sábado, 21 de febrero de 2015
¿POR QUÉ, POR QUÉ POR QUÉ?
El
río de mi curiosidad que debería ser un minúsculo regato, dada la edad, se me
está convirtiendo de día en día en un torrente que inunda la vida de preguntas
y más preguntas. No lo puedo evitar y además, no quiero. Necesito saber el
porqué de tantas cosas que no doy abasto.
¿Por
qué…?
Por
ejemplo unas pocas para no ser demasiado prolijo.
1 1- ¿Por
qué tengo que enterarme de las intimidades de medio concejo cuando viajo en
tren, en bus o cuando tomo un café en un bar? ¿Es que no saben o no quieren
hablar con más recato?
2 2- ¿Por qué cuando el
Ayuntamiento oferta cursos para personas mayores – por ejemplo uno de
informática elemental– se apuntan siempre 23 mujeres y 2 hombres?
3 3- ¿Por qué un chico de doce
años sabe donde se vende droga –portal y piso- y las autoridades parece que
lo ignoran?
4 4- ¿Por qué hay tantas
adolescentes que blasfeman como carreteros, beben como cosacos y fuman como
turcos?
5 5- ¿Por
qué los mendigos siempre están en la puerta de las iglesias y jamás en la
puerta de un sindicato?
Tengo
otras sesenta pero esas son suficientes
para hoy.
Ahora
dejadme que plantee una que me trae loco desde hace meses.
A
diario, de 7 a 9 o 10 de la noche, pasa bajo mi ventana unas 15 o 20 veces un coche que ruje como un león en celo.
Lleva el escape roto. O lo rompió. El resultado es un concierto de decibelios
que llenan todo el ámbito del barrio. En 100 metros acelera 20 veces haciendo
bramar el coche. Este es un humilde utilitario.
Este
tío ha hecho aflorar al antropólogo que llevo dentro y que nunca pudo
practicar.
¿Por
qué un individuo necesita que su vehículo llene de ruidos estrepitosos todo un
barrio durante varias horas?
Parece
una tontería pero es un tema de gran interés.
Mis
lecturas de Veblen, J. Heath o Lipovetsky me empujan a poner la lupa de la
ciencia sobre este fenómeno.
Vamos
a ver.
Este
hombre es evidente que está enamorado del ruido que provoca. Esto es grave.
Enamorarse de un ruido es casi tan increíble como aficionarse a chupar candados
o lamer esquinas.
Dos
hipótesis científicas.
- - El
hombre padece síndrome del sonajero. Un
antropólogo alemán cuyo nombre no recuerdo, habla de este síndrome. Según él,
el sonajero, su ruidillo, le encanta al bebé. Pero un día estampa su sonajero
contra el suelo y el estrépito le entusiasma “el ha provocado el ruido”. Más
tarde se da cuenta de lo maravillosos que son otros ruidos: sus llantos, sus
gritos, sus chillidos. Luego va al cole y él y sus colegas producen más ruido
que una parrilla de salida de Fórmula1. Luego le compran un MP4 y lo escucha al
máximo volumen. Total: que se ha hecho adicto al ruido. Parece mentira, pero es
así. No puede pasar sin su ruido, como otros no pueden pasar sin X pitillos al
día o X goles cada domingo. En resumen,
la adicción al ruido es un síntoma de inmadurez
personal. Es propia de niños pequeños.
- - Síndrome
del desapercibido
es un caso estudiado por J. Heath y por Lipovetsky. En todo colectivo humano,
en todos los tiempos, de entre la masa anónima surgen individuos que no se
resignan a permanecer en el anonimato. Quieren y necesitan sobresalir,
destacar, ser diferentes, deslumbrar a los demás. Bien, esto, en principio es
sano y nada objetable. El problema surge cuando el individuo carece de
cualidades personales para destacarse. No es el más fuerte, ni el más hábil, ni
el más inteligente. No tiene a que acudir para salir del anonimato. Y es ahí cuando
surge el síndrome. Muchos no se resignan y recurren a extravagancias. Por
ejemplo se ponen seis grapas en cada oreja y se tiñen el pelo de verde. Ya no
pasa desapercibido. Lo malo es que otros le imitan recurriendo a la misma
extravagancia. Luego muchos más. Ya son tantos que terminan por ser todos otra
vez masa. Vuelven algunos a intentar otro truco para salir de esa masa. Así se
crean las modas.
