domingo, 13 de diciembre de 2015
BARCELONA (II)
Desde el taxi que nos lleva al hotel la
curiosidad incita a mirar balcones y ventanas y hacer un somero recuento. Son
escasas las esteladas que cuelgan de los edificios. Nada que ver con la
profusión de ikurriñas o
pancartas de gestoras pro amnistía exhibidas, hace años, en pueblos y ciudades de Euskadi cuando el Sr. Ibarretxe
tenía un plan y la sombra de ETA todavía era alargada. Claro que estamos en el centro de Barcelona y quizá la exposición de estas enseñas en otras
zonas sea diferente, más numerosa. También cabe pensar que los catalanes, sus masivas manifestaciones por
la Diagonal ocuparon pantallas enteras y no admiten discusión, son más pudorosos con este tipo de exhibición casera.
El hotel, reservado por internet a última hora, resultaba cómodo y céntrico.
Permitía recorrer las zonas más céntricas sin
necesidad de usar transporte.
Cuando solo se dispone de cuatro días para visitar una gran ciudad, Barcelona en este caso, es
aconsejable seleccionar y priorizar las visitas. Así quedaron
descartados lugares que permanecían más frescos en
la memoria desde la última estancia: Sagrada Familia,
Parque Güell, Pedrera (Casa Milá) Puerto Olímpico, y otros.
Dos cumplidas tardes dedicadas a las casas
modernistas solo alcanzaron para recorrer tres de ellas : Palau Güell, Batlló y Ametller.
Las dos primeras obra de Gaudí, la tercera de Josep Puig. El Palau Güell, cerca del Liceu, está en una estrecha calle que sale de La Rambla para adentrarse en el Raval.
Las otras dos en Paseo de Gracia. Lejos queda la intención de describir estas impactantes y
magníficas obras arquitectónicas, mucho mejor lo hacen guías y numerosas páginas que se pueden hallar en internet.
Asombra el ingenio, interior y exterior, de los edificios y los mobiliarios,
también el derroche del dinero empleado. Estas casas, y otras que todavía se conservan en Barcelona, fueron mandadas construir por
acaudalados industriales catalanes, amantes de las artes entre finales del XIX y principios del XX.
Quizá, además de ese amor por el arte, influyó su deseo de
epatar, sin que esto reste valor a tan fastuoso legado. Todas están restauradas con estricto respeto al proyecto original. Algunas
de sus plantas continúan ocupadas por oficinas y viviendas. De éstas quedan pocas. En La Pedrera aún es posible
ver a una señora arrastrar su carrito de la compra entre la larga cola de
turistas hasta introducirse en el
portal. Es la última y única inquilina del singular edificio. Los
bajos de Casa Ametller albergan una chocolatería con acceso
libre en la que se pueden comprar, y tomar in situ si apetece,
estupendos chocolates. El Sr. Ametller, promotor del edificio, era un
magnate de la industria del chocolate.
La única pega,
si no cuesta trepar escaleras, es el alto precio de las entradas, hasta más de veinte euros por persona cuesta visitar cada una de estas
casas.
Otro edificio espléndido, mismo
estilo y época, es el Palau de la Música. Su construcción, obra del arquitecto Lluís Domenech, fue sufragada por financieros, industriales y amantes
de la música locales. Desde hace años es
Patrimonio de la Humanidad.
El día de la
visita se dio una feliz coincidencia. En él, Paco Ibáñez, ofrecía un recital. Sacamos entradas para
regresar a la hora de la actuación, ya por la noche.
Entre el público joven,
y nutrida presencia femenina, abundaba el cabello blanco, con frecuencia también escaso. Allí se habían dado cita
buena parte de los supervivientes antifranquistas catalanes. Paco Ibáñez -no había vuelto a un recital suyo desde hacía más de treinta años- no defraudó. Por la
letra de sus canciones desfilaron Celaya, Blas de Otero, Alberti, Neruda y
otros poetas comprometidos, dueños del implacable látigo de la palabra. Añorados en este tiempo en el que tantos
políticos hacen de comediantes. Esto es, hacen espectáculo en lugar de explicar sus propuestas políticas. Dicho esto último con todo el respeto, no a esos políticos, a los honrados
comediantes.
