viernes, 5 de abril de 2013
ARMANDO
Apareció por el pueblo al final de la Guerra Civil. Decía
llamarse Armando. Así, sin más. Sin apellidos. Su procedencia era desconocida
ya que él decía haber nacido en Nava y ser natural de Cabañaquinta. Al cabo,
poco importaba. Y no le iba mal. En tiempos de tanta miseria. Pero en el pueblo
no se tiraba nada sin cuidarse de pensar que Armando necesitaba de todo. El
mayor misterio era su tontuna, ya que sus facultades no la delataban. Alguien
sugirió, quizás, sería provocada por una meningitis. Y él mal que bien, iba
tirando. Raro era el día que no hacía, al menos, una comida caliente, por lo
demás toda ropa vieja le venía bien. Dormía en una cabaña de suelo arcilloso
que pronto le daba a sus ropas la consistencia de una tabla. Recién muerto
Marriundiu, el tonto oficial del pueblo, Armando con rápidos reflejos se
percató de que el puesto quedaba libre y se adjudicó la plaza. Sabido es que,
todo pueblo necesita un tonto oficial. ¿Por qué? Eso es un misterio. Quizás la
presencia de un tonto descarga a los demás de la eventualidad de que el
colectivo te elija a ti. Con el tonto oficial se da un subidón de autoestima en
la estima colectiva.
Tenía tres debilidades, no vamos a llamarles vicios. Una era
manejar el teléfono que en las estaciones intercomunica unas con otras. Otra
eran los velatorios. La tercera el matasellos de Correos. Comencemos con los
velatorios. Se calcula que durante su larga vida en el pueblo contando algunas
parroquias adyacentes, habría asistido a cerca de 3.000 actos de este tipo.
Como en aquella época todas las defunciones eran a domicilio no había los
actuales tanatorios. Al muerto se le tenía en casa, las 24 horas preceptivas,
siempre una noche incluida. Así que cuando ya tarde terminaba el desfile de
condolientes habituales en estos casos, se quedaban solamente cinco o seis
hombres toda la noche en la sala contigua a la del difunto.
Cuando en la vecina aldea de X murió Genaro el de Justa,
allí desfiló el pueblo hasta casi entrada la noche. Cuando por fin quedaron
solos, se retiraban también los familiares y empezó el turno de velatorio
acostumbrado, cinco o seis paisanos…y Armando. Ignoro por qué este ritual estaba reservado a los varones.
Como todos los ritos funerarios son un arcano para los mortales. Como es un
misterio, qué extraño instinto impelía a los jóvenes a ser más “retozones”
cuando hay un muerto en la aldea. Un difunto siempre dispara los retozos en
cualquier rincón del pueblo amparado por la oscuridad.
Una de las costumbres de aquellos protocolos funerarios era
que los integrantes del velatorio combatieran el tedio y el sueño a base de
cafetinos, copinas de anís y algún tipo de repostería local. Hay quien
opina, el mal pensar siempre ha tenido
adeptos, que la afición de Armando a los
velatorios era motivada por semejante festín. Malas lenguas nunca faltan. En el
caso de Genaro el velatorio arrancó con normalidad y respeto. Las copinas iban
cayendo y así hubo un precalentamiento que fue el paso del silencio a la
sonrisa, de esta a las risas entrecortadas y de estas a las carcajadas cercanas
a la juerga. A eso de las tres de la madrugada ya las carcajadas terminaron por
despertar a los deudos del difunto.
Cuando se abrió la puerta de la sala y apareció un familiar visiblemente
enojado presenció el siguiente espectáculo uno de los veladores había apostado
que: daba la vuelta a la mesa haciendo el pino. Y en ello estaba jaleado por
los demás. El alcohol es mal remedio para mantener la seriedad. El familiar
paseó la vista por el grupo y detectó al conífero y a Armando. Ya tenía la solución,
el chivo expiatorio, la parte floja de la cuerda. Con voz tonante y señalando a
la puerta clamó “Armando fuera de aquí”. Armando no daba crédito a lo que oía.
Era su velatorio 2.173 al que asistía, nadie le había expulsado violentamente y
sin explicaciones. Dudó. No le entraba en la cabeza la literalidad de la orden.
