domingo, 14 de junio de 2015
UN RETORNO A VILLA EXCÉLSIOR
Aunque la vida es un camino, más o menos largo, empedrado de episodios transitados, buenos,
regulares y malos, que inexorablemente avanza hacia la nada, en ocasiones
realiza un bucle, fugaz ilusión, y retorna al pasado.
Perdón por la
introducción, es la de un descreído. Sabido es que los creyentes tienen la
esperanza de encontrar otra vida al final de este recorrido mundano.
En los pasados años setenta -salvo unos días, ahora lamento que pocos, pasados en Limés para estar con mi madre y demás familia-
siempre dividía las vacaciones de verano entre Celorio, el camping Maria Elena
cuando aún se extendía por la pradera que asoma sobre la playa
del Borizu era nuestro invariable destino, y Luarca. Aquí el lugar elegido era el camping Los Cantiles, donde instalábamos las tiendas en las terrazas del acantilado colgadas sobre el
mar para despertar con las primeras luces del alba y escuchar al Cantábrico bramar bajo los pies.
Digo tiendas; en mi afán propagandista de las maravillas asturianas arrastré a familiares, compañeros y amigos hasta formar auténticos campamentos veraniegos. Muchas de esas personas continuaron
acudiendo con regularidad aun cuando yo, circunstancias de la vida, dejé de ir.
Por aquella época,
mediados de los setenta, mantenía relación de amistad
y militancia política antifranquista con Fernando Méndez de Andés y con la que entonces era su mujer. También ellos solían pasar el mes de agosto en Luarca, de
donde era originaria la familia de él, en casa de una tía nos dijeron, y quedamos en vernos allí.
Cuando nos llevaron a Villa Excelsior,
construida por el abuelo de nuestro anfitrión y
residencia habitual de su tía Esther, nuestra la sorpresa fue mayúscula, difícil de describir con palabras. Nunca habíamos visto, yo al menos, una casa de indianos equiparable en
magnificencia.
Pasamos tardes muy agradables en el frondoso
jardín que rodeaba la casa. Debatíamos y hacíamos cábalas en torno a los nubarrones que se cernían sobre la salud del dictador, también sobre el ansiado
cambio político. Temas candentes entonces, incluso en plenas vacaciones.
Pero no solo la política ocupaba aquellas largas veladas. En ellas participaba también un pintoresco paisano luarqués, amigo de
la casa, del que no recuerdo el nombre. Era una persona con ideas originales
sobre dietética y nutrición junto a variados postulados esotéricos que no por estrambóticos
dejaban de ser ingeniosos. Con algunos de ellos nos desternillábamos de risa. Un gran personaje atemporal.
De cuando en cuando recorríamos los fastuosos interiores de la mansión bajo la mirada, un tanto precavida, de Esther, la señora de la casa -mujer con porte de gran dama y cierto aire a las
noveladas mujeres Rivero-, supongo que inquieta por la invasión de aquellos desharrapados y barbudos, la barba estaba de moda,
amigos de su sobrino que acampaban en precarias canadienses al borde del
acantilado cercano.
El interior de la casa y el mobiliario, aun
delatando las heridas del tiempo que su moradora trataba de disimular,
resultaba espectacular. Del más opulento y refinado gusto indiano.
Pasaron aquellos veranos en Luarca y
aquellas relaciones también se fueron distanciando. En ocasiones
tengo la impresión de pertenecer al poco recomendable club especializado en perder
por el camino a personas importantes, incluso queridas, a cuya vera transcurrió una parte de la vida.
Villa
Excelsior quedó
olvidada en algún rincón de la memoria y solo de tarde en tarde alguna noticia aparecida
en periódicos o revistas me la hicieron recordar.
A mediados de los ochenta, unos diez años después de aquellos veranos, Maruja Torres
publicó en El País Semanal un estupendo reportaje sobre
Villa Excelsior. Incluía una entrevista con Esther que por
entonces ya estaba más próxima de los
noventa que de los ochenta. Envuelto por la nostalgia, el reportaje dejaba
traslucir la decadencia, pareja a la de su moradora, y deterioro de la mansión.
De nuevo el olvido hasta que hace uno o dos
años leí
en un periódico que Villa Excélsior, que ya amenazaba
ruina total, había sido vendida y sus nuevos propietarios planeaban convertirla en
hotel.
Ante la noticia me fijé un propósito, que aún lo
mantengo: alojarme allí en alguna ocasión. Ignoro si se han llevado a cabo las obras, si ha abierto o
abrirá el hotel, y si lo lograré.
Recientemente, el pasado abril, La Nueva
España dedicó una página a la
exposición del pintor Federico Granell en la Galería Utopía Parkway de Madrid. Me llamaron la atención varias cosas; las fotografías que
reproducían algunas de las pinturas expuestas eran, fue mi primera impresión, ventanas por las que se colaban imagines sensibles y cercanas
de Asturias. Además el pintor era de Cangas del Narcea, y se apellidaba Granell.
Su
apellido me llevó
a recordar a Paco Granell, compañero de Corias y uno de mis mejores amigos en los primeros años del instituto. No en vano fue mi instructor en el nada
aconsejable placer de apurar celtas cortos. También,
juntos corrimos alguna inocente jarana.
