jueves, 4 de julio de 2013
DE VIAJE AL SALENTO Y (VI)
DE MATERA A ROMA
Foro de Roma desde el
Colosseo
Casi al amanecer, dando por terminado este recorrido
meridional, emprendimos ruta de regreso a Roma. Allí teníamos planeado pasar
los últimos días de esta estancia italiana.
La carretera que une Matera y Potenza es una calzada de
doble dirección por fortuna poco transitada, al menos cuando nosotros la
recorrimos. Las zonas que atraviesa se van tornando más accidentadas y al
llegar a Potenza se desdobla ofreciendo dos carriles en cada sentido.
En la actualidad las
autovías al sur de Nápoles son gratuitas, no como ocurría antes. Hace más de
veinte años viajamos a Sicilia en coche desde Roma. Los más de 400 Km . desde Salerno hasta
Villa San Giovanni, donde se toma el transbordador, eran un ininterrumpido
rosario de obras paralizadas desde hacía años obligando a circular por un
tortuoso y único carril en cada dirección. Por usar aquél camino de cabras
había que pagar un oneroso peaje.
Ahora ya no es así, la autovía está en buen estado y sucesivos
viaductos, desafiando al vértigo, salvan profundos barrancos. Atrás quedaban
las sinuosas colinas verdes que rodean
Matera; por esta parte son altas montañas boscosas las que imperan. Montañas
que parecían teñidas de fucsia o rosa por la cantidad de árboles del amor (así llamados por el color de las flores y la
forma de las hojas) que crecen en sus laderas. Estos árboles también son
llamados algarrobo loco o árbol de judas porque
la leyenda dice que Judas se ahorcó en uno de ellos. Es paisaje agreste,
llamativo por el intenso color bajo los
rayos del sol.
A la altura de Salerno, con pena por no disponer de dos días
al menos para volver a recorrer la inolvidable Costa Amalfitana que se extiende
entre Salerno y Sorrento, tomamos la autopista que recorre Italia desde el
Brennero a Regio Calabria dirección norte.
Esta bordea la periferia de Nápoles, de la que le separa el
Vesubio, al que dejamos atrás cubierto de nubes.
Avanzamos hacia el
norte y pronto, a la derecha, en la cima de la montaña, aparecen los vastos
muros blancos de la Abadía de Montecassino, reconstruidos tras la
cruenta y devastadora batalla de la que
fue escenario durante la II Guerra
Mundial.
Aunque no se divisan
desde la autopista, en sus proximidades se encuentran importantes y magníficas
abadías, Casamari y Fossanova entre
otras. También históricas ciudades, como Anagni,
con interesantes y bien conservadas edificaciones medievales. En esta ciudad se
desarrollaron, en el siglo XIII, algunos episodios escabrosos de la iglesia bajo
el papado de Bonifacio VIII. Este Papa, que había sustituido y hecho encarcelar
a su antecesor Celestino V, fue a su vez encarcelado por los franceses, episodio
conocido como Ultraje de Anagni. El
palacio de su propiedad, en el que permaneció preso, aún existe y se puede
visitar. Fue liberado poco antes de su muerte.
Ya a las puertas de Roma se halla Palestrina con el espléndido mosaico del Nilo (siglo I a. C.). Un
poco más al norte, Tivoli, con sus
archiconocidas Villa Adriana y Villa
D’Este.
Al entrar en Roma, sobre todo en primavera, siempre me llama
la atención la exuberante vegetación que desborda los márgenes, amenazando con
invadir calles y carreteras, y no solo en la periferia.
Después de dejar el equipaje en el hotel y devolver el coche
a la agencia de alquiler, fuimos a tomar algo en una de las terrazas de la
restaurada Galleria Colonna, dónde,
por dos raquíticas cañas de cerveza nos clavaron 11,40 euros, señal de haber
retornado a Roma.
Esta gran ciudad ejerce una poderosa atracción sobre todo
visitante, pero también puede resultar un tanto irritante. Porque irritación
causa el caótico tráfico invadiendo calles y plazas, incluso el centro
histórico, con escaso respeto hacia los peatones. Quién haya caminado por sus
calles puede dar fe de la odisea que supone cruzar algunas de sus calles. La
mayoría de automovilistas circulan veloces ignorando pasos de cebra, incluso
semáforos. Solo la decisión del caminante de poner el pie en la calzada provoca
sonoros frenazos y permite el paso. No parece haber visos de poner coto al
infernal imperio de los coches, más bien al contrario. Desde que ejerce de
alcalde un aliado filofascista de Berlusconi, la situación ha empeorado, como
pudimos comprobar los siguientes días de estancia y no solo en el tráfico. Da
pena ver plazas emblemáticas como Campo di Fiori, una vez levantadas
las típicas bancarelle, inundada por las mesas de las terrazas que
rodean la estatua de Giordano Bruno y
casi impiden el paso.
