a las 2 de la tarde, para lo que propongo el encuentro, sobre las doce y media, en la
cafetería de La Nueva Allandesa desde donde nos trasladaremos a visitar el
palacio de Peñalba-Cienfuegos, situado en Cimavilla.
Esta visita es voluntaria y gratuita por lo
que aquellos que no estén interesados en ella pueden llegar a la hora de la
comida, permanecer en la cafetería o hacer un recorrido por la villa hasta las
2, hora del convite.
Los interesados estarán acompañados por guía
local, perfecto conocedor del monumento y las explicaciones serán en castellano.
Otras lenguas, se hacen bajo pedido y precio no determinado.
Como comenté anteriormente, la primera semana
de julio, estaré por Pola y haré lo posible por echar un vistazo a esta entrada
por si aparece alguna novedad. Me refiero a altas o bajas en el número de comensales.
El 4 o el 5 daré la lista definitiva.
Si mis apuntes no me fallan los confirmados,
hasta la fecha, son los siguientes, por orden alfabético:
ALFREDO, CAMPOSÍN, FELIPE, GALÁN, GIÓN, LOBATO, MARIBEL, MARTÍNEZ, OLGA Y SAMUEL.
¿Alguna pregunta al respecto?.
lunes, 24 de junio de 2013
DE VIAJE AL SALENTO (IV)
DE LECCE A LECCE
Una carretera recta de pocos kilómetros une Lecce con la
costa. Atraviesa una llanura tapizada, en esta época del año, de flores
amarillas y moradas que, junto al rojo de las amapolas parecen tejer la bandera
republicana española.
Al llegar a San Cataldo, ya al borde del mar,
giramos al sur. Algún día alguien debería indagar los motivos por los que
tantos nacidos en el norte, entre los que me incluyo, sentimos esa magnética
atracción hacia el sur.
La carretera discurre durante el primer tramo paralela y
casi a nivel del agua. Las playas de arena blanca, ahora desiertas, se sucedían
a nuestra izquierda, mientras, a la derecha, dejábamos atrás extensos campos de
olivos alternados con almendros, chumberas, algún altivo ciprés y también
higueras de copas anchas, casi emparradas. No costaba imaginar a los sabios de la Magna Grecia , a la
sombra de estas higueras, sumidos en cavilaciones, con los dulces y jugosos
frutos al alcance de la mano.
Más allá, en una pradera salpicada de guijarros, un pastor
cuidaba un rebaño de cabras que eran blancas como la leche y tenían las orejas
de color rosa.
Todo, bajo el radiante sol que realzaba el azul de cielo y
mar, componía una deliciosa estampa mediterránea
Atravesamos pueblos, ahora semivacíos esperando los
visitantes veraniegos, de casas bajas, distanciados unos de otros. Todo este
litoral hace revivir imágenes de los pasados años sesenta, de cuando la
especulación urbanística no había destrozado la costa del Mediterráneo español.
Intentamos visitar los lagos de Alimini, conocidos por su
riqueza en flora y fauna. A tal fin abandonamos la carretera de la costa y
tomamos un desvío jalonado de chumberas. De cuando en cuando, detrás de campos
de almendros y olivos, se divisaban los lagos rodeados de cañaverales, pero no
acertamos a localizar un camino o vereda que permitiera acercarnos. Cansados de
recorrer estrechas carreteras, sembradas
de cráteres más que de baches, retornamos a la general.
Otranto es la ciudad más oriental de Italia. Solo unos 80 Km . la separan de Albania.
De las sucesivas invasiones sufridas a lo largo de los siglos dan fe las
imponentes murallas y fosos que rodean la ciudadela antigua. Dentro de la
muralla se alzan antiguas y cuidadas casas blancas, con múltiples tiendas de
artesanía, productos locales y recuerdos abiertas a tranquilas, al menos en
esta época, calles peatonales. En mitad de esta ciudadela se levanta la catedral.
Todo su suelo está cubierto por un impresionante mosaico del siglo XII y el
techo es un precioso artesonado árabe. En una cavidad acristalada, a un lado
del altar, se encuentran los restos, huesos y calaveras, de los 800 vecinos
refugiados en esta catedral y masacrados en ella durante la invasión turca de
1480. Macabro vestigio en una ciudad que fue rompeolas de barbaries.
Pasear sobre las murallas que dan al mar es una auténtica
gozada. Prueba de ello son las caras de asombro y felicidad de un nutrido grupo
de jubilados alemanes que se solazan recorriendo la ciudad.
Después de Otranto la costa se va volviendo más abrupta, más
agreste y si cabe más bella, o al menos, con otro tipo de belleza. Los
acantilados van adquiriendo altura y durante kilómetros las únicas
construcciones que se divisan son antiguas torres vigía. El terreno se vuelve
rocoso y la vegetación selectiva. Solo centenarios olivos, como gigantescos
bonsáis, logran hundir sus raíces resquebrajando la roca y permitiendo a las
matas de lirios silvestres florecer en las grietas que abrieron a sus pies. Aunque
parezca increíble, también algún pino parasol ha logrado asirse al borde mismo
del acantilado y crecer hasta elevada altura en difícil y desafiante equilibrio
sobre el abismo.
El silencio era absoluto, roto solo por el rumor del
vehículo en que viajábamos; a nuestro paso, una bandada de cuervos que
dormitaban sobre las rocas, alertados por el rumor, emprendieron vuelo
descendente y lejano moteando de negro las aguas del mar. Aguas limpias y
transparentes, teñidas, por la profundidad y la luz, de esmeraldas y turquesas.
Atrás dejamos la
Cueva de
Zinzulusa; según la guía una maravilla abierta al mar, pero como el
tiempo era poco y el recorrido mucho, decidimos continuar.
