lunes, 28 de abril de 2014
A LOS POSTRES, BATALLITAS
INTRODUCCIÓN.
Esta foto que ilustra
la entrada la había hecho sin premeditación ni interés especial alguno al llegar al
Parador, pero resulta que ahora me ha venido que ni al pintar pues, no
puede ser más oportuna para ilustrar lo que a continuación os presento. Como
todos sabemos por las crónicas de Alfredo y mía, a los postres de la comida del sábado, el “Prior”
abusando del relax y buen ambiente
reinante en la mesa , se excedió un tanto y dio la “vara” todo lo que quiso y más, relatando anécdotas
de la excursiones de aquellos años al
Acebo. Pero se da la circunstancia que los dos protagonistas principales son
Carmelo y Miyares. Así pues, paso a
copiar directamente el texto del “discurso” (tostón) tal y como fue leído.
Espero que lo soportéis con resignación cristiana pues, algunas cosas una vez que se les saca de su contexto ya tienen menos
gracia. Pero bueno, vosotros sois gente
sufrida, disciplinada y educada en la austeridad y estoy seguro que no protestaréis
demasiado. Mi idea no era de reproducirlas aquí de nuevo, ni mucho menos; pero muchos amigos me han sugerido e insistido en que lo haga
y, en atención a ellos y a los que no han podido asistir al acontecimiento, lo
hago con mucho gusto. Espero que os guste
y, si no fuera así, sed tolerantes y no os echéis como fieras sobre las
gorjas del “Prior” ¡Pobre hombre!
***
EL ACEBO, 26 DE ABRIL DE 2014.
Amigos todos. Aprovecho estos plácidos momentos de la sobremesa para leeros
algo que he preparado para esta ocasión que bien se lo merece, ya que nos encontramos todos pletóricos de
volver a vernos y reunirnos aquí en este emblemático lugar, gracias a la dedicación
y empeño que puso Samuel para que esto llegara
a buen puerto y pudiéramos compartir todos, como estamos haciendo, mesa, amistad, compañerismo y entrañables recuerdos junto a nuestro “Imán”
Carmelo y todo este nutrido y selecto
grupo de antiguos alumnos y amigos de
Corias. A la vista está que algunos de nosotros hemos acudido a la cita con las compañeras de fatigas, otros solos, debido
a las ineludibles responsabilidades familiares, y en el caso del amigo Ángel Rodríguez Julián,
que por desgracia ya es difunto, en su representación
tenemos a Olga, su esposa, que ya es un miembro más del grupo y muy querida por todos
nosotros.
Una vez dicho este breve preámbulo, debo aclarar que Samuel se habrá sorprendido un tanto al verme aquí
con estos folios en la mano y habrá
pensado: ¿A qué viene esto? ¡Si al Prior no le tocaba hacer discurso ninguno! ¡Si
yo le había asignado solamente hacer de reportero gráfico y de cronista! Y eso
es cierto. Pero me he tomado esta pequeña libertad pensando en que, como por falta
de tiempo no va a ser, seguro que cuantos más recuerdos afloren en esta sobremesa,
más reavivaremos aquellos años de Corias, y es casi seguro que con ello estaremos contribuyendo
a que nos entren más ganas de repetir
actos como el de hoy, mucho más a
menudo.
Si digo la verdad, en el reparto de funciones que Samuel
había asignado en primer lugar a dedo, pero de forma muy certera entre algunos
de nosotros, a mí me había correspondido cubrir la noticia del evento haciendo
de reportero Tribulete, cargo que yo asumo con mucho gusto a pesar de mis
limitaciones para tal oficio, pero una vez ya metidos en harina, también he
pensado que este humilde bloguero podría
perfectamente recordar durante la
sobremesa, beneficiándose del relax de esta hora y que ya estamos todos contentos y animados,
única forma de poder soportarlo, alguna pequeña anécdota de las muchas que se
producían durante aquellas excursiones que hacíamos desde Corias al Acebo
en fin de semana, hace ahora la friolera de casi 50 años.
Pues bien, vamos a ello. Como todos sabemos en los
primeros años del internado de Corias, por lo menos desde el año 1959 hasta el 1966,
en el que yo finalicé, eran frecuentes los fines de semana en los que nos solíamos desplazar
desde el Convento hasta el Acebo determinados grupos de alumnos internos
principalmente, entre 5 y 10 como mucho, debiendo programarnos con la antelación
debida para no coincidir aquí arriba más de un grupo cada vez. Hay que tener en
cuenta que aquellas salidas eran para nosotros como un pequeño premio o
incentivo que recibíamos por parte de los frailes, en compensación al esfuerzo diario que realizábamos para
poder sacar adelante nuestros estudios, durante
aquellas largas e interminables semanas,
recargadas de excesiva austeridad y de férrea disciplina.
Ahora bien, aquellas excursiones las llevábamos a cabo merced
a la buena sintonía que existía entre los frailes de Corias y don Herminio el cura
párroco del Acebo, el cual nos facilitaba el alojamiento poniendo a nuestra
disposición tanto la Casa Rectoral como todas sus instalaciones y pertenencias para que
pudiéramos dormir y cocinar bajo techo durante aquellas pequeñas escapadas en fines
de semana.