Están anunciadas elecciones municipales para finales de mayo
o principios de junio. Sea cual sea el resultado, revertir la situación de
degrado no va a resultar tarea fácil. (Cuando voy a enviar esto a Galán llega
la noticia de que ha salido elegido alcalde, Marino, del PD, veremos)
El transporte público, a diferencia de otras ciudades del
centro y norte de Europa, sucumbe ante el empuje del vehículo privado. Viajar
en autobús, cuando llega, es como hacerlo dentro de una vibradora por las
irregularidades de la calzada y la calidad de una flota renovada a duras penas
.Este medio de transporte es utilizado casi en exclusiva por ancianos, mujeres,
niños y aventurados turistas.
Tampoco guardar las
colas para abordar el autobús, el tranvía, o ser atendido en una ventanilla
suele ser virtud de los romanos. Por la izquierda o la derecha, alguien
intentará colarse; solo si se protesta, sin ningún litigio y con cara de
inocencia, se volverá a colocar detrás. No resulta infrecuente que al entrar acompañado
en un establecimiento, mientras se sujeta la puerta para facilitar el paso al
acompañante, alguien, incluso varios, aprovechen y se cuelen antes, con las
manos en los bolsillos y sin dar unas
tristes grazie.
A pesar de todo, los romanos, salvo los cafoni, que también los hay, son gente amable y divertida, si bien,
en ocasiones, con un punto de desenvoltura superior al que gustaría.
Pero Roma, con su pose de gran dama, indolente, vieja y
cansada, es mucho más. Las fachadas, pintadas de todos los tonos ocres, aunque
desconchadas, albergan en su interior amplios y luminosos salones decorados con
refinado gusto. Los sampietrini que
pavimentan las calles, cada vez más desgastados y hundidos, permanecen
impasibles a las risas juveniles y jolgorios de las sucesivas generaciones
estudiantiles que, junto a otros millones de turistas de toda condición, año
tras año la eligen como meta. Sus monumentos, tan de sobra conocidos, soportan
las exclamaciones de admiración y el centellar de las fotografías con imperial
indiferencia.
Durante esos días en Roma pudimos visitar, en la Sala de Exposiciones del Ara
Pacis, una Mostra sobre la vida
y obra de Vittorio de Sica, magnífica,
que, además de refrescar la memoria con su obra, puro realismo de una no tan
reciente historia poblada de personajes que fueron ídolos en la ya desvaída
adolescencia, reafirmaba esa percepción de inmutable haciendo honor a su nombre
de Ciudad Eterna. Los fotogramas y vídeos de la exposición nos mostraban una
Roma que, obviando personajes y
vehículos que por ella transitaban, era, hace cincuenta o sesenta años,
idéntica a la actual.
También, en el Chiostro del Bramante, visitamos una
interesante exposición dedicada a la dinastía Brueghel (pintores flamencos siglos XVI-XVII). Solo un pequeño
pero; la práctica ausencia de referencias a El Bosco o Patinir, con los que
buena parte de la obra expuesta está íntimamente relacionada. Sin embargo llama
la atención como, sobre todo Brueghel el
Viejo, satiriza las confrontaciones religiosas de la época, superando el
terror devoto de El Bosco, sorteando con sus pinturas las circunstanciales y
evanescentes fronteras, erizadas de verdades absolutas, que separaban y separan
el bien del mal.
La del Colosseo era sobre el emperador Constantino, valiosas obras de
arte, y documentadas referencias históricas, permitían resituar aquella
truculenta época. Este emperador es más conocido por haber cesado la
persecución de los cristianos, parece ser que influido por su madre Elena. Él
mismo se hizo bautizar en su lecho de muerte, no sin antes asesinar, o mandar
asesinar, a su hijo mayor, a la segunda esposa y uno de los cuñados.
Terrazas romanas
Fachada del hotel Raphael
Más allá de monumentos, exposiciones, jardines y plazas de
visita imprescindible, Roma atesora múltiples calles o lugares recónditos que
pueden hacer las delicias del visitante. Subir a una terraza, a una cúpula o a
lo alto de una de sus colinas y contemplar la inmensa pradera que se extiende
por los tejados en esta época del año es una maravilla. No solo las terrazas
lucen sus mejores galas florales. También las hileras de tejas rojas de los
tejados son como surcos sembrados, donde crecen, espontáneas, múltiples plantas
en flor que parecen haber encontrado en esta ciudad su verdadero paraíso.
Un lugar que, al menos para mí, atesora las esencias y el tipismo
de Roma es Vía Margutta, una calle, aparentemente sin salida, que discurre
bajo el talud de Trinitá dei Monti. Allí vivió Fellini y vivieron o siguen
viviendo otros muchos artistas. Numerosos artesanos y galerías de arte ocupan
los bajos de las casas por cuyas paredes trepan
y se derraman hiedras, glicinias, viñas silvestres, buganvillas,
convirtiendo la calle en una fiesta de
color. Hasta las jardineras de terracota a lo largo de la calle hacen juego
con el ocre de las escasas fachadas
libres aún del cromático tapiz.
