miércoles, 1 de septiembre de 2010
Regalos de la Naturaleza
De las infinitas gracias que nos brinda la madre Naturaleza , siempre de forma gratuita y espontánea, hoy voy a destacar la de una planta sin importancia apenas, siempre menospreciada, que es muy popular y común su presencia en bordes de caminos, senderos, veredas, matorrales y sebes de nuestros pueblos y campos en general. La planta en cuestión no suele disfrutar de muy buena conducta y por eso tiene pocos defensores, principalmente debido a las uñas que posee y a los arañazos que propina al entrar en contacto con ella: tanto si se trata de tocar sus tallos como de sus ramas. Seguro que la mayoría de los que hayan tenido tratos con ella se habrán acordado de la planta en sí, y de toda su raza, más de una vez y más de dos; sobre todo, cada vez que involuntariamente hemos agarrado alguna de sus partes punzantes ocultas. Pero, este menospreciado vegetal, que suele ser pasto de las llamas intencionadas frecuentemente, nos ofrece otras cosas bastante más agradables como una bonita y prolongada floración durante los meses de julio y agosto; llegado el final del verano se adorna de unos espinosos racimos cargados de granulares bayas que, primeramente lucen un color verde rabioso en la infancia, rojo granate en la juventud y morado oscuro en la madurez con un sabor dulce, exquisito: me estoy refiriendo a las moras de zarzal.
La zarza, como tal, no tiene muy buen cartel que digamos, sobre todo entre los viandantes, pues raro será el que haya tenido que deliberar algo con alguna, y que no haya salido con más de un desgarrón de piel o de ropa. Tengamos en cuenta que las caricias erosivas de los artos son poco agradables, pero estas plantas en compensación siempre son serviciales y nos echan una mano en los días ventosos cuando caminamos por el campo y el fuerte viento nos usurpa el sombrero o tocado llevándolo lejos de nosotros. Gracias a la eficacia y capacidad de retención que tienen las púas de las zarzas, éstas nos evitan el tener que hacer largos recorridos para recuperar la prenda voladora. En cuanto a la capacidad de retención que tiene la zarza es tremenda. Hay veces que llegan a sujetar de tal manera a las ovejas que se adentran en sus redes, que quedan totalmente atrapadas e inmovilizadas; sobre todo si tienen la lana larga.
Recuerdo de niño los frondosos zarzales que jalonaban caminos y cerramientos de fincas en los campos, los cuales visitábamos a menudo para buscar los nidos de ciertas especies de pájaros que les gustaba mucho anidar en ellos, pero lo mejor era cuando llegaban las degustaciones que nos proporcionábamos de estos sabrosos frutos en la época estival. Y no solamente disfrutábamos con su genuino sabor, también con su bonito e intenso color, pues aparte de decorarnos la cara al más puro estilo indio, también solíamos aplastar un puñado de moras en la boca y seguido abríamos las fauces todo lo que podíamos para enseñar el interior a la concurrencia, teñida de un color granate oscuro, en imitación a como lo haría un vampiro en plena noche de cuarto creciente después de atacar una henchida yugular.
Yo, desde niño, tengo la costumbre de todos los años por estas fechas, al menos probar una vez las moras de zarzal, aunque solamente tome media docena de ellas ya me doy por satisfecho. De no hacerlo, tengo la sensación de que he despreciado algo muy rico, que está al alcance de todos, que se nos brinda altruistamente para nuestro deleite, y que forma parte del ciclo biológico anual. Son pequeñas manías de cada uno, pero ésta para mí es muy gratificante y me recuerda una de las amenas distracciones de la infancia.
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