Santa María de Leuca se encuentra en el punto más extremo del
talón que estábamos recorriendo. Lo primero que percibimos fue el penetrante
olor marino de las algas y, sorprendentemente, tratándose de un famoso centro
vacacional, la paz que imperaba. Una paz solo alterada cuando nos instalamos en
una terraza a la orilla del mar para tomar una cerveza y adivinar la línea
divisoria entre el Jónico y el Adriático, por un bullicioso grupo
de nórdicos, bien pertrechados ciclistas, se supone que pensionistas alojados
en un hotel de la zona, juveniles y lozanos, ellas y ellos, dando cuenta de
abundante cerveza para compensar el esfuerzo realizado sobre la bicicleta y
disfrutando, en fin, el placer de la vida. La imagen induce a pensar si son
realmente los gobiernos del norte quienes exigen al gobierno de España prolongar la vida laboral hasta los setenta
años. Pero el lugar y el momento no era el más apropiado para pensar en esas
cosas; mejor saborear las cervezas y aceitunas locales viendo como enormes porta contenedores doblaban la cercana
punta rumbo a lejanos puertos del Adriático o del Medio Oriente
La costa es de rocas negras convertidas por la erosión en
afiladas cuchillas, y, a la vista, no aparecen playas, aunque sí se anuncian
algunas calas cercanas. Abundan las villas de finales del XIX y principios del
XX y pequeños hoteles, ninguno de los cuales supera las tres alturas. Al
restaurante de uno de esos hoteles, el Rizieri, nos dirigimos para comer
unos “spaghetti alle vongole” (pasta con almejas) y “fritto di paranza” (pescadito frito), ambos platos buenos y
recomendables.
Después de comer, y de un fallido intento de visitar un
bastión enclavado en un extremo del paseo marítimo, emprendimos ruta hacia Gallipoli
por una carretera interior, no lejos de la costa, recta, como trazada con
tiralíneas. Llamaba la atención la gran cantidad de aves que se afanaban en
construir o reconstruir sus nidos en las hileras de árboles que flanqueaban la
carretera. Árboles que por cierto no aparentaban ninguna prisa para cubrirse de
hojas y poner a resguardo los nidos. Por los campos abundaban los altos tallos
de finocchio (hinojo). A su bulbo,
del tamaño de una cebolla grande, se le atribuye desde la antigüedad amplio
espectro terapéutico. Además es apreciado por la gastronomía italiana, especialmente
en el sur. Se consume crudo o cocinado formando parte de múltiples platos. Yo
procuro evitarlo, porque su sabor anisado me provoca cierto rechazo; sin
embargo a mis nietos, influencia paterna, les encanta.
Fuente de la época helenística
Gallipoli (su
nombre según los estudiosos proviene del griego Kallipolis “ciudad hermosa”). Hace honor a su nombre la parte de
ciudad originaria enclavada sobre una isla unida a tierra por un pequeño istmo.
En la actualidad es un importante centro vacacional frecuentado por personajes
del mundo empresarial y político italiano. La parte antigua está amurallada y
sobre la muralla discurre un agradable paseo, riviera, con buenas terrazas para relajarse mirando el inabarcable
mar. Debajo de las murallas se extiende una playa de arena dorada. Entonces,
cuando la contemplábamos desde una de las terrazas estaba desierta; solo una
mujer, con el agua hasta la cintura, la recorría sin pausa. Pero no resulta
difícil imaginarla invadida por las multitudes al avanzar el verano.
Mediada la tarde, desde la
riviera se asiste a un colorido desfile de barcos pesqueros que regresan de
la faena y se dirigen al puerto. Allí, en el malecón, son depositados peces de
múltiples tamaños, como tesoros plateados entreverados de rojo, que
inmisericordes redes arrebataron al mar.
Yacen en cajas, con las bocas abiertas, anhelantes del agua salada que les dio vida y los
cuerpos curvados bajo el rigor del último estertor. La multitud se arracima,
escruta la bondad de lo pescado y se inicia un bullicioso y pintoresco mercado.
De su pasado milenario, Gallipoli, conserva algunos restos.
En la explanada del puerto se encuentra una fuente helenística decorada con
artísticos bajorrelieves de episodios mitológicos. De factura más reciente son
el castillo, que domina el puerto, y la catedral, dedicada a Santa Ágata, ésta
de estilo barroco y con meritorios frescos de artistas locales. Muy
interesantes resultan las almazaras existentes en el bajo de centenarias casas,
algunas de las cuales, recientemente restauradas, se pueden visitar. En ellas
se muestran molinos con tres muelas, prensas de doble husillo y profundos
depósitos subterráneos en los que se almacenaba el aceite. Este estaba
destinado al alumbrado y en esos depósitos alcanzaba mayor acidez. Según está
documentado, de este puerto salían a diario, en los siglos XVII-XVIII, decenas
de barcos cargados de aceite para iluminar media Europa.
Próximo el anochecer emprendimos el regreso a Lecce. Al día
siguiente queríamos reemprender camino con destino a Matera, ya
en
Basilicata.
Ulpiano Rodríguez
Calvo
domingo, 23 de junio de 2013
¿Quién tiene la culpa?
Llevo dos meses
en Gijón y estoy deprimido por el espectáculo que presencio a diario en la
ciudad: calles, parques, paseos… en la misma calle.
Hay una nube de
gitanas rumanas que, cual plaga de langostas, se dedican a robar, de todo y
llenan los parques engañando a los viejecitos que indefensos, las oyen pero
proponerles no sé qué… es decir lo sé y ustedes también. Los esquilman, les
roban hasta las gafas de leer. Una vergüenza. He sido testigo de varios casos.
Y si yo y todos lo sabemos es de suponer que mejor lo sabe la policía y los
jefes de esta y la concejalía a quien corresponda, y el delegado del Gobierno y
las autoridades nacionales.