Pepe Morán. Dominico-ex
NOTA
I: Bueno, la verdad es que da pena pero no causa daño a nadie. Por lo demás, no
tiene difícil arreglo.
NOTA
II: Recomiendo estos libros de antropología.
1 1.
Rebelarse
vende. De J. Heath.
2 2. Vacas, Cerdos, Guerras y
Brujas. De Harris Marvin.
3 3 .
La
Sociedad de la depresión. De Lipovetsky.
Los
dos primeros son más interesantes y más divertidos que una buena novela, el
tercero es ligeramente más denso.
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2 comentarios:
De estos especímenes, tanto de los que padecen el síndrome del sonajero, como los del desapercibido, abundan por desgracia en todas partes. El de Pola es bastante llevadero por lo que cuenta Pepe y, al menos, solo lo hace durante el día. Aquí en mi barrio en León, ahora llevamos ya varios años muy tranquilos, pero hubo una época en la que tuvimos un cine importante, por cierto de empresa asturiana, y una discoteca que causó furor en su momento. Los fines de semana en aquellos tiempos eran de temer pues, rara sería la madrugada que no te despertara algún ruido ensordecedor, bien procedente de peleas, de un escape libre, de un claxon, o de un radiocasete puesto al máximo volumen. Los había que, cuando salían de la caverna musical, su distracción no era otra que ponerse a recorrer las calles limítrofes al garito, con la “música” a tope y la ventanilla de la caja del troglodita abierta hasta abajo. Si alguien llamaba a la policía, hasta que ésta quería aparecer, eso, contando que atendiera la llamada, estos monstruitos ya habían logrado escapar después de haber despertado y violentado a todo el barrio. Y lo más grave del asunto es que, cuando se fueran a la cama estos indeseables, seguramente se creerían héroes y estarían pletóricos por la labor tan cívica que acababan de realizar. Lo más triste de todo esto es que los sacrificados panaderos tengan que pasarse la noche en vela amasando y cociendo pan para este tipo de maleantes.
¿Por qué ocurren estas cosas y además nadie pide disculpas?.
LA NUEVA ESPAÑA 24.2.15
Una familia pierde su vivienda durante 5 horas por un desahucio equivocado
En la ejecución del desahucio se confundió la dirección del edificio por una doble numeración en el portal
24.02.2015 | 16:38
EFE Una familia de Gijón perdió ayer su vivienda durante cinco horas por la ejecución de un desahucio en el que se confundió la dirección del edificio por una doble numeración en el portal.
El desahucio se produjo en un piso de la calle de La Mancha número 24 -32 según la numeración antigua-, en el barrio de Pumarín, donde reside una pareja con dos hijos, un niño de 9 años y una niña de 19 meses.
El propietario de la vivienda, Jaime Fernández Mesejo, de 37 años, ha asegurado a Efe que vivió "una auténtica pesadilla" cuando se percató de que no podía entrar a su casa porque le habían cambiado la cerradura.
La pareja estaba a esa hora en sus respectivos trabajos pero una vecina les telefoneó diciéndoles que volvieran porque "algo muy gordo estaba pasando en su casa".
Según ha narrado Fernández Mesejo, la comitiva judicial no dejó ninguna notificación, aunque el cerrajero le dio a la vecina una tarjeta con su teléfono, lo que permitió que pudiera recuperar la llave cinco horas después.
El propietario se puso en contacto con su banco, donde tiene una hipoteca "al día", con la Policía Local y con el cerrajero, pero tuvo que intervenir un procurador para dejar constancia de la recuperación de su piso.
Fuentes del Ayuntamiento de Gijón han explicado a Efe que la Policía Local se presentó en la vivienda que venía indicada en la orden judicial, por lo que han atribuido el error a un fallo en la numeración detallada en el citado documento.
Fernández Mesejo, que habita esa vivienda desde que la compró hace ocho años, ha presentado una denuncia en el Juzgado de Guardia en contra del Juzgado de Primera Instancia número 10 que ordenó el desahucio.
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