PRESENTACIÓN

Anualmente cuando nos reunimos los antiguos alumnos de Corias, bien sea en grupos minoritarios por promociones en diferentes lugares del Principado y alrededores, o de forma general en el encuentro de Corias a finales de cada mes de septiembre, siempre solíamos comentar al sentir la alegría de juntarnos de nuevo que, era una pena el que hubieran pasado tantos años sin comunicarnos y sin saber unos de otros.

Afortunadamente, en estos tiempos eso está subsanado gracias a los medios informáticos disponibles que tenemos a nuestro alcance. Aprovechando la oportunidad que nos brinda BLOGGER para poder crear un espacio cibernético común, en la nube, donde se pueda participar y expresar los recuerdos que cada uno de nosotros guardamos celosamente de aquellos años, es cuando surge el Blog de los antiguos alumnos de Corias.

Esta elemental presentación lo único que pretende y persigue es reavivar la amistad y la armonía que hemos trabado entre todos nosotros durante los años de convivencia en el Instituto Laboral San Juan Bautista de Corias y, que a pesar del tiempo transcurrido, aún perviven frescas en nuestro recuerdo.

Otro de los objetivos del blog es recordar y compartir las peripecias vividas por aquellos jóvenes que coincidimos bajo las mismas enseñanzas, disciplinas, aulas, comedores, dormitorios, juegos, etc., durante varios años en el convento de Corias y que aún las tenemos muy presentes.

La mejor forma que tenemos para rememorarlo es ir contando en este blog todos los pasajes que cada uno de nosotros recuerde, expresados con la forma y estilo propios de cada uno pero, siempre supeditados a los principios del buen gusto, el respeto y a la correcta educación que nos han inculcado los padres dominicos. El temario en principio aún siendo libre, sí debiéramos procurar en general, que tengan preferencia los temas relacionados con el colegio y su entorno, ya que es el vínculo y denominador común entre todos nosotros.

Como es lógico, cada colaborador es el único responsable de sus opiniones vertidas aquí en el blog; las cuales pueden ser expresadas libremente sin condicionantes ni cortapisa alguna por parte de la dirección; tan solo debemos atenernos todos, a las premisas mencionadas anteriormente del respeto y el buen gusto.

Una vez hecha esta breve presentación, se pide la colaboración y aportación de todos los antiguos alumnos pues, seguro que todos tenemos algo ameno e interesante que contar. Unas veces serán relatos agradables y divertidos, y otras no tanto; pero así es la realidad de la vida.

Al blog le dan vida una serie de antiguos alumnos que colaboran de forma fehaciente y entusiasta con Benjamín Galán que es el bloguero administrador. A este galante caballero el cargo de administrador no le fue asignado por méritos propios, más bien por defecto, de forma automática; simplemente, por ser el titular del blog. Pero podría delegar el cargo en cualquier otro colaborador que así lo deseara.

De antemano, muchas gracias a todos los participantes y colaboradores. Tanto a los antiguos alumnos y profesores que deseen intervenir, como a todos nuestros amigos lectores.

¡A colaborar y a disfrutarlo!

(21 de noviembre de 2009)

B. G. G. (BLOGUERO PRIOR)

martes, 22 de diciembre de 2015

COMIDA DE NAVIDAD


Como viene siendo habitual entre este nutrido y hermanado grupo de exalumnos de Corias, una vez más  se han reunido en Gijón para celebrar y dar la bienvenida a las inminentes  fiestas navideñas, en compañía de Pepe Morán. Felicidades  para todos y que sigáis reuniéndoos lo mismo el año próximo  ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

domingo, 13 de diciembre de 2015

BARCELONA (I)


Cuando el veranillo de San Martín, perezoso, se demoraba por noviembre, impidiendo que el invierno nos acosara con lluvias y punzantes lanzadas de frío, decidimos ir unos días a Barcelona.

Hacía más de quince años, salvo pasar la noche en algún hotel del extrarradio, que no estaba en la capital catalana Las noticias alarmistas del empeño independentista, amplificadas por los medios de comunicación, alimentaban cierta expectación sobre lo que allí estaba ocurriendo.
No eran solo estas noticias, durante los últimos veinticinco años, por motivos que no vienen al caso, hice paradas, casi siempre estancias cortas, a lo largo y ancho de Cataluña.

En ellas pude pulsar, sobre todo en ciudades medianas y pequeñas, -desde Figueres a Vilafranca del Penedés o Montblanc- el incremento de apoyos a la causa soberanista durante la última década. Más evidentes, cobrando mayor vigor, a medida que se producía la desafortunada poda del Estatuto. Resultaba difícil en los últimos años recorrer estas ciudades en festivo o por la tarde sin encontrarse con nutridos actos o manifestaciones de apoyo a la independencia. Cabría preguntarse por los motivos o intereses del Gobierno para mostrarse tan ciego y sordo ante lo que estaba ocurriendo. Pero sobre este tema ya me alargué hasta el aburrimiento en una entrada anterior.
Así pues, voy a intentar contar algunas impresiones de este viaje, durante días renuentes al teclado del ordenador, antes de que sucumban bajo los buenos deseos y la publicidad de campañas electorales y  fiestas de navidad.

Temprano, cuando el sol mostraba tímidamente su aura roja sobre los cerros de la Alcarria llegamos a la estación de Atocha para tomar el Ave, ese gusano plateado que a unos 300 Km/h lleva de Madrid a Barcelona en poco más de 2 1/2 horas. (Ciudadanos de comunidades periféricas, en especial vascos y catalanes, están bastante indignados con la concepción radial de estos Ave en detrimento de corredores trasversales. Ven en ella una muestra más de centralismo, quizá tengan razón. Quienes vivimos en Madrid somos unos privilegiados, con la posibilidad de desplazarnos en tren a Barcelona, Málaga o Sevilla en menos de tres horas. Bastante menos lleva trasladarse a Córdoba, Valencia, Zaragoza y otras importantes capitales. Resulta lógico que hablar de esto en algunos lugares, Asturias, Almería y tantos otros, que llevan largos años en espera de un tren rápido, sea como mentar la soga en casa del ahorcado).