Me consta que en
muchos sitios, concretamente en Castilla León, están sufriendo un calvario con
los gitanos rumanos, les roban la maquinaria, las cosechas, los aperos, el
ganado… y no pasa nada. Si acaso, muy de vez en cuando detienen a alguno y como
es insolvente…a la calle.
¡Qué cómodo y
barato sale delinquir en España!
No conozco a
fondo la ley de extranjería, pero sospecho que al ser Rumanía un país no
integrado en la Unión Europea, estas gentes no pueden vivir en España ¿Con qué
documentación?
A mí, tiempo ha,
me expulsaron de Dinamarca porque mi permiso de estancia había caducado hacía una
semana.
Aquí, en España
el buenismo simplón y demagogo que hace años instauraron nuestros políticos ha
llevado a esto. Hubo incluso un político que siempre me pareció inteligente y
sensato que ha quedado para la posteridad “Venga, papeles para todos”.
Vivo al lado de
la Cocina Económica de Gijón y me he informado que estas gentes gitano-rumanas
no acuden a pedir ayuda nunca. Les resulta más cómodo robar desde el pan hasta
las instalaciones ferroviarias o los tractores del campo.
Pregunto: ¿Qué
hacen nuestras autoridades para defendernos?
Vamos a dejar la
oda del lenguaje “políticamente correcto”. Esto que estamos viviendo no es una
democracia o lo es solo de nombre. Votamos una lista que confeccionan ajenos a
nosotros, vamos con resignación lanar y votamos incluso conscientes de que nos
engañan, que se despreocupan de nuestros problemas más elementales y volvemos a
votar y nadie mueve un dedo para acabar esta falacia, este engaño, en que
estamos instalados “Libertad de expresión” otra falacia.
¿De qué les sirve
semejante eufemismo a mis vecinas a las que los gitanos-rumanos desvalijaron su
taller de modistas?
En toda la escala
jerárquica que va desde el humilde policía local hasta el Presidente del
Gobierno, nadie se interesa por los problemas de nuestras vulgares vidas.
¿No pueden hacer nadad? ¿No saben solucionarlo? ¿Tienen
miedo? ¿No quieren? Pues que lo digan alto y claro o que se vayan a sus casas.
Están ocupados con el déficit, la prima de riesgo, la deuda… no tienen tiempo
ni ganas de reformar el Código penal, la Ley Electoral, la ley de extranjería,
la ley de enjuiciamiento criminal vigente desde los tiempos de mi bisabuelo.
Y usted volverá a
votar una lista en la que desconoce al 99% de sus componentes.
Luego, cuando le
engañen por enésima vez, usted en uso de su libertad de expresión se desahogará
en la barra de un bar, porque le han denegado a usted, mileurista, una beca de
comedor, porque en méritos le aventaja un extranjero con cinco hijos que está
ilegalmente, que nunca cotizó un euro a la Seguridad Social.
Más de uno me
tachará de xenófobo y racista- Otra bobada del buenismo simplón que se ha
incrustado en nuestra sociedad. Mire usted, tengo derecho a que como ciudadano
o contribuyente, se garanticen mis derechos y no los de un encantador negrito
senegalés o un gitano-rumano que ni el ni sus antepasados han contribuido a
crear una escasa riqueza de este país. Nos ha convertido a todos y a la fuerza
en ONG’s personales. Y por si alguien insiste en calificarme de xenófobo le
informaré que hace cuarenta años que aporto una importante cantidad de dinero
al año para ayudar a los habitantes de
la selva amazónica y que pago mi cuota a la Cruz Roja desde hace 25 años.
Miren, hagan
ustedes lo que quieran. Vayan a votar de nuevo. Déjense engañar otra vez. Ya
dijo alguien, no recuerdo quién, pero lo dijo: “Sí alguien te engaña una vez,
la culpa es suya, sí el mismo me engaña otra vez, la culpa es mía”.
Hagan lo que yo,
no voten. O voten a su perro o al tonto del pueblo.
Y respecto de los
políticos, a quienes sea otorgado un poder absoluto para hacer y deshacer,
habrá que retirarlo, mandar a los cabestros al ruedo para que los lleven a los
corrales. Por mansos, por falta de casta, por no tener trapío.
Pepe Morán Fernández.
Dominico-ex.
martes, 18 de junio de 2013
DE VIAJE AL SALENTO (III)
E BARI A LECCE
Bari, incluida su área metropolitana, ronda el millón de
habitantes y resulta enrevesado entrar y salir de la ciudad. De no existir
buenas razones, en nuestro caso dormir en el hotel donde teníamos la reserva y
visitar tres o cuatro lugares de interés, lo preferible es evitarla.
Llegamos a mediodía y una vez instalados en el hotel con
ayuda de una guía buscamos lugar para comer. Aunque la guía, según la
contraportada, estaba actualizada en 2012 los dos primeros restaurantes
elegidos, por conveniencia de carta y precio, ya habían desaparecido, tal vez
por efecto de la crisis. Optamos por un tercero, La Pignata ,
anunciado como más caro que, aunque vacío, estaba abierto. Un comedor elegante
con personal muy amable; nos ofrecieron de primero un plato típico de la zona,
una antigua receta campesina: cicoria selvática ligeramente
hervida con puré de habas secas, regado por un generoso chorro de aceite crudo
extra virgen de la tierra, delicioso. De segundo “triglie al cartoccio”,
filetes de salmonetes con aceitunas, alcaparras, hierbas aromáticas y unas
gotas de aceite, envueltos en papel de aluminio y asados al horno, riquísimos.
Todo acompañado por buen blanco de la
Puglia , unos dulces obsequio de la casa y una factura nada
gravosa ayudaron a eliminar la primera mala impresión causada por la ciudad.
