Plaza de San Martín, León, en una noche de verano
Esta entrada, más que entrada
como tal, sería un comentario o apéndice a lo que acaba de contarnos
Pepe;
pero como me salió un tanto largo, aprovecho y
lo subo como una nueva entrada.
***
En cuanto al tipo de
bravucones a los que se refiere la
entrada anterior, “Dos grandes y una
espicha”, diré que no son exclusivos de Asturias ni mucho menos; ese tipo de
personas las hay por todas partes. Yo al poco tiempo de venir para León, un día
nos encontrábamos otro amigo y yo en un bar muy afamado del Barrio Húmedo que
ya no existe y presenciamos un suceso que nos hizo tanta gracia que aún lo recordamos y comentamos cada vez que
nos juntamos. Dicho bar estaba situado en plena Plaza de San Martín y era regentado
por dos hermanos. El bar era muy famoso por tener una clientela un tanto
selecta en aquellos tiempos y también por la calidad de los productos que allí
se vendían, lo mismo que por el buen trato que se dispensaba al cliente y por el extraordinario café que allí se tomaba.
Otro aliciente de esta casa eran las suculentas meriendas de los fines de
semana que allí se preparaban a base de raciones típicas de los productos de León.
Tal que, los sábados, llegadas las nueve de la noche estaban todas las mesas
ocupadas al completo por gente que venía expresamente a merendar y principalmente por matrimonios y familias enteras.
Un sábado noche, mi amigo y yo estábamos
de pie en la barra pues, como nuestra economía no estaba muy boyante que
digamos, como para sentarnos a merendar, nos conformábamos con tomar unos chatos
en el mostrador para luego darnos el
pote con los amigos de que alternábamos
en sitios de cierta categoría. A nuestro lado había un individuo
bastante fanfarrón y muy cargado de tinto, el cual no paraba de dar la tabarra diciendo tonterías a todos los que estábamos allí de pie. Uno de los
dueños que era el más joven de los dos y que tendría entonces como treinta y tantos años,
gastaba unos arranques y un coraje más propios de un legionario que de un barman y viendo que el metepatas
importunaba a cada poco a la gente del bar,
le dijo que respetara a los clientes y que no molestara más sino quería
que le pusieran de patitas en la calle. Pero de momento, como a los que nos daba
la murga insistentemente, éramos
chavales y no poníamos demasiada mala cara, el dueño lo fue dejando pasar hasta que este camorrista decidió pasar del
mostrador a las mesas.
En ese momento lo primero que hizo fue insolentar a una
señora que estaba sentada en la mesa merendando junto a su marido y otros
comensales. Rápidamente uno de los hombres se levantó y le llamó la atención al
faltón y éste comenzó a despotricar pero se distanció un poquito de la mesa. Al
poco rato, vuelta la burra al trigo y vuelve a molestar a la señora. En ese momento, el seudolegionario salió de detrás del mostrador a toda velocidad y sin mediar
palabra le echó mano al fanfarrias por el pecho y le sacó en volandas a la calle
sin que apenas se percataran muchos de los clientes del incidente.
Nada más traspasar el umbral de
la puerta y puestos los pies en la “rue”
le propinó tal puñetazo en un ojo que se lo dejó totalmente a la virulé. El
hombre del bar se sacudió y acomodó el delantal blanco que llevaba puesto y entró para
dentro tan ricamente, como si allí no hubiera pasado nada. Pasados uno minutos
volvió a entrar de nuevo al bar el patoso
abofeteado, dando tumbos y con una mamo
tapando el ojo afectado, que lo tenía todo negro y ensangrentado. Al llegar a
nuestro lado se quedó parado como don
Tancredo y nos dijo: -“Guajes, vosotros
que tabais aquí na barra tenéis que sabelu”: ¿Quién me dio el hostiazo?
Nosotros que no podíamos contener
la risa, al darnos cuenta que el insolente era paisano mío, le respondimos como pudimos que no habíamos
visto nada y que si seguía dando la lata
así, no solo tendría un ojo negro, sino que le pondrían los dos. Menuda lección que nos dio el dueño
del bar aquel día a los clientes y con qué limpieza lo hizo. Cómo lo haría de
rápido y de bien que el faltón al final se fue para su casa sin saber quien le
había propinado el mamporro. Mi amigo y yo nos quedamos atónitos al ver el remangue y la valentía de aquel
hombre para espantar de su casa a indeseables como: babayos, patosos, chulos, bocazas, grandones, matones y
demás especímenes de estos que, desgraciadamente, abundan bastante entre el mundo del alterne.
B. G. G. bloguero “Prior”
1 comentario:
Apunta bien Maribel
que cuando el rey astral
vive estación de cuartel,
retorna algún bloguero
a solazarse en invierno.
Celebro notas de Olga,
como del gran Vitorín
y se echan muchos en falta
cual Mamen y Jesusín,
otros ausentes y Marta.
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