miércoles, 14 de septiembre de 2016
DOMINICOS
En
plena escalada de la edad cuando uno ya ha dejado atrás casi todo, resulta
inevitable, y a veces divertido hacerse una reflexión retrospectiva. Como todos
estamos hechos del mismo barro, no seré yo el único que se interpele a sí mismo
con esta pregunta: Y ¿Qué hubiera sido de mi sin…? ¿Sin qué? Por ejemplo sin
tal persona que -para bien o para mal– ha sido decisiva en mi biografía, si tal
libro cuya lectura fue la simiente de una vocación posterior, tal encuentro
fortuito que vino a orientar o reorientar toda mi vida, tal oportunidad que se
me ofreció justo en el momento decisivo, tal decisión que marcó toda mi vida
con un antes y un después de haberla tomado. El hecho de que, en mi pasado, se hayan producido determinados
acontecimientos y otros han conducido a que hoy seamos lo que y como somos.
En
mi caso concreto (para qué voy a buscar otro ejemplo estando yo aquí y ahora)
tengo por seguro que soy lo que soy por el efecto de cuatro cosas: mi madre, mi
maestro, la Orden Dominicana y la Biblioteca Nacional.
Lo
de mi madre fue un regalo del destino.
El
primer día que asistí a la escuela en Campomanes, el maestro me pegó en la
cabeza con una vara metálica. Eché mano al pelo y saqué la mano llena de sangre.
No lo pensé dos veces. Cogí el tintero que había sobre la mesa y se lo arrojé a
la cara. Acto seguido recogí mis bártulos y me fui para casa. Mi madre, después
de oírme sentenció: “A partir de mañana vas a la escuela de la Frecha”. Así fue
como caí en las manos de un maestro extraordinario.
En
el año 72 se me planteó una difícil disyuntiva cuando acudí a mi amigo Máximo
Aza, diplomático en Asuntos Exteriores para que me buscara una plaza de
profesor de español en Canadá.
- -¿Lo
dices en serio?
- -Sí,
te lo digo en serio.
- -Antes
de una semana me llamó:
- -Pepe,
tienes una plaza de profesor en Vancouver.
No
lo acepté. Me incliné por la Biblioteca Nacional.
Si
lo hubiera aceptado… hoy sería un anciano canadiense, jubilado en una casita al
lado de un lago en un bosque de abedules de tronco plateado, con tres nietos
canadienses jugando por allí, tendría cierta amistad con un oso pardo que
frecuentaría mi trato. Me vería libre de la estúpida pesadilla de acudir a
contestar por tercera vez en un año quien quiero yo que gobierne.
Os
invito a que hagáis un ejercicio mental similar al mío. Quitad de vuestra
biografía uno o varios factores que fueron decisivos e imaginad sabe Dios qué
delirantes vidas habríais vivido. Los que lo miramos desde una de las últimas
curvas que restan para meta, ya sabemos que somos lo que somos y cómo somos
porque fuimos lo que fuimos.
Al
final del año 71 entré un día en un bar de mala muerte en el Madrid de los
Austrias. Allí me encontré, por casualidad, con un camarero que había sido
alumno mío en Corias y al que la mala suerte le había llevado a una situación
precaria. Una semana más tarde entró a trabajar en una empresa de reconocido
prestigio. Ello le permitió hacer la carrera de derecho y terminar en un alto
puesto de la administración.
Cuando
este chico ingresó en Corias tuve que hacer una trampa para matricularle, pues
tenía 14 años cumplidos y además de la trampa, le facilité el ingresar en
Corias sin pagar ni un céntimo el primer año.
El
resto ya fue cosa suya.
Por
cierto, nunca volví a tener noticias suyas desde entonces. Ni una humilde llamada.
Si
le veis por ahí -que seguramente le veréis-
decidle que estoy esperando que me invite a un café. Descafeinado.
Hay
teorías que defienden que lo esencial de la persona, aquello que constituye la
base y fundamento que lo configura para siempre, sucede en lo que vivimos entre
los 0 y los 12 años. Que a partir de los doce, solo vamos adaptando lo que
somos al paso del tiempo y sus vicisitudes. Es decir que yo sería irreconocible
sin esos 12 años primeros pero también seria inexplicable sin los sucesos que
luego terminaron por diseñarme tal como soy.
La
famosa teoría que define la filosofía de Ortega, es decir: “Yo soy yo y mis
circunstancias”. Sería la explicación condensada en cinco palabras, de la
complejidad de nuestra vida.
El
tiempo y avatares de la vida, han sido el artista que fue cincelando lo que
soy. ¿Es posible explicar nuestro presente sin conocer nuestro pasado?
Rotundamente, no. Para bien o para mal somos así porque fuimos así.
Yo
no sería tal cual soy sin uno de los episodios más básicos de mi vida: la
pertenencia a la Orden Dominicana. Me satisface reconocer que sin la orden, hoy
sería otro. Reconozco agradecido lo que para mi supuso la pertenencia a la
orden. Fue, lisa y llanamente, una segunda madre.
Y
ahora mamá cumple 800 años. Eso es lo que celebramos hace días en Oviedo un
ingente número de dominicos ex e in. La comunidad de Oviedo nos invitó a todos
a una reunión fraternal. Primero rezamos juntos y luego nos invitaron a comer
en el convento.
Acompaño
las dos fotos que allí me hice. En una estoy con el padre Ricardo, prior del
convento. En la otra con el padre Galán, director del colegio.
Debo
aclarar algo que sería insólito en la vida civil. Los dominicos de la comunidad
de Oviedo nos sirvieron a la mesa.
Con
el prior a la cabeza. Que el anfitrión sea también el camarero es algo que solo
se puede dar y comprender en una institución tan antigua, venerable, virtuosa y
noble como es la orden.
Quedamos
citados para el 900 centenario.
Pepe Morán. Dominico-ex
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2 comentarios:
Cuando uno es joven, admirado don José, está lleno de posibilidades; cuando ya eres mayor… estás cuajándote de realidades y atisbamos, siquiera, la distancia que hay entre lo que habíamos deseado y lo que hemos conseguido. Por eso debemos ejercitarnos en perdonarnos y ser condescendientes con nosotros mismos: se hace camino al andar. Uno se da cuenta de haber doblado el cabo de Buena Esperanza, y apremia algunos venideros lances, posibles posibilidades… La vida, mire usted, necesita tanto de la pasión (ilusión) como de la paciencia.
¡Ay, ay!…cuando ya, “los antiguos sentimientos tornáronse queridos y se convirtieron en recuerdos irrevocables"¡Ay!
¡Dad un empujón al muro vetusto y ruinoso y se vendrá a tierra! ¡No empujéis diantre!
He recomendado leer este hermoso escrito del señor Morán a varias personas porque parecíame que eran las palabras que hoy me faltaban…
Ahora,…ahora nada. Me encaramo a la grupa del alazán que a él le llevó por esos mundos y a mí que me lleve a,… a … ¿dónde? ¿a Fernando Poo?, ¿a las pirámides?... y qué más da…¡si siempre será la gloria!
Salud, a todos, GERA
Morán, qué hubiera ocurrido si hace 50 años lanzáramos el tintero a la cabeza del agresor?. No hace falta decirte cuál sería el siguiente paso, además del "0" en conducta.
Te llamó la atención que el prior sirviera a los invitados... Los tiempos han cambiado, para bien, por supuesto.
Cuentas pocas anécdotas de Corias y seguro que tienes muchas, como la del camarero de Madrid.
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