domingo, 25 de julio de 2010
¡Vaya truitinas!
A últimos de junio, antes de ir a pasar unos días a Posada de Rengos os dije algunas de mis pretensiones para esa estancia que eran: primera, mantener la condición de vecino haciendo acto de presencia en el pueblo y la segunda consistía en ir a pescar para poder probar las exquisitas truchas del alto Narcea. Creo que he cumplido ambos objetivos. El primero no tenía gran dificultad para alcanzarlo, pero el segundo ya era harina de otro costal. Las truitas del Narcea son tan listas y esquivas que se precisa mucha pericia y destreza para poder llegar a capturar alguna, sobre todo, no siendo un pescador de cuna como es mi caso. Yo, a pesar de ser de origen ribereño comencé a practicar la pesca de forma tardía a los treinta y tres años. Esta edad parece que es la propia para cualquier decisión importante que se tome en la vida. Yo siempre fui un entusiasta de la pesca de trucha, pero de pequeño, por exceso de protección materna no me dejaban ir al río, al menos de forma autorizada, aunque alguna tarde de canícula, durante las horas de siesta, sí me acercaba al río sin permiso, con un palo de los fréjoles haciendo de caña con un trozo de tanza atado en un extremo, un anzuelo y una coca o lombriz como cebo. Algún picotazo sí que notaba y que potenciaba más si cabe, mi ilusión por la pesca, pero las capturas eran más bien escasas.
Siempre fui arrastrando ese gusanillo de las ganas de pescar, y a los treinta y tres años por fin, me decidí, animado por un compañero de trabajo y buen pescador comencé a ir al río. Cuando la licencia tenía carácter nacional era estupendo pues en cada sitio que iba por trabajo, si era zona truchera, allí estaba yo los fines de semana dándoles la matraca a las truchas. En los ríos de Guipúzcoa, Navarra y Huesca tengo pescado muy buenos ejemplares. Hoy día con la falta de truchas que tienen en general hasta los ríos más trucheros, bien por los depredadores o por el exceso de capturas de formas poco ortodoxas, cada vez el personal acude menos al río. A mí me sigue gustando bastante, pero como todo en la vida, con el tiempo va uno enfriando y poco a poco se va dejando hasta el abandono total. A mí me gusta muchísimo ir a pescar, sobre todo al Narcea, cuando voy a Posada. En León, que hay unos ríos trucheros extraordinarios con hermosas “pintonas”, le he perdido un poco la afición por el exceso de pescadores que te encuentras y también por la falta que tengo de tiempo libre. Hace varios años que no saco la licencia para esta comunidad por ese motivo, pero las truitas del Narcea son otra cosa. Cada año, procuro que no se me pase la temporada sin haberlas probado. Eso sí, soy muy prudente en este aspecto, pues con pocas capturas me doy por satisfecho. Este año he ido tres veces al río: logré una captura el primer día, dos capturas el segundo y seis el tercero y último día que fui. Para este año está cumplido mi anhelo de pesca y satisfecho por poder degustar las truitinas una vez más. Mi admiración por estos salmónidos, es tal que, el verlas simplemente con las pintinas rojas tan bonitas que tiene su piel, me produce gran satisfacción. Creo que sería capaz de estar largo rato contemplándolas aunque ya estén sin vida en el cesto o sobre una fuente.
Entre los amigos del colegio sé que hay buenos pescadores que se iniciaron de casi niños, como Luis Queipo, Pacuti y varios más, pero hay algunos que van perdiendo afición y lo van dejando por no querer competir con los cormoranes que pescan de forma compulsiva y sin licencia oficial, al menos sin la que expide Medio Ambiente.
Menos mal que tenemos a la Sociedad de Pescadores Fuentes del Narcea, entre otras, que gracias al empeño del amigo Manuel Fidalgo y compañeros siguen criando y repoblando nuestros ríos con alevines de trucha común autóctona. El año pasado fui invitado a visitar las instalaciones de Villajur, acompañado de Fidalgo, y me encantó el trabajo que realizan estos amigos para que nuestros ríos no queden despoblados de su variedad genuina de trucha autóctona.
Los ejemplares de la foto no son para provocar apetito ni envidia a los visitantes del blog, simplemente son para que puedan contemplar lo bonitas que son las truitas del Narcea. En cuanto a su sabor, os diré que es incomparable con el de otras truchas. Os lo aseguro.
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2 comentarios:
En la entrada se me olvidó mencionar la afición desmedida de un madrileño importante, a las truitas del Narcea nada más que las probó por primera vez.
En marzo de 1982, a la empresa donde yo trabajé treinta y cinco años, EUROESTUDIOS, S. L., le fueron adjudicados por parte del Ministerio de Sanidad, varios estudios geotécnicos para la cimentación de futuros hospitales a construir repartidos por toda la geografía nacional. Entre ellos estaba el Hospital de Cangas del Narcea, que posteriormente llevaría el nombre de Carmen y Severo Ochoa. Como no podía ser de otra forma, la empresa me envió a mí para llevar a cabo la supervisión de la investigación geotécnica de campo propuesta. Todo este proceso geológico-geotécnico que se lleva a cabo mediante la perforación de sondeos y la excavación de calicatas tenía un seguimiento por parte del Ministerio de Sanidad que, semanalmente enviaba a un geólogo a obra para ver todo lo que se estaba haciendo y de paso, él era portador de los datos más recientes obtenidos “in situ” sobre las características del terreno, favorables o desfavorables, que presentaba el solar a edificar. La campaña de campo duró del orden de tres o cuatro semanas. Cada vez que este técnico venía a visitarme, como es habitual en estas relaciones laborales, se le convidaba a comer; yo le llevaba al Restaurante Marroncín de Las Mestas que nos quedaba bastante a mano, y el menú era invariable: pote de berzas y truchas. En aquellos años aún se podía comerciar con las truchas de río. Este menú se lo sugerí yo en su primera visita y ya quedó por su parte instituido, para las siguientes veces. Este hombre me decía que, de todas las obras que visitaba, estaba deseando de viajar a la de Cangas por lo pintoresco de la zona y principalmente, por sus truchas. Cada nuevo viaje que hacía me traía nuevos invitados con él para que probaran las truchas. De tanta propaganda que les hizo entre sus compañeros del ministerio, yo creo que a partir de entonces, fue cuando empezaron a escasear. Y nuestro presupuesto para gastos de invitaciones, también.
Está muy bien eso de pasarnos las "truitinas" por los ojos en esta preciosa fotografía, a punto de ir a la sartén, me imagino que acompañadas de unas buenas lonchas de jamón serrano, pero lo que tenías que haber hecho era aplicarte como buen ribereño (¿o ya se te olvidó que eres de pueblo?)y haber sacado 8 o 10 paqra invitar a los amigos. Acompañadas del excelente Penderuyos cosecha especial 2009 de Antón Chicote y pan de Borracán tienen que estar de muerte.
En fin, que para otra vez será.
Bromas a aparte, volvemos a la normalidad del Blog, aunque en mi caso el sábado me ausento durante 15 dias.
Así pues nos vemos en Corias en setiembre.
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