Era bien conocido el caso de familias que, aún disponiendo de buenas fincas y numerosas cabezas de ganado, vivían rayando la miseria pasando “fame” y calamidades todo el año, con el fin de poder “ aforrar” unos cuartos para luego ponerlos a los intereses durante unos años, aprovechando que siempre había algún “echao palante” local, que se arriesgaba a acometer algún negocio en la capital sin tener un duro propio. En Madrid sobre todo.
domingo, 10 de enero de 2016
DON ELOY
Hablando de maestros, creo que todos los que procedemos de zonas rurales, guardamos grandes recuerdos de
los primeros educadores que tuvimos en
nuestra infancia. Los niños de la ciudad supongo que también tendrán referencias iguales o parecidas a
las nuestras, pero pienso que menos, ya que entonces en los pueblos el señor maestro era el tipo
culto, preparado y distinguido; junto con el cura, casi los únicos personajes
instruidos entre una vecindad campesina poco
ilustrada en general, y con numerosos semianalfabetos en su población. Sin
embargo, en los núcleos de mayor demografía los maestros ya pasaban más desapercibidos y no destacaban tanto
pues compartían su preparación y cultura con otros muchos profesionales residentes
como médicos, abogados, religiosos, farmacéuticos…. En los pueblos el maestro,
salvo raras excepciones, era considerado como una autoridad en todos los
sentidos, de ahí que fuese una persona muy
respetada y valorada; tanto por los alumnos como por la población adulta
en general.
En mi caso concreto, el maestro que a mí me correspondió en la
escuela primaria del pueblo fue don Eloy, zamorano de procedencia y casado y
afincado en Posada de Rengos. Este buen señor no solo era el encargado de
desasnar a la infancia masculina de la parroquia, sino también de redactar cualquier
tipo de documento o trámite burocrático que se llevase a cabo en su
delimitación territorial, generados por
temas hereditarios, por intercambios de fincas, o por transacciones económicas entre vecinos.
Recuerdo que en los años cincuenta y hasta bien entrados los
setenta, en el concejo de Cangas del
Narcea, era corriente que algunos dueños
de las haciendas más solventes con mayores posibilidades monetarias, prestasen
dinero “a los intereses” con su rédito correspondiente a quienes lo solicitasen.
Era bien conocido el caso de familias que, aún disponiendo de buenas fincas y numerosas cabezas de ganado, vivían rayando la miseria pasando “fame” y calamidades todo el año, con el fin de poder “ aforrar” unos cuartos para luego ponerlos a los intereses durante unos años, aprovechando que siempre había algún “echao palante” local, que se arriesgaba a acometer algún negocio en la capital sin tener un duro propio. En Madrid sobre todo.
Era bien conocido el caso de familias que, aún disponiendo de buenas fincas y numerosas cabezas de ganado, vivían rayando la miseria pasando “fame” y calamidades todo el año, con el fin de poder “ aforrar” unos cuartos para luego ponerlos a los intereses durante unos años, aprovechando que siempre había algún “echao palante” local, que se arriesgaba a acometer algún negocio en la capital sin tener un duro propio. En Madrid sobre todo.
Uno de los negocios más
solicitados en aquellos tiempos, que
generaban este tipo de necesidades entre la gente más emprendedora, eran los
traspasos de las plazas de sereno en Madrid. Entonces el coger de traspaso una de estas "propiedades
virtuales", sobre todo en las zonas céntricas, suponía el desembolso de entre veinte y treinta mil duros, que pocas familias disponían de semejante
capital. También se pedían prestados los
dineros para otro tipo de empresas como podrían ser: comprar un taxi y su licencia, traspaso de
una pensión, de una taberna, etc.
Estos préstamos entre particulares, como se puede intuir
tenían la validez de la palabra, como
pasaba con el trato de una res en la feria, pero estaban totalmente al margen
de la ley ya que no tributaban al erario público ni un céntimo, y para darles constancia ante la Justicia, en el
caso de que el deudor saliera rana, se redactaba un documento privado entre el
que prestaba y el que recibía, con la
presencia de ciertos personajes como
eran : el acreedor, dos testigos de confianza y de un fiador o dos, según fuera
el monto del préstamo. En este acto de compromiso el deudor manifestaba ante el redactor del documento, el acreedor, el fiador
y los testigos, que devolvería hasta el último céntimo del pie, así como de los
intereses devengados y en el plazo fijado. Sin embargo, no siempre se
cumplían estas promesas y por eso se exigía la presencia del fiador,
que era el aval, el “pardillo”. El fiador era la persona que respondía del
compromiso adquirido por el deudor y que garantizaba al acreedor la devolución íntegra del
préstamo en metálico. Llegado el caso que el deudor no cumpliese lo pactado, el
fiador lo haría en su lugar, bien con
dinero o a costa de su hacienda y patrimonio.
