jueves, 5 de noviembre de 2015
UNA FLOR EN UN ESTERCOLERO (II)
Yo
no podía hacer más.
Lo
confieso, la negativa no me afectó demasiado, era lo que yo esperaba. Durante
la década de los 90, tuve que asistir a muy reiteradas situaciones como ésta.
Decenas de chicos y chicas que en los finales de los 70 y principios de los 80
eran encantadores adolescentes en mis clases, estaban ahora perdidos en el
infierno de la droga: Más de una generación fue cercenada en su mitad antes de
llegar a los 35 años. Tuve cursos de más de 30 chicos-as de los cuales, la
mitad murieron antes de cumplir los 30 años. Fue un drama terrible al que la
sociedad española asistió absurdamente resignada. Era la época en que hasta
algún político pretendidamente vulnerable se permitía dirigirle a los jóvenes
desde no sé qué balcón para animarles: “Venga a colocarse y al loro”. Hubo
hasta quien le rió la gracia, mientras los que estábamos involucrados en la
educación de los jóvenes teníamos que asistir a aquella masacre. Fue la época de la famosa movida madrileña que
se llevó por delante miles y miles de jóvenes. Entre ellos una sobrina mía,
encantadora, inteligente, guapa que entregó su joven vida como tributo a no sé
qué estúpido movimiento de libertad y progresismo.
Fue
terrible pasar unos años enterrando alumnos casi mes a mes, ante la
indiferencia de todo el mundo.
Fue
en esa época en la que yo me dejé arrebatar por el desaliento y la frustración
que me producía la sociedad española y traté de irme de España. Tenía un amigo
en un muy alto puesto en el Ministerio de Asuntos exteriores y le pedí que me
buscase una colocación de Profesor de Literatura Española en Canadá.
- ¿Lo
dices en serio? Quiso asegurarse.
- Completamente
en serio, le dije.
En
el plazo de una semana me llamó: “Pepe, ya tengo lo tuyo, una plaza de profesor
en Vancouver”.
En
Madrid tenía dos trabajos fenomenales para mí. Por la mañana comprar libros para la Biblioteca
Nacional y por la tarde dar inglés comercial a chicos-as entre 18 y 22 años.
Además dos niñas pequeñas y mi padre y mi madre… lo rechacé.
Es
hoy el día en que todavía me pregunto si fue una decisión acertada o una
equivocación.
Alguien
pensará que yo tenía excesivamente dramatizado el tema de la sociedad y las
drogas. Quizás. Pero es digno de tener en cuenta mi personal experiencia.
Cuando terminé mi etapa de Corias en el año 70 di tres asignaturas a los
alumnos de 7º. Terminaron 50 y 42 de ellos estudiaron luego una carrera
universitaria. Y a continuación tengo que enterrar con veintitantos años a la
mitad de mis alumnos.
Demasiado
fuerte. Menos mal que aquel trágico vendaval remitió y en los 90 ya las cosas
se habían desdramatizado.
Pero
volvamos a Susana que seguramente os interesará saber en qué quedó. Y,
personalmente, es el final lo que justifica que lo cuente.
En
mi nuevo colegio tenía hacia mediados de los 90 un alumno policía con quien me
unió una especial amistad que dura hasta hoy. Es ahora inspector en Santiago.
Un
día, un viernes, me pidió que le acompañara unas horas que iba a pasar en una
calle de Ciudad Lineal vigilando un piso del que sospechaban. Estuvimos de 11 a
4 de la noche y hablando de todo me acordé de Susana.
“Oye,
me gustaría saber qué fue de Susana, una chica que fue alumna mía hace años y
le perdí la pista ¿No podrías averiguar algo?”.
Sabiendo
nombre, apellidos y edad aproximada, seguro que algo te encuentro.
Le
llevó escasos días. Me vino con un informe detallado que me dejó sorprendido.
1º-
La chica estuvo metida en la droga y por vender la misma se pasó seis meses en
la cárcel.
2º
- Después de salir estuvo en una granja de Toledo para desintoxicarse.
3º
- Actualmente vive en la calle X, piso
X, teléfono X y trabaja en la limpieza de unos laboratorios que hay en X.
“Gracias
galleguito, voy a intentar hablar con ella”.
Fue
así que reanudamos la relación ya al final de mi vida docente. La llamé un
sábado.
- Hola
Susana, soy Pepe Morán tu profe de inglés.
- Hola,
Pepe ¿Cómo has dado conmigo?
- Susana,
ya me conoces. Pocas cosas se me resisten. Pero dime ¿Qué tal estás?
- Bueno,
no muy bien. Tengo una enfermedad que se llama fibromialgia que me está
consumiendo. Son dolores constantes día y noche.
- ¿No
hay curación?
- Parece
ser que no.
- Bueno,
escucha, me gustaría que nos viéramos. Seguro que tenemos mucho de qué hablar.
- Pepe,
estoy terriblemente ocupada, trabajo por las tardes y llego a casa a las nueve
de la noche.
- ¿Y
en qué estás tan ocupada? Pregunté.
- Durante
el día cuido de mis padres…
- ¿CÓMO
DICES? Grité.
- Sí
Pepe, mi padre está muy enfermo y vive con respiración artificial y mi madre ya
se ha roto las dos caderas. Así que no me queda más remedio que hacerme cargo
de la casa y por la tarde trabajar un poco.
Yo
la miraba sin comprender si aquella criatura era una santa o una idiota.
- Susana,
no puedo comprender nada, no puedo entender que después de todo lo que te han
hecho en la vida te entregues a ellos de esta manera.
- Bueno
Pepe, la vida es así, yo no puedo dejarles solos porque no me lo lleva la
conciencia. Cada uno tenemos nuestra forma de ser y la mía es esa.
- Susana,
te admiro. Gracias a Dios que te he conocido, porque gracias a ti me reconcilio
con la humanidad, se ve que existe el bien hasta la heroicidad.
Nos
volvimos a ver otras tres o cuatro veces. Hacia el año 2004, yo me vine a vivir
definitivamente a Asturias y aquí me reencontré con un montón de ex – alumnos
de mi querido Corias.
Se
me fue olvidando mi vida madrileña. El año 2010 me fui a ver a mis nietos y me
reencontré con aquel amigo que me facilitó el contacto de Susana cuando esta ya
estaba perdida.
Me
llevó a dar una vuelta por las afueras de Madrid y de casualidad surgió la
pregunta.
- Oye
Juan ¿Qué habrá sido de nuestra amiga Susana? Pregunté.
- Espera
un momento, extrajo un Smartphone y dijo “Esquela de Susana N.N”.
Tengo
su esquela en la pantalla del ordenador, una esquela patética, casi inhumana,
hasta cruel. Nada notifica su muerte. Solo su nombre y apellidos. La fecha de
la muerte y la fecha de su inhumación.
Pero
¿Es que a nadie le importó su muerte? ¿Nadie lamentó haberla perdido? Hay a
veces, destinos trágicos. Su esquela rima a la perfección con su vida. Su vida
fue la crónica de una muerte anunciada.
Todo
empezó una tarde fría de enero y todo terminó una fría tarde de febrero 20 años
más tarde, pero yo fui testigo de cómo una flor nació y vivió en un
estercolero.
Pepe
Morán. Dominico-ex
1.- Lo del camión es un recurso para evitar decir
la cruel revelación que me hacía, no por ser Pepe Morán, sino por ser profesor.
Algo parecido al secreto de confesión.
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