PRESENTACIÓN

Anualmente cuando nos reunimos los antiguos alumnos de Corias, bien sea en grupos minoritarios por promociones en diferentes lugares del Principado y alrededores, o de forma general en el encuentro de Corias a finales de cada mes de septiembre, siempre solíamos comentar al sentir la alegría de juntarnos de nuevo que, era una pena el que hubieran pasado tantos años sin comunicarnos y sin saber unos de otros.

Afortunadamente, en estos tiempos eso está subsanado gracias a los medios informáticos disponibles que tenemos a nuestro alcance. Aprovechando la oportunidad que nos brinda BLOGGER para poder crear un espacio cibernético común, en la nube, donde se pueda participar y expresar los recuerdos que cada uno de nosotros guardamos celosamente de aquellos años, es cuando surge el Blog de los antiguos alumnos de Corias.

Esta elemental presentación lo único que pretende y persigue es reavivar la amistad y la armonía que hemos trabado entre todos nosotros durante los años de convivencia en el Instituto Laboral San Juan Bautista de Corias y, que a pesar del tiempo transcurrido, aún perviven frescas en nuestro recuerdo.

Otro de los objetivos del blog es recordar y compartir las peripecias vividas por aquellos jóvenes que coincidimos bajo las mismas enseñanzas, disciplinas, aulas, comedores, dormitorios, juegos, etc., durante varios años en el convento de Corias y que aún las tenemos muy presentes.

La mejor forma que tenemos para rememorarlo es ir contando en este blog todos los pasajes que cada uno de nosotros recuerde, expresados con la forma y estilo propios de cada uno pero, siempre supeditados a los principios del buen gusto, el respeto y a la correcta educación que nos han inculcado los padres dominicos. El temario en principio aún siendo libre, sí debiéramos procurar en general, que tengan preferencia los temas relacionados con el colegio y su entorno, ya que es el vínculo y denominador común entre todos nosotros.

Como es lógico, cada colaborador es el único responsable de sus opiniones vertidas aquí en el blog; las cuales pueden ser expresadas libremente sin condicionantes ni cortapisa alguna por parte de la dirección; tan solo debemos atenernos todos, a las premisas mencionadas anteriormente del respeto y el buen gusto.

Una vez hecha esta breve presentación, se pide la colaboración y aportación de todos los antiguos alumnos pues, seguro que todos tenemos algo ameno e interesante que contar. Unas veces serán relatos agradables y divertidos, y otras no tanto; pero así es la realidad de la vida.

Al blog le dan vida una serie de antiguos alumnos que colaboran de forma fehaciente y entusiasta con Benjamín Galán que es el bloguero administrador. A este galante caballero el cargo de administrador no le fue asignado por méritos propios, más bien por defecto, de forma automática; simplemente, por ser el titular del blog. Pero podría delegar el cargo en cualquier otro colaborador que así lo deseara.

De antemano, muchas gracias a todos los participantes y colaboradores. Tanto a los antiguos alumnos y profesores que deseen intervenir, como a todos nuestros amigos lectores.

¡A colaborar y a disfrutarlo!

(21 de noviembre de 2009)

B. G. G. (BLOGUERO PRIOR)

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Sindo, memorias de un caballo (IV)


La llegada de aquel forastero al pueblo fue detectada al instante por todo el vecindario. La apacible y monótona vida que allí llevaban agradecía el más insignificante de los acontecimientos  que introdujera en sus vidas una variante. Téngase en cuenta que por aquellos años en un lugar como este no había televisión, ni radio, ni prensa, ni nada que fundamentase ninguna distracción en las conversaciones. En esas circunstancias la gente se dedica a pasar revista a los ínfimos detalles de la vida de los convecinos, una visita a la cercana Plasencia daba para comentar un mes. Ramón se dirigió al pueblo una vez levantado el campamento en la dehesa. Lo primero que llamó su atención  fue la soledad de las calles. Era un pueblo grande y no se veía un alma. Acostumbrado a la vida en su Carisia natal, aquella soledad le impresionó. Ignoraba que en un trayecto de 100 metros eran cientos los ojos que espiaban desde el interior de las casas. Cuando llegó a la plaza mayor – polvo, calor y soledad – la atravesó con la extraña sensación de que era observado sin que nadie apareciera en el entorno. Tuvo la impresión algo temerosa de que algún peligro le acechaba tras el espeso silencio que todo lo envolvía.  Vino a su mente una escena en la que se veía a Gary Cooper atravesar una plaza idéntica a aquella: solo, marcial, elegante, abandonado por todos, camino de su oficina de sheriff para hacer frente al bandido ex presidiario que sabe que llegan las 15:00 para matarle. Aquellos minutos que duró el recorrido del famoso actor en la plaza vacía, bajo un sol de justicia, en silencio, era imagen insuperable que denunciaba que el sheriff estaba solo ante el peligro.