En mi pueblo todos estos
documentos los redactaba y los llevaba a
cabo siempre el señor maestro en su casa. Yo he tenido en mi poder algún ejemplar de estos, manuscritos, que tenían una letra
de caligrafía preciosa, pero endiablada de leer y casi de interpretar
pues, aparte delo recargados que
resultaban los rasgos de las diferentes grafías, también estaba el
inconveniente añadido por parte del
redactor, de incluir excesivas frases retóricas más propias de la jerga jurídica-financiera que de la “fala” común.
Otra función encomiable que desempeñaba en mi pueblo el señor maestro
todos los finales de mes, era la de distribuir y entregar la “Paga de Vejez”
que cobraban algunos ancianos de la parroquia y que rondaban las 300 pesetas. En los días de pago,
la Casa del Maestro se transformaba en
un auténtico Saloon del Oeste americano
por las numerosas caballerías que allí permanecían atadas a las argollas de la fachada exterior, con
sus aparejos de silla y alforjas y que casi impedían el acceso a la entrada de la casa.
Una vez dichas algunas de las bondades y cualidades que dedicaba este señor a sus convecinos y alumnos, apuntaré algún defectillo que otro, como era el de obligarnos
a los escolares a cantar el Cara al Sol con demasiada frecuencia. También debo
decir que don Eloy como eficiente docente que era, para el pleno desempeño de su vocacional oficio,
se auxiliaba de abundante bibliografía y
de material didáctico en general, pero sobre todo no se separaba de un elemento,
poco pedagógico e instructivo, pero que
le resultaba muy eficaz e imprescindible
para la buena marcha de la escuela.
Dicha pieza no era nada electrónico o potencial
como pasa hoy en día, pues entonces ni siquiera se contemplaba el término virtual a nivel de la enseñanza
primaria. Si acaso, en los tratados de Óptica. En realidad se trataba de algo bien distinto, palpable y material pues, consistía en una rígida vara seca de avellano, de unos
setenta centímetros de largo y un diámetro aproximado de un centímetro. Aquellos
malditos palos nos medían y masajeaban las costillas palmo a palmo y a menudo, sin excepciones de edad ni condición familiar,
incluido su propio hijo. Cierto arresto,
un poco más ejemplarizante y menos cruel, no digo que no fuera necesario, pero a este señor maestro no le cabía la mínima duda que el método de la “guichada”, o vara de arreador, era
una de las tácticas más pedagógicas y eficientes que existían en aquellos tiempos para la doma de potros
asturcones bípedos, aún por bravíos y montaraces
que estos saliesen.
Lo incomprensible del
caso era que el aprovisionamiento de estos odiados y temidos punteros corrían a cargo de los mismos alumnos. A cada
tanto, uno de los principales entretenimientos de algunos de los escolares, mientras guardaban las vacas en los
prados, siempre por encargo del maestro, era cortar y preparar algún feje de varas de avellano para que al domador
no le faltasen nunca y no llegara a
sentirse desarmado y solo frente a la barahúnda de escolinos.
Aquí, sí se cumplía con creces el refrán que dice: “Además
de burros, apaleados”.
B. G. G. bloguero
“Prior”
P.D. Como curiosidad diré que en la foto, el “Prior”, es el segundo por la derecha de la
fila inferior.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
9 comentarios:
En estas entradas, Morán y Benjamín, rinden merecido homenaje a los maestros de nuestra época escolar. Estoy seguro que todos conservamos nítidos recuerdos de aquellos personajes que marcaron la primera etapa de nuestra existencia.
En Limés tuve dos maestros. El primero, D. Paco, venía desde Cangas en bicicleta. No importaba que lloviera o cayeran chuzos de punta, salvo cuando había una cuarta de nieve y era impracticable la carretera, nunca faltaba.
Dejaba la bicicleta en La Casilla, hoy restaurante - hotel y entonces casa del cura, y subía la empinada y fatigosa cuesta cubierta de barro y cantos rodados hasta acceder a la escuela. Su primera tarea era encender la estufa de leña y carbón. Caldear el local resultaba imprescindible durante prácticamente todos los días del curso para poder permanecer en aquel precario y desvencijado edificio. Otra de sus tareas, una vez encendida la estufa, era prepararnos la leche en polvo donada por los americanos dentro del famoso Plan Marshall. El agua para tal fin -en la escuela no había, tampoco en las casas, agua corriente- la traíamos nosotros del regueiro, en un cubo que portábamos entre dos por riguroso turno cada día. A pesar de los esfuerzos de Don Paco por disolver el polvo siempre resultaba un brebaje grumoso. Para algunos que teníamos vacas en casa y suficiente leche beber aquello, era obligatorio, resultaba asqueroso.
