miércoles, 27 de octubre de 2010
CASTAÑAS “LOCAS”, AMARGAS, PARA UNA TARDE DE OTOÑO
Ahora que estamos próximos a la celebración de los magostos y que es tiempo de comer castañas, pero no como las que incluyo en la foto, sino de las buenas, de la variedad de pared, que son dulces y ricas, me suele venir a la memoria un episodio acontecido en los comienzos del primer curso en el Instituto Laboral. Allá por el año 1959.
Eran los primeros días del mes de octubre y, tanto yo como la mayoría de los recién llegados a Corias, aparte de estar muy despistados y también algo desorientados, veníamos al colegio dispuestos a iniciar los estudios, por un periodo de cinco o de siete años para, al final, llegar a convertirnos en bachilleres, bien de grado elemental o superior, según fuese la duración, respectivamente.
Transcurrían lentamente los primeros días del internado y como todavía no estaba uno muy integrado en el asunto, todo le resultaba novedoso; cada acto nuevo que surgía en la vida diaria del colegio, se convertía en una sorpresa más, en general. Y para los novatos y de pueblo, como era mi caso, más si cabe. Uno de los primeros sábados por la tarde, que estábamos libres sin tener clase, mientras paseábamos tranquilamente por el patio principal, sobre todo en grupos reducidos formados por los amigos del pueblo, pues en el colegio aún no había dado tiempo de hacerse con nuevas amistades; de pronto, sonó un pitido de silbato y aquel estridente ruido nos paralizó a todos de forma fulminante. Como no estábamos acostumbrados a atender a este tipo de señales, al principio, el dichoso silbato, nos dejaba paralizados. Yo al menos, siempre que lo oía, me quedaba atónito pensando en qué novedad surgiría en ese momento. Una vez logrado el silencio absoluto, un fraile nos comunicó que íbamos a ir de paseo al bosque para lo cual era preciso subir al dormitorio para ponernos calzado adecuado, el que lo tuviera, y el que no, con las babuchas o chanclos de goma sobre las zapatillas para no mojarse. Una vez pertrechados de la ropa de más abrigo y del calzado propio, se nos comunica que, aparte del paseo por el bosque, de paso, también vamos a recoger castañas. En principio todos nos pusimos muy contentos y una vez agrupados y con cierto orden de formación, aunque no muy riguroso, partimos para la finca de los frailes que estaba anexa al convento. Como jefe de expedición iba el dominico padre Ciáurriz que, aparte de impartir clase a los primeros cursos, también tenía a su cargo la Procuración o librería tienda, lugar donde los alumnos adquiríamos el material escolar. Por eso a este fraile le nombrábamos de dos formas: por su apellido, Ciáurriz, y también como el padre procurador.
Yo debo de puntualizar que, a los de la zona de Cangas, el llamarle al monte bosque nos sonaba un tanto cursi pues, esa denominación nos resultaba un tanto finolis y la veíamos más propia para la gente de ciudad, como pasaba con los madrileños que nos visitaban durante los veranos, los cuales decían que habían ido a por leña al bosque; pero a nosotros nos gustaba más decir: el monte. No obstante, en seguida fuimos incorporando ésta, y muchas otras palabras más a nuestro escaso léxico, como prueba y señal de que veníamos dispuestos a refinarnos, aunque para ello fuese necesario sufrir el paso diario y continuado, de la garlopa.
El paseo entre el colegio y la finca donde estaban los castaños la verdad es que no es muy largo, pero aquella tarde de sábado de octubre, lo que es paseo, paseo, si digo la verdad, apenas hubo, salvo los trayectos de ida y de vuelta. El objetivo principal de aquella salida, aunque se le denominó tarde de paseo, la verdad era que no consistía en pasear, no. El cometido principal de aquella tarde de sábado otoñal era recoger las castañas que el viento había tirado al suelo y que convenía recogerlas cuanto antes para evitar que se perdiesen. No olvidemos que las castañas era uno de los acompañantes del chusco de pan para las meriendas de internos y mediopensionistas.
