viernes, 23 de octubre de 2015
CUANDO EL MUNDO ERA CAMPOMANES
Moviendo
360º grados el radio de 2 kilómetros con centro en Campomanes resulta un
territorio de 12 kilómetros cuadrados. Eso era cuando yo tenía12 años. Un
enorme tapiz verde, por encima del cual pululaban centenares de vidas ¿Quién
podía aburrirse entre semejante ajetreo vital? Desde la pacífica vaca en la
superficie, al ratoncito de aldea obligado a calcular más que un ingeniero y
trabajar más que un esclavo de los faraones hasta llegar a la artesa. En aquel
ámbito de belleza se desarrollaban a diario las más cruentas peleas por la
supervivencia y también muchos de los más bellos aconteceres, tal que la trucha
buscándose la vida en el río, o el azacaneado trajín que se traen los malvises
para alimentar a sus insaciables polluelos. Y cuando un ferre (nombre en bable
del halcón peregrino) empezaba a otear desde 200 metros de altura, era de ver
la amorosa diligencia con que la gallina ponía a sus polluelos a buen recaudo.
Confluyen
en Campomanes dos valles, por tanto dos ríos, el Pajares y el Huerna. En su
obra “Viaje de Madrid a Asturias” elogia Jovellanos la buena calidad de las
truchas que comía en el mesón de Felipín.
Y,
ahora, dibujado el escenario, vamos a presentar a los protagonistas. Entre 1 y
13 años formábamos un grupo de unos veinticinco. Incluyo en este grupo al más
infantil de Campomanes, es decir, Armando, el tonto del pueblo, a quien
acogimos como el mejor de los amigos. Se ignoraba su edad, sus apellidos, su
procedencia. Llegó al pueblo en la posguerra y se granjeó a los cuatro días el
cariño de todo el pueblo. En estos clanes infantiles todavía funciona de alguna
manera la selección de las especies que atribuimos a Darwin.
Los
más dotados se apoderan del funcionamiento del mundo. ¿Y quién selecciona al
más dotado? El instinto, el simple instinto.
De
toda la pandilla parece que había la convicción de que Santiaguín, 13 años, era
el más fiable. No íbamos desencaminados. Santiaguín era el más sagaz, el más
frío, el mejor calculador, el que mejores decisiones tomaba y mejor las llevaba
a efecto. El que mejor evitaba los riesgos cuando organizábamos alguna faena
rayana en fechoría.
El
segundo era yo, y lo admito sin dudarlo, era el más irreflexivo, más lanzado,
menos fiable, por ser más precipitado. Luego venía en jerarquía Chuchu, de
trece años y fuerte como un perro y silencioso como un cartujo. Su única
aportación, se hablara de lo que se hablara, era siempre la misma “Yo como
vosotros digáis”. Le seguía en orden Ramonín de la Raja, once años, menos
carnes que un gorrión pero de una habilidad asombrosa para trepar, escalar,
subir, bajar. Era un híbrido de guaje y ardilla.
El
pobre Ramonín llevaba siempre, invierno y verano la misma ropa: un mono cuerpo
entero de una tela llamada mahón. (En aquella época solamente existía un tejido
para la ropa de hombre y niño, se llamaba azul mahón o drill. EL 95% de los
españoles vestían ese tejido. Estaba fabricado en Cataluña. Otros tejidos de
otras nacionalidades tenían precios prohibitivos. Los aranceles aduaneros los hacían
inasequibles para casi todos los españoles. Esos aranceles los ponía el Estado
Central a petición o exigencia de los catalanes so pretexto de defender la
industria nacional, la industria nacional eran ellos. Durante todo el siglo XX
llevaban clamando por más aranceles. Monarquía, República y Franco admitía el
cuento de la defensa nacional para tenerles contentos a los catalanes.
Evidentemente que con el gallego vivían mejor. Ahora hay que competir y ya no
tienen asegurada la clientela).
Ramonín
siempre llevaba parte de su culete al aire. Su madre no daba a la aguja jamás.