 Dejamos atrás Madrid y recorrimos los sinuosos parajes alcarreños bajo el algodón tiznado de las nubes rastreras hasta alcanzar Aragón. Solo de cuando en cuando ese grisáceo túnel desembocaba en luminosos espacios excavados por un sol cegador.

La breve parada en Zaragoza descubre  las descomunales dimensiones de la estación, gigantesca nevera en pleno invierno si es preciso deambular por ella en espera de alguna cita. Una muestra más de las faraónicas construcciones levantadas cuando el crédito era pólvora ajena. Pólvora ajena, después llamada rescate bancario. El mismo que ahora, con intereses, pagamos entre casi todos. Al menos esta estación, al contrario de aeropuertos y tantas otras megalomanías vacías, tiene uso.

De Zaragoza parte un ramal de Ave a Huesca. Según amigos oscenses la llegada del Ave a Huesca obedece al empeño personal del Sr. Álvarez Cascos cuando era ministro. Al parecer este personaje tenía costumbre de desplazarse con frecuencia a la capital oscense con el fin de participar en cacerías por el Alto Aragón. Así podía viajar de Madrid a Huesca sin descender en Zaragoza.

Que resulta cómodo puedo dar fe por haberlo utilizado en más de una ocasión, de la rapidez no tanto. El tren emplea casi el mismo tiempo en recorrer, los sesenta Km de Zaragoza a Huesca, que los trescientos entre Madrid y Zaragoza. Por algunos tramos, como el de Tardienta, la alta velocidad circula pisando huevos.

Verdad o leyenda, atribuida al Sr. Cascos, continuamos viaje a Barcelona a través de los áridos y semidesérticos Monegros. Solo algunos brochazos de verde delatan la presencia de agua, llevada hasta allí por canales de riego, dando vida al desolado paisaje. Olvidado, parece, quedó el delirante proyecto de levantar un nuevo Las Vegas por estas tierras.

 A la altura de Fraga los campos tintados en tonos amarillos y rojizos  anuncian la caída de la hoja en los frutales, prestos ya para el letargo una vez  entregada la cosecha.

Entramos en Cataluña por tierras leridanas, y, en un soplo, alcanzamos las comarcas tarraconenses. Zonas pobladas de vides y olivos, de buen vino y excelente aceite. Cerca quedan los avellanares que dieron fama a Reus. También las huertas donde, a finales de invierno y comienzo de primavera, alcanzan su punto óptimo los calçots. Tiernas cebolletas que, cocinadas a la brasa y mojadas en romesco, son delicia de comensales parapetados tras un babero.
Comarcas ennoblecidas por los históricos y magníficos monasterios de Poblet y Santes Creus. Que traen buenos recuerdos de estancias en Montblanc, compartiendo ricas comidas y vinos del Montsant.

Poco después de dejar atrás las altas chimeneas de un complejo petroquímico, emisoras de inquietantes penachos de humo, aparece, por la ventanilla derecha, el mar. Aguas azules plateadas por los rayos de sol. Durante un corto trecho, el Mediterráneo, bajo el influjo de la velocidad y del efecto óptico, parece cabalgar sobre la verde vegetación de la  orilla en vano intento de darnos alcance. Mientras, la ventanilla izquierda, enmarca un paisaje impresionista que parece salido de los pinceles de Regoyos. En ese cuadro las aristas grises y azuladas de Montserrat son la cresta enhiesta de un gallo, plácidamente dormido, que tiene por plumaje las multicolores hojas otoñales de los viñedos del Penedés.

 Las gigantescas y grises naves del cinturón industrial, aledañas a las abigarradas poblaciones del Baix Llobregat, anuncian la llegada a Barcelona. Poco después el tren, como no queriendo molestar, se sumerge en las entrañas de la ciudad hasta detenerse en Sant.

                                                        (continúa en Barcelona II)

ulpiano rodríguez calvo

BARCELONA (II)

Desde el taxi que nos lleva al hotel la curiosidad incita a mirar balcones y ventanas y hacer un somero recuento. Son escasas las esteladas que cuelgan de los edificios. Nada que ver con la profusión de ikurriñas o pancartas de gestoras pro amnistía exhibidas, hace años, en pueblos y ciudades de Euskadi cuando el Sr. Ibarretxe tenía un plan y la sombra de ETA todavía era alargada. Claro que estamos en el centro de Barcelona y quizá la exposición de estas enseñas en otras zonas sea diferente, más numerosa. También cabe pensar que los catalanes, sus masivas manifestaciones por la Diagonal ocuparon pantallas enteras y no admiten discusión, son más pudorosos con este tipo de exhibición casera.

El hotel, reservado por internet a última hora, resultaba cómodo y céntrico. Permitía recorrer las zonas más céntricas sin necesidad de usar transporte.

Cuando solo se dispone de cuatro días para visitar una gran ciudad, Barcelona en este caso, es aconsejable seleccionar y priorizar las visitas. Así quedaron descartados lugares que permanecían más frescos en la memoria desde la última estancia: Sagrada Familia, Parque Güell, Pedrera (Casa Milá) Puerto Olímpico, y otros.