Pero el de la casa apremió “Fuera de aquí, Armando”. No había opción. Se
levantó y atravesando la sala sin comprender nada, se dirigió a la puerta. Allí
se detuvo, al lado del familiar y dirigiéndose a este dejó las cosas claras
“¡¡Pues nun tais poco tontos con esti difuntu!!” Y se fue.
El insensato familiar del difunto ignoraba que precisamente
eso, tratarle así, era lo que Armando no le toleraba a nadie. Su sentido de la
dignidad personal era hipersensible. A tal grado llevaba su autoestima que
prefería no comer en tres días si le invitabas con estas palabras faltonas
“Armando, pasa y come algo que tarás muertu fame”. Se encendía en ira, te
llamaba “Hijo de no sé qué” y se iba hambriento pero con la dignidad a salvo.
Cuando el hambre le apretaba duro se presentaba en una de
las muchas casas, donde sabía que era bien recibido y como creía necesitar una
razón, justificaba su presencia transmitiendo algún recado de parte de alguien.
Poco importaba la veracidad del tema. Quedaba ya a la intuición de los de la
casa hacerse cargo de que tenía mucho hambre y entonces, con suma delicadeza se
le invitaba a pasar y comer algo. El falso recado no generaba mayores
problemas. Se presentó en mi casa un día por la noche a decirme de parte del Sr. Cura que debía estar al día
siguiente a las ocho de la mañana en la iglesia de X. Piqué como un pardillo,
al día siguiente me presenté en la iglesia (son como dos kilómetros) a la hora
convenida. No había cura, ni funeral, ni difunto. Nada. Simplemente que Armando
tenía hambre y quería dejar a salvo su dignidad.
Os contaré ahora, los problemas con el teléfono de la
estación. La estación dista medio kilómetro del pueblo. Este hecho facilitaba
que Armando, a quien alguien proporcionó
un carretillo, se estableciese como autónomo transportista. El acarretaba lo
que fuera, de un sitio a otro del pueblo. Tanto tiempo merodeando por la
estación hizo que se fuera involucrando en la vida ferroviaria, que ya no sabía
vivir sin ser por y para la estación. Llegó un momento en que no pudiendo
resistir más empezó a meter baza en los asuntos estrictamente técnicos. Le
resultaba especialmente hechizante lo del teléfono que usaban para comunicarse
con las estaciones próximas. Este se convirtió para él, en una obsesión, El
lenguaje críptico que utilizaba a grandes voces le parecía fascinante. Llegó un
momento en el que el factor de turno por pura benevolencia, le permitía al
pobre Armando llamar a la estación de Fierros y dar la orden perentoria de que
dejaran vía libre al tren 342 a las 17:21 camino de Pajares. Eso le relajaba
muchísimo. Se sentía realizado y feliz. Era tal su grado de implicación con la
Renfe que empezó a viajar sin billete en los desplazamientos que hacía, muy cortos
la verdad. El no se alejaba de Campomanes más allá de dos estaciones. El caso
es que un aciago día hacía el servicio un revisor nuevo que no conocía a
Armando. “Billete por favor, señores”, cada uno mostró su título de viaje a
excepción de Armando, el revisor muy educadamente, le requirió “Su billete,
Señor”. Armando no daba crédito “¿Billete él?” su dignidad afloró en forma un
tanto brusca y se enfrentó al agente “Billete ¿yo? PERO ¿TU NUN SABES QUIEN SOY
YO? Mazcayu ¿Tu qué quies un duru? Muertu fame. Pues toma un duru” y le ofreció
una moneda. El revisor indignado avisó a la pareja de la Guardia Civil que en
aquella época viajaba en todos los convoyes de viajeros. Allá fueron los
guardias, dispuestos a sacarle a semejante sinvergüenza el billete, por las
malas. Y van y se encuentran con Armando. Les costó trabajo convencer al
revisor de lo excepcional del caso. Vamos, que lo olvidase, que Armando no
usaba billete.
La cosa se agravó un tanto cuando un día recibió por correo
un sobre procedente de Madrid, dirigido a Armando “Campomanes Asturias”. Dentro
había un documento con una literatura con alto corte administrativo, se le
nombraba al tal Armando, jefe de los servicios postales y ferroviarios de
Campomanes. Enterado del contenido que alguien le leyó, su primera providencia
fue presentarse en la Cartería a tomar posesión del local, el cargo y sobre
todo del matasellos, artilugio que él ansiaba pues lo veía como símbolo de
algún extraño poder. Eso de que tú enviaras una carta a José Fernández García, uno
de los 1.347 de ese nombre que había en Argentina y que esa carta llegara a su destino debido
al golpe del matasellos del cartero de Campomanes era algo mágico. El problema
es que Lin el Cartero se negó tozudamente a entregar el local, la llave,
matasellos etc a Armando, que acudió a la Guardia Civil, documento en mano para
exigir justicia.