En lo educativo, D. Paco, era tradicional. Explicaba, con entusiasmo más bien neutro, la lección y nos ponía deberes algunos deberes para casa. Sacar o no provecho de ello ya era nuestra opción.
No se prodigaba con los castigos físicos, sí le enervaban las peleas furtivas, patadas y puñetazos, entre compañeros de pupitre que solían terminar con un tintero por los aires emborronando ropas y cuadernos. Entonces enarbolaba una regla milimetrada de muchos milímetros y con la parte plana de ésta dejaba ostensibles y dolorosas marcas rojizas en la piel de los contendientes.
Pero no era mala persona D. Paco, era un maestro de aquella época. Sus penalidades durante los duros inviernos de servicio en Limés fueron recompensados y destinado a un colegio de Cangas.
Después, sería 1957, llegó D. Ginés. Un joven maestro vocacional, entusiasta de nuevos métodos de enseñanza, de mente abierta y contrario a los castigos corporales. Él hizo que dejara de ver la escuela como fastidio y obligación, que me interesaran temas y me adentrara en la Enciclopedia Álvarez como una diversión. También en materias que no recogía esa enciclopedia y por las que él me guiaba. Fuera del horario escolar nos quedábamos los dos, una o dos horas, abordando lecciones que sobrepasaban con creces aquellas enseñanzas escolares. Algunas de ellas no las volví a dar hasta 4º curso en Corias. Lástima que para entonces ya casi las tenía olvidadas.
Gracias a las enseñanzas de D. Ginés, él me acompañó para hacer el examen de ingreso en Corias, durante los primeros cursos de Instituto logré, casi sin dar golpe, buenas notas. Después, en paralelo con mi interés por otros temas que poco tenían que ver con los estudios, las matrículas desaparecieron y fueron sustituidas por escuálidos aprobados y algún notable.
Mi adhesión al homenaje a los maestros de nuestra época que aquí les tributan Benjamín y Morán.
Ulpiano:ese maestro al que tú llamas D.Paco,me da la impresión que puede ser el padre de un compañero nuestro de Corias,J,R,Gallar.yo lo conocí de maestro en Cangas y,le llamábamos D.Francisco Gallar,lo de D.Francisco,es dado que en la Villa somos menos hogareños.
Retomando el tema ,yo no puedo hablar de un Maestro,tendría que referirme a:Dña.Vicentina,maestra de párvulos;D.Luis de primero;D.Benito de segundo;D.José el Gallo de tercero;D.José Granel de cuarto y a continuación....P.Lastra,P.José,P Eutimio,etc.
Deberíamos nombrarte cronista oficial de la Villa de Cangas, Villamil. No recuerdo el apellido de D. Paco o D. Francisco, seguro que era la persona que tu identificas con más precisión, sin embargo, por insólito que parezca, sí recuerdo su olor de primera hora de la mañana; como de café con leche y galletas María, supongo que de alguna colonia o de su desayuno. Ese olor destacaba entre los nuestros que a saber a qué olíamos.
Supongo que parece algo normal. Los primeros olores, igual que el resto de las primeras percepciones, adquirían entonces una intensidad difícil de percibir ahora. Solo un ejemplo, banal y políticamente poco correcto, nunca volví a percibir con tanta intensidad el aroma de los primeros Lucky o chester encendidos a hurtadillas cuando estaba por el monte o en cualquier discreto rincón.
Con este primer maestro, aunque después le veía con frecuencia por Cangas, nunca continué ningún tipo de relación. Si nos tropezábamos y el saludo era inevitable éste se limitaba a un ligero movimiento de cabeza. Me parece que la empatía no era nuestro fuerte.
La referencia de los olores de la infancia que mantenemos fijados en nuestra memoria olfativa, según dice Ulpiano, creo que todos los tenemos. Yo uno que aún tengo grabado es el olor al jabón de afeitar de barra y brocha; concretamente, de la marca “Gota de Ámbar”. Este jabón dejaba una aroma fresca y especial en la persona que lo utilizaba para el afeitado mañanero y permanecía con él durante largo rato. Yo a veces en el Metro en Madrid, a primera hora de la mañana, cuando entraba un caballero que acaba de utilizarlo, he podido diferenciar ese viejo y agradable aroma, entre toda aquella mezcolanza de olores, más bien tafos, que desprendía la barahúnda. Mi fijación por este olor se debe en parte a que, mi padre siempre lo usaba y a mi madre también le gustaba. En el lado opuesto recuerdo que, el mandil de algunas viejas olía a pis rancio que echaba para atrás.