Dos cumplidas tardes dedicadas a las casas modernistas solo alcanzaron para recorrer tres de ellas : Palau Güell, Batlló y Ametller. Las dos primeras obra de Gaudí, la tercera de Josep Puig. El Palau Güell, cerca del Liceu, está en una estrecha calle que sale de La Rambla para adentrarse en el Raval. Las otras dos en Paseo de Gracia. Lejos queda la intención de describir estas impactantes y  magníficas obras arquitectónicas, mucho mejor lo hacen guías y numerosas páginas que se pueden hallar en internet. Asombra el ingenio, interior y exterior, de los edificios y los mobiliarios, también el derroche del dinero empleado. Estas casas, y otras que todavía se conservan en Barcelona, fueron mandadas construir por acaudalados industriales catalanes, amantes de las artes  entre finales del XIX y principios del XX. Quizá, además de ese amor por el arte, influyó su deseo de epatar, sin que esto reste valor a tan fastuoso legado. Todas están restauradas con estricto respeto al proyecto original. Algunas de sus plantas continúan ocupadas por oficinas y viviendas. De éstas quedan pocas. En La Pedrera aún es posible ver a una señora arrastrar su carrito de la compra entre la larga cola de turistas  hasta introducirse en el portal. Es la última y única inquilina del singular edificio. Los bajos de Casa Ametller albergan una chocolatería con acceso libre en la que se pueden comprar, y tomar in situ si apetece, estupendos chocolates. El Sr. Ametller, promotor del edificio, era un magnate de la industria del chocolate.

La única pega, si no cuesta trepar escaleras, es el alto precio de las entradas, hasta más de veinte euros por persona cuesta visitar cada una de estas casas.

Otro edificio espléndido, mismo estilo y época, es el Palau de la Música. Su construcción, obra del arquitecto Lluís Domenech, fue sufragada por financieros, industriales y amantes de la música locales. Desde hace años es Patrimonio de la Humanidad.

El día de la visita se dio una feliz coincidencia. En él, Paco Ibáñez, ofrecía un recital. Sacamos entradas para regresar a la hora de la actuación, ya por la noche.

Entre el público joven, y nutrida presencia femenina, abundaba el cabello blanco, con frecuencia también escaso. Allí se habían dado cita buena parte de los supervivientes antifranquistas catalanes. Paco Ibáñez -no había vuelto a un recital suyo desde hacía más de treinta años- no defraudó. Por la letra de sus canciones desfilaron Celaya, Blas de Otero, Alberti, Neruda y otros poetas comprometidos, dueños del implacable látigo de la palabra. Añorados en este tiempo en el que tantos políticos hacen de comediantes. Esto es, hacen espectáculo en lugar de explicar sus propuestas políticas. Dicho esto último con todo el respeto, no a esos políticos, a los  honrados comediantes.
Todo el recital, salvo dos o tres canciones en Euskera y francés, lo desgranó en castellano. Las posibles polémicas lingüísticas, tantas veces alimentadas artificialmente, quedaron anegadas por los calurosos aplausos con que fueron premiadas todas y cada una de las canciones y proclamas del cantautor. Abandonamos el Palau con la sensación de haber revivido emociones de mucho tiempo atrás.

Dos mañanas completas llevaron los recorridos por  el Museu Nacional dArt de Catalunya que ocupa un enorme edificio construido en 1929 en las faldas de Montjuït. Desde sus terrazas  se divisa una buena panorámica de la ciudad. La parte más interesante de este museo, al menos en mí opinión, es la dedicada al románico pirenaico. Magníficos frescos que fueron arrancados, a principios del XX, con extremo cuidado de las paredes de las iglesias románicas que jalonan la cordillera catalano-pirenaica  y colocados hace unas dos décadas, una vez restaurados, en falsos ábsides y pórticos recreados en estas salas. Ha existido, quizá aún existe, cierta polémica por haber despojado a esas iglesias de sus pinturas para trasladarlas a Barcelona. Ninguna intención tengo, menos autoridad, de entrar en el debate. Pero sí parece razonable que el traslado ha garantizado mejor la conservación y la custodia de esas valiosas obras de arte.

Ignoro cual es el estado actual de esas iglesias pirenaicas, supongo que han sido restauradas con cuidadoso mimo. Algunas ya lo estaban cuando en los primeros años de los pasados ochenta recorrimos la zona, desde el Valle de Aran hasta Rosas, y visitamos buena parte de ellas, todas están situadas en parajes maravillosos. Aquél recorrido, soportando en ocasiones tremendas tormentas dentro de una precaria tienda de campaña, nos llevó dos o tres semanas de unas vacaciones de un verano. Hoy estas pinturas, agrupadas en este museo, se pueden ver en una mañana. Claro que tal vez no se experimente la misma sensación al verlas aquí que en las iglesitas de donde proceden, rodeados por paisajes de ensueño.

(De aquel viaje mantengo vivos muy buenos recuerdos y uno no tan bueno. En Taüll   entramos en una de sus iglesias, no recuerdo si Santa María o Sant Climent, que estaba abierta y sin ninguna vigilancia, algo impensable ahora. Después de recorrer su planta descubriendo la sobria, no por ello menos admirable arquitectura interior, me aventuré a trepar por una sospechosa escalera de madera hasta el último nivel de la torre, solo este nivel tenía piso. Desde lo alto se veía, además del pequeño núcleo urbano, todo el valle de Boí y las montañas del entorno. -es posible que tengan razón  quienes afirman que una de las funciones de estas torres tan altas, además de campanario, era la de vigilar y fisgonear las andanzas de los vecinos- El problema se planteó a la hora de bajar. Desde el nivel superior hasta la base todo era impresionante vacío. La escalera, no me había percatado al subir, no tenía barandilla, tampoco protección los huecos al exterior. Atenazado por el vértigo me costó lo mío descender hasta pisar el suelo. Al no escarmentar, antes y después me encontré en situaciones similares en distintos lugares y sucesivas  veces).
Mejor olvidar estas anécdotas,  batallitas ya de abuelo.