Dedicamos la tarde a visitar el castillo edificado en el
siglo XIII por Federico II de Suabia sobre anteriores edificaciones
bizantinas y normandas, al que posteriormente añadieron la gran muralla y los
robustos bastiones. Más tarde nos dirigimos al Duomo de San Sabino y a la más
interesante Basílica de San Nicola. En el lateral
izquierdo de esta basílica se encuentra la preciosa Puerta de los Leones datada en el siglo XII. Este santo es muy
venerado en Bari, prueba de ello es la cantidad de nacidos en esta ciudad que
tienen por nombre Nicola.
A las puertas de esta
basílica nos encontramos con un nutrido grupo de otros devotos luciendo
llamativas enseñas, las del padre Pío. Este controvertido
personaje es prueba evidente de las distintas varas de medir que puede tener la
iglesia. Documentos fidedignos aseguran que cuando la fama milagrera de Pío
da Petralcina (nombre completo del padre Pio) se extendió por
estas regiones, el entonces Papa Juan XXIII, sospechando que
podía haber gato encerrado, ordenó una investigación sobre él. La investigación
concluyó descubriendo la impostura del religioso al determinar que los estigmas
perpetuos presentes en sus manos eran provocados por él mismo, al tiempo de
constatar la frecuencia regular con que llevaba a las devotas más fieles a su
lecho. Otro papa posterior, Juan Pablo II (quizá mirando más al
clamor de los seguidores,
cuyo epicentro se
encuentra al norte de Bari, en San Giovanni Rotondo, donde el
personaje en cuestión vivió y murió hace cerca de medio siglo, y al negocio de
la iglesia) lo elevó a los altares.
Alberobello
Al siguiente día tomamos una carretera comarcal poco
transitada que discurre por el valle de Itria y que debía llevarnos hasta un
lugar marcado con asterisco desde que planeamos este viaje, Alberobello.
De camino dejamos de
lado las Cuevas de Castellana, de las que nos habían hablado, y nosotros
leído, maravillas. Unas kilométricas cuevas, antiguo cauce de un río
subterráneo, con multicolores estalactitas, estalagmitas y cristales de calcita
que, aseguran, forman un mundo mágico. Pero para la visita necesitaríamos de
más tiempo y espíritu explorador del que disponíamos en aquel momento.
Antes de llegar a
Alberobello los campos de olivos, higueras y viñedos ya
aparecían salpicados de las peculiares construcciones que nos habían empujado
hasta allí.
Trulli, así llaman a esas
curiosas edificaciones ancestrales conservadas en la zona. Su origen no está
muy claro, pero es innegable su inspiración oriental.
De gruesa pared
circular, casi siempre pintada de blanco, y con puntiagudo tejado cónico de
piedra gris. Están rematados por un pináculo, pintado, al igual que el signo
que se ve en los tejados, de blanco. Los signos identifican al propietario y le
protegen, según dicen, de las fuerzas del mal.
En Alberobello forman un extenso
barrio, anteriormente viviendas, algunas aún lo son. En la actualidad una parte
de ellas son tiendas de artesanía y de productos de la zona o alojamientos turísticos.
Prueba de su originalidad y atracción son los numerosos turistas de lejanos
países que paseábamos por sus calles un día a mitad de semana y principios de
abril. No quiero imaginar cómo estará el lugar en época vacacional. Todo está
tan bien conservado, tan cuidado, que tiene un cierto halo de artificial.
Ostuni
Para comer nos dirigimos a Ostuni, también llamada
la “ciudad blanca”. Sus estrechas y pendientes calles, flanqueadas de casas blancas,
serpentean las colinas y solo una franja llana la separa del mar. Guarda
bastante parecido con los pueblos blancos de Andalucía; para recorrerlo se
necesitan buenas piernas, también para llegar al lugar elegido para comer, la Osteria del
Tempo Perso, excavada en roca debajo de la catedral. El esfuerzo de la
subida mereció la pena, no solo por la originalidad del lugar; entre otros
platos de la zona nos prepararon un “carré de agnello”, costillar de
cordero al horno perfumado por abundantes hierbas, con una hoja de laurel entre
cada costilla, que estaba espléndido. El tinto de la zona, Salice Salentino,
elaborado con uvas negroamaro y malvasía negra, suele tener elevada graduación,
unos 14,5º, pero tiene paladar sedoso y está muy bueno.
Esta es una tierra en la que, aunque minoritarias, se
conservan milenarias tradiciones. En algunos lugares mantienen el habla griega
desde los tiempos de la Magna Grecia ,
y un curioso ritual para la pedida de mano consistente en que el novio regala a
la novia un cesto lleno de fruta, símbolo de la fertilidad y un silbato (“fischietto”)
de terracota con forma de gallo entre la fruta, símbolo de virilidad.
Mediada la tarde llegamos a Brindisi, también llamada
“puerta de oriente”. Aquí terminaba la Vía
Appia , y aún se conserva una de las columnas de
mármol, de unos 20 m
de altura, coronada por adornado capitel, que señalaba el final de esa vía de
unión entre esta ciudad y Roma. De su puerto partían las expediciones a Oriente
en tiempos del imperio romano, y posteriormente también alguna cruzada. En la
actualidad es punto de partida de transbordadores hacia Grecia y otros puertos
del Mediterráneo oriental.
Brindisi, mucho más pequeña que Bari, nos sorprendió por los
cuidados edificios y la limpieza de las calles, muchas peatonales. Aunque la
antigua catedral fue destruida por un terremoto y reedificada en el siglo XVIII,
Bríndisi atesora importantes edificios
históricos como San Giovanni al Sepolcro construido por los Templarios o la Loggia Balsamo. Resulta
agradable pasear por las tranquilas calles al caer la noche y tomar una buena
pizza en una antigua villa restaurada, restaurante Il Giardino, un pequeño
paraíso con jardín.
