lunes, 20 de abril de 2015
DE VEGA DE RENGOS A MADRID
A propósito de la agradable
entrada última de Ulpiano, en la que nos relata de una forma tan amena y con el
depurado y esmerado estilo que le
caracteriza, sobre las peripecias de su
primer viaje a Madrid, me entraron ganas de hacerle un comentario al respecto, pero me salió un tanto
extenso y aprovechando que esta temporada no andamos muy sobrantes de
género lo hago como una entrada. Pues bien, diré que mi primer traslado a la capital de
España desde Vega de Rengos, también fue
yendo de acompañante de un primo mío que tenía un camión en propiedad con otro
socio y que normalmente, hacían al menos dos viajes por semana con carbón procedente
de la mina del Patatero, ubicada en Monasterio de Hermo, con destino a las carbonerías madrileñas. Finalizado el quinto curso en Corias, cuando ya contaba con 18 años, de vez en cuando y durante las
vacaciones estivales, mi madre tenía a
bien que fuese de acompañante con el primo por esas carreteras de dios,
principalmente, para darle conversación durante la noche y así evitar en lo
posible los microsueños en el conductor.
Recuerdo que mi primer viaje lo hice con muchísima ilusión,
a pesar de que aquellos viajes eran toda una odisea pues, aunque los camiones Pegaso
ya habían mejorado bastante, en cuanto a
potencia y en cuanto a confort, en
verano hacía un calor dentro de las cabinas que achicharraba, a pesar de llevar
las ventanillas abiertas hasta el tope, y
si el camión no estaba muy nuevo y el puerto era prolongado , si no se hacía al menos una parada durante el
ascenso, podías llegar a la coronación como si acabaras de salir de una sauna. Otro
problema era el excesivo ruido, dentro de la cabina para entenderse, había que hablar a grito pelado.
En aquellos años los camiones transportaban una carga neta
aproximada entre las 12 y las 15
toneladas métricas, y una vez que el camión salía de la tolva en el cargadero de
la mina de forma inmediata se pasaba
por la báscula para obtener el peso total del vehículo recién cargado: carga
más tara. Y ese tique que se le entregaba allí era el que tenía que presentar en destino al cliente al llegar a Madrid. Pero
como los carboneros madrileños no se fiaban de lo
que le pudiera pasar a la carga durante el trayecto, en cuanto entraba el camión en los almacenes donde se acopiaba la antracita, procedían de nuevo a
pesar el camión completo y ese tonelaje era el que iba a misa y se tenía en cuenta para a la salida
pesar el camión vacío y así poder destarar y saber con exactitud el peso neto de carbón
entregado.
Se hacía este doble pesaje porque la mayoría de las veces había diferencias
notorias de kilos, hasta de más de cien,
entre ambas pesadas: la de origen en la mina y la del destino en Madrid. Esta merma se achacaba a la “evaporación”
si era verano, y si llovía al efecto de lavado del agua. Pero
la realidad era otra mucho más pícara y se debía a que, de vez en cuando, por
no decir a diario, los propios conductores descuidaban algún cesto que otro del mineral transportado para así poder juntar combustible, cara al invierno, para
calentar las cocinas de sus casas. A
veces, para que no les viesen, no les quedaba otro remedio que dejarlo metido en sacos y escondido entre la
vegetación, cerca de la carretera, para al regreso poder recogerlos, sobre
todo, si era de noche.
Este pequeño fraude era archiconocido por los carboneros
madrileños y se trataba de impedir de
varias formas, pero la más simple, ocurrente y también vulnerable si llovía
durante el trayecto, era la de espolvorear toda la cobertera de la carga con
cal a la salida de la báscula en la mina y así, si en el destino la montera del carbón no
presentaba las mismas manchas blancas, uniformemente repartidas por toda la caja, eso
era señal inequívoca de que allí habían
andado los ratones. Yo, más de una vez y más de dos, me tuve que quedar escondido
en la cama de la cabina, ocultado como si estuviera dormido, a la hora de entrar
el camión a pesar. Lo malo de esto es
que ya no me podía mover de aquel camastro en todo el tiempo que durase la
descarga, no me fuesen a ver salir, y a veces la espera superaba las dos horas pues, solo algunos modelos tenían
basculante y normalmente, la descarga la hacían tres o cuatro hombres manualmente a pala. Bien mirado, con este ridículo camuflaje que se hacía, al incluir como carbón el peso de una o dos personas, el beneficio era escaso, pero al menos eran setenta y
tantos o ciento y pico kilos que no había motivo para tener que achacárselos a la “evaporación”. Como se suele
decir: Menos da una piedra. Ahora bien, esta pueril
picardía tampoco se podía hacer en todas las carbonerías, porque las había que el encargado, era de esos del “eg que”, ya viejo y más trallado de todo que el Pupas, que se las sabía todas y lo primero que hacía nada más colocar el camión en la plataforma de la báscula
era subirse a la cabina y retirar la cortinilla de la cama por si había detrás de ella alguna
“liebre” encamada. Nos tiene contado uno de estos veteranos, que en
una ocasión él había descubierto hasta tres “liebres“ acurrucadas en el nido.
B. G. G. bloguero “Prior”
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1 comentario:
Aquí tenemos dos viajes en camión a Madrid, uno el que relata Ulpiano y este de Galán. En uno se habla de nieve y frío y en el otro de calor. A mí me resultan igual de “familiares” los dos, pues todavía recuerdo cuando se empezaron a poner ventiladores, que por cierto eran bastante birriosos, pero mejor que nada… Poco después empezaron a traerlos como equipamiento de origen y además de ser mejores, también estaban mejor situados.
Recuerdo también que para subir los puertos tenían que ir muy despacio y parar incluso. Tengo oído “discusiones” de que unos subían mejor que otros, y luego, cuando marchaba el primero decir el otro en plan jocoso: “el caso es que tiene razón él”.
Lo de pesar el camión con el “ayudante” en la cama, se oía alguna vez, pero no mucho, pues nadie quería reconocer esas pequeñas faltas. Eso sí, siempre había algún gracioso que no le importaba contarlo y te reías un montón.
Acabo de ver que Carlos también viajó a Madrid en camión y de manera diferente. Yo de los del pescado no sé nada. Solo que decían los de por aquí que iban a mucha velocidad.
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