La sección románica de este museo atesora, además de pinturas, valiosas tallas, capiteles y otros ornamentos.

Al tratarse de Patrimonio, y públicos los litigios entre las distintas Comunidades por su propiedad,
no se debe dejar de señalar que algunas, pocas, de estas obras de gran valor artístico e histórico proceden de fuera de Cataluña.

En esta planta primera del museo también se encuentran las salas de Medieval- Gótico y las de Renacimiento y Barroco. La segunda está destinada al Arte Moderno y Contemporáneo. Todas con importantes obras, algunas de incalculable valor. Varias salas están ocupadas por valiosas colecciones, Cambó,  Thyssen

Intentaré acelerar el paso, de lo contrario esto se hará interminable.

El Museu Picasso nos llevó otra mañana. Es monográfico sobre Picasso y ocupa cinco edificios medievales rehabilitados con gusto y acierto. La mayoría de las pinturas expuestas son de la época de adolescencia y de primera juventud del pintor. Buena parte de ese periodo lo vivió en Barcelona.
Es un museo imprescindible para entender la evolución posterior de este genial pintor. Entre las obras figuran algunos retratos, autorretratos y otras pinturas que causan asombro por la precoz maestría  del artista, solo tenía quince o dieciséis años cuando las pintó. No faltan esculturas y cerámicas de su creación.

Este museo se encuentra muy cerca de Santa María del Mar. Iglesia gótica construida durante el siglo XIV mediante la aportación económica o trabajo voluntario  de los vecinos de la Ribera. La vista exterior, un tanto anodina y pesada, nada tiene que ver con su interior formado por tres esbeltas naves que sorprenden por su altura. Las paredes desnudas confieren a todo el conjunto  un aspecto de austera elegancia.

En el lateral de esta iglesia se encuentra el Fossar de les Moreres, lugar familiar para quienes sigan de cerca los avatares de Cataluña. Esta plaza, hoy enladrillada y rodeada de edificios, fue anteriormente un antiguo cementerio. Aquí están enterrados, y reciben homenaje, caídos en el asalto a Barcelona de 1714. Una escultura curva que se proyecta a lo alto soporta, en la parte superior, un pebetero, mientras, en la inferior, se puede leer una inscripción que recuerda aquellos hechos. Resulta frecuente, si el mal tiempo no lo impide, ver a un grupo de colegiales sentados en el suelo de la plaza escuchando las explicaciones de las profesoras sobre éstos y otros acontecimientos de la historia catalana. Si al pasar a su lado nos demoramos por el lugar escucharemos a los enseñantes dirigirse a los alumnos en catalán, al tiempo que las respuestas de los escolares, en este caso de edades en torno a los ocho años, alternarán con frecuencia castellano y catalán. Comportamiento similar se puede observar en el corro de alumnos sentados ante una pintura en cualquier museo de Barcelona. Cataluña es bilingüe  y esto representa riqueza cultural y mayor capacidad para relacionarse con el resto del mundo. Empobrecedor sería el empeño de imponer una lengua en detrimento de la otra. El bilingüismo y el multiculturalismo abre horizontes, el viejo uniformismo impuesto, de reminiscencias borbónicas, divide y pone anteojeras. Cierto es que en Barcelona también se practica lo que se podría definir como catalallano. Esa fluida mezcla de catalán y castellano donde las palabras, en una y otra lengua, se reconocen y entremezclan. Solución sencilla para agilizar conversaciones y escribir citando lugares. Algo de esto, con escaso o nulo conocimiento de la lengua catalana, hago yo aquí.

De la misma época medieval que Santa María, y también de estilo gótico, es la Catedral de Barcelona, próxima al ayuntamiento de la ciudad y a la sede de la Generalitat. Su construcción, a diferencia de Santa María, fue sufragada por la Corona de Aragón, la nobleza catalana, y el alto clero. La disposición de mayores medios se nota en la fachada de piedra labrada, en los retablos de las numerosas capillas, en la riqueza de ornamentos y también en las reformas posteriores. A pesar de esta diferencia de medios puede ser discutible que su interior alcance en belleza a Santa María. La Catedral tiene unas dimensiones mayores y  un hermoso claustro, igualmente gótico. En el jardín de este claustro se solaza una manada de ocas. De disponer de tiempo y paciencia se podrán contar trece. Éste es el número de ocas que, según la tradición, debe acoger el claustro. Coincide, dicen,  con los años que tenía  Santa Eulalia cuando sufrió martirio. A esta santa está dedicada La Catedral declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional.

Siendo más prosaicos, al ver las orondas y lustrosas ocas es fácil imaginar el suculento fuagrás que degustarán los dignatarios eclesiásticos de la catedral.

Por insólito que parezca es la primera vez que hago referencia a las cosas del comer. A esa necesidad que solemos convertir, siempre que se puede, en placer y aliciente de todo viaje que se precie.

                                                 (continúa en Barcelona III)


ulpiano rodrígez calvo.

BARCELONA Y (III)

Al llegar a Barcelona supimos que Casa Leopoldo había cerrado sus puertas. Una víctima más, entre otros motivos, de la pertinaz crisis. Recordaba este restaurante situado en el Raval por su aire entre castizo y catalán, con las paredes recubiertas por azulejos y carteles de toreros. Pero, sobre todo, por las excelentes setas y albóndigas con sepia de la última vez que comimos allí.