Ramón no se creía un héroe del oeste. Es más él era – yo le conocí – la antítesis de un personaje novelesco. En realidad Ramón conocía sus propias debilidades entre las que sobresalía un miedo casi irracional a lo desconocido. Era un caso evidente de hipocondríaco de la vida. Siempre que se enfrentaba a una situación que tuviera finales alternativos él sentía, sin poder remediarlo, que su mente daba por hecho que seguro que el resultado sería el peor de los posibles. Como le decía su amigo Julio “Tú siempre te pones en lo peor”. Él lo reconocía pero una vez tras otra, siempre se empeñaba en esperar lo peor.
En aquella ocasión en la desierta plaza de Torrecilla llegó a sentir la sensación de que algo terrible le iba a suceder. Solo que esta vez su miedo no era infundado. Algo, y no precisamente un bandido con un revolver amenazaba con caer sobre él. Una mujer. Pero no adelantemos acontecimientos. Tampoco su mente llegó a anticipar cuál era el peligro.

Llegó al bar. Era el único bar del pueblo. Apartó la cortina de tiras de abalorios que hacía de puerta y entró completamente cegado por la luz al pasar de la plaza al oscuro recinto del bar. Dentro del bar había no más de tres personas, y no pudo distinguir claramente sus rostros hasta transcurridos los seis o siete minutos que tardó en adaptar sus ojos a la penumbra. Las conversaciones cesaron y se acomodó en una esquina apartada. Llevaba metido en su alma que algo iba a salir mal, que no era normal tener tanta suerte en un viaje que, en principio, podía torcérsele el día menos pensado. Su pesimismo antropológico le llevo a la melancolía. No estaba con ganas de charla, los demás muy prudentemente respetaron su silencio.
Pidió un vino de la tierra, un Pitarra, que se parece mucho a cualquier vino tinto mezclado con gaseosa. Estaba fresquito y se dejaba beber.
Le parecía que hacía un siglo el tiempo que llevaba fuera de su tierra. Comprobó eso tan repetido de sus paisanos, que cuando se ven obligados a residir fuera de su patria entran en una especie de melancolía llamada “morriña”. No estaba allí mi amigo Llana que decía que “lo mejor que tiene Asturias es volver”.