Yo ya vivía en Madrid cuando me enteré de su fallecimiento y
me quedó la impresión de que Campomanes ya nunca sería lo mismo sin Armando.
Siempre me acuerdo de él por San Lorenzo, allá por el 10 de
Agosto, cuando las estrellas fugaces organizan esa deliciosa zarabanda que
parece que se han desquiciado en el firmamento. Yo siempre pienso que quizás en
esa noche le han dejado a Armando los mandos de los movimientos astrales.
Tengo que enterarme de su dirección exacta en el cielo para
mandarle un matasellos y un montón de sobres para que desahogue en ellos su
frustrada vocación de ser jefe de algo.
Cuando hace dos años murió mi entrañable amigo Antón de un
cáncer cerebral pasé a verle un día. Conservaba lucidez de su realidad, sabía
que le quedaba poco, muy poco de vida. Así que como las cosas estaban claras,
le dije que tenía que pedirle un favor. Dime, Pepe. Verás, Antón tenía un buen
amigo que tú conociste, Armando.
Si hombre, ya murió ¿no?
Sí, murió hará un par de años.
Quiero que le busques en el cielo y le digas unas cosas de
mi parte.
¿Me entiendes?
Sí, Pepín, si te entiendo.
Verás, dile que no añore lo que dejó aquí que las cosas que
más quería ya no existen. La estación. No hay ni un solo ferroviario allí. Ni
para casi ningún tren. Está desierta y abandonada. La oficina de Correos, dile
que ya no hay cartas, ni matasellos, todo ahora es correo electrónico y sms.
Bueno esto último no se lo digas porque no lo entendería. Los velatorios. No se
lo va a creer pero cuéntale qué es eso de los tanatorios que vas a ver al
difunto y allí no hay vela nocturna, ni copinas, ni suspiros caseros ni
chistes, nadie se ríe. A las diez cierran aquello. Dile que los chavales jóvenes
no tienen trabajo de nada, que ninguno tiene los arrestos como él para
instalarse de autónomo del transporte, con un carretillo. Dile que cerró el bar
de Joselín. Que ahora se llama Pub y de nombre The Mad Cat, dile que ya nadie
anda de madreñas, dile que aquel jefe de la estación a quien el tanto
envidiaba, temía y que era un comedor patológico, ya murió y dio de comer a
unas decenas de miles de blancos y gordos gusanos. Dile que ya nadie canta en
chigres y que fuman una cosa asquerosa
llamada Chesterfield en vez de picadura de negro. En fin, dile que no venga por
aquí porque se iba a llevar una desilusión que lo mataría, cuéntale también que
aquel cura serio, adusto que él conoció fue sustituido por uno llamado Toño
(sin el Don delante) que a diario juega la partida de tute con los paisanos.
Dile…dile lo que quieras porque ahora que está tan ricamente instalado en su
cabaña en el cielo no creo que le apetezca volver. ¿Acordaraste Antón?
Acordareme Pepín.
Y luego, si haces por ver a mi madre, y dile que ya pronto
nos veremos. Que justo ahora la echo más en falta que nunca. Tengo ansia de
apoyar mi cabeza en su regazo y oírle decir “Hijín mío, hijo de mi corazón”
como en las veladas nocturnas cuando era niño, cabe el fuego susurrante. Dile
que deseo tanto verla,… que este mundo ya no es para mí. Que mi alma, está
sola, triste. Que, si Dios quiere,
pronto nos juntaremos. Dile que tengo unos cuantos amigos que me ayudan
a soportar los días: Alfredo, Nava, Fresno, Chuso, Rufinín, el Conde de
Sotiecho, Moisés, Juanín y varios más. Que ya no me queda más que su amistad,
que ya nada me alegra el corazón como no sea una comida en su compañía y ver a
Samuel y a Emma, tus bisnietos. Dile… Antón ¿Me estás escuchando?
Sí, Pepín, te escucho, yo también te espero allá en el
cielo.