A este restaurante llegamos, supongo que como muchos otros, de la mano de Vázquez Montalbán. Él solía comer en ese restaurante, y alababa sus bondades en artículos y novelas. Quienes conocíamos los gustos culinarios a este prolífico y comprometido escritor no solíamos dudar de sus consejos. Murió hace años en Bangkok, ciudad que figuraba en el título a una sus novelas. Su Crónica sentimental de España, publicada semanalmente, en 1969, por la revista Triunfo, fue un ácido retrato pintado con magistral ironía de las luces y sombras, más sombras que luces, de España y los españoles en tiempos de Franco. Personalmente aquellas punzantes y amenas crónicas me ayudaron a sobrellevar el tedioso servicio militar que por aquellas fechas cumplía en Valladolid. Su voz y sus artículos resultarían imprescindibles hoy, aportarían cordura desde el compromiso, con lúcidos razonamientos.

Descartado Casa Leopoldo, tiramos de guías y de buenos consejos para acercarnos a la cocina catalana actual. Renunciamos a los estrelladosde la Michelin por considerar que se pueden encontrar restaurantes que, sin figurar en esa un tanto arbitraria selección, ofrecen calidad similar a  precio bastante más reducido.

De esta forma descubrimos estupendos restaurantes que no conocíamos. Sus nombres, por si alguien va por Barcelona y está interesado: Senyor Parellada, original y agradable local de estilo colonial cerca de Santa María; Fonda España, precioso salón modernista en los bajos del hotel del mismo nombre situado al lado del Liceu; Set Portes, en la Barceloneta, cerca de Colón, restaurante con solera fundado en 1836 (en el respaldo de cada asiento una placa dorada recuerda el nombre de un personaje célebre que estuvo sentado en él); Cuines de Santa Caterina,  con moderno y amplio comedor ubicado en el mercado del mismo nombre. En este último también se puede comer en la barra y sirven, junto a cocina más tradicional, una amplia oferta de la llamada cocina fusión, moda de los últimos tiempos.

En todos ellos se puede comer, a precios contenidos, suculenta comida catalana tradicional y modernizada: Cap i pota, butifarra amb mongetes, canelones, vieras con papada, fideuá o arroces acompañados de ligerísimos alioli, son algunos de los platos. Regados con vinos catalanes (el Priorat está de moda, pero por Montsant  y Barberá también elaboran muy buenos tintos) convierten la comida en placer.

Durante los últimos veinte años, Barcelona, ha experimentado importantes cambios en su cultura gastronómica. Siempre, pudiendo, se comía bien, pero se echaban en falta algunas costumbres arraigadas en otros lugares, como el tapeo. Hacer una cena informal a base de unas buenas tapas o raciones, después de una comida copiosa a mediodía, no solía resultar tarea fácil. En la actualidad abundan bares y restaurantes con la barra repleta de tentadoras exquisiteces, en formato de pincho o tapa, que pueden competir con algunas de las más  afamadas barras de Donostia.

El centro de Barcelona, entendiendo éste el formado por el Gótico, Ribera, Born o Barceloneta, en el que nos movimos durante los cuatro días, -con la excepción de acercarnos a Gracia y Montjuït, para visitar las casas modernistas y el Museu dArt-  integra interesantes y cómodas calles peatonales para pasear, también agradables terrazas donde descansar.  De cuando en cuando se encuentran lienzos de muralla, trozos del estrecho corsé que la antigua Barcino reventó en su expansión. La Plaza Real, hace años feudo del trapicheo y consumo de estupefacientes, en la actualidad, al menos esta fue la impresión, es un tranquilo lugar para recrearse, desde una de las terrazas bajo los soportales, con la plaza y sus palmeras. Las palmeras de la Plaza Real se mecen suavemente y ,delgadas y esbeltas, crecen y crecen hasta alcanzar el inalcanzable infinito. Parecen finos pinceles que pintan pequeñas nubes verdes en el  lienzo azul del cielo.

Barcelona, como toda capital del sur de Europa que se precie, no está exenta de la inevitable picaresca. En una ocasión nos acomodamos en una terraza para tomar un vino y una cerveza. A la hora de pagar entregamos al camarero un billete de veinte euros. Él se situó detrás de nosotros y, después de hurgar un rato el monedero que llevaba prendido al cinturón, nos devolvió unas monedas. Al no llegar el resto reclamamos la vuelta hasta veinte. Con aplomo enarboló un billete de diez diciendo:menos mal que no lo llegué a guardar, éste es el que me dio. Para evitar un polloque nos amargara el día asumimos que tal vez  éramos nosotros los equivocados y que la mejor opción era irnos. Eso hicimos con la certeza de haber entregado un billete azulado y no anaranjado. Allí se quedaron las monedas devueltas como sobrepropina. Total, un Alella y una caña, veinte euros.

Lejos de tanto estereotipo que suele circular por ahí sobre la forma de ser y comportamiento de los catalanes, la impresión percibida durante estos pocos días en  Barcelona es la de una ciudad multicultural habitada por gentes abiertas y amables. La lengua, al menos para quienes pasamos allí unos días, resulta un problema marginal. Lo normal es que se dirijan en catalán al recién llegado, pero si la respuesta es en castellano,el interlocutor cambia sin problema al castellano. Como en toda regla puede producirse alguna excepción. Solo percibí un cierto mal modo en una ocasión; al intentar comprar el periódico El País en un quiosco de La Rambla. Con ligero desdén rechazaron la tarjeta de suscriptor, alegando que no disponían el dispositivo de cobro, y no me entregaron el periódico. Sin embargo, en otro quiosco situado a menos de cincuenta metros del anterior, pude adquirirlo con esa misma tarjeta y atención exquisita el resto de los días. Bordes existen en todas partes, y, como no, también en Barcelona.

