lunes, 18 de octubre de 2010
CHILE, DA EJEMPLO AL MUNDO EN COPIAPÓ
Desde la noche del trece de octubre y siguientes horas, hasta finalizar el fascinante y ejemplar rescate de los treinta y tres mineros que estuvieron atrapados durante casi setenta días en la mina San José en Chile, he estado entusiasmado a pie de monitor viendo por los diferentes canales de televisión que ofrecía Internet, y que daban en directo, minuto a minuto, el desarrollo y progreso de la operación, tanto de los preparativos como de las actuaciones llevadas a cabo por el equipo técnico para el rescate de las personas atrapadas a seiscientos veintitantos metros de profundidad. La operación rescate fue todo un acontecimiento mediático que copó los medios de comunicación a nivel mundial pero, si cabe, para mí lo fue de forma muy especial pues, tengo que decir que yo estuve llevando trabajos de sondaje de investigación geotécnica en Chile, en el norte de la capital, en Santiago, en el año 1999, y mantengo un gran recuerdo de ese país, así como de las empresas y de los técnicos con los que me relacioné.
Dada mi afinidad profesional con el caso, diré que lo he seguido desde un principio con gran interés y por eso quiero hacer una síntesis general del proceso, a modo de recopilación del acontecimiento, pero obviando los datos excesivamente técnicos.
Una vez producido el voluminoso derrumbe de la galería de acceso a la mina, que tuvo lugar el día cinco de agosto a 355 metros de profundidad y que se elevó la obstrucción hasta los 190 metros, tapiando sectores enteros de la rampa de acceso con gigantescos bloques de roca, la incomunicación con los trabajadores atrapados fue total. Por las declaraciones de los últimos tres mineros que pudieron huir del derrumbe, saliendo hacia el exterior, se supuso que los atrapados, si estaban con vida, podrían estar sobre los setecientos metros de profundidad cercanos a un refugio próximo a un taller de explotación. En un primer momento también se dudaba sobre el número total de los mineros atrapados, hasta que se hizo recuento en el exterior de los que habían logrado huir a tiempo y se supo que sumaban 33. De inmediato se pensó en poder liberarlos por las chimeneas de ventilación existentes, pero éstas también habían sido tapadas por el derrumbe. Como primera medida se convocaron a varias empresas de sondaje que comenzaron a perforar sondeos de pequeño diámetro para intentar llegar hasta los hombres atrapados y saber si estaban con vida. La propiedad de la mina no parecía que fuese muy solvente tal que, ante semejante desastre el gobierno y organismos oficiales competentes tomaron cartas en el asunto y se comenzaron a hacer bien las cosas. En primer lugar se encargó la dirección de esta misión al ingeniero de minas señor Sougarret en colaboración con la potente compañía estatal del cobre (CODELCO). Se buscaron los medios más avanzados en el tema de salvamento y rescate, tanto dentro como fuera de Chile, y se pusieron manos a la obra de inmediato. Primeramente, se decidió hacer tres tipos de sondajes dirigidos, con equipos que tienen mayor o menor velocidad de avance, algunas apenas un metro por día, pero con mucha precisión.
Las perforaciones se dirigieron hacia el taller, a unos 622 metros, y al refugio, a 700 metros de profundidad, guiados por los datos de los tres mineros que lograron huir, y por la cartografía existente de la mina. El primer sondeo dirigido llegó a los 700 metros, pasó los 710, pasó los 720 y llegaron a los 770 y no encontró nada. Se había desviado, había pasado muy cerca, pero no al lugar exacto. Los mineros llegaron a percibir cierto ruido de perforación pero, nada más que eso.
En los posteriores intentos, ante la desviación sufrida en la perforación anterior, y para evitar que se volviera a producir, se utilizaron medios militares y marinos como fue el uso de un giróscopo, que es un aparato que corrige cualquier intento de desvío que se produzca respecto de la dirección fijada originalmente. Continuaron los trabajos de forma incansable y, transcurridos diecisiete días desde el derrumbamiento, el veintidós de agosto, el martillo de la perforadora llegó al espacio habitable y pasó a unos cincuenta metros del refugio donde los mineros atrapados le pudieron pegar el breve y esperanzador mensaje de "Estamos bien en el refugio los 33". A los pocos días también llegaron a los mineros las otras dos perforaciones: una al taller y la otra al refugio. Estos conductos de reducido diámetro, 120 milímetros, se aprovecharon para hacer los tubos o "palomas" de envíos a los mineros: la primera para entregarles agua, la segunda para comida, infraestructura de comunicaciones y aunque la tercera la consideraban para enviarles aire, lo solucionaron alternando envíos de agua y aire en la primera sonda.