Solo recordaré
uno de aquellos episodios. Era la fiesta del Cristo
en Limés y nos pasamos la tarde zascandileando por allí. Al caer la noche le propuse que me acompañara a cenar a casa de mis padres donde esperaban a cerca de una
veintena de invitados. Se negaba a acompañarme, le
daba vergüenza decía. Al final, casi a rastras, conseguí llevarle, y, como en esas cenas el vino corre a esgaya, se fue
animando. Primero, tímidamente, se atrevió con algún chiste, después entre el
jolgorio general le salieron a raudales. Se convirtió en el
animador de la cena. Algunos comensales, mucho tiempo después, todavía me recordaban la gracia y genialidad de
mi amigo. Tuvo un éxito total. Aunque cuando días después nos vimos en Cangas me aseguró que estaba
avergonzado por el número montado y que no pensaba volver a
poner los pies en Limés. Magnífica persona
y excelente compañero Paco Granell.
No sé si el
pintor es familiar suyo pero tengo la impresión de que en
Cangas, fuera de la familia de La Astorgana, son pocos los que llevan por
apellido Granell.
La cuestión es que
tuve curiosidad por visitar la exposición, pero
fueron pasando los días y otras ocupaciones lo impedían. Eso de que los jubilados tenemos tiempo para todo es una
piadosa mentira.
La ocasión surgió a primeros de mayo. Dos días antes de
partir para Italia, en un viaje programado hacía tiempo, un
compromiso familiar nos llevó a comer en un restaurante no lejano de
la Galería Utopía. Por la tarde propuse acercarnos a la exposición y me acompañaron de buen grado. Las pinturas, no soy
ningún experto, me parecieron una mirada del hoy sobre el ayer. Una
tenue luz arrojada sobre fragmentos de Asturias
que al rasgar la bruma gris muestra la inquietante desolación que envuelve imágenes que estuvieron llenas de vida, más lozanas, en un no lejano pasado.
El acertado título de la
exposición: “Los últimos veranos”
Entre las obras expuestas descubrí el perfil de Villa Excélsior. Eran dos, creo recordar, las
pinturas inspiradas en la villa. Una la representación de una
estancia interior devastada, con el balcón abierto a
la luz del ignoto exterior. En la otra relucía la fachada
principal, conservando aún su señorial empaque, bajo un inmenso cielo
cubierto por las tan asturianas tonalidades de plomo. En ambas una silueta de
espaldas, se supone que el autor, parece mirar ensimismado tratando de indagar
en el ya borroso pasado.
Pronto brotaron los recuerdos de aquellos
lejanos veranos, también las propuestas para adquirir la segunda
de las pinturas. Intenté resistirme. Nunca, salvo alguna
reproducción, había comprado una obra en una galería de arte.
Al final llegamos a un acuerdo y nos quedamos con el cuadro.
No tengo idea de pintura, tampoco de su
valor real. Recientemente, Longinos, entendido en la materia y en respuesta a
Samuel, aportaba algunos de los factores que determinan el valor material
de una obra. En mi caso el principal valor será el de poder recordar aquellos jóvenes, y
todavía esperanzadores, veranos a través de los
pinceles de Federico Granell.
ulpiano rodríguez calvo.
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6 comentarios:
Ulpiano, el pintor Federico Granel, es sobrino de Paco hijo de su hermana Ana Carmen, que se caso con Federico"Varitas que es de Tineo, y jugo de portero con el Narcea-
Amigo Ulpiano: Esta obra esta "pintada para tí"... ; huelgan más valoraciones o análisis. Que la disfrutes cada vez que la contemples.
La pintura está realizada con una construcción cuidada en clave surrealista, al igual que haceis los que escribís bien "pintando con el color de las palabras".
Si puedes díme que dimensiones tiene y que técnica ha empleado.Gracias.
Longinos, gracias por lo de “pintada para ti” . Recuérdame la próxima vez que nos veamos que te debo una copa. Cuando se adquiere algo, más si se es profano en la materia, suele quedar la duda de haber acertado. Si tú, entendido en el tema, dices que la pintura era para mí, has disipado toda posible duda.
Respondiendo a tu pregunta: tiene unas dimensiones de 73x60 cm, y, según la información facilitada por Lola Crespo, responsable de la galería, la técnica utilizada es óleo sobre lino.
Espero tener la oportunidad, y el privilegio, de poder visitar una exposición tuya aquí en Madrid.
Federico, Varitas, o Jesusito era gran amigo y compañero de trabajo del recordado Gión, en el aeropuerto. Su familia oriunda de Navelgas, primo carnal de otro Federico que estudió en Corias (Fico), ya fallecido hace años.
La mansión que comenta Ulpiano está en ruina total. Paso por allí con cierta frecuencia y es una pena ver como se va cayendo poco a poco.
Buenas, soy Teresa Granell y quizas, por razones del destino,ha llegado hoy a mis manos este escrito. Me gustaría agrader, en mi nombre y el de mi familia, estas bonitas palabras que le dedicas a mi padre, me he emocionado una vez màs. Con estos pequeños recuerdos quiero pensar que mi padre no se ha ido del todo, sigue un poco en cada uno de nosotros. Muchas gracias
Gracias a ti Teresa y aunque haya transcurrido tiempo quiero expresarte mi pesar. También lamentar, por vivir fuera de Asturias y enterarme tarde, no haber podido acompañaros en el último adiós a tu padre.
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