Recuerdo que mi madre le ponía ropa mía so pretexto de que se me quedaba
pequeña. Jamás la mamá de Ramonín se dio por enterada. Ni un manifiesto
agradecimiento alguno. Hoy, supongo que ya retirado, tiene una de las mejores
cafeterías de Gijón.
EL CLUB
La
necesidad de reunirse en un sitio que ofreciera seguridad y discreción fue lo
que nos llevó a la cabaña que habitaba Armando. Estaba cercana a la confluencia
de los dos ríos, era amplia y estaba abierta las 24 horas del día, poco a poco
fuimos afanando el mobiliario. Armando dormía en el suelo y vestido.
Murió
por aquellos días una viuda que estaba tuberculosa. Era la ocasión de hacerse
con un somier que pretendían quemar. Fui yo a parlamentar con el médico para que me explicase como desinfectar
el somier. Muy sencillo: agua hirviendo mezclada con jabón y lejía y poco a
poco echar, centímetro a centímetro sobre el somier. Fue así, como Armando
empezó a dormir como un burgués. Toda manta vieja que fuera desechable
terminaba en la cabaña. Dos mantas encima del somier y el resto (7 u 8) encima
de Armando que dormía por aplastamiento.
Todo
parece sencillo pero llenaba de afanes y trabajos nuestras vidas. Yo gozaba de
cierta estima entre la tribu. En primer lugar porque el status de mi familia
era ligeramente más alto que el promedio, mi padre era capataz de Renfe y mi
madre tenía una carnicería. Además de todo lo que llegaba de casa de los
abuelos. La segunda razón fue un hecho fortuito: el primer día de clase no
estaba el maestro titular y le sustituía un joven. Yo me sentaba en la primera
fila y seguro, que como de costumbre, estaba haciendo el tonto. El joven
maestro cogió una vara como de un metro de larga, rematada en ambos extremos por
una argolla metálica y, me dio un golpe en lo alto de la cabeza y me quedó todo
rojo de sangre. No esperé a más, cogí el tintero que estaba incrustado en la
parte superior de la mesa y se lo tire a la cara. Os podéis imaginar cómo
quedé. Yo cogí mis cosas y me largué para casa. Mi madre se sorprendió al verme
llegar.
Pero
¿Qué haces aquí Pepín? Preguntó.
Mira
mamá, el maestro me dio con un hierro y mira como sangro.
Bueno,
ven acá que te limpie y a partir de mañana vas a la escuela a La Frecha.
Al
medio día fue a la escuela y con muy educados modales le notificó al maestro
que su hijo cambiaba de escuela.
Esto
ante la chiquillería debió tener cierto valor, no todo el mundo le estrella un
tintero en la cara al profesor.
FINANCIACIÓN
Necesitábamos
un local para reunirnos y demás estropicios. Todos acordamos que el sitio ideal
era la cabaña de Armando. Era grande, separada del pueblo y discreta.
Contábamos con la anuencia de Armando pues él sabía que quienes más le
queríamos en el pueblo éramos los críos. Hubo que hacer ciertos retoques, por
ejemplo canalizar el humo a una salida del techo, amueblar la estancia a base de
cajones de sidra vacíos, sillas rotas, etc… El combustible era abundante. Había
en el pueblo, además de una fábrica de sopa, otra de gaseosas y un aserradero,
dos minas en activo, que descargaban camiones diarios de carbón en los trenes
estacionados en la estación. Con el carretillo y por la noche, traíamos un gran
saco de carbón que mantenía calentita la cabaña durante toda la semana.
