Tal que, después de cavilar y darle vueltas al asunto para intentar anular aquella inexplicable prohibición, decidieron recurrir a su benefactor, el Padre José García, para que interviniese ante el “Herodes “ futbolístico. Y así fue. Pero, a pesar de la buena mano que tenía el Padre José con todo el mundo para las relaciones públicas, y lo dialogante que era; aún así, le costó dios y ayuda el poder ablandar al enojado. Es más, al final no estoy muy seguro si lo logró y pudieron volver a jugar la chavalería, o no.
martes, 13 de octubre de 2015
RECORDANDO A CARLOS LOBATO
En uno de los últimos encuentros anuales de septiembre que
hacemos los antiguos alumnos del convento en Corias, estábamos un grupo de amigos hablando
en la plazoleta, delante de lo que fue la portería o puerta principal del monasterio. En el grupo estaba Carlos, y como Carlos fuera vecino del pueblo durante gran parte de su infancia,
nos contaba anécdotas de la chavalería de Corias de aquellos años relacionadas
con el Convento, aunque algunos de los niños no fuesen alumnos del instituto laboral.
Concretamente, el Padre José García, como párroco de la parroquia de Regla de
Corias, era el que les conocía bien a todos, les trataba, y tenía ciertas atenciones con ellos: tales como el autorizarles a que durante el verano,
que no había alumnos en el colegio, pudiesen utilizar el patio principal para
jugar al fútbol, incluso alguna merienda que otra en compensación por alguna
colaboración, alguna excursión… A raíz de esto nos contó que hubo un fraile muy conocido por todos los
visitantes de este blog, que por alguna
desavenencia habida entre él y los chaveas, les retiró
ese privilegio del uso del patio como
campo de fútbol para ellos en verano. Y para los chavales aquella mezquina decisión les supuso
un duro golpe a sus diversiones y entretenimientos futbolísticos.
Tal que, después de cavilar y darle vueltas al asunto para intentar anular aquella inexplicable prohibición, decidieron recurrir a su benefactor, el Padre José García, para que interviniese ante el “Herodes “ futbolístico. Y así fue. Pero, a pesar de la buena mano que tenía el Padre José con todo el mundo para las relaciones públicas, y lo dialogante que era; aún así, le costó dios y ayuda el poder ablandar al enojado. Es más, al final no estoy muy seguro si lo logró y pudieron volver a jugar la chavalería, o no.
Tal que, después de cavilar y darle vueltas al asunto para intentar anular aquella inexplicable prohibición, decidieron recurrir a su benefactor, el Padre José García, para que interviniese ante el “Herodes “ futbolístico. Y así fue. Pero, a pesar de la buena mano que tenía el Padre José con todo el mundo para las relaciones públicas, y lo dialogante que era; aún así, le costó dios y ayuda el poder ablandar al enojado. Es más, al final no estoy muy seguro si lo logró y pudieron volver a jugar la chavalería, o no.
En un momento dado de la nostálgica charla, alguno de los
presentes apuntó para el puente de
piedra diciendo la cantidad de veces que
él lo había recorrido durante su estancia en el colegio; sobre todo, los lunes
y los viernes para llevar y recoger la bolsa de la ropa que se la lavaban en
una de las casas de la margen izquierda del río. Entonces Carlos nos contó otra anécdota relacionada con el puente y era que él tenía un gran pesar cada vez que regresaba
a casa desde el convento junto con su hermano Pepín, porque éste era un
equilibrista circense a toda prueba y cuando tenía que cruzar el puente,
no lo hacía por donde pasa todo el mundo, sino
que lo hacía corriendo y pisando sobre el lomo de uno de los estrechos pretiles o quitamiedos que el puente dispone a ambos lados como barandilla. El arriesgarse
a hacer aquello era una verdadera temeridad pues la altura del pretil del
puente hasta el agua era considerable; cuánto más, si coincidía en época cuando el
Narcea bajaba crecido. Entonces, apaga y vámonos. El amigo Carlos nos decía que
a él le ponía muy nervioso el ver a su hermano hacer aquellas acrobacias
innecesarias y que le regañaba pero no servía de nada. Entonces muchas veces
procuraba no coincidir con él, o bien si
iban juntos, se retrasaba para no verlo hacer
de funámbulo de aquella peligrosa manera,
caminando por el lomo de la estrecha
pared, ya que, bien pensaba que cualquier día tendrían que ir a recogerlo a Tebongo, o
directamente a Pilotuerto.
A mí me hizo mucha gracia esta anécdota pues, en mi pueblo
había dos hermanos con unas habilidades muy
parecidas a las que tenía el hermano de Carlos, ya que, continuamente estaban cruzando de un lado a otro,
también el Narcea, a una altura de casi cuatro metros sobre el agua, simplemente agarrados a una endeble canaleta de madera, medio podre, que unía las dos orillas haciendo de tutor o
soporte para el paso de un cable de
corriente eléctrica. En este caso los malabaristas no lo hacían de forma erecta, sino horizontal, asidos
con pies y manos al palo, con la espalda hacia abajo, hacia el agua, de la misma forma o pose que lo haría un ágil simio
prensil.
Afortunadamente, para estos dos trapecistas circenses, vecinos y amigos míos, a pesar de que tentaron la suerte muchas veces, tampoco tuvieron que lamentar desagradables chapuzones inesperados, ni su madre tuvo necesidad de tener que ir a rescatarlos, río abajo, a la altura de Sextorraso
o de Cibuyo.
B. G. G. Bloguero “Prior”
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2 comentarios:
Era parte activa y dinámica del blog. Buena persona. Lamentablemente lo echaremos mucho de menos.
Lamentablemente, la lista, irá aumentando poco a poco y cada vez con más frecuencia.
Siempre se repite que es ley de vida.
No hace mucho, a la salida de una iglesia donde se había celebrado un funeral por un familiar cercano y también cercano al sacerdote que ofició la misa, le vi con lágrimas y muy triste.
Le dije: "Hombre, tú tienes que estar acostumbrado a estos percances ya que siempre repetís que no es el final, sino el principio de otra vida".
Contestación:"Si, pero cuando las bombas caen cerca, no es lo mismo".
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