jueves, 19 de marzo de 2015
DESFILE DE MODELOS
Mi ex alumno y
gran amigo Moisés Casas ha regresado hace unos días de un largo viaje por
Argentina. La recorrió durante un mes, de Norte a Sur y del Atlántico a los
Andes. El otro día me hizo un informe exhaustivo de ese país. Normal. Moisés
viaja siempre con todos los sentidos en estado de alerta para asimilar todo lo
que ve. Juntos hemos viajado por varios países: Francia, Portugal, Alemania,
Suiza, etc… Y siempre con la mente abierta a conocer como son las cosas en
otros países. ¿Por qué los demás hacen las cosas de modo distinto al nuestro?
Evaluando los pros y contras de otros modos de vivir.
Y es que tanto
él como yo no entendemos que pueda haber otro modo de andar por el mundo. Hay
muchos, yo diría la mayoría, que viajan saltando de hotel en hotel, de ciudad
en ciudad, de restaurante en restaurante y, al cabo, regresan con un revoltijo mental de sitios, calles y no se
enteran de nada. A donde quiera que
íbamos indagábamos hasta la extenuación cómo vivían las gentes, cómo pensaban,
cómo trabajaban, cuál era su escala de valores, cuál la calidad de sus
servicios, de la medicina, de la enseñanza, de su poder adquisitivo, de su
participación cívica, etc, etc… El mundo es muy variado, no solo en su aspecto
físico. Las gentes de otros países, comen, beben, trabajan, descansan, de modos
distintos a los nuestros.
¿Mejores?
¿Peores? Simplemente distintos y es muy importante constatarlo para saber que
puede que algo lo hagamos mejor o peor que los demás y que, en cualquier
circunstancia, su modo de hacer las cosas merece todo nuestro respeto.
Por ejemplo,
que las cosas se entienden mejor con ejemplos.
Rodábamos por
las carreteras del cantón de Appelzell en Suiza (a falta de visitar otros
ciento y pico países, este es el rincón más bello que he visto) Viajábamos,
digo, admirando aquellas bucólicas praderas onduladas con un césped de campo de
golf. De cuando en cuando una casa en medio de la pradera, rectangular y de
tejado oblicuo. Al lado, el establo de hechura y dimensiones similares a las
casas y, como la casa con todo su perímetro primorosamente ajardinado. Alguien
dijo dentro del coche “así debe de ser el paraíso”.
Llegamos a la
capital del cantón y enseguida nos informaron que llegábamos a tiempo para
asistir a un concurso de mises. Nos localizábamos en el sitio adecuado. La
expectación era máxima, desfilaban 25 modelos. Una tras otra pasaban entre
aplausos. Al cabo, venció una llamada Úrsula, sí Señor, era un buen ejemplar.
Limpia, lustrosa, con una mata de flores entre los cuernos, como recién salida
de un salón de belleza vacuna. Toda su familia, de abuelos a nietos, se abrazaba
al animal llorando de emoción. Conmovedor.
A los pocos
días, nos disponíamos a bajar uno de los innumerables puertos suizos, cuando
nos vimos retenidos por una manada de más de trescientas vacas que iniciaban el
descenso del puerto donde habían pastado todo el verano. Se aproximaba el
otoño. Todas lucían sus mejores galas. Todas con flores en el testuz, con un
gran cencerro al cuello, todas de unánime color galleta tostada y todas con una
tablilla blanca en la oreja izquierda donde constaba su nombre: Gertrude,
Bárbara, Rose, Louis, Patricia… (Un momento, Patricia…esto me recuerda algo…)
Sí, hacía un
par de semanas…fue en mi pueblo antes de salir para Suiza. Todo el pueblo,
paredes, paredones, fachadas, muros, en todo el pueblo había unas grandes
pintadas que en negro decían “PATRI PUTA”, mil, dos mil pintadas proclamaban lo
mismo y…allí llevaban un año. Un alcalde, varios concejales, la Guardia Civil,
Policía Municipal, un juez, abogados, médicos, 10.000 personas llevaban un año
entero conviviendo con aquellas pintadas. Perdonad la inmodestia, pero fui yo
el único que se enfrentó a tal infamia. Me encaré con el alcalde (por lo demás
hijo de un gran amigo mío) y conseguí que se borraran las pintadas. Incluso la
de los parques infantiles donde los niños de Pola aprendían a leer con el PATRI
PUTA. Cuando yo era un niño en este pueblo aprendíamos a leer con “Mi mamá me
mima”. Nunca supe quien era la tal Patri, es igual, fuese quien fuese quedó
claro que una muchacha en Pola era menos respetada que una vaca en Suiza.
Sí, amigo
Moisés, viajar para ver, ver para pensar, pensar para juzgar, juzgar para
elegir, para saber a qué atenerse.
Yo siempre le
decía a Moisés al regresar de nuestros numerosos viajes por Europa: paciencia,
Moi, esto es lo malo de salir de viaje, que hay que regresar a casa.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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2 comentarios:
Hombre Morán, no tenemos las mismas aficiones a la hora de viajar.
A mi me encanta patear y no tanto conocer el nivel de vida de los paisanos. Este detalle lo cala uno enseguida a la hora de abonar las facturas.
Reconozco que tengo una debilidad y es que no puedo salir de casa sin tener el alojamiento garantizado. Este detalle ya lo comenté en otra ocasión. Tampoco me gusta andar de bocadillos.
Al amigo Moisés le preguntaría si se acuerda de la cantidad de veces que comimos juntos en el Marsot, en Madrid, ya hace unos pocos de años.
Los relatos de Morán, son muy amenos, aunque no se coincida con las opiniones como es el caso de alguna cosa de esta entrada.
En este caso, coincido más con Samuel. No salimos de casa sin tener hotel reservado. En cuanto a la comida, también nos gusta comer en restaurantes cómodos. Es verdad que, más o menos, todos los hoteles y restaurantes del mundo son parecidos, -esto lo digo por leerlo y verlo en la TV, no porque yo recorriera el mundo-. De todas maneras, -“los viajeros por excelencia” son los que se integran en los pueblos, como ellos hacían.
Otra cosa es que cuando llevamos un tiempo fuera nos resulta muy agradable volver a casa. A nuestra rutina, comida… El único inconveniente es deshacer las maletas que después de unos cuantos días de viaje hay que lavar, planchar, y recoger toda la ropa. Eso sí me aburre un poco.
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