viernes, 21 de noviembre de 2014
UNA VUELTA POR EL PARDO II (continuación)
Una vez concluida la visita al
Palacio nos dirigimos a la Casita del Príncipe. ( En este caso a la de El Pardo
pues famosas también son otras,
Aranjuez, El Escorial…) Ésta está separada de Palacio por un buen
trecho. En medio se encuentra el acuartelamiento de la antigua Guardia de
Franco, ahora Guardia Real, que es preciso rodear. Estas instalaciones ocupan
un vasto espacio, la parte posterior sobrepasa la carretera que conduce a
Mingorrubio, dividido en tres sectores o cuarteles; Cuartel del Rey, Cuartel de
la Reina y Cuartel del Príncipe. Su magnitud en espacio y personal lleva a
dudar de su necesidad en la época actual. No parece que la austeridad impuesta
a los ciudadanos se aplique con igual rigor en todos los ámbitos del Estado.
La Casita del Príncipe es un
palacete neoclásico de granito y ladrillo construido en el siglo XVIII bajo la
dirección de Juan de Villanueva. Un encargo de Carlos III para disfrute de su
hijo, entonces Príncipe de Asturias y después rey con el nombre de Carlos IV.
Uno más de los no pocos nefastos reyes que reinaron en España, o simularon
reinar dejando las riendas del gobierno a personajes tan funestos como ellos.
Pérez Galdós, en La corte de Carlos IV de los Episodios Nacionales, recrea de forma
aguda, certera y amena la vida en la corte durante aquel reinado.
La visita aquí también es guiada y
sirve la misma entrada adquirida para entrar en Palacio. El interior,
recientemente restaurado, es luminoso y guarda valiosas obras de arte. En las
paredes se muestran pinturas de Lucas Jordan, Mengs, Balleu y otros.
Recuerdo haber leído que durante la dictadura
ésta era la vivienda del Jefe de la Casa Civil de Franco. El último de éstos,
Fuertes de Villavicencio, un asturiano nacido en Trubia, era tenido, y temido,
en El Pardo como una especie de virrey. Al cargo en la Casa Civil unía otro muy
anterior, el de consejero-delegado de Patrimonio Nacional, y El Pardo entraba
de lleno en sus dominios. Según me contaba alguien de allí hace tiempo, “ni las
moscas osaban emprender vuelo sin la autorización de Villavicencio”.
Al durar poco esta visita apetecía
demorarse por los jardines que rodean el edificio. En la zona inferior asomada
al Manzanares, entre cuidados y laberínticos setos de boj crecían, formando
altivos y perfectos conos, varios acebos cuajados de bayas rojas. Tempranos
anuncios navideños
Restando un poco de tiempo al ya
apremiante aperitivo buscamos un lugar desde el cual otear y adivinar la
riqueza animal y vegetal atesorada en las lomas
que se pierden en el horizonte hasta alcanzar las faldas de la Sierra de
Guadarrama. Todo lo que se puede divisar, y mucho más, fue y es un inmenso coto
de caza. En él se solazaron reyes, dictadores y sus respectivas cohortes,
también un Presidente de la República. Dicen que Manuel Azaña era un enamorado
del lugar aunque no fuera a cazar. Ahora la impresión es que tras el desalojo
de la familia Franco los animales llevan
una vida más relajada y se reproducen más.
En la época del rey Juan Carlos parece
ser que lo utilizaba más de campo de entrenamiento para participar después
en cacerías de elefantes, y demás piezas
atractivas, en Botswana y otros países. De las aficiones cinegéticas de Felipe VI no
parece haber mucha constancia. Según se dice la reina Leticia ha contribuido a
que dejara de lado alguna de sus aficiones.
El Monte de El Pardo tiene una
extensión de unas 16.000 ha., de las cuales menos de 1000 están abiertas al
público. Aunque la comparación les sirva de poco a quienes no conozcan Madrid su dimensión equivale a diez veces la de la
Casa de Campo y unas ciento cincuenta la del Parque del Retiro.