Todo el recital, salvo dos o tres canciones
en Euskera y francés, lo desgranó en
castellano. Las posibles polémicas lingüísticas,
tantas veces alimentadas artificialmente, quedaron anegadas por los calurosos
aplausos con que fueron premiadas todas y cada una de las canciones y proclamas
del cantautor. Abandonamos el Palau con la sensación de haber
revivido emociones de mucho tiempo atrás.
Dos mañanas
completas llevaron los recorridos por el
Museu Nacional d’Art de Catalunya que ocupa un enorme edificio construido en 1929 en las faldas de Montjuït. Desde sus terrazas se divisa una buena panorámica de la ciudad. La parte más
interesante de este museo, al menos en mí opinión, es la dedicada al románico
pirenaico. Magníficos frescos que fueron arrancados, a principios del XX, con
extremo cuidado de las paredes de las iglesias románicas que
jalonan la cordillera catalano-pirenaica
y colocados hace unas dos décadas, una vez restaurados, en falsos ábsides y pórticos recreados en estas salas. Ha
existido, quizá
aún existe, cierta polémica por haber despojado a esas iglesias de sus pinturas para
trasladarlas a Barcelona. Ninguna intención tengo,
menos autoridad, de entrar en el debate. Pero sí parece
razonable que el traslado ha garantizado mejor la conservación y la custodia de esas valiosas obras de arte.
Ignoro cual es el estado actual de esas
iglesias pirenaicas, supongo que han sido restauradas con cuidadoso mimo.
Algunas ya lo estaban cuando en los primeros años de los
pasados ochenta recorrimos la zona, desde el Valle de Aran hasta Rosas, y
visitamos buena parte de ellas, todas están situadas
en parajes maravillosos. Aquél recorrido, soportando en ocasiones
tremendas tormentas dentro de una precaria tienda de campaña, nos llevó dos o tres semanas de unas vacaciones de
un verano. Hoy estas pinturas, agrupadas en este museo, se pueden ver en una mañana. Claro que tal vez no se experimente la misma sensación al verlas aquí que en las iglesitas de donde proceden,
rodeados por paisajes de ensueño.
(De aquel viaje mantengo vivos muy buenos
recuerdos y uno no tan bueno. En Taüll entramos en una de sus
iglesias, no recuerdo si Santa María o Sant Climent, que estaba
abierta y sin ninguna vigilancia, algo impensable ahora. Después de recorrer su planta descubriendo la sobria, no por ello menos
admirable arquitectura interior, me aventuré a trepar
por una sospechosa escalera de madera hasta el último nivel
de la torre, solo este nivel tenía piso. Desde lo alto se veía, además del pequeño núcleo urbano, todo el valle de Boí y las montañas del entorno. -es posible que tengan
razón quienes afirman que una
de las funciones de estas torres tan altas, además de
campanario, era la de vigilar y fisgonear las andanzas de los vecinos- El
problema se planteó
a la hora de bajar. Desde el nivel superior hasta la
base todo era impresionante vacío. La escalera, no me había percatado al subir, no tenía
barandilla, tampoco protección los huecos al exterior. Atenazado por
el vértigo me costó lo mío descender
hasta pisar el suelo. Al no escarmentar, antes y después me encontré en situaciones similares en distintos
lugares y sucesivas veces).
Mejor olvidar estas anécdotas, batallitas ya de
abuelo.
La sección románica de este museo atesora, además de
pinturas, valiosas tallas, capiteles y otros ornamentos.
Al tratarse de Patrimonio, y públicos los litigios entre las distintas Comunidades por su propiedad,
no se debe dejar de señalar que algunas, pocas, de estas obras de gran valor artístico e histórico proceden de fuera de Cataluña.
En esta planta primera del museo también se encuentran las salas de Medieval- Gótico y las
de Renacimiento y Barroco. La segunda está destinada
al Arte Moderno y Contemporáneo. Todas con importantes obras, algunas
de incalculable valor. Varias salas están ocupadas
por valiosas colecciones, Cambó, Thyssen…
Intentaré acelerar el
paso, de lo contrario esto se hará interminable.
El Museu Picasso nos llevó otra mañana. Es monográfico sobre
Picasso y ocupa cinco edificios medievales rehabilitados con gusto y acierto.
