viernes, 14 de junio de 2013
DE VIAJE AL SALENTO (2)
- DE
UMBRIA A BARI-
Bomarzo
Iniciamos este viaje al sur desde las proximidades de Bomarzo,
unos cien kilómetros al norte de Roma. Bomarzo es un inquietante parque de gigantescas
y monstruosas figuras labradas en la piedra, una parte de ellas cubiertas por
el musgo. Situado bajo el palacio del príncipe medieval al que debe su
existencia y de la ciudad que le da nombre, sobrevive desde hace cinco siglos
en medio de un frondoso bosque, aparentando dormir hipnotizado por el susurro
del arroyo que discurre a sus pies. Construido por empeño de Pier
Francesco (Vicino) Orsini, se supone que intentando trasladar a la
piedra sus terroríficos sueños, es un lugar al que siempre me apetece volver.
Quizá en la atracción por el lugar haya influido la lectura de la novela que
lleva por título Bomarzo, escrita por
Mújica
Lainez, recomendable fresco para
entender una parte de la historia de lo que ahora es Italia. Bien documentada,
relata la tormentosa vida de aquel contrahecho personaje y de las familias
poderosas de entonces, Orsini, Farnese y otras,
acostumbradas a nombrar papas entre sus vástagos, también a eliminarlos, según
la correlación de fuerzas entre familias, y decidir sobre vidas y bienes del
resto de los mortales. Cuenta también la injerencia externa en el tablero de ajedrez
político que era la península Itálica, sin faltar, claro, los españoles bajo el
mando del todopoderoso emperador Carlos V…Pretendía emprender este viaje hacia
el sur y quedé enredado en un parque. Procuraré retomar el camino.
Era temprano aquella mañana de la perezosa primavera tocada
en suerte este año cuando enfilamos la autopista dirección sur. El frío
invernal, aún al acecho, hacía que los árboles, salvo unos pocos valientes, se
mantuvieran recelosos, sin desplegar de sus reventonas yemas las nuevas hojas
que por abril ya les correspondía vestir.
Viajábamos en un brioso Golf recién sacado del horno, con
menos de mil en el cuentakilómetros, suministrado en Fiumicino por la empresa
de alquiler Locauto (cito el nombre por ser poco conocida y por el correcto
servicio prestado). Buen acompañante para dos personas - el resto de la familia
se quedaba atendiendo sus ocupaciones laborales y escolares-, con más de dos
mil kilómetros de recorrido por delante.
Unas decenas de kilómetros al norte de Roma tomamos la Bretella , como llaman los
romanos a esa tangente que, por el este, evita la ciudad, comunicando por
autopista norte y sur. Entre esta vía rápida y Roma se levantan los Castelli,
una cadena montañosa, poblada y boscosa. Un lugar de esparcimiento, incluso
morada habitual, de quienes viven o trabajan en Roma. En esas montañas se
encuentran preciosos lagos volcánicos. En la cresta de la elevada ladera que circunda
el lago Albano se asienta Castel Gandolfo, dónde, como es
conocido, en un palacio asomado sobre las azules aguas tienen los papas su
acostumbrado refugio estival. El lago de Nemi en el fondo de un profundo
cráter es sobrevolado por el pintoresco pueblo que tiene su mismo nombre, famoso por su belleza y las pequeñas y golosas
fresas silvestres o cultivadas de su entorno.
