viernes, 8 de enero de 2016
EL MAESTRO
“Sr.
Maestro, Tino valtó (derribó) un nial”. Don Antonio humedecía la yema de su
pulgar derecho con la lengua y reclamaba “Tino, ven acá”.
En
aquellos tiempos todavía no se había inventado lo de la presunción de
inocencia, de modo que el maestro pasaba directamente a ejecutar la sentencia
sin juicio previo. El castigo eran unos varetazos con vara de avellano en el
trasero. El baremo dependía de la
gravedad del delito denunciado: tres varetazos por destruir un nido. Cuatro por
robar algo, dos por faltar al respeto a una persona mayor, cinco por montar la
escuela (o sea hacer novillos). “Sr Maestro, Celso ayer mandó a ______
a Jesús de la Molinera”. Celso ni reclama, sabe y acepta tan
resignadamente que le esperan unos varetazos en el trasero.
Don
Antonio tenía una obsesión evidente por la educación cívica de los guajes. Era
un tipo íntegro y con evidente vocación para la enseñanza. Supongo que tenía treinta y pocos años.
Soltero. Vivía con una hermana también soltera en una aldea a cinco kilómetros
de la escuela caminando por el monte. Por el invierno utilizaba un candil de
carburo para alumbrar el camino, pues se le echaba la noche encima al regreso.
Traía una cesta de mimbre, cesta obrera, la comida del medio día que sin
excepción, consistía en un pequeño pote de berzas. Una mujer que vivía próxima
a la escuela se lo calentaba. Según averiguaciones que he hecho, debía ganar
275 pesetas al mes. Un huerto familiar, seis gallinas y media docena de
colmenas complementaban los recursos de Don Antonio y su hermana. Justamente
para llevar una vida de mera subsistencia. Un raído traje marrón era todo su
fondo de armario. Eso sí, una corbatina verduca que parecía a fuerza de
cotidianidad, formaba parte de su anatomía. Así de simple era su nivel de malestar
en aquella sociedad misérrima. Bien es verdad que la casi totalidad de sus
vecinos también vivían en una penuria similar a la suya.
Mal
de muchos… una vez más un dicho popular falsea la realidad. En una sociedad
donde la inmensa mayoría de sus miembros tengan un gran nivel de bienestar Juan
Nadie no podrá soportar el agravio comparativo de que la fortuna visite todas
las casas menos la suya. Cuando yo era niño en Campomanes nadie se sentía
especialmente desgraciado por no tener un coche, ya que solo lo tenía uno en el
pueblo, el médico. De modo que Don Antonio logró esquivar el hambre gracias al
recurso de todos los aldeanos: proveerse de alimentos de huerta.
La
relación conmigo resultó completamente atípica debido a que mi madre, que había
cursado estudios en las Dominicas de Oviedo, me enseñaba ella con antelación lo
que después estudiábamos en la escuela. Por lo demás en mi casa había bastantes
libros, supuestamente novelas: recuerdo que había las obras de Palacio Valdés,
de Pereda y de Galdós. Incluso compraban el periódico los domingos y los lunes.
Los lunes no salían los periódicos normales. Durante años se publicó una hoja
del lunes con el título de Carbón. En ella saciaba yo mi bulimia de goles. A
tan temprana edad yo necesitaba mi dosis diaria de goles como tantos y tantos
españoles.
Yo
no podía pasar sin mi dosis semanal de goles. De goles del Oviedo y los goles
del Oviedo los fabricaba Herrerita. Por esa razón no entendía que el libro que
contenía todo el sabor humano, o sea, la Enciclopedia Álvarez mencionaba varios
míticos personajes patrios, como Viriato, Don Pelayo, El cid etc… y no
mencionara al fenómeno futbolista ovetense. Me costó aceptar este fallo de la
Enciclopedia.
