martes, 23 de junio de 2015
¿Edad? Ocho sardinas
Estoy
seriamente preocupado por mí mismo. Y es que van a cumplirse los tres años que
hice mi última extravagancia. Y esto es malo. Según mi personal baremo para valorar
el grado de vitalidad que uno tiene, es tan fiable como observar la frecuencia
con que cometes extravagancias. Llamo
extravagancia a pegarle una patada al tablero de juego de nuestra conducta
social y tomar decisiones ideológicas, imprevisibles y al margen de toda
normalidad. Un corte de mangas a lo rutinario, a lo sensato y a lo esperable de
acuerdo con los cánones de conducta que rigen nuestras vidas. Una
extravagancia, para ser tal, exige dos condiciones básicas: una es la
improvisación y la otra la ruptura con la lógica. Durante la huelga minera de
hace tres años, tomé el Alvia para ir a Madrid. En la estación de Villamanín
nos detuvieron porque una panda de descerebrados había destrozado el tendido
eléctrico. Total: entre dos y tres horas para reanudar el viaje. No había otra
solución que obedecer con resignación lanar, el capricho de unos individuos
que, además de cobrar, gracias a que con el dinero de todos se subvenciona el
carbón, se enfadan y talan en Pola de Lena la mitad del arbolado público o
destrozan el tendido eléctrico de Renfe.
Aquel
día reaccioné todavía con espíritu rebelde e hice mi última extravagancia. Fui
a una estación de servicio próxima y conseguí que un matrimonio de Olmedo me
llevara hasta su pueblo. Una vez allí, en otra estación de servicio, camelé a
otro conductor que iba para Madrid. Llegué a la estación de Chamartín tres
cuartos de hora antes que el Alvia.
Hará
no más de cinco años, me llamó un día mi amigo Tomás –ahora de 35 años– para
sugerirme ir a cenar a Gijón y eran las 10 de la noche. Nos fuimos y terminamos
luego en un garito metidos en una timba de póker.
Mi
afición por las extravagancias es tan antigua como mis recuerdos. En Corias
protagonicé algunas increíbles.
Uno
de los síntomas de mi vejez es que no se me ocurre nunca repetir esas cosas.
Mala señal, síntoma que tendré que asimilar, como tantos otros achaques de la
edad.
Pero
que quede claro que yo reniego de ese concepto de edad al uso ¿Por qué tengo yo
tantos años como veces haya girado la tierra alrededor del sol? Es una medida
cómoda, pero arbitraria y falsa. Cualquier observador de la realidad constata a
diario que no hay 50-60-70 años unívocos y pariguales. Hay quien con 60 años
está hecho una pena, y quien con la misma edad está casi sin desembalar.
Hace
años que trato de dar con otro sistema más exacto de cuál es la edad de una
persona. Como sé que este es un tema que
interesa a mucha gente yo ya he
patentado algunas ideas que podrían valer. No sea que luego venga algún
aprovechado a apropiarse de mis hallazgos.
Por
citar solo las más plausibles cito las siguientes: el pote, las sardinas a la
plancha, los kilómetros y las citadas extravagancias.
Vamos
a ver ¿Cuántos platos hondos de pote con su compango puede usted digerir a la
semana? ¿Seis? ¿Uno solo? ¿Ninguno? Si es ninguno usted no está para nada,
aunque tenga 26 años siderales.
En
una barbacoa de sardinas del Cantábrico de esas grasientas, de 20 centímetros
de largas. ¿Cuántas es capaz de ingerir y digerir? ¿Ocho, seis, dos una? ¿Ocho?
Está usted como un chaval.
¿Cuántos
kilómetros anda al día sin terminar reventado? ¿Uno, tres, cinco, nueve?
¿Cuántas
extravagancias ha cometido en el último año? ¿Ninguna? ¿Seis?
Si
comes cinco potes a la semana, siete sardinonas el sábado, andas seis
kilómetros al día, eres un jovenzuelo.
Si
no aguantas un pote, una sola sardina y andas lo justo de tu casa al bar más
cercano, lo siento, pero me reservo el calificativo pues no quiero herir al
prójimo.
Otro
tema apasionante es la edad física y la edad mental. Esto sí que requiere un
montón de folios.
¿Qué
dices que llevas 25 años sin leer un libro? ¿Te digo lo que pienso de tu edad
mental? No. No quiero deprimir al prójimo.
Pepe Morán.
Dominico-ex
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Es buena idea lo que apunta Pepe en cuanto a las diferentes formas posibles, por las que se podría calcular la edad real de un individuo sin tener que solicitar documento acreditativo alguno como: partida de nacimiento, DNI, o tener que consultar el Facebook para saber su fecha de nacimiento. Ya que se ha apuntado el número de cocidos o de sardinas a la plancha como posible baremo, también podría valer la pregunta de: ¿qué cantidad de tinto eres capaz de meterte para el odre, a la hora de tomar el blanco, sin que llegues a tener gana de cantar el Asturias Patria Querida o de insultar al de al lado? ¿Seis, cuatro, tres, dos? Si la respuesta es inferior a dos, estás aviado chato. Debieras cuanto antes pasarte al tinto de verano. Esto me recuerda el chiste aquel que dice que están tres viejos sentados en un banco de un parque tomando el fresco y se acercan unos graciosos a ellos y les preguntan la edad. Buenos días señores ¿Si no resulta indiscreta la pregunta, cuántos años tiene usted buen hombre? Y el abuelete que estaba sentado en la esquina del banco responde muy ufano que 89. Entonces el preguntador sentencia: para esa cantidad de años suyos está usted hecho un chaval, ¿Y cómo lo ha hecho para llegar así de bien a tan viejo? El anciano responde que siempre fue muy comedido con la comida, la bebida, las juergas, que apenas ha trasnochado… etc. Le hace la misma pregunta al segundo y la respuesta fue similar a la primera; el hombre había alcanzado la ancianidad con un aspecto muy saludable gracias al hambre que había pasado de joven y a la vida tan austera que había llevado siempre, y que a partir de los sesenta años apenas cenaba; solo tomaba una taza de leche migada con el pan que le iba quedando duro. El preguntador estaba asombrado del buen semblante que presentaban aquellos hombres siendo tan ancianos. Y ya para terminar, en el extremo opuesto del banco estaba engurruñado el que aparentaba más edad por su gran deterioro físico y arrugado. ¿Y usted buen amigo qué ha hecho de joven para estar así de conservado y de ágil? El vejete se quita la mano de la boca en la que no tenía ni un solo diente y contesta: pues yo soy todo lo contrario de estos dos. Yo no me he privado de nada y he abusado de todo en esta vida: He comido como un animal, he bebido cosechas y cosechas adelantadas, he fumado porros como un carretero y, en cuanto al sexo he hecho de todo con infinidad de mujeres, así con este cuerpecito maltrecho que aquí ven ustedes. Entonces el curioso le espeta: Y Cuántos años dice que tiene usted abuelo? A lo que el viejo desdentado responde con medias palabras como si fuera gangoso: “Yo toi a punto de cumplir los cuadenta y cei “.
Estuve haciendo el examen de Morán y creo que saco bastante buena nota.
Donde peor ando es en la lectura; aquí necesito mejorar, aunque ya es un poco tarde para cambiar las malas costumbres.
Alguno estará pensando que me dedico al sofá y la tele. Nada de eso, al aire todo el día y dándole a la suela.
Publicar un comentario