Durante esta estación otoñal se podría decir,
utilizando términos taurinos, que está vestido de verde y oro. Verde por las
agujas que pueblan las frondosas copas de los pinos y oro por la mullida
alfombra dorada tejida por las mismas agujas caídas y la hierba reseca y
quebradiza. Aunque ya a través de la aúrea alfombra comenzaban a brotar hilos verdes. Renacer vegetal fruto de las
más tempranas lluvias.
Si se detiene la mirada el Monte de
El Pardo nos enseña mucho más. El río
Manzanares lo recorre escoltado por fresnos, sauces llorones y chopos que lucen
en otoño sus más vistosos uniformes. Este pequeño río, nadie lo tomaría en
serio si no pasara por Madrid, es, como tantos otros ríos, una melancólica
metáfora de la vida. Discurre entre el recuerdo de las inocentes y cristalinas
aguas de su nacimiento a los pies de La Bola del Mundo, más allá de La Pedriza,
y el ineludible destino final; el de
entregar sus aguas muertas junto a todo el detritus acumulado a lo largo del
recorrido en las proximidades de Vaciamadrid.
Pero el Manzanares por El Pardo aún conserva
cierta prestancia, no la senectud de su no lejano final. Todavía acoge en sus
aguas barbos, lucios o carpas una vez dejadas
atrás las irisadas, esquivas y sabrosas truchas- no importa que de
repoblación- de la alegre y turbulenta
juventud en las pozas que manan por los riscos de La Pedriza. Disfruta del
paisaje que le rodea, un bosque mediterráneo con rasgos de continental en el
que infinitos pinares se alternan con alcornoques, quejigos, enebros y jaras.
Ofrece sus aguas para que en ella abreven millares de ciervos, gamos o
jabalíes, también otras colonias más minoritarias; zorros,tejones, garduñas,
ginetas…hasta brinda el espejo de sus aguas para que en él, desde las alturas,
contemplen su vuelo cigüeñas negras, grullas o bandadas de palomas torcaces.
Incluso algún búho real o águila imperial suele asomarse a su espejo. A las
incontables perdices rojas las ve poco, éstas suelen andar más a peón y
esconderse tras los zarzales. Más a la vista tiene las miríadas de liebres y conejos. Algunos
hasta tienen la osadía de horadar las madrigueras en la misma orilla de
su cauce.
Cuando escribo esto me viene a la
memoria una ocasión en la que estuve merodeando por éstas vallas. Era la época
de la Transición, cuando las verbenas populares se desbordaban por cada
esquina. En una tómbola de esas fiestas nos tocó un conejo y el problema se
planteó al llegar a casa ¿ qué hacer con el animal en un piso de Madrid?
Matarlo, despellejarlo y echarlo a la cazuela era impensable, tanto por
problemas logísticos como por herir profundamente algunas sensibilidades. Lo
mantuvimos, o soportamos, como buenamente pudimos durante unos días hasta
alcanzar una solución de consenso: darle libertad en el Monte de El Pardo. Así
hicimos pacificando alguna conciencia aún a sabiendas de que dejábamos al pobre
bicho a merced del primer depredador. Eso sí, tranquilos por saber que al menos
desde el Valle de los Caídos no lo iban a cazar.
Si esta acción supuso algún riesgo
para el ecosistema espero que, después de casi cuarenta años, haya prescrito.
Una vez atisbados esos horizontes,
vetados a los ciudadanos de a pie, regresamos a la plaza del pueblo. A pesar de
lo avanzado del mediodía, en El Pardo, como corresponde a una de esas mañanas
alejadas del fin de semana, el tiempo continuaba detenido. Eran escasos los
vecinos, la mayoría jubilados, y menos los visitantes que paseaban por allí.