Aunque había que doblar el espinazo, en principio, la tarde no se presentaba mal del todo pues, de paso que “apañábamos” las castañas también hablábamos y de vez en cuando, los más extrovertidos decían alguna cosa graciosa que los más apocados y pueblerinos, como era mi caso, celebrábamos y reíamos a carcajadas. Al principio, como estábamos tan asustados, cualquier frase que se saliese del ambiente colegial y que fuese dicha por algún compañero más atrevido que uno, al resto, nos reavivaba el ánimo y nos parecía que retornábamos a nuestro ambiente anterior al secuestro del internado. La primera media hora escasa, digamos que la tarde transcurrió en paz y con jolgorio y alegría pero, a continuación, se complicó bastante la cosa.
Del grupo de alumnos de primero que formamos la expedición de “apañadores” de castañas, solamente voy a resaltar, como víctima protagonista, al amigo Baldomero García Alperi, que en paz descanse, el cual al poco tiempo de estar en Corias, sus compañeros de curso le apodaron “culerón”, simplemente, por sus amplias posaderas.
Este amigo que era abierto y parlanchín se le veía más ambientado y suelto que la mayoría de nosotros, y él fue quien nos distrajo la tarde hasta que al tal Ciáurriz se le cambió el aire y, de repente, dejó de gustarle el ambiente que reinaba entre nosotros y pensó que, con tanta cháchara y risas como teníamos, el rendimiento en la recogida de las dichosas castañas iba a mermar considerablemente y lo mejor era cortarlo.
De repente, se puso muy serio, nos llamó al orden y casi nos prohibió hablar. Los que estábamos más acobardados (más bien con jota) como novatos, al notar que la cosa se ponía seria y como desconocíamos la forma de actuar del fraile nos quedamos como mudos y no levantábamos la vista del suelo; pero el amigo Baldomero que era más chispero, no se acoquinó por la arenga del bipolar cuidador y continuó hablando; aunque no fue por mucho tiempo. En una de éstas, se acerca el tal Ciáurriz a Baldomero con una vara tierna (mamón) de castaño que llevaba en la mano y, sin mediar palabra, le propinó repetidos varazos hasta que se cansó, casi con ensañamiento. Y para colmo de males, el chico vestía pantalón corto. El pobre Baldomero cuando logró verse libre de aquella fiera se revolcaba y retorcía, tumbado en el suelo, como una vilorta. Apenas transcurridos unos minutos le comenzaron a salir unas lorzas rojas a modo de salchichas, hematomas, a punto de sangrar, que le circundaban los muslos. Daba pánico verlo. Los “cisguazos” propinados por aquel salvaje al chico, habían sido tan brutales que, resultarían desmedidos hasta si se hubiesen utilizado para frenar a una bestia cuadrúpeda desbocada.
A partir de aquel instante nos quedamos todos como mudos, muy mortificados y tristes, y se acabó la algarabía. Lo que en principio podría parecer que iba a ser una tarde de esparcimiento y alegría, a pesar de tener que trabajar, terminó siendo un espectáculo deprimente, deplorable y vergonzoso que, después de transcurridos cincuenta años, aún me irrita y descoloca cuando lo recuerdo. Además, lo tengo memorizado de tal forma que, bien me parece que lo estuviera viendo en estos momentos.
Recuerdo que el tal Ciáurriz, era un hombre muy irascible y para mí, que debía de estar un tanto desquiciado pues, cuando se le contrariaba por algo, eran bien conocidas sus extrañas reacciones: de pronto, se comenzaba a poner rojo de ira como un tomate y se le iban abultando progresivamente las venas de las sienes de tal forma que, llegaba a impresionar el mirarle a la cara. La víctima que tuviese frente a él, más le valía salir corriendo de estampida y no parar hasta que pusiera tierra de por medio, ya que, si se quedaba junto a él, lo podía dejar maltrecho, como sucedió más de una y de dos veces. Este hombre una vez enrabietado, perdía los papeles de tal forma que, ya no reaccionaba como un ser civilizado, sino más bien como una fiera salvaje.
