martes, 2 de julio de 2013
Un caballo y otros bichos
Cuando yo era guaje, en Campomanes, había
en el pueblo una fábrica de gaseosas. Ignoro porqué razón aquel sitio atraía
tanto a la chiquillería. Probablemente por la afición de los críos a toda clase
de golosinas: sólidas, líquidas y gaseosas. Puede que también influyera el
carácter del dueño, bondadoso, paciente y bien humorado. Su nombre era Eulogio
y calculo que tendría por entonces unos treinta y pico años. Sólo tenía un
defecto: bebía demasiado. Tanto, que a la hora de salir a repartir por los
bares del concejo ya tenía una borrachera que había que subirle al carro y eran
las diez de la mañana. El problema, teóricamente era complicado. En la práctica
era sencillísimo. Disponía de un carromato como los que hemos visto mil veces
en las películas del Oeste, y sobre todo, tenía un caballo llamado
Hermenegildo, bueno, Gildo para los amigos. Era feo, grisáceo, desgarbado, pero
era más listo que el maestro y el cura juntos.
A escasos metros de la fábrica pasaba la
carretera general Oviedo – León y en el centro del pueblo había una tercera
carretera que recorría todo el valle del Huerna.
Así que había tres posibles rutas: Norte –
Sur y Oeste. Alguien llevaba el carromato al punto de conjunción de las tres
rutas y, allí, le daba un breve tirón a las riendas y Gildo asumía que ese día
tocaba ir al sur. Se pegaba bien a la derecha y, mientras su dueño dormía, él,
caminaba sin prisa hasta que divisaba el primer bar, allí se paraba. Los del
bar cogían una caja de botellas llenas y dejaban una vacía. Le daba a Gildo un
trozo de pan y una palmada en el anca y Gildo arrancaba hasta la siguiente
parada. De nuevo en marcha y así de bar en bar hasta Puente de Los Fierros.
Allí, había cuatro bares y en el concejo muchísimos, pues los pueblos estaban
muy habitados, no como ahora. En Fierros Gildo, giraba para regresar a servir a
los bares que había dejado a la izquierda. Al llegar a la fábrica, se detenía y
ayudaban a Eulogio a bajar y le acostaban. No se había enterado de nada. Dormía
hasta las seis de la tarde y, hasta las diez él y un muchacho que le ayudaba se
dedicaban a preparar el cargamento para el día siguiente.
Cuando iban camino de Huerna al principio
del pueblo había una casa donde un chavalín que se lanzaba tras el carro y con
agilidad felina sustraía una gaseosa. Nadie le auguraba un buen porvenir al
mozuelo. Menos mal, que por una casualidad llamada “beca” fue a dar con sus
huesos a Corias, dónde gracias al cuidado de un fraile vecino suyo, el P.
Morán, logró salir adelante. Se llamaba y llama Jesús Álvarez Lorenzo y es,
actualmente Director General de Mercancías de la Renfe. Ironías del destino,
el, que no respetaba la mercancía ajena, controla ahora las mercancías de
España ¿De qué nos extrañamos que este país nuestro vaya de mal en peor con
gente como esta? Según me han informado el citado Jesús va diariamente a
trabajar de Atocha a Chamartín de madreñas y boina aldeana. El pobre no ha
logrado desprenderse de las querencias de la aldea.
Y me callo porque me da vergüenza contar
las innumerables veces que venía a mi casa a traerme como regalo una mantequina
envuelta en una fueya de berza. A mi me daba vergüenza semejante bochorno, pero
él insistía con el pretexto de que la había “mazao” el personalmente.
Pasaba los veranos en el Puerto de la
Bachota con su abuelo, cuidando el ganado y cómo a los catorce años ya era
fuerte cómo un toro y había muchas mozonas del Valle en las cabañas vecinas,
pues jugaban, y no precisamente con muñequitas y a cocinitas. Buen pájaro salió
el chaval de Sotiecho, y lo que yo sufría para sacarle adelante y ahora, cuando
nos vemos en Madrid, me invita a un vino Don Simón.