A eso de las seis, entró por la puerta el mayoral de la dehesa. Era un hombre de mediana edad, corpulento y siempre jovial. “Hombre, estás aquí. Me alegro de verte. ¿Te has acomodado bien en “Los Encinares”?” Le preguntó a Ramón sentándose a su lado.
“Si hombre, sin problema. En todo el viaje es la primera vez que acampo en una finca privada”. Contestó Ramón.
“Oye, por mi no hay problema si quieres quedarte dos o tres días o los que quieras aquí en Torre”. Le invitó el mayoral.
“Gracias, pero me estoy dando cuenta de que ya se hace larga la ausencia de mi tierra. No es que lo pase mal pero para ser la primera vez que me ausento ya está bien. Va a hacer un mes que salí”. Comentó Ramón.
Y añadió: “Oye, sabes que echo en falta leer el periódico de vez en cuando. En mi pueblo todo el mundo lee uno o dos periódicos a diario. Pero por estas tierras no veo nunca ningún puesto de prensa. Por cierto ¿Sabes dónde podría ver el Marca? Me gustaría saber cómo va el Oviedo”. “No chico, lo siento, pero aquí no llega nada más que un ejemplar del Diario de Cáceres y está en el Casino, si te parece vamos a tomar algo allí”.
Salieron hacía allá. De camino el mayoral le explicó que el Casino era sólo para socios. Que allí no podía entrar cualquiera. Que él podía entrar porque iba invitado. A Ramón aquello le sonó un tanto raro, de modo que le comentó que en su pueblo no había bares privados, que todo el mundo podía entrar en todas partes. Esto sí que le extrañó al mayoral que quiso saber que si los que tenían (aquí hizo el gesto de frotar el índice contra el pulgar de su mano derecha) no tienen algún local reservado ¡Qué menos! Ramón se dio cuenta que por ese camino podría entrar en un camino resbaladizo y cambió la conversación.
“Oye ¿Cuántas hectáreas tiene la dehesa?”. Quiso saber. “Dos mil” contestó el mayoral “¿Y de quién es? Si se puede saber, preguntó. “Del Marqués” puntualizó el mayoral.
Ramón se percató de que aquel también podía ser un tema delicado y no siguió.
Una vez en el Casino no se sorprendió de que alguno de los que allí había, trataban al mayoral de “Don” y de “Usted”. Todo chocaba desagradablemente con sus hábitos de relación social.  El Mayoral le presentaba varios de los socios y estos al instante mostraron un precipitado interés en saber cosas de la mina. Ramón, acostumbrado a esa curiosidad, les habló ampliamente de cuantos pormenores querían conocer. Les sorprendió mucho que los que trabajaban en la mina eran los mismos todos los días, todo el mes y todo el año. Que no se reclutaban cada día en la plaza del pueblo. Ramón conocía ciertas informaciones sobre cómo eran las condiciones sociales de esa parte de España, pues se lo había contado un guardia civil de Carisia que, por falta de trabajo había muchos que emigraban y alguno más desesperado se lanzaba a la higiénica pero arriesgada vida de salteador de caminos. Ramón, recordó esto más de una vez al tropezar por sitios solitarios y con individuos  que no tenían buena pinta. Por si acaso antes de emprender el viaje había encargado a Carrizo, el zapatero que le hiciese un collar para el Jass más ancho de lo normal con una capa doble hacia la mitad donde poder llevar algunos billetes  de 100 pesetas e incluso alguno de 1000. Era el único sitio que consideró seguro. A nadie se le ocurriría mirar allí… en el supuesto de que alguien tuviera posibilidad de quitarle el collar a aquel perro.
En los remotos tiempos de las diligencias, los viajeros carecían de carteras o monederos, y en vez de estos, como las monedas eran todas metálicas se utilizaban monederos confeccionados con la piel de un gato. Allí iban doblones, pesos, maravedíes, escudos, cuartillos, feísonos, blancas dobles, ardites. De hecho el monedero se llamaba coloquialmente “el gato”. Cuando unos atracadores no encontraban dinero en una diligencia se enfurecían y el jefe gritaba “Busque mejor que aquí tiene que haber gato encerrado”, uno de los atracadores exclamaba “Hay que encontrar algo que yo estoy sin blanca” y otro, más bruto decía “Hay que encontrar el gato, ahí se me da un ardite destrozar la diligencia pero hay que dar con el gato”. Si al cabo no encontraban nada se llevaban los caballos y los pobres viajeros se quedaban abandonados a su suerte en medio del campo. Cuando al cabo de varias horas, aparecían los de la Santa Hermandad, la Guardia Civil de la época, con sus vistosos trajes verdes, la pobre señora gorda, sentada encima de un baúl, gimoteaba “A buenas horas (llegan los de las) mangas verdes”.

A las once, una luna lorquiana había convertido en ceniza el polvo de la plaza y eran multitud las gentes que formaban tertulia por las aceras. Los críos gritaban como posesos por las calles a esa hora, como corresponde a esa cultura meridional de salir como los murciélagos, cuando la oscuridad ampara la tierra.
Ramón se encaminó hacia la dehesa. Era su hora habitual de retirarse. Pese a su fondo reservado, distante y algo aprehensivo, iba razonablemente feliz a dormir en su carro.
Todavía no había salido de la calles del pueblo, ya cerca de las afueras, cuando empezó a oír algo que era, dicho sea con la palabra exacta, inaudito. En todo el viaje ni una sola vez oyó al Jass ladrar a esas horas. Cuanto más se acercaba era más evidente que su perro era el autor de aquellos ladridos. La cosa era indudable y apresuró su paso temiendo que algo sucedía y no precisamente agradable.
Desde fuera de la cerca vio lo que ocurría pero era algo tan anormal que no podía comprender nada. Sindo corría alocadamente de un sitio para otro, cuando al trote, cuando al galope y el perro trataba de retenerlo. El Jass estaba tan desorientado como Ramón o más.
Mira que conocía bien a su colega, aquel caballo sensato, formal, juicioso y dócil no atendía a razón alguna y corría de aquí allá sin sentido alguno. Ramón pensó que si viese un día al Juez del Juzgado de primera instancia y al teniente de la Guardia Civil de Carisia deslizándose entre grititos por el tobogán del parque infantil de la villa, se asombraría menos que de ver a Sindo carente de toda formalidad, haciendo aquella exhibición de carreras absurdas. Conforme a su propensión a ponerse siempre en lo peor, comenzó a dar por hecho que el caballo sería irrecuperable para ninguna tarea seria…y para colmo lejos de casa, en un pueblo ignoto de Cáceres.  [ Continuará…]