Ésta siempre ha sido una ciudad avanzada. Por poner solo un ejemplo, en esta ciudad se llevó a cabo la primera manifestación masiva contra el franquismo, la  llamada huelga de tranvías en 1951. Sin remontarme a esos tiempos y otras luchas tengo fresco un recuerdo de la primera vez que estuve en Barcelona. Era a comienzos de los pasados años 70 y me sorprendió ver por la calle a una pareja del mismo sexo intercambiando besos y caricias sin que ninguno de los numerosos viandantes les increpara, algo entonces impensable en Madrid. Hoy estas efusiones públicas son normales en cualquier ciudad, pero no lo eran en aquel tiempo, con un franquismo que aparentaba ser eterno y no pocas personas encarceladas en Carabanchel por su condición sexual. Este recuerdo, solo es una anécdota, pero me confirma la merecida fama de ciudad cosmopolita ganada por Barcelona. Una ciudad tolerante que incluso ahora, zarandeada por las tensiones independentistas, no pierde la educación ni la compostura. Las salidas de tono quedan para grupos movidos por sus particulares intereses políticos o para exaltados cerriles. Pero éstos, para desgracia de la convivencia, abundan por todas partes.

 Cuando escribo esto, un periódico digital publica que, en Almagro, un grupo de  descerebrados graciosillos han bautizado al cerdo que van a rifar en no sé qué festividad con el nombre de Artur mas o menos. Vergonzoso baldón que no merece esa histórica y monumental,- no solo por el famoso Corral de Comedias- ciudad manchega. La amabilidad y el saber estar de sus gentes lo pude constatar durante una corta estancia  hace menos de dos meses.

Torpes inciviles, echando leña a la hoguera de las divisiones y rencillas, hay en todas partes, también en Cataluña. Pero lo verdaderamente importante es que haya muchos ciudadanos tendiendo puentes, buscando y dando valor a tantas cosas que unen. No le daré más vueltas, este  relato de impresiones pide a gritos el punto final.

En la tarde del último día  nos dirigimos a La Boquería, -una de sus terrazas bajo los soportales ya nos había acogido para cenar alguna noche- a comprar embutidos catalanes con el que obsequiar a personal mesetario al regreso del viaje.

Y cuando la oscuridad  se había adueñado de Barcelona, a Sant para retornar a Madrid.


ulpiano rodríguez calvo

viernes, 4 de diciembre de 2015

ANÍS "MOSQUEADO"


Situaciones como la que narra Pepe Morán en el anterior artículo suyo titulado, Una cena con ingleses, yo creo que el que más y el que menos todos hemos pasado por situaciones similares alguna vez en la vida;  salvando las distancias  pues, la de Pepe, parece que se trataba de una cena con gente de  mucha alcurnia y alto copete.

Yo recuerdo  haber pasado por varias coyunturas  bastante apuradas siendo joven, en las que te las veías y te las deseabas para poder escaquearte de  tener que ingerir determinados alimentos que te ofrecían a veces, con más aspecto de lavaza para los cerdos  que de comida para humanos, y a la vez tenías que procurar no quedar como descortés y mal educado. Tarea difícil esa.

 En una ocasión siendo niño, antes de ir a Corias, acompañé a mi padre a un pueblo no muy lejano del nuestro para intentar cobrar un dinero que le debía  una familia por la hechura de varias prendas desde hacía ya bastante tiempo y, aprovechando que era la fiesta del lugar,  nos trasladamos los dos romeros , así como el que no quiere la cosa, equipados con "cayao" y sombrero, con cierto aire festivo, hasta la casa de aquella saga de tramposos  para comunicarles por enésima vez, que el sastre y los suyos  también necesitaban cobrar el importe de sus trabajos una vez entregados para poder comer y costearse la vida.

Nada más acercarnos a la propiedad ya nos guiparon desde dentro de la solana y  como se olieron la tostada el hombre de la casa se escondió (como hace Rajoy) en la cuadra o en el “parreiro”, como  lugares más a mano y seguros. Como representante famliar se asomó   al corredor  de la casa la señora, muy salerosa ella, pertrechada tras los ramos del maiz y saludando mientras se  limpiaba  las legañas  con los bajos del  mandil y haciéndonos insistentemente señas de que subiéramos. Nada más cruzar el umbral de la puerta ya comenzó a  darnos mucha  coba  y  jabón hasta lograr que nos sentáramos  en el escaño, junto a la mesa de la cocina para tomar café. Nosotros, a pesar de que no íbamos con intención de mucho alterne, aceptamos por educación como preámbulo del cometido que llevábamos en mente,  y una vez bebido el café como ya llegaba el momento oportuno para atacar,  la señora lo olió y para eludir el quite se ausentó un momento de la cocina y regresó pasados unos minutos  con dos copinas y una botella de anís de La Asturiana, la cual tenía la etiqueta tan sobada y tan despellejada, que apenas se podía leer la marca del contenido, y  eso después de haberle dado durante el trayecto, desde el hórreo  a la cocina, varios restregones con el mandil  “limpialotodo” con el fin de que se notara algo el típico relieve exterior de las  botellas de anís.

 El ajado y sucio aspecto externo de la botella no era todo  lo malo. Lo verdaderamente patológico y repugnante estaba en  su interior, ya que el  nivel del líquido llegaba como por la mitad del recipiente, pero tenía flotando  encima un cúmulo de moscas negras hinchadas como botes. Por el aspecto tan inflado y reblandecido de aquellos  cuerpecillos peludos y alados se podía deducir, sin errar lo más mínimo, que los dípteros llevaban allí sumergidos en maceración meses, por no decir años.