El pueblo de El Pardo, englobado en
el Distrito Fuencarral-El Pardo, es el único núcleo urbano de las afueras de
Madrid que ha permanecido a salvo de la
especulación urbanística que asoló el país durante muchos años. Las
construcciones más recientes, bastante feas, deben datar de los años 60 del
pasado siglo y ninguna alcanza más de tres plantas. La explicación es que todo el entorno
continúa perteneciendo al Patrimonio Nacional. Sin embargo en el recorrido por
el pueblo pudimos apreciar casas
anteriores de aspecto muy acogedor, adosadas de dos plantas con pequeño patio o
jardín. Recuerdan a las que existen en
algunas zonas residenciales de Londres. Lamentablemente muchas de estas casas
están vacías. Se supone que sus anteriores inquilinos funcionarios del
Patrimonio o Palacio ya han desaparecido. Todas ellas pertenecen a Patrimonio
Nacional y produce pena verlas desaprovechadas, incluso con riesgo de ruina.
Cerca, por Mingorrubio, está el
cementerio de El Pardo. En él, entre otros, están enterrados los ex-presidentes
Carrero Blanco, Arias Navarro y la esposa de Franco. Pero nuestro morbo o
curiosidad no era suficiente para llevarnos a visitar ese lugar. Además el
tiempo apremiaba para tomar el aperitivo en las tentadoras terrazas, entonces prácticamente
vacías, instaladas en la plaza bajo el arbolado. Un buen sitio para descansar y
tomar algo al resguardo del aún picajoso sol.
En El Pardo abundan los
restaurantes, también ellos anclados estéticamente en los pasados sesenta o setenta. La oferta que más abunda
son platos de caza, nada extraño teniendo como tienen la reserva a la puerta de
casa. Tal vez resultaría interesante saber quién efectúa la caza y los canales
de comercialización. También curiosidad
despierta la elevada proporción de bares y restaurantes que anuncian sidra en
sus toldos. ¿ Tendrá algo que ver con la ascendencia asturiana de
Villavicencio?
La vuelta por El Pardo tocaba a su
fin. Faltaba buscar un sitio para comer y en la toma de esa decisión logré
llevar el agua a mi molino.
Desde algún tiempo atrás tenía interés en ir a
un restaurante del que había leído y oído elogiosos comentarios. Filandón
abierto hace pocos años está en la Carretera Fuencarral- El Pardo. Al
principio, por el nombre, pensé que tenía raíces asturianas hasta descubrir que
la raíz provenía de León - también en zonas de León se celebran, o celebraban,
esas festivas reuniones -.
Este restaurante pertenece a
Pescaderías Coruñesas, la mejor o una de las mejores pescaderías de Madrid que
ya tiene otros restaurantes famosos, O`Pazo entre ellos. A pesar del nombre de
las pescaderías el propietario actual, Evaristo García, es leonés. Este hombre
llegó, recién terminada la guerra, con nueve años a Madrid para trabajar de
repartidor en las antiguas Pescaderías Coruñesas y pronto, en los años
cincuenta, se hizo con el negocio. Del espíritu trabajador de esta persona
puedo apuntar un pequeño detalle; un día de las últimas navidades me pasé por
la tienda, ahora en Juan Montalvo al lado de Reina Victoria, a comprar algo de
pescado y allí estaba él, ya
octogenario, colaborando con la cajera y felicitando las Pascuas a cada
uno de los clientes.
A este restaurante, como decía, se
accede por la carretera que conduce a Fuencarral después de dejar atrás las
tapias del Monte de El Pardo y atravesar los eriales de aquella parte de
Madrid. En una vaguada de ese inhóspito paraje cruzado por vías rápidas que
circunvalan la ciudad se encuentra un
pequeño oasis vegetal, antigua alquería, que ahora acoge al restaurante. Da la
impresión de un vergel en medio del desierto. Está acondicionado con gusto y
conserva detalles de las antiguas construcciones. Una de ellas tiene techo
vegetal, un guiño a las pallozas de las que se habló aquí recientemente. Lo
rústico y lo vanguardista conviven en acertada fusión. Los salones son
espaciosos y las terrazas, bajo el arbolado que tamiza los rayos de sol,
resultan muy agradables. Dispone, muy oportuno, de un recinto para juegos
infantiles. Éstos, al saciarse antes y ser más inquietos, pueden retozar allí
permitiendo terminar de comer tranquilos a los mayores.