La mayoría de las pinturas expuestas son de la época de
adolescencia y de primera juventud del pintor. Buena parte de ese periodo lo
vivió en Barcelona.
Es un museo imprescindible para entender la
evolución posterior de este genial pintor. Entre las obras figuran algunos
retratos, autorretratos y otras pinturas que causan asombro por la precoz
maestría del artista, solo tenía quince o dieciséis años cuando
las pintó. No faltan esculturas y cerámicas de su
creación.
Este museo se encuentra muy cerca de Santa
María del Mar. Iglesia gótica construida durante el siglo XIV
mediante la aportación económica o
trabajo voluntario de los vecinos de la
Ribera. La vista exterior, un tanto anodina y pesada, nada tiene que ver con su
interior formado por tres esbeltas naves que sorprenden por su altura. Las
paredes desnudas confieren a todo el conjunto
un aspecto de austera elegancia.
En el lateral de esta iglesia se encuentra el
Fossar de les Moreres, lugar familiar para quienes sigan de cerca los
avatares de Cataluña. Esta plaza, hoy enladrillada y rodeada de edificios, fue
anteriormente un antiguo cementerio. Aquí están enterrados, y reciben homenaje, caídos en el
asalto a Barcelona de 1714. Una escultura curva que se proyecta a lo alto
soporta, en la parte superior, un pebetero, mientras, en la inferior, se puede
leer una inscripción que recuerda aquellos hechos. Resulta frecuente, si el mal
tiempo no lo impide, ver a un grupo de colegiales sentados en el suelo de la
plaza escuchando las explicaciones de las profesoras sobre éstos y otros acontecimientos de la historia catalana. Si al pasar
a su lado nos demoramos por el lugar escucharemos a los enseñantes dirigirse a los alumnos en catalán, al tiempo
que las respuestas de los escolares, en este caso de edades en torno a los ocho
años, alternarán con frecuencia castellano y catalán. Comportamiento similar se puede observar en el corro de alumnos
sentados ante una pintura en cualquier museo de Barcelona. Cataluña es bilingüe
y esto representa riqueza cultural y mayor capacidad para relacionarse
con el resto del mundo. Empobrecedor sería el empeño de imponer una lengua en detrimento de la otra. El bilingüismo y el multiculturalismo abre horizontes, el viejo uniformismo
impuesto, de reminiscencias borbónicas, divide y pone anteojeras. Cierto
es que en Barcelona también se practica lo que se podría definir como ‘catalallano’. Esa fluida mezcla de catalán y castellano donde las palabras, en una y otra lengua, se
reconocen y entremezclan. Solución sencilla para agilizar conversaciones y
escribir citando lugares. Algo de esto, con escaso o nulo conocimiento de la
lengua catalana, hago yo aquí.
De la misma época
medieval que Santa María, y también de estilo
gótico, es la Catedral de Barcelona, próxima al
ayuntamiento de la ciudad y a la sede de la Generalitat. Su construcción, a diferencia de Santa María, fue
sufragada por la Corona de Aragón, la nobleza catalana, y el alto clero.
La disposición de mayores medios se nota en la fachada de piedra labrada, en
los retablos de las numerosas capillas, en la riqueza de ornamentos y también en las reformas posteriores. A pesar de esta diferencia de
medios puede ser discutible que su interior alcance en belleza a Santa María. La Catedral tiene unas dimensiones mayores y un hermoso claustro, igualmente gótico. En el jardín de este claustro se solaza una manada
de ocas. De disponer de tiempo y paciencia se podrán contar
trece. Éste es el número de ocas que, según la tradición, debe acoger el claustro. Coincide,
dicen, con los años que tenía
Santa Eulalia cuando sufrió martirio. A esta santa está dedicada La Catedral declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional.
Siendo más prosaicos,
al ver las orondas y lustrosas ocas es fácil imaginar
el suculento fuagrás que
degustarán los dignatarios eclesiásticos de la
catedral.
Por insólito que
parezca es la primera vez que hago referencia a las cosas del comer. A esa
necesidad que solemos convertir, siempre que se puede, en placer y aliciente de
todo viaje que se precie.
(continúa en Barcelona III)
ulpiano rodrígez calvo.
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