Pepe Morán. Dominico-ex.

domingo, 14 de diciembre de 2014

EL PADRE TAJO


Historia del Padre Tajo.
Llegué a conocer en La Coruña a D. Rafael, que siendo Delegado de Agricultura en Teruel, hizo la gestión para realizar este monumento.
Por cierto D. Rafael-ingeniero agrónomo y ya fallecido-era asturiano de Ribadesella y casó con una mujer noble de Soria.
La primera vez que estuve en ese lugar, llegué perdido, veníamos de Albarracín y nos perdimos por los Montes Universales y buscando una salida, vimos un cartel que ponía-nacimiento del río Tajo. Aún no estaba el  monumento y para llenar una botella, tardabas 2 ó 3 minutos. Era verano.

Saludos, Inocencio Fernández


En el MONUMENTO al NACIMIENTO del RÍO TAJO se erige el conjunto escultórico deJosé Gonzalvo Vives (1929, Rubielos de Mora) que fue promovido por el Gobernador Civil de Teruel Ulpiano González Medina y concluido en el año 1974. En dicho complejo, el escultor utilizó la técnica de PLANCHAS SOLDADAS de hierro dulce para escenificar "alegóricamente" la grandeza del origen y nacimiento del río más largo de nuestra Península Ibérica.


SIMBOLOGÍA DEL MONUMENTO
Las esculturas de José Gonzalvo ubicadas en un rincón de la Serranía de Albarracín (Montes Universales) representan los símbolos heráldicos de las tres provincias que ven nacer al río Tajo y simbolizan el MOJÓN DE LAS TRES PROVINCIAS donde se ubica el nacimiento:
GUADALAJARA ("EL CABALLERO"). La tradición cuenta que este caballero, Alvar Fáñez, en la noche del 24 de junio de 1085 capitaneó las huestes cristianas en la toma de Guadalajara (Wadi-I-Hiyara, en las antiguas crónicas andalusíes).
CUENCA ("EL CÁLIZ" y "LA ESTRELLA"). El origen de estos símbolos se remonta a la toma de la ciudad musulmana por las tropas cristianas. El 6 de enero de 1177, el rey Alfonso VIII puso cerco a la ciudad de Cuenca hasta su reconquista el día 21 de septiembre, festividad de San Mateo.
TERUEL ("EL TORO" y "LA ESTRELLA"). El toro con la estrella en la frente representa a la ciudad de Teruel, que adoptó este símbolo en base a una leyenda de 1171. El protagonista era Sancho Sánchez, adalid del rey Alfonso II, que soñó con un toro sobre el cual brillaba una estrella.


A su vez, el autor también quiso introducir un símbolo integrador que representa a la PENÍNSULA IBÉRICA, donde el río está escenificado en forma de rabo de toro desde su origen ("Montes Universales", la bola de pelo) hasta su desembocadura en Lisboa (base del rabo del animal). En este apunte, se dice que esta escultura, también llamada "PIEL DEL TORO", simula la acción del toro de desprenderse de moscas o insectos del cuello (ver imagen inferior).


La escultura predominante del conjunto es el "PADRE TAJO" donde sus BARBAS extendidas hacen referencia a la gran longitud o extensión de este río (el Tajo es el río ibérico de mayor longitud de la Península, con 1,008 km) y representan las fuentes que manan aguas cristalinas del deshielo. A su vez, la ESPADA simboliza el mismo nombre del río Tajo, TAGUS por los romanos, que se plasma en una hendidura en la Península de derecha a izquierda.


Por otra parte, su CORONA es el símbolo del hielo o la nieve que da origen a los arroyos de Fuente García y Navaseca que alimentan el citado nacimiento (pincha los fotomontajes inferiores para una mayor resolución).