Creo ver, en la foto, al prior, el tercero por la derecha.
La indumentaria de los escolinos no deja lugar a duda sobre la época en la que se desarrolla.
En menda tuvo la tira de maestros. La mayoría, del montón.
Los dos años anteriores de ingresar en Corias, me tocó uno de la familia que fué el encargado de prepararme para el ingreso. Muy aficionado a las clases prácticas, con ejemplos y representaciones
Nos obligaba a leer todos los fines de semana un cuento y resumirlo el lunes al llegar a clase.
También era obligatorio el trabajo manual todas las semanas. Solían ser copias, en miniatura, de herramientas de labranza, de carpintería o de cualquier otra actividad que conocíamos en nuestro entorno.
Muy respetado en toda la parroquia. Durante el día tenía al aula llena de alumnos y durante la noche daba clase a los mayores, de todas las edades.
Sobre los olores, que comentáis, el que más recuerdo era el linimento que solían echar algunos compañeros como Peque o Ángel.
Samu,lo del lelimento,"Sloam" en el que la carátula era u forzudo con un mostacho descomunal,para mí resultaba insoportable su olor,por lo que para días de mucho frío me daba
unas friegas con alcohol de romero,el que aun utilizo para tonificar la ya mermada musculatura en dalguna aventura biciclista,por otra parte,el olor a meada en las esquinas,a día de hoy no lo soporto.
Los internos sí recordamos lo impregnado que quedaba durante varios días el dormitorio de las camarillas, el de la Diputación, por el linimento Sloam (el de los bigotes), una vez que pernoctaban allí parte de los integrantes de la Vuelta Ciclista a Asturias, que era por el mes de mayo.
Como bien dice Ulpiano, habéis hecho un gran homenaje a los maestros de aquella época, que lo tienen bien merecido.
En la foto que muestra Galán se ve la cantidad de niños que había en esa época en los pueblos. Seguro que ahora no hay ni la tercera parte. Que pena, poco a poco los pueblos se van quedando sin gente.
En Cangas íbamos cambiando de maestra a medida que cambiábamos de curso y el recuerdo que tengo de todas ellas es bueno en general, aunque los métodos no eran muy suaves en el trato, se asumían con normalidad. Era lo que había y como llegaras a casa quejándote por algo....entonces sí que sabrías lo que era bueno. He de decir que yo era buena nena...y no me tocó llevar coscorrones en exceso jajaja.
Después de salir de la escuela con 13-14 años me fui con las Dominicas a estudiar taquimecanografía y un curso de auxiliar administrativo y secretariado. De las monjas también guardo buen recuerdo.
Como uno siendo guaje anduvo de un lado para otro, siempre detrás del patriarca que era el que "traía les perres a casa", tengo recuerdos de los maestros que tuve hasta que empezamos en Corias. Aunque nací en Quirós mis primeros años los pase en la casa de los abuelos maternos en el Concejo de Siero. Allí, en Muñó empecé a la escuela con D. Rufino un joven maestro que solía tener "la vara siempre dispuesta". era la típica escuela de pueblo donde íbamos los guajinos de tres años hasta los de 14 o 15. Ya con 5 años me llevaron para Quirós a la casa familiar donde en otra escuela de las mismas características de la de Muñó en cuanto a las edades. Allí teníamos una maestra encantadora, Marina Álvarez Valdés, a la que después de años cada ve que volvía a Quirós por algún tema laboral siempre visitaba. De Quirós nos fuimos a vivir a un pueblín de San Martin de Rey Aurelio, Cocañín, donde estuvimos solo un año. Es el único lugar de donde no recuerdo el nombre del maestro. Posiblemente sea porque no guardo muy buena imagen de aquella época. En 1956 fuimos a vivir a Cangas y durante solo unos meses fui con D. Benito Pastrana en las Escuelas de Calle Mayor. Fue muy poco tiempo pues al empezar el siguiente curso ya empezamos en Corias, pero en ese tiempo me dio tiempo a ser uno de los que todos los días preparábamos esa leche que tanto le "gustaba" a Ulpiano. De mis tiempos en Corias, que fueron los primeros años guardo buen recuerdo de casi todos pese a la rapidez con que actuaba Jaime primero y luego Pepito Castaño. Debo reconocer que Eutimio que parece ser también se las batía como Billy el Niño nunca "sacó su revolver contra mi".
Publicar un comentario