domingo, 3 de marzo de 2013
El cura y La Florona
Antes nevaba más. Todo el mundo (el mundo de los mayores)
afirma que antes nevaba más. Yo no me atrevo a confirmar, pues esto de la
meteorología es un misterio. Sí, efectivamente yo constato que en ocasiones
disfrutábamos de unas nevadas lo suficiente copiosas como para reñir terribles
batallas con bolas de nieve, lo que no sé es sí aquellas nevadas que quedan en
la memoria duraban dos días o dos semanas.
Supongo que El Instituto Nacional de Meteorología, tendrá estadísticas
fiables, aunque pudiera ocurrir que ahora nieve menos en Asturias y más en Navarra.
Por cierto el citado instituto, tenía un pluviómetro instalado en la huerta de
Corias. Y, cada mañana mí entrañable y querido amigo Ángel Rodríguez Julián
acudía a examinar cuanta lluvia había caído, hacer una anotación y enviarla
luego a no sé dónde. Cómo veis ya estoy divagando. No es un vicio fácil de
erradicar. Me resultó más fácil dejar el tabaco que el bolígrafo.
Allá por mi niñez, no sé si nevaba más o menos pero lo que sí
abundaba más eran los curas de pueblo que, con frecuencia producían unos
especímenes que ya no se dan ahora, muchos eran como labriegos ensotanados, yo
conocí varios dignos de una novela costumbrista. Por ejemplo Don José. Era el
cura de la vecina Vega del Ciego (o como dicen los bablistas La Vega´l Ciegu)
le recuerdo como un hombre ya bastante mayor. Era en la post guerra (término
este tan vago e impreciso que no se sabe si duró cinco años o veinticinco. Hay
quien afirma que todavía estamos en la post guerra).Resultaría así que los
españoles tenemos la desgracia de vivir en perpetua guerra civil.
A lo que vamos. La guerra recién acabada había destrozado
los archivos municipales y judiciales y muchísimos templos. ¡Hombre! En Corias
querían prenderle fuego a la biblioteca, que contenía libros únicos en el
mundo. Por suerte no les dio tiempo. Eran gente de gustos la mar de refinados.
La iglesia de la Vega´l Ciegu había quedado destrozada y el
citado Don José celebraba la misa en el atrio cubierto, típico de las antiguas
iglesias aldeanas de Asturias. Los fieles se resguardaban donde podían. Y los
infieles. No eran aquellos años propicios para presumir de infiel.
Un domingo estaba Don José celebrando la misa y los fieles
muy respetuosos en silencio. Había una importante nevada y a dos o tres
mozuelos no se les ocurrió mejor idea que elaborar unas bolas de nieve. El cura
había pasado ya SANCTUS y estaba a punto de la consagración cuando cayeron
sobre su cabeza tres grandes bolas de nieve. Depositó la forma en la patena y
se volvió raudo. Todavía alcanzó a ver a los agresores que huían. Pero Don José
a grandes voces les apercibió: “Cabrones, hijos de “tal”. Esto os va a costar
caro”. Dicho lo cual se volvió hacia el altar y procedió a la consagración. Ignoro
si fueron fusilados aquellos chavales. A lo mejor lo pagaron solo con diez años
de cárcel.
FLORONA
Supongo que su nombre sería Flora, o Florentina, la
terminación en – ONA aplicado a las mujeres siempre conlleva una connotación
negativa. Es de suponer que si le llamaban Florona es que algo no funcionaba
bien.
El caso es que
Florona, soltera, empezó a notar que su vientre tomaba volumen. Ser madre
soltera en aquella época era algo terrible. Era el desprestigio, la ruina, la
irrisión, el final de una mujer. Eran unos bárbaros, una sociedad cruel e
injusta. Yo la conocí. El problema para la moza era horrible respecto a su
porvenir. Entonces no había los adelantos que hay hoy. Ahora somos más humanos y comprensivos.
Hoy, en una situación similar, vas a un cierto sitio, dónde
unos señores con cierto instrumental y la ley de su parte, resuelven el
problema. Según tengo entendido (yo trabajaba en la Biblioteca Nacional no en
un matadero) el problema se solucionaba de forma civilizada. A la criatura de
dos, tres o cuatro meses, se la descuartiza dentro del vientre materno y luego
se tiran los trozos a un cubo. Hace poco leí que a un niño lo extrajeron entero
y vivo y mientras atendían a la “afligida” madre, se oyeron unos tenues y
horripilantes gemidos procedentes del cubo. Por cierto ¿Qué hacen con lo que
han descuartizado?, ¿Lo queman, lo entierran o lo tiran en algún sitio para que
los animales carroñeros rematen la faena?
