domingo, 12 de abril de 2015
NATALIA
Podría
contar innumerables equivocaciones que cometí, pero voy a relatar la más
imperdonable y que recordaré toda mi vida.
Natalia
era una mocina guapa. Sin pasarse. Era agraciada, como tantas otras de su edad.
Calculo que tendría entonces diecinueve años. Tenía un novio policía que
llamaba “mi churri”. Según me contaba.
Era
una chica agradable, delicada, dulce y muy inocente. También era buena
estudiante. La naturaleza la había dotado de un don fascinante.
A
ver si me comprendéis ¿Habéis observado el cambio que se produce casi siempre
en un rostro cuando se abre en una amplia sonrisa? Una sonrisa suele ser el
significante de buena acogida, toda sonrisa lleva en sí una carga semántica que
equivale a una cálida recepción, un puente tendido hacia lo amigable, una
predisposición a ser útil, a un trato cariñoso y cordial. El cambio que una
sonrisa provoca en el rostro le transforma por entero.
Natalia,
con cara de foto de carnet no era ni más guapa ni menos que otras muchas
chicas. Cuando sonreía su cara era una delicia.
Así
fue que un chico de su mismo curso pero en aula distinta se enamoró de ella de
forma compulsiva. El infeliz fue verla y caer automáticamente en el Síndrome de
Stendhal (Es decir quedó arrobado, atónico, hechizado) Se llama así por el
novelista francés Stendhal que al visitar la iglesia de Santa Cruz de Florencia
quedó enajenado. Los médicos consideran este síndrome como algo que puede
llegar a ser muy peligroso.
Lo
malo es que tenía aburrida a la pobre chica, y a mí:
- - Pepe
¿Viste alguna vez a una chica tan guapa?
- - No,
nunca.
Al
día siguiente.
- - Pepe
¿Te has fijado como le reluce la cara cuando sonríe?
- - Sí,
hombre, claro que me he fijado.
- - Pepe
¿Qué hago? Ni me mira…
- - Tú
no te desanimes…
Para
el colmo el pobre era alto, flaco, cargado de hombros, la cabeza, ligeramente
inclinada hacia delante siempre llegaba a todas partes medio segundo antes que
el cuerpo. Los ojos pequeños, hundidos y con los párpados caídos. En fin, una
llaga.
Los
sábados y domingos se iba al barrio de Natalia para verla al salir a por el
pan.
La
pobre estaba medio histérica.
Otro
día:
- - Pepe
¿Qué te parece que haga?
Al
fin, harto de aquello tomé la decisión equivocado.
Mira,
tú déjate de lloriqueos. Eso no les gusta a las mujeres. Tú déjate aconsejar
por mí, que de mujeres sé yo un rato (Mentira, ni las entendía entonces, ni las
entendí luego, ni las entenderé jamás)
- - Tu
lo que tienes que hacer es blablablablablablablablablablabla.
- - ¿Tú
crees? Me decía perplejo.
- - Sí
hombre, mira, blablablablablablablablablablablablablablabla.
- - Bueno,
no sé si me atreveré, decía.
- - Nada,
anímate y blablablablablablablablablablabla.
Fui
un imprudente. Os juro que no me parecía posible que tomara en serio semejante
consejo.
Pero no lo hizo.
A
los pocos días, estaba yo en la clase de la chica. Llaman a la puerta y, sin
más entra el jodido rubio enamorado, con una rosa en la mano derecha, avanza
tres pasos, hinca la rodilla derecha en el suelo, levanta la rosa y dice
“Natalia, te quiero”.
Y
salió corriendo.
Lo
que siguió fue patético. Nadie se rió y Natalia rompió a llorar de una manera
compulsiva, todo el tiempo decía lo mismo “Qué vergüenza, qué vergüenza”. Le
hice una seña a otra chica y le digo “Llévatela un rato por ahí”.
Quedé
a solas con la clase. No podía seguir dando clase. Me sentí avergonzado de mi
mismo. Aquel encanto de chica no merecía
semejante humillación. Fue tan estúpido como un grito blasfemo en medio de una
misa, como un rebuzno mientras suena la novena Sinfonía de Beethoven, como poner una babosa encima de
una rosa…
Pedí
perdón a todos por la parte de culpa que tenía. Me disculpé explicando que no
podía creer que me haría caso ante semejante disparate.
Natalia
fue noble. Me perdonó. Es más, años más tarde me invitó a su boda que celebraba
en un pueblo de Toledo (La puebla de Montalván). Fue la única boda a la que
acudí en casi cuarenta años y me habían invitado a un montón.
Está
claro que lo mío será la filosofía, la sociología, la política, la literatura… todas
menos la mujer. Sigo sin entenderlas y no estoy muy seguro de que ellas se
entiendan a sí mismas.
Pepe Morán. Dominico-ex
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2 comentarios:
Bueno, ya que Pepe ha valorado y mucho a Natalia por su sonrisa, se me ha ocurrido ilustrar este artículo con una foto de la mediática y guapa vallecana, Cristina Pedroche, la cual, también está siempre tan sonriente que enamora nada más verla reírse. Basta abrir su página de Feisbuk y comprobar los miles de seguidores que tiene. Yo con todas las personas de mi edad que hablo referente a esta madrileña, no conozco a nadie que le disguste la popular Pedroche; incluidas las mujeres. A todo el mundo le cae bien y, aparte de su juventud y lo guapa y rechoncha que es, lo que más gusta de ella es su sonrisa. Tiene mucha razón el autor de este artículo cuando dice que, una sonrisa suele ser el significante de buena acogida ¡Lástima que esta incondicional del Rayo Vallecano, que solicitaba continuamente novio, ya se haya echado uno, y para colmo de males cocinero de postín. Y por si esto fuera poco, el jodido de él también cuenta con dos estrellas Michelín! ¡Así cualquiera!
En este momento, 23,55 horas del viernes día 17 de abril, hay visitas en el Blog de varios países –Méjico, Venezuela, Colombia, Estados Unidos y, por supuesto, España-. El caso es que estos días, a pesar de que las dos últimas entradas de Morán son amenas, parece que estamos en “compás de espera”, incluso los que sólo hacemos comentarios. Por supuesto, los “grandes”, con la excepción de Morán, también.
A ver si nos animamos un poco, y seguimos con esta buena idea que es el Blog. Claro, los temas se van agotando, pero con buena voluntad siempre podemos comentar cosas, aunque a veces sea inevitable que nos repitamos, incluso sin darnos cuenta.
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