Pero
había muchos más gastos, el tabaco de Armando y de alguno que ya se iniciaba,
algo de comer para la cena de Armando (Todo tenía que estar colgado para evitar
a los ratones, caramelos, regaliz, peonzas, cuerdas para usos varios, un tambor
para asar castañas, etc etc…) En medio de aquellos años de hambre y miseria,
salíamos adelante en base al ingenio. Lo que no podía faltar era el tabaco de
Armando. Yo le pedía a mi padre dinero para tabaco para Armando y nunca me lo
negaba. Mi madre me daba con frecuencia
chorizo, longaniza, tocino y otros manjares. Para el invierno teníamos
un gran bidón metálico seccionado por su mitad vertical y allí echábamos
carbón. Era gratis…
Mi
madre era especialmente caritativa. Le debo las primeras experiencias
personales que te inculcan en el alma que dar es siempre más gratificante que
recibir.
Un
día de especial frío con la carretera helada, andaba por delante de casa una
niña gitana descalza. Mi madre la llevó a una tienda y la calzó. Al día
siguiente andaba otra vez descalza por la calle.
¿Ves
mama, como te engañan? Dije.
No,
Pepín, el que da nunca se equivoca. Recuérdalo toda tu vida. Hay que ayudar sin
esperar respuesta.
Debo
precisar que mi madre había estudiado unos cuantos años en un internado de las
Dominicas de Oviedo y tenía un nivel muy superior al que allí había.
Comprenderás que ella me enseñó a distinguir los adjetivos posesivos de los
pronombres posesivos….era una persona cultivada.
Como
en cualquier sociedad el problema de la financiación pasó por diversas etapas.
Al principio, con unas necesidades nos íbamos arreglando. Luego surgieron más
gastos. Ahí empezó la iniciativa infantil para disponer de liquidez. Había en
el pueblo un chamarilero que compraba todo lo reutilizable. Nada iba a la
basura.
La
basura es un producto que generan las sociedades ricas. Una de las cosa que
adquiría aquel hombre eran unas suelas llamadas suela virgen o suela de tocino,
que según parece eran irrompibles y se reutilizaban. Total: un kilo, 3 pesetas.
Pero aquel hombre – Dios le tenga en su gloria-. Nos abrió la puerta de la
fortuna porque compraba cobre a 16 pesetas el kilo.
Nos
lanzamos como posesos a buscar alambre de cobre en torno al territorio de la
comarca. Provistos de una navajita recorríamos kilómetros inspeccionando todo
alambre que pudiera ser cobre camuflado. La técnica consistía en rascarle la
superficie del alambre con la navaja. Si al quitar el polvo y el verdín
aparecía debajo el rojo brillante del cobre ya no reparábamos en nada,
despreciable cantidad de 20 pesetas el kilo.
Os
podéis imaginar que no quedó ni un centímetro de alambre sin pasar por nuestra
navaja. Fue una temporada económicamente boyante. El tesorero era Ramonín.
Según me contaron hoy en Campomanes llegó a tener hasta seis cafeterías entre Gijón,
Oviedo y Avilés. Es el que andaba de niño con el culo al aire y viviendo en un
hórreo.
IDEARIO
La
idea madre era convertir en un juego todo lo que hubiera sobre la faz de la
tierra. Y también debajo de ella.
La
segunda norma era que quien se burlara de Armando, aprovechándose de su triste
condición tenía que pagarlo caro, pero muy caro.
La
tercera era que no se toleraban a los adúlteros. Esto me ha intrigado toda mi
vida. He llegado a la conclusión de que nuestro inconsciente nos fue trabajando
la repulsión a que se usase otra mujer que la propia. Todos éramos pequeños y,
consiguientemente, con madres jóvenes. ¿Estábamos defendiendo a nuestras
madres?
Pepe Morán. Dominico-ex
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2 comentarios:
Quiero hacer un simple comentario y al no saber donde colgarlo me todo la licencia de endosarlo a esta entrada de Moran. Puede ser un resumido contrapunto entre el hoy y el ayer.
Esta noche - desventajas de no vivir en una retirada y silenciosa urbanización, y sí en un barrio próximo a la Ciudad Universitaria- apenas pude dormir por las múltiples y desenfrenadas fiestas que con motivo de Halloween se celebraban en pisos, bares y calles.
