jueves, 1 de octubre de 2015
IRLANDA (II)
(continuación de IRLANDA I)
Estaba por
juramento obligado a tomar parte en alguna acción si me lo ordenaban los jefes.
Y un día, ya con 47 años se presentaron por la noche en mi casa, dos altos
mandos del IRA. No venían a pedirme nada, venían a exigirme la colaboración
para introducir en Irlanda del norte unos kilos de dinamita que debería llevar
en la máquina y dejarlos caer en un punto determinado al poco de pasar la
frontera. Tendría que bajar la marcha al mínimo para que los bultos no se
destrozaran. Era una orden. Y para mi esa orden era sagrada. No le dije nada ni
a Sheila.
Me detuvieron a
los dos meses, en Belfast, por convenio, y me entregaron a las autoridades de
Irlanda del sur. Era un convenio y el Sur tenía que castigarme. Me expulsaron
de los ferrocarriles pero sin decirlo en la sentencia, me mantuvieron el 80%
del sueldo. Desde entonces vinimos a vivir a Doolin a esta casa, donde vivían
los padres de Sheila, que murieron hace unos cinco años. Y aquí estamos. Y sigo
ligado al IRA pero como ya estoy “quemado” es imposible que me llamen de nuevo.
Aquí no lo saben ni mis mejores amigos. Y ahora lo sabes tú. Quiero que me
recuerdes como Irlandés, católico y militante del IRA.
Cuando terminó
no dimos un emotivo abrazo. Gracias por tu confianza, yo no quiero descartar el
volver a vernos, pero te digo que cuando quieres a un amigo no importa la
ausencia, ni la distancia. Mientras nos
acordemos el uno del otro, nuestra amistad durará para siempre. Otro abrazo.
Yo joven, y él
viejo. Pero la amistad no entiende de edades, lenguas, nacionalidades, ni
explicaciones racionales. Éramos amigos para toda la vida.
De regreso a la
cottage le dije: Liam, me voy pasado mañana y antes de irme, cuando queden
cinco minutos para el autobús, tendré que decirte a ti, cúal es ahora mismo, el
gran problema de mi vida. Tú debes saberlo pues me has confiado tu intimidad.
Y ¿Por qué
cuando falten cinco minutos? Preguntó. Yo no quiero darte explicaciones que ni
yo tengo todavía del todo claras. Le dije.
Seguimos el
camino en silencio.
A punto de
llegar a la casa, me soltó la gran sorpresa que tenía guardada.
Oye, tienes que
dejarme un regalo antes de irte.
Liam soy muy
pobre, ¿Qué puedo dejarte?
Escucha, mi
ilusión desde que viniste es que un día hagas una eucaristía para nosotros.
Bueno, Liam,
dime donde hay una iglesia o una capilla…
No, no, yo
quiero que hagas la eucaristía en mi casa.
¡¡¡¡¡COMO
DICES!!!!
Mira, sé que puedes hacerlo. Otra cosa es que
te atrevas a saltarte las normas y lo hagas como queremos.
Liam ¿Me estás
pidiendo que diga para vosotros una misa en el salón de tu casa?
Exactamente,
para nosotros y otros cuatro matrimonios. Tú puedes hacerlo y tú lo sabes mejor
que yo.
Bueno, cierto
es que puedo, pero no debo hacerlo.
Un momento, tú
dices “I must not” (no debo), pero deberías decirme I shouldn’t (no debería) y yo te digo que puedes, y
deberías.
Es que…
¿Ves? Ya no
sabes que decir….déjate de reglas ¿Qué pan consagraban los primeros cristianos?
Hombre, visto
así…
Mira, nos
reunimos cuatro matrimonios, más Sheila y yo y tú dices misa en casa.
¡Por Dios Liam!
Me estás chantajeando.
No, tú sabes
que puedes hacerlo y lo vas a hacer.
Juguemos con
tres verbos ingleses que definen el tema.
I can – puedo
(esto no se discute).
I must not – no
debo (conforme a las normas al uso).
I should –
podría (si fuese un caso excepcional).
Y ¿Quién
juzgaba si era excepcional?
Me rendí. Pero
en condiciones. Sería absolutamente
secreto. No admitía nada más que a sus amigos más íntimos. Nunca deberían
contarlo a nadie.
Al día
siguiente, víspera de mi marcha, nos reunimos cinco matrimonios y yo.
Mandé a Sheila
cortar una rodaja de pan de molde en once trozos y escoger la mejor pieza de su
cristalería. De hecho trajo una copa de cristal de Waterloo.
El pan sobre
una bandeja y todos sentados en torno a la mesa. No había ningún instrumento
litúrgico normal. Ni misal.
Pedimos perdón
por nuestros pecados.
Les leí un
trozo del evangelio (no sé decir cual, pero sé que se refería a la caridad).
Consagré. Rezamos por varias intenciones, cada uno la suya.
Sospeché que
algunos, si no todos, también eran
soldados durmientes del IRA, pues todos rezaron a Dios por la reunificación de
Irlanda. No dimos los abrazos de la paz y así terminó el acto litúrgico. Para
las nueve ya estábamos en el pub del pueblo. Se palpaba una alegría anormal en
la reunión. Empezó a correr la cerveza y al son de un instrumento que me
pareció una mandolina se liaron a cantar y bailar. Me recordaban las canciones
oídas mil veces en las películas del oeste americano. Hasta yo bailé. A las
once nos retiramos como era perceptivo en aquella época.
Al día
siguiente, mi autobús pasaba hacia las doce por la carretera general que
distaba unos 200 metros de la casa de Liam. Me despedí de Sheila y Liam y me
acompañó hasta una marquesina que significaba la parada del autobús.
“Liam,
seguiremos siendo amigos, por siempre, pero debo decirte que es muy probable
que yo cambie mi estado actual y regrese a la vida civil”.
“Es tú vida y
tú serás amigo mío de cualquier forma” Me contestó.
Nos dimos un
abrazo entrañable cuando llegaba el autobús. Se paró este y tuvo que tocar el
claxon para advertirnos de que ya bastaba de abrazos.
Subí llorando
al autobús. Como me senté en la parte delantera a la derecha, podía ver por el
retrovisor a Liam, que seguía parado donde la marquesina. Y seguí viéndolo
hasta que concluyó la larga recta de la carretera en aquel lugar.
Yo volví a
Irlanda en el año 94, para entonces ya había fallecido mi amigo del alma.
Esto es
Irlanda, amistad, hospitalidad y cerveza.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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