Pocos kilómetros de buena autopista nos separaban de Lecce
a la mañana siguiente, que se presentaba magnífica y soleada. Los últimos estertores
lluviosos los habíamos dejado el día anterior en Ostuni, cuando después de
comer nos dirigimos a una terraza y al resguardo de un amplio arco tomamos un Averna,
para mí el mejor de los amaros, viendo caer la lluvia a ambos lados de la mesa
mientras calle abajo corría un arroyo
saltarín.
Lecce
Lecce es una bella y cuidada ciudad barroca. Definida, de
forma no afortunada, en mi opinión, por muchas guías como la Florencia del sur, y no
por demérito de Lecce sino por la difícil comparación entre renacimiento y
barroco. Posee numerosos edificios, levantados con piedra caliza local de color
rosado, fácil, aseguran, de trabajar,
que son auténticas joyas
representativas de esa expresión artística.
El hotel reservado
aquí (no suelo hablar de hoteles porque sabido es que en Italia la relación
calidad –precio es mucho más desfavorable que en España), el Grand Hotel Di Lecce, aunque situado
cerca de la estación, resultó muy cuidado, tranquilo, con espaciosas y
luminosas habitaciones, buen desayuno y precio mejor del acostumbrado. Solo el
dosel de la cama, un tanto pretencioso, sobraba.
La visita a la ciudad resulta cómoda por ser peatonales las
más importantes calles céntricas, y además llanas, sin una sola cuesta. Para
una primera orientación y situarse, además de usar la guía, se puede tomar,
como hicimos, el trenecito de turistas que la recorre, para después retornar a
pie por los sitios más interesantes descubiertos.
Hace tiempo leí, no
recuerdo dónde, que la construcción de este campanario-torre había
desencadenado un duro enfrentamiento entre el obispo y el gobernador de
entonces. Pensaba el gobernador que el interés del obispo por un campanario tan
alto era para poder controlar, y fisgonear, la ciudad desde las alturas y se
oponía a que la obra continuase subiendo. Viendo el campanario actual resulta
claro que la disputa, si la hubo, la ganó el obispo.
Además de arte, no cito más de tantas que se lo merecen,
existen estupendas tiendas de productos gastronómicos locales, imposibles de
evitar permaneciendo dos días por allí, aunque uno de los días estuviera
reservado para recorrer los lugares más extremos del tacón de la bota.
Ulpiano Rodríguez Calvo
lunes, 17 de junio de 2013
¿POR QUÉ DECIMOS…? PARTE. I.
à Aquí hay gato encerrado: En la España Medieval, el campo estaba infectado
de salteadores de caminos, que ocultos en la maleza, asaltaban a los viandantes
y diligencias para robarles cuanto llevaban.
Se daba el caso de que los ladrones lo que
buscaban fundamentalmente, era dinero. Pero el dinero no aparecía, en aquella
época los monederos, estaban confeccionados con piel de gato, en el depositaban
sus monedas: maravedíes, doblones, blancos, etc…
Cuando los ladrones no encontraban el
monedero-gato exclamaban “Pues no puede ser, aquí tiene que haber gato
encerrado”.
à ¡Viva la Virgen!: En tiempos de la Reconquista, la recuperación del
terreno era muy lenta, y sufría vaivenes de toma y daca, tan pronto un
territorio pertenecía a los cristianos, como a los moros. Entonces se generó el
problema de tener que vigilar el horizonte para evitar ser sorprendidos por el
ataque moro. A tal efecto se talaban inmensas extensiones de arbolado para así,
ver al ejército contrario, entonces se creó una vigilancia que o bien en las
torres de la Iglesia o bien en las cimas del algún otero, había perpetuos
vigilantes escrutando el horizonte y cuando divisaban un contraataque, gritaban
desde lo alto una frase que servía de aviso “VIVA LA VIRGEN”.
Todo el pueblo repetía a gritos la frase, se
avisaba a los que estaban en zonas próximas al pueblo y todos se refugiaban en
algún castillo o en la Iglesia.
Podía ocurrir que los vigilantes estuvieran hasta
dos años sin dar la voz de alarma, en cuyo caso se pegaban la vida padre.
La gente empezó a decir que “Fulano” que llevaba
una vida tan relajada y regalada era un “Viva la virgen”.
à Ir de tiros largos: No hace tanto en España
no había vehículos a motor y cuando una pareja iba a la iglesia a contraer
matrimonio, iban, si eran pobres a pie. Si eran más pudientes, en un carruaje
que podría ser tirado por dos, seis o cuatro caballos. Los ricos, obviamente
iban en un carruaje de seis caballos y como todos ustedes saben, la correa que
va desde el bocado del caballo hasta las manos del conductor, se llama “tiro”.
Así pues, sí alguien iba con seis caballos, iba de tiros largos y si iba con
dos, iba de tiros cortos. De ahí a que ahora cuando una persona se engalana y
exhibe sus mejores galas le decimos ¿Dónde vas de tiros largos?
Pepe Morán
Fernández. Dominico-ex.
sábado, 15 de junio de 2013
Santi, El Falangista.
Pocas veces
conocí a un hombre de semejante contextura física y moral. Eran los unos
noventa y pico kilos de buen humor, de peso físico, de humanidad, de simpatía
desbordante. Hablo de primeros de los setenta, en la Biblioteca Nacional.
Cuando se integró fueron bastantes los que, a priori le recibieron con recelo y
cierta animadversión.
