lunes, 1 de julio de 2013
DE VIAJE AL SALENTO (V)
DE LECCE A MATERA
Zona alta de Matera
Es buena la autopista que conduce de Lecce a Taranto,
ciudad situada al fondo del golfo del mismo nombre. Ante nosotros, en lo más
lejano del horizonte, se divisaban las montañas nevadas del Parque Nacional de
Pollino. Este parque, el mayor parque natural de Italia, con alturas que
sobrepasan ampliamente los 2000m, está
situado a caballo entre Basilicata y Calabria. Por lo leído (no llegamos a
visitarlo) alberga una importante variedad arbórea, pinos de los Balcanes, arces
reales, tejos… así como valiosa fauna, águila real, halcón peregrino, lirón,
nutria y otros. En alguno de los pueblos del parque, fruto de una las distintas
culturas asentadas en la zona, se continúa hablando el albanés.
A medida que avanzábamos las montañas desaparecían, ocultas
por una nube de contaminación. En Taranto está ubicada una gigantesca acería
que lleva contaminando su entorno desde hace muchos años. Recientemente un
tribunal la condenó a pagar justas indemnizaciones, ya que esa polución ha
venido provocando múltiples enfermedades y muertes entre trabajadores y
habitantes de la zona, así como a tomar medidas para poner coto a las dañinas
emisiones. La empresa, lógica capitalista, amenaza con trasladar la fábrica a
un país más permisivo, como la
India o Bangladesh (el ejemplo de esa permisividad está con
todo su dramatismo estos días en los medios de comunicación) dejando en la
calle a miles de trabajadores. Dilema frecuente, que también abunda en nuestro
país, y recuerda una vieja canción que entre otras cosas dice: me matan si no trabajo, y si trabajo me
matan.
Circunvalamos Taranto. De lejos parece una ciudad triste de
enormes y feos bloques de viviendas.
Solo kilómetros
después recobramos la visión de las montañas blancas. Por los campos, dejadas
atrás las naves industriales, los naranjos y limoneros se alternan con los
olivos y grandes extensiones de habas y alcachofas crecen en una feraz tierra
roja.
Pronto llegamos a Metaponto, en el límite de Puglia y
Basilicata. De la antigua ciudad solo permanecen las ruinas. Aquí vivió durante
un tiempo y murió Pitágoras. Aunque más conocido entre nosotros como matemático,
también fue un influyente filósofo, creador de la llamada escuela pitagórica
que participó, en dura confrontación a veces, en la arena política de la época.
Su escuela, afincada por estos lares, le sobrevivió durante siglos.
En Metaponto giramos hacia el norte y abandonamos Puglia. La
sensación es haber visitado una hermosa región, crisol de muchas culturas, que
al tiempo de no querer perder el tren de la modernidad lucha por mantener las
tradiciones. Una región de más de cuatro millones de habitantes que vista desde
fuera puede parecer profundamente contradictoria. Una muestra de esas contradicciones,
si existen, es que arraigadas costumbres ancestrales conviven con el hecho de
que desde 2005 la región está gobernada por un histórico y aún joven comunista,
declarado abiertamente gay, jefe de filas del partido SEL (izquierda ecología y
libertad significan las siglas en italiano) que en la actualidad es la
formación política situada más a la izquierda del arco parlamentario italiano.
Niki Vendola, así se llama este político, resultó recientemente reelegido.
Al internarnos en Basilicata, son extensos y ondulados
campos verdes, sembrados de cereales, los que nos envuelven. Las ondulaciones
cobran altura según nos acercamos a Matera, que, vista desde abajo, se
asemeja a un barco de piedra navegando por un mar de verdes colinas
embravecidas.
Matera, conocida como ciudad de los Sassi (piedras) resulta asombrosamente diferente a cualquier otra
ciudad y fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1993. Según algunos estudios, ya en
el Paleolítico el hombre ocupó esas grutas naturales convirtiéndolas en su
refugio. Muchos siglos después, a partir del VIII, se instalaron en ellas
monjes bizantinos huyendo de la represión iconoclasta. Éstos construyeron las iglesias rupestres que hoy se pueden
admirar. Durante siglos posteriores los campesinos las fueron ampliando y
habilitando, levantando fachadas superpuestas unas sobre otras que desde fuera
es casi lo único que se ve.
Esta Matera antigua
está formada por dos barrios: Sasso Caveoso y Sasso Barisano, éste
en la actualidad más restaurado, que se
aferran a una vertiginosa ladera. Vistos desde enfrente parecen imponentes
cascadas de piedra precipitándose al barranco. Por el fondo de ese barranco
fluye un pequeño río ribeteado de verde, por allí pastaban rebaños de búfalos.