Imágenes y recuerdos de la zona se agolpan al discurrir por la autopista, ventajas
de ir de copiloto, imposibles de relatar aquí. Solo me permitiré, ahora, cuando
escribo esto, dos recuerdos fugaces: uno, un tramo de carretera situado por
aquellos lugares donde era costumbre llevar a los recién llegados a Roma. Allí,
por un efecto óptico, el coche, motor parado, sin freno y ninguna fuerza que lo
empujara, rodaba, aparentemente, cuesta arriba ante la estupefacción del recién
llegado. Dos, en Grottaferrata se encuentra la monumental Abadía de San Nilo,
fundada por monjes griegos a principios del siglo XI y en la actualidad ocupada
por religiosos de rito oriental. Éstos, ignoro si lo continúan haciendo,
elaboraban y vendían su vino en la bodega situada en los bajos de la abadía. La
venta la efectuaban los fines de semana y a granel por lo que se necesitaba ir provisto de garrafa. No recuerdo la calidad
del vino, pero la escena - dos filas de
severos monjes, ataviados con skufia y
largas ropas negras, cada uno sentado, inmóvil, ante una cuba en un
tayuelo, prestos para abrir la llave y llenar la garrafa que se le tendía,
antes de efectuar el pago a otro monje a la salida- era digna de Berlanga y
Rafael Azcona.
Sumergido en estas y otras divagaciones, ya sobrepasábamos
las tierras de Latina. Esa zona pantanosa y palúdica ordenada desecar y
repoblar por el Duce. Los repobladores, agradecidos, han otorgado mayoritariamente,
hasta ayer mismo, el voto al partido fascista. Pero ahora prefiero no hablar
aquí de política; también en España continúan existiendo otros Llanos del
Caudillo.
Poco más adelante un desvío que ignoramos, y no por falta de
ganas, conduce a San Felice Circeo, un parque nacional en el que se encuentra un
maravilloso bosque a la orilla del mar declarado reserva de la biosfera. Sobre este
bosque se eleva el Monte Circeo con espectaculares vistas pontinas. Es el lugar
mitológico donde, según Homero, la maga
Circe mantuvo cautivos a Ulises y sus compañeros mientras en la lejana Ítaca
Penélope tejía y destejía.
Intentaba mirar solo al lado derecho de la autopista según
avanzábamos al sur, la conductora controlaba la autopista y el lado izquierdo
quedaba para el regreso si se presentaba la ocasión. Así podía imaginar y
recordar andanzas de hace más de veinte años. Sperlonga, esa colmena de
casas blancas colgada sobre el mar, con la gruta de Tiberio y los restos de lo que fue su grandiosa villa,
desgastados por las olas, a sus pies. También Terracina, de donde
parten los barcos hacia el archipiélago Pontino; en él se encuentra Ponza,
una abrupta joya convertida en isla, cuajada de flores, casas y barcos de pesca
multicolores, y una playa, llamada Claro de Luna según creo recordar,
cercada por un acantilado, a la que solo se accede, además de por mar, por un
túnel excavado bajo la montaña hace más de dos mil años.
Sin tiempo para demorarse en Gaeta y su Montagna
Spaccata, un impresionante tajo en el acantilado abierto al mar, vestigio, según leyenda, de
cuando la tierra se rasgó a la muerte de Cristo, entramos en Campania.
En esta región, como en todas las del sur de Italia, tiene
arraigo una organización criminal y de extorsión. Aquí llamada camorra, en Sicilia mafia, en Calabria ‘ndrangheta
o sacra corona unita en Puglia, donde
nos dirigíamos. Aunque continúen operativas no parecen ser tan virulentas como
hace algunos años, además no suelen causar problemas a quienes solo vamos de
paso.
Nuestra intención era evitar Nápoles (esa imprescindible
y enorme ciudad que, solo ella, para visitarla, requiere un viaje de días)
siguiendo la autopista que la sortea. Sin embargo, confiados en el GPS, con el
mapa en la guantera no ejercí de buen copiloto y el navegador nos ordenó
abandonar la autopista antes de llegar a Nápoles, a la altura de Caserta
(imposible nombrar esta ciudad sin citar los espléndidos jardines y el palacio
mandado construir por Carlos III, no olvidemos que los Borbones reinaron por
estas tierras durante largo periodo, esa huella, incluso en usos y costumbres,
aún resulta visible hoy en día por toda la Italia del sur).