Poco duró esta
actitud. Su bondad, su bonhomía, su alegría contagiosa, su entrega sincera, a
cualquiera que tuviese un problema, conquistaron a toda la biblioteca. Por lo
pronto, adoptó la costumbre, de bien temprano, antes de que entrásemos los casi
mil que allí trabajábamos ya Santi había colocado una flor encima de la mesa de
quién ese día cumplía años.
No podías citar
en su presencia que andabas a la búsqueda de algo y preguntando dónde lo
venderían. Al día siguiente lo tenías encima de la mesa. Nadie ignoraba que
quien lo había puesto era Santi. En los ratos libres se pasaba por los diversos
departamentos saludando cordialmente, interesándose de los problemas que había.
Era falangista y
había sido cuatro años Gobernador Civil de Huelva con Franco. Pero eso - que para alguno era un pecado - ya nadie lo recordaba ante tal avalancha de
buen humor, alegría y amabilidad.
Bueno, el
personaje está presentado. Ahora vamos a la anécdota que me aleccionó para el
resto de mi vida.
La biblioteca,
que por fuera está como el día que la construyeron, por dentro es como un
edificio del futuro. Todo está informatizado y si no eras de la casa y tenías
una tarjeta especial no podías andar más de veinte metros, era de una seguridad
ultramoderna.
Había en la zona
sur del edificio una sala que servía de distribución hacía cuatro o cinco
departamentos y hacía un ascensor. Para remediar la
desnudez de semejante espacio habían colocado varias butacas tapizadas en
verde. Si te sentabas allí, en cinco minutos presenciabas una gran afluencia de
gente. Uno de tantos días me encontré con Santi en aquella sala. Me saludó como
si llevara tres años sin verme. Nos sentamos en sendas butacas y empezamos a
charlar, vete a recordar qué…
En ello estábamos
cuando del ascensor salió una chica joven, más bien bajita y en absoluto
llamativa. Yo me había cruzado con ella mil veces en pasillos y ascensores. Se
llamaba Paloma Fernández de Avilés y tenía una costumbre terriblemente odiosa.
Jamás contestaba al saludo protocolario. “Buenos días” “Hola” “Qué tal”. Yo, y
conmigo la mayoría decidimos no saludarla vista su actitud altiva y maleducada.
Por eso me resultó extraño que Santi la saludara en tono jovial y cariñoso
“Hola Palomita”. Como era de esperar ella siguió en su camino y ni contestó.
Esperé a que se
fuera y le dije a Santi en tono de reproche: “Pero bueno, Santi, tú ¿Por qué la
saludas, si sabes que no te contesta jamás?
Y Santi me
contestó: “Precisamente por eso ¿A ti quién te parece que queda mal, ella o
yo?”. “Sin duda, ella” dije. Pues escucha esto:
“Al año siguiente
de terminar la Guerra Civil Americana, hacía 1863, el General Jackson iba de
paseo por Louseville acompañado de un comandante antiguamente a sus órdenes.
Iban de paisano. En esto que un negro viene caminando en dirección contraria y
era inevitable el encuentro. Cuando se cruzaban, el negro dijo muy alegremente
“Buenos días mi general”. A lo que éste, contestó con la misma jovialidad
“Buenos días, hombre”. El comandante no pudo soportar aquella escena, y con
respeto, le reconvino al general “Usted perdone que se lo diga, mi general,
pero ¿Cómo se rebaja a saludar a un negro?”. El general explicó: “Pues mira,
por lo menos para que quede claro que soy tan educado como él”.
“Mira Pepe, si me
cruzo cinco veces al día con esta chica, cinco veces ocurre lo mismo, que yo
soy un caballero educado, y ella una zafia, así que, cinco veces la llamo
zafia, guarra, mal educada. Otra cosa es que ella no lo entienda, pero
reconocerás que si no la saludo me pongo a su ínfimo nivel”. Gracias Santi, me
has enseñado algo que no había aprendido en cincuenta años. La manera de
insultar a un imbécil con un cordial saludo.
Desde entonces
más de una vez, una, recientemente -
hará tres años – tuve que recurrir a esta fórmula para llamar tonto
cuatro veces al día a un individuo que se empeñaba en ningunearme, creyendo que
yo lo tomaba por ofensivo. A todas horas aunque nos cruzáramos por la acera del
otro lado de la calle, yo exclamaba a gritos: “Adiós, Juanchi”. Terminó por
responderme a su vez.
Recomiendo este
truco, a mi amigo Vitorín Gión, que me contó que tenía un vecino que no le
correspondía al saludo. Tú insiste, Vitor. Que terminará por darse cuenta de
que es un guarro y contestará.
Es el único modo
de convertir un saludo en un insulto.
LOS RESTOS DE LA .......
SIN ELLA NO HABRÍA SIDO POSIBLE ACORDARSE DE TODO
No se puede hablar por teléfono en los trenes o Metro. Está prohibido.La limpieza es total. No encuentras una papelera en toda la ciudad. Si comes un caramelo, el envoltorio te lo llevas a casa.
Está prohibido caminar fumando. Hay señales de prohibición
pintadas en las aceras. Existen zonas para hacer un descanso y fumar un pitín y
donde tienen los correspondientes ceniceros.
Se circula por la izquierda tanto coches como peatones. En
los pasos con o sin semáforo siempre caminas por tu izquierda para no tropezar
con el que viene de frente.
El Jefe dando las últimas ordenes
Como la ciudad en general es muy llana, la Policía de
Distrito patrulla a lomos de bicicleta, aunque algunas unidades móviles ya van
necesitando la aplicación de un plan RENOVE.
Pero se evita polución y de paso se mantiene al personal siempre en
forma.
Cuando accedes a una estación pasas por los tornos la
tarjeta monedero que previamente has comprado, pero no te descuenta el importe
del viaje. Lo hace cuando salgas de la estación de destino. Según dónde hayas
ido te resta del saldo el importe.