Una vez desencadenada la tormenta, este irascible personaje ya no medía la magnitud de los golpes que propinaba a la víctima, ni tenía en cuenta la inferioridad física. Hoy día, si un profesor llegase a cometer semejantes abusos, seguro que se le ponía, ipso facto, en manos de la justicia. A mi, afortunadamente, nunca me tocó; no obstante, guardo muy mal recuerdo de aquel incontrolado y loco aventado.
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3 comentarios:
Como siempre los comentarios de Benjamín Galán, son amenos e instructivos. Se nota que su paso por Corias fue como interno, ya que los que tuvimos "la suerte" (o no como diría Rajoy) de ser externos por aquello de la libertad y menor disciplina que imponían los Dominicos, no tenemos tantas historias para contar, por lo que debemos conformarnos con lo que los internos nos relatan, que dicho sea de paso escasean. Parece como si su paso por Corias les haya dejado marcados negativamente.
Pero mi comentario va en otra dirección leyendo el relato de Benjamín, leo con sorpresa que Badomero García Alperi, el popular "Mero", también apodado por Celso como no podría ser de otro, "Culerón" desgraciadamente ya no está entre nosotros. Es otro más de los que se fueron anticipadamente de esta vida. Creo recordar que llegó cuando la primera Promoción en 1957 junto a otro que después quedó un poco rezagado que era Jose Manuel Ordiz Roces, aunque este motivo pudiera ser el que no teníanla edad para hacer Primero y hubieron de pasar aa Ingreso. Los dos eran de Sotrondio (San Martín del Rey Aurelio), concejo al que le tengo personalmente un gran apego, ya que mi padre era de ese Municipio y donde aún conserovo a dos tías y varios primos. Y ya se sabe que cuando llega alguien próximo a ti, bien sea por familiaridad o por cercania parece que les tomas más cariño. Y esto es lo que me pasó a mi con estos dos compañeros.
Sorpresas que uno se lleva después de tantos años sin saber de aquellos compañeros con los que algún día compartiste pupitre.
Yo, también guardo muy buen recuerdo de este señor pues, fueron mis huesos víctima de sus ataques imprevistos y desmesurados.
Que quede claro que no le guardo rencor, de tener algún sentimiento sería mas bien de lástima por no conocer otra forma de impartir la enseñanza, o la disciplina.
Recuerdo que a mi promoción le daba clase de Historia en primero.
CASTAÑAS Y PALIZAS
Los comentarios de Galan me recuerdan, las meriendas.Solian ser un trozo de pan con una naranja o una manzana o una onza de chocolate y por supuesto castañas... en su epoca.Las castañas que te daban eran un puñado (diez o doce) y con relativa frecuencia a compañadas de un hermoso gusano...vamos que con un poco de suerte no comias ninguna.Me imagino que estas castañas eran las que "pañaba" el amigo Galan. No se como fue la paliza que presencio Galan,yo en Corias solo presencie una paliza,pero puedo deciros que fue bestial,con este calificativo, ya califico al autor. Como recordais el comedor lo serviamos un grupo de compañeros,los que les tocase.Aquel dia la cena la servimos Manolon,lo recordais,Rufinon,Clemente,un servidor entre otros que este momento no recuerdo.Estaba de encargado de comedor el P.Prado.Despues de servir el comedor y cenar nosotros,al dia siguiente nos marchabamos de vacaciones de semana santa,el compañero Clemente ,de Salas,estaba con una cuchara en la mano...pero sin hacer nada.El P.Prado que le vio,parece ser...que penso que la estaba doblando,describir lo que paso a continuacion resulta muy dificil.
Puñetazos,patadas,insultos y digo bien insultos...cobarde,defiendete.como un loco.Fue tal la indignacion y la impotencia,puedo deciros
que falto un pelo para que nos tiraramos a el,en aquel momento teniamos 17 y 18 años. Lo que si hicimos fue ir en comision a la celda
del P.Basilio y presentar una protesta oficial.- Protesta, que me imagino quedo en nada.-
MIGUEL-ANGEL VAZQUEZ VEGA
PP. Tengo el teclado del ordenador mal y no me permite usar los acentos.
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