A partir de este momento, una vez ya localizados los mineros y pudiendo comunicarse con ellos, el proceso toma un nuevo rumbo muy esperanzador para todos y, en particular, para el equipo que dirigía el rescate. Lo primero que se decide es traer tres perforadoras de gran diámetro que puedan cada una de ellas agrandar las perforaciones, ya caladas, hasta hacer un túnel de cada una de diámetro suficiente como para poder ser entubadas posteriormente, y que por el interior del tubo pasase un dispositivo cilíndrico con cavidad suficiente como para albergar en su interior a una persona.
Por posibilidades de fallos en las perforaciones y, para contar con varias alternativas, se diseñaron tres planes de salvamento. Las sondas que se emplazaron para la realización de las tres perforaciones previstas, se denominaron como sigue: plan A, plan B y plan C, y fueron las siguientes: en el plan A se situó la perforadora RAISE BORER STRATA 950; en el plan B la sonda, SCHRAMM T-130, una máquina de aire reverso y, como plan C la petrolera RIG-421 que es capaz de perforar de una sola vez con diámetro de hasta 36 pulgadas (91 cm).
Las perforadoras del plan A y del plan B para llegar al diámetro final requerido, han tenido que hacerlo de dos veces. El diámetro inicial de las perforaciones era de 120mm; el primer recrecimiento se hizo con diámetro de 300 mm y el definitivo con 700 mm.
El Plan A llegaba directo al refugio; el Plan B llegaba al taller, y el Plan C, llegaba a una zona intermedia entre el taller y el refugio; la misma zona donde arribaron las sondas o palomas. Los planes A y B comenzaron casi a la vez. La petrolera encargada del plan C, se demoró unos días debido a su traslado desde la zona lejana donde se encontraba hasta la mina y también por lo voluminoso que era el equipo con sus múltiples accesorios. Los preparativos previos, como son las balsas de lodos y la plataforma de hormigón para el emplazamiento de la sonda, también han requerido su tiempo.
Durante las perforaciones iniciales y también en los procesos de recrecimiento de diámetro, en los planes A y B, fue necesario hacer ciertas paradas obligadas para mantenimiento del material de perforación, así como, para cambiar los martillos y triconos perforadores debido al desgaste de los mismos. Hay que tener en cuenta que la roca volcánica (Andesita) que debían cortar las diferentes herramientas de perforación, es un material de gran dureza y abrasividad. La perforadora que efectuaba el plan B, a pesar de que esta perforación se hacía ligeramente inclinada respecto de la vertical, digamos que subvertical, se adelantó a los otros planes al ser la primera que alcanzó la cota prevista de -622 metros respecto de la superficie exterior de la mina. De ahí que, por su rapidez, se haya ganado el apodo, entre el personal del equipo de rescate, de “La Liebre”. Esta máquina estuvo a cargo del experto maquinista norteamericano de cuarenta años, Jeff Hart, que se le trajo especialmente para esta misión desde Afganistán, donde se encontraba haciendo perforaciones para alumbramiento de aguas. Se dio la coincidencia de que en esta perforación tan exitosa, la cual sirvió posteriormente de túnel de salida para la evacuación, se emplearon en su realización, exactamente treinta y tres días, igual que el número de personas atrapadas.
Una vez que esta perforación alcanzó el taller sin grandes dificultades y con el diámetro suficiente como para realizar el rescate de los mineros, la dirección tuvo a bien determinar que, con este túnel era suficiente para llevar a cabo la misión completa de rescate y se optó por detener los planes de salvamento: B y C.
Finalizada la perforación B, ya con el diámetro definitivo, el siguiente paso era comprobar la calidad de la roca que presentaban las paredes del túnel o ducto, así como, su grado de fracturación y alteración. Era primordial saber y valorar el estado de compacidad y dureza de las paredes de la perforación para evitar que se produjesen desprendimientos laterales que podrían provocar atranques durante los movimientos de subida y bajada del artilugio de salvamento. Para ello, se hizo un registro con varias pasadas de cámara de TV, a lo largo de toda la perforación, desde la boca hasta el fondo. La valoración final fue que, a partir de los noventa y seis metros la roca estaba masiva, compacta y sana; presentando unas condiciones óptimas para soportar el repetido paso de accesorios que pudieran rozar ligeramente sobre las paredes laterales sin producir desprendimientos de fragmentos o esquirlas capaces de trabarlos; por lo cual, no necesitaba ser revestida con tubería de hierro. Acto seguido se preparan los tubos de revestimiento y se comienza a entubar pensando en llegar hasta los noventa y seis metros. Alcanzados los cincuenta y seis metros el revestimiento se encaja de tal forma que no baja más. Ante la posibilidad de tener que extraer toda la tubería y repasar de nuevo la perforación para volver a meter la entibación, se reconsideran las condiciones tectónicas de la roca entre 56 y 96 metros, y se decide dejarla ahí, en cincuenta y seis metro pues, realmente, la parte más alterada y fracturada no rebasaba los cuarenta metros de profundidad.