MOJÓN QUE REFLEJA EL ORIGEN DEL RÍO
De la misma manera, existe un MOJÓN en el entorno del monumento que refleja el origen del río y la fecha en que fue instalado por la Confederación Hidrográfica (O.H., en Madrid en 1877) (ver mojón central de la composición inferior). Asimismo, las otras caras de mojón identifican los dos arroyos que aportan agua a este nacimiento: 1) Fuente García y 2) Navaseca.


¡Aiquí ta “Jasusín” el Pelgar. Tornou outra ve, ho!


Ya outramiente, tou ese rabañau de xente que chisba’l  Blog, mucheres ya homes ¿qué tal vus va  ho? You sei qu’esqueicei-me abondu   nesta timpurada pasada del trabachu, de la casería, de las vacas, de lus gochus, de las pitas  ya de tou. Hasta de entama-vus alguna  burricada que outra nu Blog. Pur esu  nun vulví  asuma’l  fucicu  pur eiquí. Sei que intrugasteis abondu  pur mí  a cada poucu, peru nun cuntestei purque voi cunta-vus la virdá: nun tuve nu miou pueblu,  tuvienun-me tsuenxe d’aiquí  recuchiu nun huspital en Ourense, al pia de mediu anu pulu menus. Miánicas faltou poucu. Anantias de’l branu. Home, yera pur San Xuan, na más que recuchi-mus  la yerba xebrei.

Anque la cousa nun foi outra que pul tsau de la  salú. You ya dende piquenu tuve un defetu nu fondu la bandouga que nun lu sabía naide más que mia mai, purque yera esu que lus  matasanus cháman-tse creu que criptorquidia u cousa paecida. Falandu claru pa que nus entendamus tous,  ía que d’algunus nenus na más nacer lus perendengues nun tses  baixan pa baixu  pal fuetse, ou tienen que tar, ya quedan-tses arriba na piérgula espaparutaus. Ya esu pasoume a mí.

 El casu ia que, duler nun duel, peru you alcuerdu-me muitu de cuandu curtexei  cuna Gúmer, sí ho, aquetsa alemanona tan guapa qu'echei de novia tandu nas Canarias.  Minuda peirona taba feita. Aquetsa rapazona siempre andaba la cundenada  agüechandu  ya chisbandu pa lus mious baxus, seiquisí, ya farfutsaba asina pa etsa sola cuandu you taba en purricas: ¡ miánicas este home nun tien perendengues! Ya you faia-me que nun intindia las parulas d’etsa  ya catsaba la bouca u partsaba doutra cousa.

Peru la mecha de tou este belén prindiu-la  la medicucha que vienu p’aiquí pal pueblu nuesu nu  mes de xeneiru pasau, que  na más dir you onde etsa pur un poucu de murmera que tinía, mandou-me baxar lus calzones ya la cundenada diuse cuenta escapau.  Esta mucher ta más  alietsa que las munietsas que chapinan pul  mulín.  Namás que m’agüechou la fardela  que paecía un figu pasu,  echou las manus a lus gadechus ya dixu:  ¡Estu nun puede seguir asina rapaz;  hay que punetse rumediu cuantu anantias! Nesi mumentu tsevantouse del tayuelu ou taba estramazada, ya escumenzou d’acó pa cutsó,  ya esqueirar  ya ribuscar nus papelachus  aquetsus que tinía delantre, ya chamar cunu teléfanu hasta que diu  ou faian esa uperación,  ya mandanun-me pa Ourense pa un huspital de monxas clarisas reparadoras. Aquetsu foi un infiernu. Pasar paseilas d’akilu.  Entre la fame ya lus rezus, nun fixe outra cousa hasta que  me mitienun manu al fardel pa upera-me. Agora, una ve aiquí na casina nuesa, toi bien, anque tengu que tar  quietu sin faer nada d’esfuerzu. Toi  esfeisulau nu escanu cumu si  fuera’l odre del tseite  de ferir la manteiga.