Lo que sí es evidente es que hemos progresado mucho,
respecto a los bárbaros tiempos de mi niñez. Somos más sensibles, más delicados
y más civilizados.
Pues Florona, al encontrarse ante tal tesitura, la pobre
quiso disimular y divulgó por todo el pueblo que tenía un quiste en el vientre.
El quiste fue a más y un día Florona pasó a ser madre de un hermoso bebé.
Don José en la misa del primer domingo posterior al parto,
al finalizar la misa, anunció el programa de la tarde:
A las cuatro el Catecismo.
A las cinco el Santo Rosario.
A las seis bautizaremos al quiste de Florona.
Según me cuentan, el retoño creció y se hizo un chavalín,
fue a la mili y se puso a trabajar y etc... Pero lo que ya nunca cambió fue su
nombre. El Quiste.
Me pregunto ¿Quién era o es más bárbaro, aquellos de los
años cuarenta o la sociedad actual que tritura unos doscientos mil bebés al
año?
Hay respuestas variadas.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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1 comentario:
Una anécdota muy parecida a ésta que nos cuenta Pepe Morán sobre curas de pueblo, como la de la pesada broma de la bola de nieve durante la misa, las teníamos en mi pueblo a cada poco y sobre todo, cada Domingo de Ramos. En aquellos tiempos los rapacetes de la parroquia, que teníamos entre doce y dieciséis años aproximadamente, éramos un montón y como estábamos un tanto montaraces, cada año llegada la festividad de los ramos ya estábamos en pica unos con otros porque todos queríamos ser el que llevase a la iglesia el ramo más grande, más florido, más vistoso y de mayores medidas para la procesión de los ramos. Hasta aquí todo era válido y propio de la chavalería. El problema surgía durante la espera para la bendición de los ramos que permanecíamos de pie con los ramos bien izados para que en el momento que el sacerdote aspergiese con el hisopo las gotas del agua bendita, le tocasen las máximas al nuestro. Para poder asegurar esto lo primero que había que hacer era despejar el entorno como fuese y la mejor forma de lograrlo era repartiendo xamascazos a diestro y siniestro con todos los de al lado. Como es lógico, los otros que no eran mancos, respondían de igual forma y se liaba allí la de San Quintín. En la iglesia antigua de mi pueblo, como pasa en la mayoría de las del occidente asturiano, a la altura del presbiterio pendía del techo una gran lámpara de aceite que llegaba hasta por encima mismo de las cabezas de los feligreses. Dada la voluminosidad y aparatosidad de tal artefacto los primeros ramazos que se producían entre los bruticos rapaces siempre iban a parar a la dichosa lámpara y ésta comenzaba a oscilar a modo de botafumeiro apagándose al instante y tirando todo el aceite por el suelo y por los hombros de las beatas. Ante los chillidos y quejas de aquellas piadosas mujeres, el sufrido oficiante, que de paciente tenía poco, y que ya había pedido sosiego repetidas veces, viendo que no se le hacía caso, no tenía más remedio que actuar. Más de una vez y más de dos, a este sacerdote se le debieron de hinchar todo lo que tuviere susceptible de hincharse y, ni corto ni perezoso, se bajó del altar bien remangado y al primer agitador que pilló a mano le solmenó un par de obleas como un par de panes y se acabó el jaleo. Él volvía a su labor y de momento todos tranquilos. Parecía que aquello se había sosegado. Pero apenas pasados unos minutos, los ramos volvían a agitarse y a enarbolarse con mayores amenazas y al instante, otra vez el lío armado de nuevo. El cura estaba ya aburrido pues, año tras año, se repetía la misma juerga. Pero un buen día el don José de turno lo pensó mejor y optó por no dejar meter dentro de la iglesia los ramos, con lo cual, a partir de ese año la bendición de los ramos se haría en la puta calle. ¡Pleno al quince! A partir de entonces se acabaron los rifirrafes y los jaleos para siempre.
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