Adiós Pepín.
PS: Desde la emisora de Lena, donde seis chavales y yo
entretenemos a los habitantes de este concejo he reclamado de forma reiterada
que se dedique una calle a Armando. La carretera que va del pueblo a la
estación: Avenida Armando.
Sería un acto póstumo de reconocimiento a uno de los vecinos
más entrañables, queridos y merecedores de recuerdo que ha tenido este pueblo.
Por supuesto uno de los vecinos más serviciales, cariñosos, inocentes,
divertidos que contribuyó a que mi pueblo fuera más feliz. ¿Se puede decir esto
de algún concejal o algún preboste de tres al cuarto?
Pepe
Morán Fernández. Dominico-ex.
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6 comentarios:
Sigue el cielo encapotado,
no hay horizonte lejano,
y esta borrasca tenaz
nos encarrila a “pensar“,
como al escritor Morán.
Hoy nutre dos líneas claras,
una de humor y otra aciaga;
me quedo yo con Armando
y su soberbio retrato;
sobre la historia pasada,
lleva el contador la palma.
Morán, podrías escribir un libro con todas estas anécdotas que nos vas relatando, ya que las tienes para todos los gustos: tiernas, divertidas, emotivas, incluso alguna un poco canalla. En fin, que es un gusto "escucharte".
Olga, ya lo tiene medio pensado ya, pero no acaba de decidirse. Con un poco de suerte, yo creo que, no tardando, podremos ver gran parte de estas entradas del Blog, y otras muchas, recogidas todas en un interesante libro.
Los velatorios,antiguamente, sobretodo en los pueblos,lo que decia Moran,se quedaban toda la noche,café y copa, va y viene y lo que menos importaba era el difunto, se hablaba de todo, porque la noche era larga y se hacian toda clase de comentarios,cuando al amanecer se marchaban,llevaban media cogorza;cuando se murio mi suegro, en Galicia eso estaba muy arraigado, yo fuí la que dije,aqui, no queda nadie,que estaba uno agotado y encima oir toda la noche la tertulia, me dieron la razon y muy dilpomaticamente les dijimos que no queriamos que se quedara nadie,que estabamos cansados y se fueron;Aqui en Cangas,una vez fuí a un pueblo,al cabo de año de un pariente,al salir de la misa,dijeron que teniamos que ir a comer algo,no queriamos pero se empeñaron que habia que ir y fuimos,aquello parecia una fiesta,nunca se me olvida,habia un jamon entero cocido,que eso es un manjar,porque en trozos está bueno, pero entero demasiao,cordero,pollo,conejo, carne asada y luego no se cuantos postres,me quedé alucinada,en mi vida viera tal cosa,antes era habitual,yo creo que ahora las nuevas generaciones,debieron cortar eso un poco,un cafetin si,pero nada mas,con razon, lo otro no me parecia normal a mi,pero para los del pueblo seria normal.
El amigo Pepe Morán en este interesante artículo, como suelen ser todos los suyos, titulado Armando, no solo podemos ver al ocurrente y guasón de nuestro antiguo profesor, sino que descubrimos también a un hombre emotivo, sincero y agradecido. Sé, porque me la ha dicho él, que este artículo es uno de sus preferidos pues lo ha escrito con un cariño especial, y también me consta que con su publicación nos ha dejado muy impresionados a todos, pero principalmente, a los compañeros que él enumera al final, donde dice que gracias a ellos la vida le es mucho más agradable y llevadera. Eso es muy importante. Tanto, que es la correspondencia y gratitud a una amistad de más de cincuenta años, entre exalumnos y profesor.
La historia de la humanidad, está dirigida y escrita por los varones, insensibles a lo que nos rodea, así el devenir de la misma es lo que es. Si las mujeres hubieran tenido, la parte que les corresponde por Ley ( sea divina o humana), otro gallo nos cantaría. En el mundo occidental van adquiriendo poco a poco el papel que les corresponde, rompiendo barreras y pagando con su sangre la insensibilidad de los hombres.
En este artículo, Morán hace un canto e hipotético diálogo, con esas mujeres ( nuestras madres), que todos añoramos, pues en los momentos difíciles de la vida, ahí estaban, con su sonrisa ,palabra de aliento, sin dejarnos caer y levantando los anímos, siempre fueron y serán el sostén de la familia.
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