Atsí  nu hospital esi  onde las monxas, tucou-me tar nun  cuartu al tsau duna mucher viecha  que taba tsouca. Pigaba unas carpidas pula nueite que miánicas paecía el tsobu autsandu. Taba tulondra  del tou ya  nun faian xeitu detsa. You la metá de las nueites  nun pigaba güechu  hasta risca’l día. Ya las peltrazus de las monxas, minudas candongas taban feitas,   lu mesmu pa xantar   que pa cinar nun me daban  más que caldachus cun pataca fervida  y’alguna freba de pita cucida. Esu  pula mañena ya pula nueite tamién. Aquetsas mucheronas debienun cavilar  que you yera una  ricién parida. Ya pur si fuera poucu cuna fame,  inda a lu que más timía yera a lus bañus d’asientu que me ubligaban a faer  na más tsevanta-me bien ceu. Salía un vapor d’aquetsa  augua que había nu balde que  paecía que taba ferviendu, cumu’l  augua del caldeiru pa pulgar lus gochus nu maseiru. You na más pousar las ñalgas nu balde tsevantaba-me al mumentu  ya punia-me dereitu, peru aquetsas tsuniegas de mucheres tornaban-me sin parar pa que nun afuxera del augua.  Tengu-tses uyiu a etsas  que aquetsu  que me faian yera p’astirar el pellexu  del fuetse pa que lus perendengues nun me xebraran a tou miter  p’arriba pa la piérgula. El casu ía que agora nun sei si me lus caltrizanun abondu u non cun tantu calor, purque inda  andu algu escarrancau, anque  alcuentru-me muitu menus refistulau ya cun menus tserza. Toi más alietsu ya tengu muita más xixa. Muitu mechor. Tsástima qu’estu de lus perendengues nun me lu fixeran   cuandu you yera tuvía un nenacu. Astoncias había poucus adelantus na melecina, ya cuartus nas casas, ¿ou taban?; ni un perrón.

A la rabileira de la  Rulindes  inda  nun tse cuntei  la virdá. Solu de pinsa-lu pongu-me tsarizudo del tou. Dixi-tse que tuviera herniau de lus dous tsaus, ya paezme que papoulu, purque  cunu tsangurdía que ía, si lu escubriera, miánicas curría la zueira cumigu pul  tou’l tsugar, pa eispués  priguna-lu   d’un cabeiru al outru del vatse.
   
Amirai, anque nun faigu nada, notu-me que toi floxu ya trasgaldiu abondu, cumun xilingueiru, purque güei  cunu poucu que garabatiei eiquí, ya tengu lus didus encarabinius  del tou. Tampoucu puedu dir pa ibaxu’l hórreu purque nun para de chuver ; ta la nublina arrastru toda espeltrazada que nun estena ni un menuto.  Ya cun esu alón rapaces ¡Tamus pirdius!


“Jesusín”, el pelgar 

sábado, 13 de diciembre de 2014

EXCURSIÓN POR TIERRAS CONQUENSES Y TUROLENSES


Samuel en uno de sus comentarios alusivo a viajes nacionales, lo comienza así: “Poco a poco vamos recorriendo la provincia de Soria y parte de Teruel, como es la zona de Albarracín”. Pues bien, el amigo Inocencio ha tomado el testigo y nos envía una serie de fotos sobre lo mismo, con el siguiente texto: “Benjamín, como algunos han hecho mención a estos lugares, creo que Samuel, te adjunto unas fotos que hice en 2013, referentes al nacimiento  del río Cuervo, al del Tajo en Frías de Albarracín y la Fuente del Torico en Teruel. 

Yo visito esa zona con frecuencia, por obligaciones familiares. Si lo estimas oportuno, las publicas para que las personas que no conocen esos lugares, tengan algún conocimiento sobre ellos”.

Inocencio Fernández






viernes, 12 de diciembre de 2014

OPINIÓN

Sabido es por todo aquel que se implica
cuán grato es opinar y hallarse cierto,
sin embargo, hasta un docto o un despierto,
errar puede, tal vez, cuando se explica.

Con humor su entrada narra el gran experto,
mas niega al que ambiciona, y lo critica,
y si es dispar social, lo justifica,
sumando comentarios de concierto.

No estamos defendiendo al arribista
tampoco al que cabalga en presumido,
mas sí al honesto que se alza en la lista.

Es aspiración de todo bien nacido
nivelar al de arriba por conquista
y aplaudirle el haberlo conseguido.