En los trenes se deja salir antes de comenzar a subir,
llegando incluso a salir gente del vagón con el fin de facilitar la salida de
otros pasajeros. Se colocan en fila en el andén y cuando todos hayan bajado
vuelven a subir, generalmente antes de los que estaban esperando. La estampa
típica que se ve en ocasiones del empleado de la estación empujando a los
pasajeros es pura leyenda urbana. Y si no puedes entrar en 3 o 4 minutos llega
otro tren.
Tendido eléctrico de una calle de Tokio
Tendido eléctrico en la Bahía de Yokohama
Llama la atención la conducción eléctrica. Salvo en alguna
calle muy comercial del centro de la ciudad, todos los cables van a la
vista fijados a postes de hormigón. Con
los frecuentes movimientos sísmicos si el cableado fuera soterrado la
localización de las averías sería mucho más difícil y costosa su reparación.
Los japoneses están en todo.
Los taxistas van todos trajeados con gorra de plato y
guantes blancos (casi como aquí) y los coches siempre están relucientes.
Cuando vas a un restaurante, lo primero que hacen los camareros es
darte unas bolsas como los pañuelos de papel humedecidos, o unas pequeñas
toallas calientes, para que uno se lave las manos antes de comer. Lo de la limpieza lo llevan muy a rajatabla. Luego antes
de tomarte nota te sirven agua, que van reponiendo a medida que se va vaciando
el vaso. Nunca te sirves tú.
viernes, 14 de junio de 2013
DE VIAJE AL SALENTO (2)
- DE
UMBRIA A BARI-
Bomarzo
Iniciamos este viaje al sur desde las proximidades de Bomarzo,
unos cien kilómetros al norte de Roma. Bomarzo es un inquietante parque de gigantescas
y monstruosas figuras labradas en la piedra, una parte de ellas cubiertas por
el musgo. Situado bajo el palacio del príncipe medieval al que debe su
existencia y de la ciudad que le da nombre, sobrevive desde hace cinco siglos
en medio de un frondoso bosque, aparentando dormir hipnotizado por el susurro
del arroyo que discurre a sus pies. Construido por empeño de Pier
Francesco (Vicino) Orsini, se supone que intentando trasladar a la
piedra sus terroríficos sueños, es un lugar al que siempre me apetece volver.
Quizá en la atracción por el lugar haya influido la lectura de la novela que
lleva por título Bomarzo, escrita por
Mújica
Lainez, recomendable fresco para
entender una parte de la historia de lo que ahora es Italia. Bien documentada,
relata la tormentosa vida de aquel contrahecho personaje y de las familias
poderosas de entonces, Orsini, Farnese y otras,
acostumbradas a nombrar papas entre sus vástagos, también a eliminarlos, según
la correlación de fuerzas entre familias, y decidir sobre vidas y bienes del
resto de los mortales. Cuenta también la injerencia externa en el tablero de ajedrez
político que era la península Itálica, sin faltar, claro, los españoles bajo el
mando del todopoderoso emperador Carlos V…Pretendía emprender este viaje hacia
el sur y quedé enredado en un parque. Procuraré retomar el camino.
Era temprano aquella mañana de la perezosa primavera tocada
en suerte este año cuando enfilamos la autopista dirección sur. El frío
invernal, aún al acecho, hacía que los árboles, salvo unos pocos valientes, se
mantuvieran recelosos, sin desplegar de sus reventonas yemas las nuevas hojas
que por abril ya les correspondía vestir.
Viajábamos en un brioso Golf recién sacado del horno, con
menos de mil en el cuentakilómetros, suministrado en Fiumicino por la empresa
de alquiler Locauto (cito el nombre por ser poco conocida y por el correcto
servicio prestado). Buen acompañante para dos personas - el resto de la familia
se quedaba atendiendo sus ocupaciones laborales y escolares-, con más de dos
mil kilómetros de recorrido por delante.
Unas decenas de kilómetros al norte de Roma tomamos la Bretella , como llaman los
romanos a esa tangente que, por el este, evita la ciudad, comunicando por
autopista norte y sur. Entre esta vía rápida y Roma se levantan los Castelli,
una cadena montañosa, poblada y boscosa. Un lugar de esparcimiento, incluso
morada habitual, de quienes viven o trabajan en Roma. En esas montañas se
encuentran preciosos lagos volcánicos. En la cresta de la elevada ladera que circunda
el lago Albano se asienta Castel Gandolfo, dónde, como es
conocido, en un palacio asomado sobre las azules aguas tienen los papas su
acostumbrado refugio estival. El lago de Nemi en el fondo de un profundo
cráter es sobrevolado por el pintoresco pueblo que tiene su mismo nombre, famoso por su belleza y las pequeñas y golosas
fresas silvestres o cultivadas de su entorno.
Imágenes y recuerdos de la zona se agolpan al discurrir por la autopista, ventajas
de ir de copiloto, imposibles de relatar aquí. Solo me permitiré, ahora, cuando
escribo esto, dos recuerdos fugaces: uno, un tramo de carretera situado por
aquellos lugares donde era costumbre llevar a los recién llegados a Roma. Allí,
por un efecto óptico, el coche, motor parado, sin freno y ninguna fuerza que lo
empujara, rodaba, aparentemente, cuesta arriba ante la estupefacción del recién
llegado. Dos, en Grottaferrata se encuentra la monumental Abadía de San Nilo,
fundada por monjes griegos a principios del siglo XI y en la actualidad ocupada
por religiosos de rito oriental. Éstos, ignoro si lo continúan haciendo,
elaboraban y vendían su vino en la bodega situada en los bajos de la abadía. La
venta la efectuaban los fines de semana y a granel por lo que se necesitaba ir provisto de garrafa. No recuerdo la calidad
del vino, pero la escena - dos filas de
severos monjes, ataviados con skufia y
largas ropas negras, cada uno sentado, inmóvil, ante una cuba en un
tayuelo, prestos para abrir la llave y llenar la garrafa que se le tendía,
antes de efectuar el pago a otro monje a la salida- era digna de Berlanga y
Rafael Azcona.