A continuación, se comienzan los preparativos para poner en marcha el artilugio construido que albergaría en su interior a los mineros en el ascenso desde el fondo de la mina hasta la superficie. Paralelamente se hace la cimentación con hormigón armado para anclar el castillete del guinche o grúa de extracción, que serviría para las bajadas y subidas controladas de la cápsula desde el exterior hasta el punto de rescate. La maquinaria de extracción se trajo de fuera del país y estaba concebida y diseñada, expresamente, para casos de salvamento humano.
El modelo de cápsula diseñada para albergar a cada minero en su rescate, fue construida por La Maestranza de la Armada chilena y se le denominó FÉNIX con unas dimensiones de: 2,50 metros de alto, 53 cm de diámetro y un peso de 420 kg. El artilugio como tal, es un cilindro de hierro acerado que consta de dos partes unidas entre sí, donde la parte inferior presenta una celosía a lo largo del habitáculo donde irá colocado el hombre a rescatar. La parte superior de la cápsula lo forman unas patillas en forma de cestillo que van disminuyendo el diámetro para evitar roces laterales. Por el centro de estas patillas discurre el cable acerado especial de tiro, que tenía una longitud total de mil metros, un diámetro de 24 mm y pesaba 1,6 kg por metro de longitud. Una característica importante de este cable es que era antitorsión para evitar el giro de la cápsula durante los trayectos de subida y bajada. Dicho cable atraviesa todo el cilindro superior y va anclado en la cabeza del cilindro inferior que constituye la mitad habitable de la cápsula. En el caso de que sufriese un atranque la cápsula durante el ascenso, el compartimento del rescatado podría desprenderse de la parte superior atascada y seguir suspendido por el cable central que le permitiría descender de nuevo hasta el fondo de la perforación o punto de embarque. Diametralmente la cápsula lleva dos series de rodillos centradores, distribuidos a 120 grados cada uno, situadas una en el cilindro superior y otra en el inferior para facilitar el deslizamiento sobre las paredes de la perforación. Tengamos en cuenta que, al ser la perforación ligeramente inclinada las ruedas irán apoyadas durante todo el recorrido dentro del ducto. La cápsula lleva adosadas botellas de oxígeno en su interior y está instrumentalizada para comunicación con el exterior, así como seguros de apertura y cierre para la puerta de acceso.
Montada la cápsula con todos sus complementos se hicieron varios recorridos en vacío para comprobar su comportamiento dentro del túnel: sobre todo, interesaba saber cómo actuaría en los cambios de pared, principalmente, a los 56 metros donde se pasaba del tubo metálico a la roca viva y, sobre los cuatrocientos veintiocho metros donde había un suave saliente en la pared, debido a una pequeña reducción de diámetro de la perforación. Durante estas pruebas también se ensayó la velocidad de subida y bajada para ver cuál era la idónea. Se comenzó muy lentamente: con 0,30 metros por segundo, con 0,70 metros por segundo, con un metro y con metro y medio por segundo. La velocidad máxima en caso de emergencia podría llegar a tres metros por segundo. La velocidad escogida para los numerosos viajes que haría la cápsula, fue del orden de 1, 20 metros por segundo. El tiempo real de ascenso fue oscilando a lo largo del rescate entre los doce minutos de los primeros viajes, y los ocho y pico del final. Concluidos estos recorridos de prueba con el resultado satisfactorio del comportamiento que presentaban la cápsula y el sistema de extracción, tanto al bajar como al ascender, se procedió a embarcar al primer rescatista, de los seis que se iban a unir a los mineros para su preparación antes del ascenso, y comenzaba la anhelada operación de rescate de los treinta y tres mineros más los seis rescatistas. La operación se puede decir que concluyó de forma ejemplar en todos sus aspectos y Chile, ha demostrado al mundo en general, la capacidad organizativa y técnica que posee, y la competencia de las empresas participantes. También conviene destacar que la preparación psicológica de los mineros antes de salir al exterior, para enfrentarse a la vida de nuevo, después de permanecer sesenta y nueve días aislados en las profundidades de la mina, se llevó a cabo con el asesoramiento especializado, de expertos de LA NASA.
Después de este exitoso rescate, del cual podemos felicitarnos todos, nuestro deseo es que casos como éste, nunca más se vuelvan a producir y para ello, debiéramos concienciarnos en general todos del tema y luchar para que los gobiernos de turno hagan cumplir las normas de seguridad vigentes con todo el rigor en las minas y así poder evitar las continuas pérdidas de vidas humanas.
Cuando están en juego vidas humanas, como fue el caso de Chile, lo más importante y lo que prima, son las personas, pero también se debe de tener en cuenta las consecuencias económicas que acarrean estos desastres motivados por fallos que, en su mayoría, bien pudieran ser previsibles y evitados. La operación de rescate de los mineros en la Mina San José de Chile, ha costado del orden de 14,3 millones de €, que no son moco de pavo.
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