Mi empeño fue hacerlo muy seguido
y aunque leo medidas de soneto,
sólo atisbo un impreciso boceto.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

CANALÓN


RAM, RAM, RAM (acelerones), ram, ram, ram (al ralentí)
Exclamaba el crío rubiejo al volante del Hispano-Suiza descapotable aparcado al principio de la calle Rosales.
El coche, propiedad de un dentista de Mieres que aparcaba allí todos los lunes, miércoles y viernes de nueve a una. Era un coche espléndido, en negro, de grandes dimensiones, con espectaculares niquelados, tapizado en cuero, tan espacioso como una sala de estar, con seis llamativos faros y un maletero donde podría viajar una familia numerosa. Uno de esos coches – hoy piezas de museo – que marcaron una época en la que los únicos compradores de coches eran los escasos adinerados que había en Asturias. De hecho en toda la calle y en la adyacente Fruela no había ningún coche aparcado. El coche – refulgente de color níquel – siempre fue objeto de admiración y curiosidad para todo el mundo, y más para los niños, que en aquella época asistían embobados al espectáculo de aquellos monstruos que llegaban a circular a 90 km/hora.

Ahora, cualquier Juan Lanas casi con el sueldo de un mes se compra uno, aunque sea de segunda mano. Entonces, era un signo de riqueza. En todas las épocas el ser detentador de algo caro, escaso y nuevo, fue el ideal para quien pretendiera marcar distancias de categoría social. Conforme las masas vayan teniendo acceso a ese objeto y la mayoría lo adquiriera, pierde su valor de signo de clase. Se imponen nuevos signos para destacar en el teatro social, para pertenecer a una clase superior y en este afán por conseguir bienes que nos distingan de los demás mortales se nos va la vida, jadeando siempre por lo nuevo, por lo distinto. En fin, yo que te voy a contar, la sociedad de consumo en la que hipotecamos nuestra vida para aparentar salir de la masa donde viven los Juan Lanas.

Esta lucha del individuo por distinguirse de los demás, de la masa, mediante la adquisición de cosas nuevas, es lo que origina este frenesí de compra, de compra compulsiva, sin tregua. Para no quedar marginado. Ahí está la razón de las modas. Esas multitudes que, deambulan por las grandes superficies, fascinadas por las últimas novedades son un triste rasgo de nuestra sociedad. Hemos renegado de valores más consistentes, más serios y he ahí esos pobres idólatras del consumo, convencidos de que la felicidad es sinónimo de comprar. Cuando luego aparece un fenómeno de crisis en el que muchos se ven privados de lo necesario. La reacción de las masas es muy previsible. Pero ¿No era aquello la felicidad? ¿Cómo es que ahora no hay para lo necesario? O cuando me venían diciendo que lo superfluo era la meta, el fin.
Perdón, lector, se me ha ido el boli al cielo.

Quedábamos en Oviedo, calle Rosales, donde había un despampanante Hispano – Suiza, no es de extrañar que el automóvil se convirtiera en el juguete más ansiado por los guajes de todas las calles del barrio. Subidos al descapotable con la imaginación infantil, resultaban reales, los viajes más descabellados.

El rubio que se apoderó del volante preguntó:
“¿A dónde queréis dir?”
El enjambre de críos que taponaba el coche rugía:
“¡A Gijón! ¡A Madrid! ¡A casa mi güela!”.
Entonces el rubio decía:
“Vamos a Gijón, agarráibos bien, que vamos dir a 100 por hora, GAN GAN GAN”.
Y el coche partía raudo con unos 32 pasajeros a bordo y en medio del griterío fenomenal, un morenito de seis años quedaba en tierra, como siempre.
De repente, se abre una ventana del primer piso y un hombre de bata blanca, calvo y bigotudo grita histérico:
“¡Fuera del coche, puñeteros, ahora bajo y vais a ver!”
La desbandada es instantánea. En unos segundos no queda ni uno solo en las cercanías del coche.
El pobre dentista está desquiciado. Lleva meses con este problema. Hace  unos días hizo limpieza general del vehículo y encontró: siete piedras, un pañuelo, media manzana, una alpargata (la izquierda), una peonza, medio kilo de barro y otro medio de papel, un cristal de gafas, dos latas de sardinas vacías atadas con una cuerda. Y mocos, kilos de mocos repartidos por doquier.

Había que tomar una solución y no tardó en dar con ella. Contrataría a un sujeto ocioso, le ofrecería un tanto para que cada mañana y sentado en el coche, ahuyentara a aquella plaga de críos.