El
afán doméstico de mi madre por enseñarme provocó un serio problema en mi vida
escolar. Cuando empezaban los demás, las primeras lecciones en la Enciclopedia
Álvarez yo ya me la había estudiado en casa casi entera.
Resultado:
me aburría en clase y me dedicaba a incordiar. El maestro se dio cuenta del
asunto y lo corrigió de un modo muy imaginativo. En vez de azotarme con la
vara, me separaba de los demás, enviándome a una mesa solitaria situada al
fondo del aula. Como se dio cuenta que no era fácil tenerme tranquilo probó a
anestesiarme con lecturas. ¡Bendito Don Antonio! Fue mi inicio en el mundo de
los libros con los cuales y de los cuales viví el resto de mi vida. Comenzó
dándome a leer a Miguel Strogoff o el Correo del Zar, de Julio Verne. Siguió
con viaje Submarino, Ivanhoe de Walter Scott, el Sr. de Bembibre de Gil y Carrasco,
etc, etc…
A
los doce años ya leí Nuestra Señora de París de Víctor Hugo. Ni Don Antonio ni
mucho menos yo, sabíamos que aquel maridaje mío con los libros desde tan niño
era premonitorio de lo que sería una constante en mi vida. Años más tarde,
hacía mediados de los años 80, le encontré un día cualquiera por la calle. Ya
era un viejecito y le saludé consciente de lo que le debía. Le informé que mi
trabajo de funcionario consistía en comprar libros en lenguas europeas para la
Biblioteca Nacional. Se lo dije sabiendo que sentiría el sano orgullo de
haberme introducido en el mundo de la lectura.
Mi
vida hubiera sido muy otra, no sé cual, sin mi madre, el maestro, y las
Dominicas.
Sobre
todo un ramillete de bellos recuerdos de mi niñez, tengo escritos dos nombres:
mi madre y Don Antonio. Desde la cima de la edad, vuelto hacia aquellos años
hago una agradecida evaluación de ambos. Y he que ambos son para mí el
prototipo de las dos profesiones que más hicieron por sacar adelante este país
de miseria y ruindad, que nos ha tocado como patria.
Reclamo
una calle, una plaza una estatua o un monumento que recuerde aquellas mujeres y
a aquellos maestros que en unos años de miseria económica y moral sufrieron con
sacrificio y valentía.
Ya
en una ocasión reclamé – sin éxito – una calle para el tonto de mi pueblo. Este
pueblo nuestro olvidadizo e ingrato dedica calles importantes a perfectos
desconocidos cuando no a reconocidos sinvergüenzas como una calle en el centro
de Madrid al lado de Cibeles dedicada a
Salustiano Olózaga. Leed su biografía, y rogad a Dios que no os salga un hijo
de la catadura moral de ese fulano.
El
recuerdo de mis años escolares me incita a reflexionar sobre el eterno problema
de la enseñanza que con el libro, fue parte consustancial de mi vida. Fueron 40
años de experiencias apasionadas. Ahora, como simple y afligido observador.
Cada año aparecen evaluaciones de organismos internacionales, sobre la mínima
calidad de nuestro sistema educativo.
Teniendo en cuenta que el dinero destinado a la enseñanza se ha
multiplicado por diez en los últimos treinta años no sería un despropósito
reclamar que la calidad hubiera conllevado un aumento proporcional a la
inversión. Pues no. Año tras año, aparecen evaluaciones de organismos
internacionales sobre la calidad de la educación en diferentes países (por
ejemplo en los 34 países de la OCDE) y año tras año figuramos a la cola de esos
países.
Si
fuéramos un pueblo inteligente y serio, que no lo somos saldríamos a diario a
la calla con pancartas que rezaran “Por una enseñanza de calidad”. Por que una
de las pocas verdades que ya no discuten los economistas en que la única
inversión, la única, que tienen asegurada la rentabilidad es la educación. Lo dijo Servan-Schreider a mediados de los 50
y lo corrobora la historia de la economía mundial. La riqueza de una nación ya
no se mide en recursos naturales. Se mide en calidad educativa. Un país sin recursos naturales, como Corea
del Sur invirtió tanto en la educación que es uno de los países más prósperos
del mundo. En el año 1950 tenía la misma renta que Zambia.