El Sastre que normalmente no bebía licores nunca, al ver el panorama  dio las gracias y se disculpó diciendo que no tomaríamos copa pues, a él no le sentaban bien las bebidas fuertes y yo aún era muy  neno para tomar alcohol. Pero aquella “espesa“ ama de casa, ni corta ni perezosa,  hizo caso omiso de la advertencia y por su cuenta y riesgo sirvió dos copinas llenas hasta rebosar; dos copinas como dedales de aquellas de la raya roja, que tenían  el fondo más negro que el sobaco de un grillo,  por el  tiempo que hacía que no se lavaban. Sólo le faltó decirnos:  Esto es un obsequio de la casa para el cobrador del frac y su ayudante. Recuerdo que, ante la comprometida situación, nos miramos el uno para el otro y ambos  con cara de asco  intentamos zafarnos por todos los medios de tener que beber aquella guarrería, pero  fue tal la impertinencia e insistencia por parte de aquella bruta muyerona que no nos quedó otro remedio que paparnos el infecto brebaje de un trago ¡Menos mal que era poca cantidad!

 Y lo peor de todo fue  que, después de aquel  gratuito desafío sanitario-estomacal, llegaron varios familiares de visita a la casa y tuvimos que regresar a nuestro pueblo como habíamos ido, sin recuperar  ni un duro de la deuda y encima  con un  imborrable sabor en la boca a  licor de moscas podres.

 Al poco de llegar a casa, no tuvimos más remedio que contárselo  a la jefa de la casa, a mi madre; eso sí,  con cierto reparo,  porque suponíamos lo que nos esperaba y lo que nos iba a decir.  Y así fue. Mi madre tenía mucho raspe y remangue para todo. Tal que, una vez escuchados  y ella percatada  de que veníamos purgados, “vacunados”  y sin cobrar la deuda se despachó a gusto con nosotros. Nos llamó de todo: nos dijo que éramos dos  guarros, dos inconscientes,  dos flojos, dos pusilánimes y que no teníamos  lo que había que tener para saber defenderse en la vida. Y que si nos poníamos malos a consecuencia de haber bebido semejante vomitivo,  ella no quería saber nada de tal asunto.

Afortunadamente, el añejo extracto de moscas podres nos sentó estupendamente a los dos. Y eso que no teníamos costumbre de beber licores. Pasados unos días y sin aviso previo, se desplazó  la señora Emilia  hasta el pueblo  del deudor y sin el más mínimo alboroto retornó a casa con los cuartos cantantes y sonantes en el bolso. Lo que le haya dicho al tramposo pufista no nos lo dijo, pero fue efectivo al cien por cien ¡La que vale, vale, y punto!

Ah, también debo decir  que a ella le intentaron obsequiar con el mismo anís de marras que a nosotros. Pero mi madre  fue  más lista  y les dijo que se lo agradecía mucho,  que no lo tomaran como desprecio pero, tratándose de licores macerados,  le sentaba mucho mejor  el sake, el aguardiente de arroz de  los chinos, el que lleva un lagarto dentro de la botella.


B. G. G. bloguero “Prior”

jueves, 3 de diciembre de 2015

Una cena con ingleses


¿Qué hace un tipo de pueblo, yo, de Campomanes, sentado a la mesa de un alto personaje de las finanzas?
Reconozco que quien dude de la veracidad de  algunas de las historias que cuento en el blog, tiene alguna razón al dudar, pues no es fácil comprender por qué extrañas carambolas me llevó la vida a compartir mesa y mantel con personajes así.

Un día conocí a Jeff Alwood en el camping de Tapia. Jeff era profesor de sistemas informáticos en una Universidad de Londres. Jeff y su esposa nos invitaron a mi familia y a mí a pasar las vacaciones de Semana Santa en una casa que había comprado por el centro de Francia, cerca de Limoges. En la zona abundaban las casas de ingleses que las tenían para huir, de vez en cuando, de su puñetera niebla. Jeff era amigo de otro inglés, Mister Duggan, que tenía no una casa sino una mansión a unos 25 kilómetros. El tal Duggan nos invitó a todos a cenar un día a su mansión. Previamente los Duggan aceptaron acudir a la casa de Jeff donde degustaron una espléndida tortilla española.

En justa correspondencia nos invitaron a cenar. Jacqueline, la esposa de Jeff, nos advirtió que la señora Duggan era una excelente cocinera, lo cual era tan difícil de creer como si te hablan de un gallego confiado o de un asturiano bien hablado. Inglés y buena cocina son términos antagónicos. Pero la cortesía era algo que debe prevalecer si de ingleses hablamos. Y menos mal que no exigieron ir vestidos de gala. A los británicos les gustan tanto las ceremonias que si te descuidas te meten en una.

Allá nos fuimos, íbamos nueve, cinco en mi coche y cuatro en una cochambrosa furgoneta de los Alwood.

La mansión era espectacular, aunque su configuración en forma de L, tenía dos puertas paralelas, una frente a otra.

Una vez dentro solo conservo el recuerdo de haber deambulado por salones y enormes pasillos. Lo que sí recuerdo con claridad fue la visita a la gran cocina donde estaban preparando la suculenta cena que nos esperaba.  En una cesta de mimbre había varias botellas de vino, al parecer del mejor Burdeos. Alfombras, cortinones aparatosos, butacones…En fin, a mi me aburría mucho toda aquella parafernalia.


-          La cena:
Os juro por mi nieta Oli (dos años) que todo lo que voy a contar, es verídico y que de ninguna manera trato de difamar a una respetable familia inglesa.