Sumergido en estas y otras divagaciones, ya sobrepasábamos
las tierras de Latina. Esa zona pantanosa y palúdica ordenada desecar y
repoblar por el Duce. Los repobladores, agradecidos, han otorgado mayoritariamente,
hasta ayer mismo, el voto al partido fascista. Pero ahora prefiero no hablar
aquí de política; también en España continúan existiendo otros Llanos del
Caudillo.
Poco más adelante un desvío que ignoramos, y no por falta de
ganas, conduce a San Felice Circeo, un parque nacional en el que se encuentra un
maravilloso bosque a la orilla del mar declarado reserva de la biosfera. Sobre este
bosque se eleva el Monte Circeo con espectaculares vistas pontinas. Es el lugar
mitológico donde, según Homero, la maga
Circe mantuvo cautivos a Ulises y sus compañeros mientras en la lejana Ítaca
Penélope tejía y destejía.
Intentaba mirar solo al lado derecho de la autopista según
avanzábamos al sur, la conductora controlaba la autopista y el lado izquierdo
quedaba para el regreso si se presentaba la ocasión. Así podía imaginar y
recordar andanzas de hace más de veinte años. Sperlonga, esa colmena de
casas blancas colgada sobre el mar, con la gruta de Tiberio y los restos de lo que fue su grandiosa villa,
desgastados por las olas, a sus pies. También Terracina, de donde
parten los barcos hacia el archipiélago Pontino; en él se encuentra Ponza,
una abrupta joya convertida en isla, cuajada de flores, casas y barcos de pesca
multicolores, y una playa, llamada Claro de Luna según creo recordar,
cercada por un acantilado, a la que solo se accede, además de por mar, por un
túnel excavado bajo la montaña hace más de dos mil años.
Sin tiempo para demorarse en Gaeta y su Montagna
Spaccata, un impresionante tajo en el acantilado abierto al mar, vestigio, según leyenda, de
cuando la tierra se rasgó a la muerte de Cristo, entramos en Campania.
En esta región, como en todas las del sur de Italia, tiene
arraigo una organización criminal y de extorsión. Aquí llamada camorra, en Sicilia mafia, en Calabria ‘ndrangheta
o sacra corona unita en Puglia, donde
nos dirigíamos. Aunque continúen operativas no parecen ser tan virulentas como
hace algunos años, además no suelen causar problemas a quienes solo vamos de
paso.
Nuestra intención era evitar Nápoles (esa imprescindible
y enorme ciudad que, solo ella, para visitarla, requiere un viaje de días)
siguiendo la autopista que la sortea. Sin embargo, confiados en el GPS, con el
mapa en la guantera no ejercí de buen copiloto y el navegador nos ordenó
abandonar la autopista antes de llegar a Nápoles, a la altura de Caserta
(imposible nombrar esta ciudad sin citar los espléndidos jardines y el palacio
mandado construir por Carlos III, no olvidemos que los Borbones reinaron por
estas tierras durante largo periodo, esa huella, incluso en usos y costumbres,
aún resulta visible hoy en día por toda la Italia del sur).
La desacertada indicación del navegador nos arrojó a una
carretera de doble dirección densamente transitada, utilizada por el tráfico
local y por quienes quieren evitar el pago del peaje. Fue una inmersión, por si
lo habíamos olvidado, en el modo de conducir italiano. La señalización
horizontal, esas rayas continuas, o dobles rayas, que separan el carril de ida
del de vuelta prohibiendo el adelantamiento resultan invisibles para la inmensa
mayoría de conductores. Estos colocan el morro de su vehículo a un palmo de la
trasera del que va delante y a la menor ocasión adelantan sin importarles el
tipo de pintura del suelo. Con frecuencia otro coche circula en sentido
contrario, a pocas decenas de metros, obligándole a echarse al arcén y segar
con las ruedas la exuberante hierba
primaveral de la cuneta. No surge ninguna protesta, ni luces, ni claxon, ni
gestos, por parte del conductor arrojado al arcén, que sabe que poco después él
hará lo mismo. Este comportamiento trae el recuerdo de una antigua película, en
la que el protagonista, al comienzo de una de esas típicas carreras fuera de la
ley, ante la sorpresa de la chica americana que le acompañaba, arranca y arroja
lejos el retrovisor al tiempo que le dice: “los italianos, cuando conducimos,
jamás miramos para atrás”. Posiblemente esto solo sea un estereotipo, pero se
acerca bastante a la realidad.
Pasado Benevento volvimos a la autopista y a
una relativa tranquilidad. Viajar por calzadas de varios carriles por sentido y
frecuentes radares/ tramo de velocidad, en este país llamados Tutor, que
castigan con severidad a quienes sobrepasan el límite establecido en 130 k/h,
es más relajante, permitiendo, en mi caso, no en el de la conductora, solazarme
contemplando las colinas cultivadas por
entero de cereales. Se ven verdes y pujantes por el agua recibida en abundancia
durante los últimos meses. Prueba de las copiosas lluvias eran los profundos surcos
que culebreaban por las laderas del inabarcable mar esmeralda.
Esta autopista une el
Tirreno
con el Adriático, y poco antes de alcanzar el mar gira hacia el sur,
para, unas decenas de kilómetros después, dejarnos en la prefería de esa gran
urbe, la segunda del sur de Italia después de Nápoles, que es Bari.
Ulpìano Rodrígurez Calvo
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