La desacertada indicación del navegador nos arrojó a una
carretera de doble dirección densamente transitada, utilizada por el tráfico
local y por quienes quieren evitar el pago del peaje. Fue una inmersión, por si
lo habíamos olvidado, en el modo de conducir italiano. La señalización
horizontal, esas rayas continuas, o dobles rayas, que separan el carril de ida
del de vuelta prohibiendo el adelantamiento resultan invisibles para la inmensa
mayoría de conductores. Estos colocan el morro de su vehículo a un palmo de la
trasera del que va delante y a la menor ocasión adelantan sin importarles el
tipo de pintura del suelo. Con frecuencia otro coche circula en sentido
contrario, a pocas decenas de metros, obligándole a echarse al arcén y segar
con las ruedas la exuberante hierba
primaveral de la cuneta. No surge ninguna protesta, ni luces, ni claxon, ni
gestos, por parte del conductor arrojado al arcén, que sabe que poco después él
hará lo mismo. Este comportamiento trae el recuerdo de una antigua película, en
la que el protagonista, al comienzo de una de esas típicas carreras fuera de la
ley, ante la sorpresa de la chica americana que le acompañaba, arranca y arroja
lejos el retrovisor al tiempo que le dice: “los italianos, cuando conducimos,
jamás miramos para atrás”. Posiblemente esto solo sea un estereotipo, pero se
acerca bastante a la realidad.
Pasado Benevento volvimos a la autopista y a
una relativa tranquilidad. Viajar por calzadas de varios carriles por sentido y
frecuentes radares/ tramo de velocidad, en este país llamados Tutor, que
castigan con severidad a quienes sobrepasan el límite establecido en 130 k/h,
es más relajante, permitiendo, en mi caso, no en el de la conductora, solazarme
contemplando las colinas cultivadas por
entero de cereales. Se ven verdes y pujantes por el agua recibida en abundancia
durante los últimos meses. Prueba de las copiosas lluvias eran los profundos surcos
que culebreaban por las laderas del inabarcable mar esmeralda.
Esta autopista une el
Tirreno
con el Adriático, y poco antes de alcanzar el mar gira hacia el sur,
para, unas decenas de kilómetros después, dejarnos en la prefería de esa gran
urbe, la segunda del sur de Italia después de Nápoles, que es Bari.
Ulpìano Rodrígurez Calvo
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2 comentarios:
Ulpiano, yo en cuanto a tus excelentes crónicas de viaje no puedo apostillar ni apuntar gran cosa porque desconozco esos lugares; tan solo puedo decirte que el leerlas me resulta tan ameno como si las estuviese viendo en realidad. Yo de Italia solo conozco uno de los aeropuertos de Roma, por permanecer en él espacios de dos o tres horas en espera de agotar las escalas que hacían las líneas aéreas libias entre Madrid y Trípoli, durante mis viajes a ese país en tiempos de Muamar el Gadafi. De todas formas tus relatos son un buen acicate para que a uno le entren ganas de viajar a esos emblemáticos y singulares lugares.
Ulpiano, yo en la anterior entrada no hice ningún comentario, porque en la semana pasada tuve muchas obligaciones. La dejaba para hoy, y como ayer ya pusieron ésta, no vuelvo atrás, pues tengo la misma opinión de las dos, y es que nos descubres los sitios interesantes, que cuando vamos pasamos de largo. Claro, que para ver todos esos sitios, hay que ir varias veces y la mayoría no tenemos ese privilegio.
En cuanto a la manera de contarlo, ya está dicho todo. Destacaremos la composición que te hizo el “Maestro Martínez”. Igual ese parentesco lejano del que nos acabamos de enterar, sea la causa de que, cada uno en su estilo, lo hagáis tan bien.
La manera de circular por Italia, es caótica, sobre todo en las ciudades. Recuerdo que en Roma casi todos los coches tenían algún golpe, y decían que la gente, por ese motivo, tenía dos coches, uno para la ciudad y otro para los viajes. Bueno, yo ya conté aquí en el Blog que en Italia estuvo a punto de atropellarme una moto.
Si consigues con tus relatos que a Galán le entren ganas de viajar, creo que ya es lo máximo; y parece que va camino de ello.
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