Resulta frecuente escuchar a quienes viajan a Roma que en
Italia no se come bien. Partiendo de que cada cual tiene sus gustos, mi opinión
es bien diferente. La cocina italiana, mas allá del estereotipo de la pasta,
que por cierto la preparan extraordinaria, es rica y variada. Otro tema es el
lugar elegido para comer. Conviene huir como de la peste de los
establecimientos montados y dedicados al turismo (ésta, en mi opinión, es una
regla de oro a seguir en cualquier lugar). En este caso hay que ir a comer
donde comen los romanos y en sitios no necesariamente caros. Una buena guía
siempre ayuda a comer bien ahorrando
dinero.
No voy a extenderme aquí, cuando quiero terminar este ya
demasiado largo relato, en alabanzas a la cocina romana, a esas trattorias, osterías o como las quieran llamar, que pasan de
generación a generación acumulando el buen saber hacer. Pero me resisto a no
recordar algunos platos que, al menos en mi caso, subliman el gusto y arte de
las perolas romanas. Las carciofi (alcachofas)- redondas, carnosas y moradas de
los primeros meses del año-, a la romana o alla
giudecca, la pasta all’amatriciana
o allo scoglio (moluscos) y de tantas otras formas. La carne de abacchio o coniglio (cordero o conejo)
preparada de múltiples maneras, prevaleciendo las hierbas aromáticas y el vino.
La trippa alla romana (callos) o la
tagliatta di manzo (chuletón), sin dejar de recordar algunos platos de
cuchara como la pasta con faglioli o ceci
(judías o garbanzos) que resultan
ligeros y fáciles de digerir al no llevar, salvo un poco de aceite, nada de
grasa. Esta última vez, en La
Campana , (dicen que es el restaurante más antiguo de
Roma) tenían un maglialino arrosto (cochinillo)
con poco que envidiar al de un asador segoviano.
Nos vimos obligados a
renunciar a las afamadas pizzas de Baffetto, porque la larga cola para
lograr mesa en su rústico local invitaba a desistir, y además en otros sitios
las hacen tan buenas o mejores.
Solo una referencia
al vino italiano que, lo mismo que el español, ha mejorado mucho durante los
últimos años. En Roma, hasta el Frascati
que hace años despachaban a granel y tiraba bastante para la cabeza, ahora lo
sirven embotellado, y su calidad es equivalente al de otras regiones
renombradas.
Tampoco quisiera cerrar este relato sin recordar la visita a
uno de mis restaurantes romanos preferidos, Felice. El abacchio al forno lo bordan, como
siempre, y el local, reformado por la generación actual que lo gestiona,
resulta más amplio y agradable. Lástima que en esta última ocasión nos tocó, en
la mesa de al lado, un cura español gritón - en Roma abundan los curas con
sotana – que, desentendiéndose de su acompañante, hablaba sin cesar por
teléfono, en tono fuerte, relatando a lejanos interlocutores, y a todos los
comensales, lo bien que estaba comiendo y la magnífica impresión que le causaba
Roma.
Al abandonar Italia intentaba no hacer recuento de tantos
lugares a los que me hubiese gustado ir sin que fuera posible en esta ocasión. Porque
ese recuento inducía a la nostalgia, y al
deseo de permanecer.
Ulpiano Rodríguez
Calvo
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1 comentario:
Estos días, o un poco antes, las mujeres antiguas de Cangas, tenemos la costumbre, de hacer “limpieza general” en las casas. No sé muy bien si es por la llegada del verano, o por la llegada del Carmen. Este año, por varios motivos, yo la llevaba un poco retrasada, y esta semana, con ayuda, claro está, porque lo hago después de salir de trabajar, aproveché para ello. Es algo que los hombres no entienden, ni ven la diferencia una vez terminada, pero llevamos la costumbre muy arraigada. Esto viene a cuento de que casi no hice ningún comentario en el Blog.
Hoy que es un día un poco propicio para los comentarios en el Blog, porque mañana tenemos prevista, la mayoría de los asiduos, la reunión en Pola de Allande, como a mí no me supone casi desplazamiento, aprovecho para comentar las dos últimas entradas de Ulpiano. No sin antes reiterar que nos gustaría contar con su presencia. Esperemos que el poder de convicción de Samuel, surta efectos el próximo año.
Leyendo estas entradas, que tanto enriquecen el Blog, y acercándose las vacaciones, dan ganas de visitar esos sitios que nos describe. Algunos como Roma y otros me son conocidos, y su descripción tan perfecta, me hace recordarlos como si volviera allí, aunque ya hace unos trece o catorce años que estuve la última vez. Bueno, la última y segunda, pues sólo estuve por Italia en dos ocasiones.
Me recuerda especialmente, un restaurante –Rosa Rosae-, donde comimos a mediodía, en una terraza, puesta por cierto en una calle estrecha, pero con buena temperatura, buen ambiente, muy bien atendido, lo que te hacía más agradable la comida. Era un sitio normalito en una de las calles que parten de la margen izquierda de la Vía del Corso. Llegamos allí por casualidad, y aunque estuvimos en otros en teoría “mejores”, de este guardo un recuerdo especial. Creo que si vuelvo a Roma lo buscaría, aunque si sigue existiendo, ya no sería lo mismo probablemente.
Esos viajes que haces, cada día me convenzo más que son para privilegiados.
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