Durante el insomnio, con todos mis respetos a las ganas de diversión - quién esté libre de ese pecado que tire la primera piedra - pensaba en lo fácil que es convertir a buena parte de la juventud en loritos de repetición. Las modas, en especial cuando provienen de los USA, publicitadas en los medios de comunicación arrasan. No solo entre el personal más o menos adolescente y en la cúspide del ardor fiestil. En los colegios, bienintencionados profesores, junto a mamás y papás, progres o no progres, preparan y disfrazan a la infancia para participar gozosos en el ¿novísimo? evento.
Durante la noche en vela recordaba que en España estas fechas se dedicaban a la memoria de los difuntos.
La primera vez que tuve conocimiento de la festividad de Halloween fue a mediados de los pasados años noventa con ocasión de un viaje por EEUU. Era otoño, poco antes de estas fechas, y durante unos días estuve alojado en casa de unos amigos, españoles residentes allí desde hacía varios años, en Maryland, cerca de Washington DC. La anfitriona de la casa tenía un niño de corta edad y me estuvo comentando la popularidad de la fiesta en Norteamérica. También su intención de ir con su hijo, como cumpliendo un ritual, a un campo de la no lejana Pensilvania para comprar la consabida calabaza.
Me pareció una interesante tradición, de origen irlandés o céltico, trasplantada y arraigada en Norteamérica. Poco podía sospechar entonces que veinte años después la iba a tener que sufrir en Madrid. Además en su versión más hortera.
Ulpiano, el Halloween ya llegó a Cangas también en toda su extensión. Esta pasada noche, y también digo como tú, desventajas de vivir en el centro, hubo mucho más ruido que en los sábados normales, que ya suelen ser más ruidosos que los demás días de la semana. Había gente disfrazada –con esos disfraces típicos de estas fechas que, a mí personalmente, no me gustan nada.
Por otra parte, ayer hacia las ocho de la tarde llamaron a la puerta y eran dos niños de unos ocho o diez años disfrazados y al abrir dijeron ¿Truco o trato? y le pusieron delante una calabaza hueca para que echara algo, bueno, lo típico en esos casos. Menos mal que a mediodía había visto yo en la TV que proliferaba mucho este año, porque abrió Manolo y no sabía muy bien lo que tenía que hacer. Desde dentro le dije que como no teníamos ningún dulce típico de la fecha que les echara algún euro. Se marcharon muy contentos y satisfechos, se deducía que anteriormente no habían tenido mucho éxito. Debían de ser vecinos de la calle, pues en este portal no hay niños. Este es un edificio que terminó de construirse en 1985 y los que compramos los pisos en esa época con treinta y tantos años ya somos mayorcitos y los hijos y nietos viven fuera de Cangas.
A nosotros nos tocó estar de visita en Inglaterra en estas fechas del año 1997, que estaba nuestra hija haciendo el último curso de la carrera allí con una beca Erasmus. Vivía en una casa de la Universidad, junto con Americanas/os, Francesas, otra española y un inglés, también estudiante, que hacía de “jefe de la casa”-era el encargado de avisar para solucionar las averías y también de cobrar a cada uno los gastos de la comunidad correspondientes. Allí vivimos todos los preparativos, como preparar los disfraces, vaciar las calabazas para luego ponerles una vela dentro… Nosotros estábamos en un hotel, pero nos invitaron a ver esos preparativos.
Y ahora, como diría Samuel, cambio de tercio.
Estos días pasados, por dos veces, vi en la TPA, en un programa que se envían fotografías, estupendas hortalizas de la huerta de tu familia de Limés.
Y ya que estamos en la entrada de Morán. Como siempre que alguien recuerda aquellos tiempos, se nos viene a la memoria alguna cosa parecida, impensable para estos tiempos, que, en caso de jugar a algo, es al futbol. El resto es –Móvil, tableta, PlayStation y cosas parecidas, además de la TV- con lo que las pandillas de niños jugando no se suelen ver. Me hizo mucha gracia lo de “la suela de tocino”, pues yo recuerdo cuando salió el calzado con ese tipo de suela, y era lo máximo.
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