El comedor era un gran salón. Dos aparatosas lámparas – araña – colgaban del techo y hacían brillar cuanto había sobre una mesa enorme, manteles, cubertería, cristalería, vajillas, flores…

Las sillas tenían un respaldo que excedía al sedente por alto que fuera, en casi 40 centímetros. Nos sentamos a un lado los hombres y enfrente las féminas. En cada puesto había un enorme plato metálico y casi de orfebrería sobre el que había un plato de loza. Luego averigüé que se llamaba fondo de plato y sobre él se depositaban todos los platos que sucesivamente se comen. Yo no había visto semejante cosa en la vida. Dos chicas con delantalito, cofia y guantes blancos, estaban atentas a las órdenes que salían de la anfitriona. Cuando esta hizo sonar una campanilla, las mozas se ausentaron un instante para reaparecer trayendo cada una, una legumbrera.

Empezaba el ansiado festín. Empezaron a servir una de cada lado. Todos teníamos sobre el fondo de plato una especie de plato hondo, pero de un diámetro como el de un plato de postre. Cuando llegó mi turno no podía dar crédito a lo que se servía.

¡Alubias pintas! ¡Tanto lujo, tanto protocolo, tanta parafernalia para comer un platu fabes! Nadie pareció extrañarse. Por lo visto a todos les pareció normal tanto plato para comer unas humildes fabes. Los que nos sorprendimos guardamos la compostura que nos exigía la educación y no pasó nada. Mi familia y yo quedamos con la cara que ponen los futbolistas cuando en el minuto 3 les meten un gol por la escuadra.  Pero había que seguir jugando, digo cenando. Con otro campanillazo de Miss Duggan, las sirvientas nos fueron  poniendo ante nuestros atribulados ojos el segundo plato. En un plato plano venía una patata entera, ya pelada y cocida.

Junto con ella venía una gruesa salchicha – tal que el carnoso bracito de un bebé de color medio blanco – grisáceo – observé, que los ingleses troceaban la patatona y luego trataban de aderezarla con unos recipientes pequeños que contenían sal, pimienta, mostaza…

Yo a mitad de aquel tarugo de salchichona, me sentía desanimado para continuar, pero no quedaba otro remedio que seguir. Si has tenido coraje y fuerzas para subir dos veces a Peña Ubiña ¿No vas a soportar una cena inglesa?

Tercer campanillazo y la anfitriona ordenó: “The salad, please” “La ensalada, por favor”.

Las mocinas trajeron varias fuentes que contenían unas hojas pequeñas (del tamaño de una uña). Vi que se servían aquellas fueyinas en un plato de postre y la aderezaban como nosotros lo hacemos con la ensalada, con sal, aceite y vinagre. Y a comer forraje.

Meses más tarde, comentándolo con un entendido, deduje que se trataba de berros.

A estas alturas de la cena, mi ánimo estaba tan abatido y resignado que si me ofrecen un plato de grava…lo hubiera comido.
Quedaba un requisito para la esperanza, el postre.

-          El postre: 

Cuando Miss Duggan tocó la campanilla de nuevo y dijo “The pie, please”, “La tarta, por favor”.

Llegados a este puesto me veo, o llegando a creer que soy un hombre sin vicios. Los pocos que tenía, han quedado atrás. Como el tabaco. No obstante hay algún vicio que me resulta casi imposible de erradicar. De los pocos lectores que me siguen en el blog hay varios con los que con frecuencia comparto mesa y mantel y saben que soy un goloso enfermizo. Todo lo relativo a confitería, repostería, dulcería, mermelada, esta es gran debilidad. Así que al oír la orden de traer la tarta, pensé que al fin algo podíamos salvar. Nos pusieron el platito de postre y luego nos fueron sirviendo la típica ración triangular. No tenía mal aspecto, así que me lancé a por ella con el fin de degustar algo.

Fue un golpe que no esperaba, por tanto más doloroso. Aquello tenía un sabor repulsivo. No me atrevía a tragarlo y mi primer pensamiento fue pensar que harían mis hijas cuando lo probaran. Mis hijas tenían trece años una y la otra doce. Y la pequeña era una criatura encantadora, pero tan expresiva para todo que me eché a temblar ante su posible explosión.

Con el bocado en la lengua me apresuré a ver cómo reaccionaban. La pequeña  metió aquella bazofia en la boca y en el acto se llevó la mano a la boca, con lo carrillos hinchados, sin tragar, miró para mí. Yo hice un gesto que captó en el acto “Hija, esto es lo que hay, de modo que hay que echarle valor”. La otra niña lo mismo. Como buen padre se me paró el corazón al ver sufrir a mis niñas que no merecían semejante agresión.  Detrás de cada trocito de tarta metían pan en la boca o bebían agua para aguantar hasta el final.  ¡Dios mío! ¿Cómo es posible que un pueblo inteligente que llegó a dominar medio mundo no haya sido capaz de aprender a comer?

Jacqueline nos había advertido que no encendiéramos un cigarrillo hasta que la anfitriona comenzara a fumar.

Después de la cena los hombres pasamos a un salón biblioteca y Mister Duggan tuvo la deferencia de pedirme ante un gran atlas que le explicara lo más relevante de Asturias.

Este relato que acabo de hacer es rigurosamente verídico, pero le he añadido expresiones valorativas como si pretendiera hacer burla de los ingleses.

Siempre me ha parecido una vulgaridad hablar mal de otro país. Cualquier país tiene cosas encomiables y otras que a nosotros nos repelen. Yo aprecio mucho varias cosas típicas de la sociedad inglesa. Muchas de esas cosas las envidio y me da pena no verlas en  nuestra sociedad.

Puestos a burlarnos de lo negativo ofrecemos nosotros motivos más que sobrados para merecer una opinión peyorativa.

No me tiréis de la lengua porque empiezo a señalar nuestras vergüenzas y no paro.

Pepe Morán. Dominico-ex