¡Ay, cuanto tuve que soportarle a él y a
su amigo llamado Cabú! Este llegó a director de las escuelas de Arriondas. Cómo
extrañarse de que la enseñanza en España sea una llaga. Tengo que consultar con
un psiquiatra pues temo ser un masoquista. Después de lo que me hicieron pasar
en Corias, tengo la satisfacción de considerarlos entrañables amigos. No tengo
remedio.
El tiempo todo lo cura…pero lo que yo
sufrí con estos dos fue demasiado.
Incluso años después de dejar el caserón
de Corias, estando ya en Madrid quiso que me uniera a él en un negocio para
hacernos de oro: resulta que el pueblo de su mujer , había un caserío medio
abandonado en lo más remoto de Quirós, quería poner un club de alterne, yo no
lo tenía tan claro. De la carretera al pueblo había que andar tres kilómetros y
yo no confiaba mucho en una masiva clientela.
Cabú tenía un burro, al que amaestró a
“tascarse” contra una cerezal que parecía torcida, y con paciencia, la
enderezó. Él me proponía crear y amaestrar una docena de pollinos y alquilarlos
por toda la zona al labrador que tuviese un árbol torcido. Yo tampoco acepté el
negocio y dejar la Biblioteca Nacional, tan cómodo por un negocio asnal.
Pero para que se vea que los que salían de
Corias, eran gente imaginativa, creadora, luchadora. Otra cosa es que yo no me
viera a mi mismo capacitado para regentar una casa de alterne o amaestrador de
burros.
Chuso, Cabú….un abrazo.
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2 comentarios:
Pepe Morán con este artículo del “Caballo y otros bichos” sé yo de buena tinta, que no solo se ha jugado la amistad de un amigo, sino también el menú de hoy martes 2, en Madrid. Si al amigo le agradó lo que dice de él y de sus habilidades empresariales, entonces Pepe Morán habrá comido como un señor, como se merece, y habrá sido atendido a capricho; sin embargo, si el amigo no está muy de acuerdo con los elogios que hace el autor de sus cualidades e ingeniosidades, nuestro antiguo profesor habrá tenido que reponer fuerzas en el primer Burger King que haya pillado a mano. Esperemos que al amigo le haya gustado el artículo. De todas las maneras, tanto si come con el amigo, o en el Burger de la esquina, esperamos saber en qué ha concluido la cosa.
No hay foto en color del autor de este escrito, luego, ¡ojo, Houston, tenemos un problema! ¡Ah, no, pero si es Morán! ¡No hace falta foto! Sorprendente contraste, tal me parece releer El Jardín de las Delicias, de F. Ayala. Esta sucesión de piezas cortas escritas, son colisión entre lo abstracto y lo divagatorio concreto, peculiar estilo y comportamiento integral de Morán: desde los sentimientos que expresaba el otro día, cuando se dirigía a su madre –emociones que me estremecieron, pues yo dije muchas veces en las charlas que damos mi mujer y yo, que en siete años de Corias, no me había enterado que los frailes tenían madre- y el saludo irónico al de la acera de enfrente. ¡Qué vanalidad, tan profunda! (Aunque le sobraba la malas pulgas).
Lo de hoy no me parece ni épico ni poético. Ni recóndito, ni sagaz, ni… Es como cantaba ¿Nidya Caro?, representado a España en Eurovisión aquella canción que decía, más o menos, “hoy canto sólo por cantar…”
Aún hoy, siempre, le estamos mirando. Así es que, como me enseñó D. Gil, aquel buen profesor de F.E.N., la “autoridad limita la libertad”. No tiene derecho ni andar desaliñado, ni bajar el nivel de lo escrito,…, pues le estamos mirando. ¡Ah, el poder de las Letras!
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