Con la leche producida por sus hembras se elabora la mundialmente conocida mozzarella, el queso hilado utilizado
por excelencia en la elaboración de las pizzas. Aunque debo reconocer que como
más me gusta es recién sacado del suero, con unas lonchas de jamón de Parma- tierno y poco curado, pero dulce y sabroso- y unas hojas de rughetta silvestre, regado
todo por un chorro de buen aceite. Cuando estoy en Italia suele ser una de mis
cenas favoritas. Aunque en ocasiones una Burrata,
de textura más mantecosa y sabor algo más intenso, pueda sustituir a la
mozzarella.
La ciudad tiene connotaciones bíblicas. Aquí Pasolini
rodó El evangelio según San Mateo y
más recientemente fue rodada una controvertida superproducción americana sobre
la pasión de Cristo. También Carlo Levi inmortalizó estas
viviendas en su novela Cristo se detuvo
en Eboli.
Comimos bien en una trattoria de la parte alta cuyo nombre
no recuerdo. El lugar elegido previamente en la guía se encontraba en la parte
más baja de la ciudad y temimos sufrir una indigestión al volver a subir.
El coche, con
acierto, había quedado en el aparcamiento del hotel que previamente habíamos
reservado, Casino Ridola, un pequeño y agradable hotel rodeado de jardín,
un poco alejado del centro pero tranquilo y de aceptable precio para Italia.
Por los sassi, en las antiguas viviendas trogloditas abundan hoteles, algunos
de súper lujo.
Se necesitan buenos pulmones y forma física para recorrer
las pendientes calles de los sassi con frecuentes tramos de escalera. Por eso
optamos por tomar el trenino turístico que más o menos los rodea y lleva a la
parte baja. A tal fin me dirigí a la taquilla para sacar los correspondientes
billetes. Tres italianos me precedían, dos hombres y una mujer, todos de edad
similar a la nuestra. Al pagar, uno de los hombres preguntó al encargado del
puesto si los mayores de 60 años
tenían descuento. Este, haciéndose el despistado respondió que si tenían más de
60, por supuesto disfrutaban del billete reducido. La mujer, me temo que en un
arranque de coquetería, aseguró no tener aún esa edad, por lo que les fueron
entregados, sin exhibir ningún carnet, dos billetes de precio reducido y uno de
tarifa completa. Al llegar mi turno el tipo me pregunta ¿adultos?, le respondo:
sí, y también sobrepasados los sesenta
años, pero el individuo haciéndose el loco nos entregó dos billetes de tarifa
completa diciendo: le preguntaba si alguno era bambino. Sin ganas de montar
bronca (la diferencia era de diez euros) y consciente de ser víctima de la picaresca
que suele rondar cuando eres extranjero, nos dirigimos al artefacto rodante con
aquellos billetes pagados como si estuviésemos en la flor de la vida. Debo
decir que en las múltiples visitas realizadas durante el recorrido, en todos
los lugares y museos públicos, excepto en iglesias, nos hicieron descuento o
facilitaron entrada gratis al acreditar la edad.
El trenecito era, supongo, una concesión privada, pero
resultó de utilidad. Nos bajó, y pudimos recorrer a pie la parte baja de los
Sassi, admirando de cerca la pétrea originalidad de las casas y la
grandiosidad, dentro de sus reducidas dimensiones, de las iglesias rupestres
con más de mil años de antigüedad. Después volvió a depositarnos en la parte
alta para poder descansar tomando algo
en una de las numerosas terrazas esperando al anochecer.
Viendo los continuos y nutridos grupos de japoneses que
desfilaban ante la terraza trataba de imaginar el tipo de guía utilizada por la
mayoría de turistas de esa nacionalidad. Esa que les lleva, invariablemente,
además de a grandes ciudades, Londres, París, Roma, donde su presencia pasa más
inadvertida, a lugares como Mont St. Michel, Chartres, Zermatt, Matera, donde
siempre parecen legión.
Pero la noche estaba cayendo y sabíamos que el espectáculo,
la vista nocturna de la ciudad, era digno de no perder, por lo que nos
dirigimos a la plaza situada delante de la catedral.
Ahora, al escribir esto días después, me resulta
difícil describir la visión que se ofrecía, en aquella hora y desde aquel lugar.
Solo acierto a recordar las tenues luces reverberando entre
los sassi, dorando las antiguas piedras y convirtiendo todo el intrincado
conjunto en majestuoso retablo barroco.
Mientras, arriba, rutilantes estrellas rodeaban, trémulas y curiosas, a una
luna que en el albor del creciente comenzaba a mostrar, como novia vergonzosa,
el más sutil vuelo de su enagua blanca.
Ulpiano Rodríguez
Calvo
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