Dejaré de hacer loas a éste lugar.
Puedo asegurar que no me ofrecieron descuentos por hacerle propaganda.
Solo pretendo aportar alguna información
por si alguien recala en esa zona. Para concluir; se come muy bien y la
relación precio-calidad es más que aceptable
Cuando terminamos de comer era hora
de regresar a Madrid. También ahora, unos cuantos días después, ha llegado el
momento de poner punto final a éste ya interminable largo relato.
Ulpiano
Rodríguez Calvo
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2 comentarios:
Ulpiano, ¡Como me gustan tus relatos de visitas turísticas! Como ya dije más veces, casi haces ver las cosas. Además siempre añades anécdotas curiosas que hacen más interesante, si cabe, el relato.
Como ya dije muchas veces, Madrid me encanta, y sobre todo, porque no vi todo lo que quisiera ver. Es curioso que estuviera dos veces en Versalles y nunca en el Pardo, -por citar algo de un país extranjero- Quizá el pensar que está más cerca hizo que lo de las afueras de Madrid lo fuera posponiendo y lo extranjero aprovechara cuando estaba allí para ver lo máximo posible, pues la segunda vez que estuve en París, ya decidí que para repetir sitios valía más repetir los españoles.
Mis años de viajes al extranjero fueron las décadas de los 80 y 90, sobre todo esta última, con la excepción de que la primera vez a París, fue en el año 1973, con motivo de la luna de miel; pero en el año 2000 tuve un problema importante de salud y ya decidí que no volvía a subir a un avión, salvo emergencia.
De Madrid, vi muchas cosas por el centro, pero la verdad que ya hace mucho tiempo que no voy por allí, sólo de paso. Hubo muchos años, que los otoños, que a mí también es la época en la que más me gusta Madrid, iba un fin de semana con un día o dos añadido. A cualquier sitio que fuéramos me encantaba.
Ahora recuerdo que en 2011, haciendo un recorrido por Paradores, estuvimos en Alcalá de Henares a finales de agosto que coincidía con las fiestas. Eso fue a propósito para asistir a un concierto de Miguel Poveda, y aprovechamos para pasear por allí y ver también una actuación de la Tuna en una plaza. Nos alojamos en el “futurista” Parador. Aunque conserva el “sello” Paradores, las habitaciones por ejemplo, tienen cuatro o cinco tipos de iluminación, según quieras dormir, leer… Tienen su letrero los interruptores y cuál fue mi sorpresa que al accionar uno, no sólo afectó a la luz eléctrica, sino que también en las ventanas se bajaron unas persianas. Pensándolo bien, igual puedo hacer alguna visita más de las que hago, pues cuando tengo interés en algo, me las voy arreglando. De todas maneras hasta que me jubile la falta de tiempo es manifiesta.
Lo del nombre de las Pescaderías Coruñesas siendo el dueño de León, y muy válido para los negocios, le encuentro sentido en que si pone “Leonesas” no parece muy propio el sitio para el pescado. El detalle que cuentas de estar felicitando las pascuas a los clientes, a alguien le parecerá una insignificancia, pero ahí, en esas pequeñas cosas, está la diferencia de unos sitios a otros. Supongo que a todos nos pasó que fuimos a comprar a algún sitio y nos ponían una cara, sobre todo si había mucha gente, como si en vez de contribuir al negocio, fuéramos a “pedir”. Eso hace que en otras ocasiones de menos afluencia, tampoco vayamos.
Tienes un don especial para descubrir los buenos restaurantes. Si a eso le añadimos lo bien que “escribes y describes” no se puede pedir más.
Por lo que me toca. Si no se pensara que es falsa modestia, pretensión casi imposible en estos casos, te diría, Maribel, que eres demasiado generosa, y que solo por tus elogios ya nos merece la pena intentar escribir, con mayor o menor acierto, sobre algo que pueda atraer nuestra atención.
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