Y aquí tenemos el tío ideal. Se le conoce en toda la villa y en la comarca. Un ex minero, ex por propia voluntad, por su afán desmedido por las juergas, juergas de abundante comida y más alcohol. Ahí está Canalón.
Las negociaciones no duraron mucho. En esencia, quedaban en que cada mañana en Oviedo vigilando el coche percibiría 5 pesetas. Un duro. No era mucho pero en aquella época tampoco era una miseria, sobre todo si tenemos en cuenta que no se exigía ninguna preparación y que era un sueldo por estar sentado sin hacer nada.
El primer día que actuó Canalón, como guarda todo, salió perfecto. Solo que al retorno a Mieres en el momento de proceder a abonar el dinero, surgió la desavenencia:
-                                    -  Bueno Canalón, toma el duro de hoy.
-                                    -  No, Señor. Nun ye un duru, son seis pesetes.
-                                    -  ¿Cómo? ¿No habíamos quedado en que era un duro?
-                                    -  Sí Señor. Puntualizó Canalón, pero ¿Y la vergüenza que yo pasé que creíen que’l coche yera míu?

Son infinitas las anécdotas que he oído acerca del ingenio de Canalón. Me limitaré a contaros dos de ellas.
Un día lluvioso de Febrero, por la tarde, le dijo a su mujer “Vas dir al bar X y yos pides 300 pesetes, diyos que morrí y que les necesites pa l’intierru”. Como es lógico la pobre mujer opuso cierta resistencia a semejante orden. Canalón, que era más bien tirando a bruto en sus modales, la sujetó por un brazo y dijo “Vas a obedéceme ahora mismo o frállote”. La infeliz se presentó en el bar y para sorpresa del dueño y toda la clientela, expuso su problema, o mejor dicho, su funerario problema. Todos quedaron  consternados pues con la muerte de Canalón, se les privaba de los mejores ratos que disfrutaban con las ocurrencias del susodicho.
La mujer cogió el dinero y regresó a casa. Canalón, se incautó de las 300 pesetas y se largó a la calle, hacia el bar del que procedía el mismo. Cuando apareció en la puerta del bar, tanto el dueño cómo los parroquianos, retrocedieron un par de pasos, pues temían estar ante un muerto viviente. Por fin, el dueño del bar exclamó:
“¡Pero, Canalón ¿Tú  nun tabes muertu?!”
Canalón, con toda naturalidad se justificó:
“Si ho ¿Y qué queréis, que me quede tou aburríu en casa hasta la hora de’l intierru? Venga, pon ahí un vasu”.

Ya cerca del final de su vida, que se vio truncada por una cirrosis hepática que le mató con cuarenta y pocos años, protagonizó una fechoría que fue muy celebrada en toda la comarca.
Un domingo, a eso de las cuatro de la tarde, se presentó en el bar del Casino de Mieres, y desde la puerta, exclamó con voz estentórea: “Yo voi pa’lante pero vais dir toos conmigo”, y diciendo tal, se puso entre los dientes un cartucho de dinamita del que salía una larga mecha y le pego fuego a esta.
Es fácil imaginarse lo que tardaron en desocupar el bar los cuarenta o cincuenta que allí rendían homenaje al café, al coñac y a Heraclio Fournier. Quizás exagero y me quedo corto, pero no llegó a quince segundos el desalojo. El más cercano paró de correr a los cincuenta metros del Casino. Dos, no pararon hasta Santullano. Transcurrieron cinco minutos angustiosos a la espera de la explosión. Nada.  Diez minutos más. Nada. Un cuarto de hora. Aquí ya hubo dos o tres que se pusieron en lo peor, sospechaban que habían sido víctimas de un timo. La sensación de haber sido engañados, se fue apoderando de todos y animándose, unos y los otros, empezaron a regresar al Casino. Cuando los primeros y más osados abrieron la puerta del bar se encontraron el siguiente espectáculo: Canalón había reunido todas las copas de coñac y anís en una mesa y estaba muy tranquilo dando cuenta de ellas. Salió vivo de ahí de milagro, en el fondo casi lo celebraron, pues era la factura que pagaban por tantas risas y tanto alcohol como compartieron con el exminero.

Pese a los reiterados intentos que he hecho para conocer el nombre de Canalón, no lo he conseguido, vean ustedes que injusticia que un gran hombre se pierda en el anonimato de la historia.
Menos mal que aquí estoy yo para reivindicar su memoria aunque sea con seudónimo.


Pepe Morán. Dominico-ex