Acabamos
de soportar la tabarra de las elecciones y ni una palabra sobre el tema
educativo. Normal. La sociedad - voluntariamente
despreocupada del tema– no se involucra. Los políticos ignoran el problema pues saben que no da réditos
electorales. Es más como la que
postula José Antonio Marina –que sería
fenomenal– no gozaría de la popularidad ni de los docentes ni de los
ciudadanos.
Así
nos va. Dentro de unos años ese 30% de fracaso escolar se convertirá en parados
de larga duración a los 41 años.
Nos
es igual. Ya vendrá algún Pablo Iglesias a solucionar nuestros problemas.
Pepe Morán. Dominico-ex
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5 comentarios:
Aunque soy conocedor de la ingente cantidad de nombres ilustres poco recomendables que proliferan en el callejero de las ciudades, por fortuna en disminución a través de la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, me sorprende la inquina con la que Morán se refiere a Salustiano Olórzaga. Reconozco mi escaso conocimiento sobre las interioridades de la vida de ese personaje. Éste se limita a unas pocas lecturas, Galdós le definió “Res brava del progresismo” y la reconocida historiadora, Isabel Burdiel, en su documentada y extensa obra sobre Isabel II aporta varias referencias de él.
Se suele citar el llamado “incidente” entre la reina y el Sr. Olórzaga. Éste, al parecer, forzó a la reina, una niña de 13 años recién coronada, a firmar un polémico decreto. Incluso algunos malintencionados aventuraron que la forzó a más cosas que a firmar el decreto. Pero de ese “incidente” existen varias versiones. Una de ellas dice que la reina firmó voluntariamente y fueron los enemigos del Sr. Olórzaga quienes forzaron a Isabel II a decir que había sido obligada. Teniendo en cuenta que, según cuentan, la reina y D. Salustiano estaban solos en la estancia solo ellos sabrían la verdad de lo que allí ocurrió. Eran tiempos convulsos en aquella España, bastante más que los de ahora, aunque también éstos parecen complicados. Escribo esto con un ojo puesto en lo que está ocurriendo en el Parlamento de Cataluña.
Tengo pocas esperanzas de que Morán amplíe aquí su versión sobre el personaje, me parece que no suele leer nuestros comentarios. Si no lo hace en el blog espero que me lo pueda aclarar en otro grato encuentro como el que mantuvimos, ¡después de más de cincuenta años! recientemente en torno a una mesa y unos gin-tonics en una cafetería de Madrid.
Ulpiano, muy oportuna y ajustada tu puntualización. Es cierto lo que comentas de que Pepe Morán no suele seguir a diario los comentarios del blog, pero de vez en cuando sí lo hace; no obstante, en este caso, intentaré que lo haga, porque sé que lo hará encantado.
La contestación de Pepe al comentario de Ulpiano está pendiente. No es que no lo haya leído, que sí lo ha hecho, pero no ha contestado porque se encuentra un poco griposo como tanta otra gente, ya que es "andancia" y hay para todos: para jóvenes, menos jóvenes, nada jóvenes; vacunados y sin vacunar... Pero en cuanto se mejore, tranquilos, que responderá como es debido, ya que el señor Morán acepta de muy mala gana la fama que le hemos adjudicado de que no se lee los comentarios.
Benjamín, nunca fue mi intención emplazar a Morán. Agradezco tu información, ahora lo importante es que se recupere pronto y bien.
Estupendo que también él lea los comentarios.
Ulpiano, lo de retarle un poco, lo hago simplemente con el ánimo de picar al amigo Pepe, para que así responda a las alusiones.
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