Normalmente, solíamos subir los sábados por la mañana y
regresábamos los domingos por la tarde. Aunque, ocasionalmente, teníamos también
la suerte de poder subir algún viernes que otro a última hora, una vez
finalizadas las clases, pero eran los menos. La mayoría de las veces estas
excursiones las hacíamos acompañados de
un fraile dominico y en ocasiones, siendo ya mayores, también solos. Recuerdo el haberlas hecho en más de
una ocasión con el aquí presente, admirado
Padre Carmelo entonces, lo mismo que hemos
hecho hoy, pero esta vez con la salvedad que hemos perdido al padre y solo conservamos
al gran Carmelo como tal. Pero debo decir que esa pérdida, de simple paternidad
putativa, para nosotros no ha repercutido más que en el cambio de tratamiento que
hemos de utilizar para dirigirnos a él pues, nuestra admiración y agradecimiento hacia su persona, se mantienen intactos lo mismo que antes, por
no decir aumentados, si cabe.
Otra gran diferencia entre aquellas excursiones pedestres y
la de hoy, es que entonces subíamos a pinrel y hoy lo hemos hecho comodonamente todos en robustos coches.
Para aquellas estancias de fin de semana, fuera del
internado, las viandas las subíamos siempre del convento y consistían principalmente
en alimentos básicos naturales y ligeros,
pero a la vez calóricos y nutritivos, como:
pan, fruta, conservas de pescado y frutos secos, principalmente. Rara era la
ocasión en la que hiciera acto de presencia el chorizo o el salchichón dentro del
cupo. De todas formas, algunas veces, no muchas, también se nos daban patatas y contados huevos. Según fuese la
generosidad del bodeguero que nos reponía el macuto al salir en la bodega del
convento, así iba de cargada y de abultaba la mochila; pero en general, no teníamos queja.
La casa del señor cura disponía de cocina de carbón que la
prendíamos nada más llegar y allí era donde nos secábamos la ropa de las
mojaduras que cogíamos cuando había nieve y el Padre Carmelo nos preparaba algo de comida caliente pues, carbón no había en
la casa pero buena leña sí, y abundante
también. Por las noches una vez cenados, como estábamos rendidos de la caminata
que nos dábamos desde Corias al Acebo y de subir con la mochila cargada con los
víveres, la sobremesa de la cena la solíamos hacer ya acostados en la “suite”, que estaba en la planta de arriba y
consistía en un cuarto amplio,
prácticamente diáfano, con dos o tres colchones
juntos tirados en el suelo y sobre ellos dormíamos todos pareados a modo de sardinas en lata, pero lo hacíamos con
sumo gusto ya que dormíamos como troncos y a pierna suelta durante toda la
noche, gracias al calor que nos proporcionábamos unos a otros por la proximidad
de estar juntos, pero no revueltos, y el de algunas mantas que había en la casa, las cuales estoy seguro que deberían
ser hidrófobas porque no habrían visto el agua desde su fabricación en los
telares del Val de San Lorenzo en León.
Pero eso no suponía problema alguno. Al contrario, así como pesaban más, también abrigaban mucho más.
Como la luz eléctrica brillaba por su ausencia, nos teníamos que servir de velas y al subir a dormir manteníamos en el cuarto al
menos un punto de luz mientras nos
acomodábamos en el bajo lecho que, tan bajo era, que coincidía con el
suelo. La verdad sea dicha que, en la
toalet nocturna, desvestirnos y ponernos el pijama empleábamos muy poco tiempo
ya que nos echábamos al colchón prácticamente vestidos, tal como estábamos; tan solo nos descalzábamos las Chirucas. De
todos modos, entre una cosa y otra pasaba un tiempo que a veces se nos hacía
bastante largo. Una vez que estábamos todos
acomodados tan a gusto bajo aquellos
cobertores, rígidos y ásperos como
tablas sin cepillar, el último en meterse al nido era el que apagaba la luz y, a partir de ese momento era cuando iniciábamos
a oscuras una amena charla entre todos para preparar el plan para el día
siguiente, hasta que transcurridos unos minutos íbamos dejando de hablar y cayendo
rendidos uno tras otro en los brazos de
Morfeo.
Normalmente, en estas excursiones que hacíamos por el monte con caminos que tenían pronunciadas cuestas, nos solíamos
ayudar para caminar mejor de un bastón o
garrote, el cual al llegar a la casa lo dejábamos en la entrada, salvo el amigo Miyares que no lo perdía de vista en
todo momento. Tal era su celo y apego para
con el cayao que no se separaba de él ni para dormir. Recuerdo una noche que
nada más apagar la vela, estábamos todos muy cansados y al momento comenzamos a
caer rendidos uno tras otro. Pero de buenas a primeras a alguien se le escapó
algo que produjo ruidos extraños de dudosa procedencia y comenzaron las risas. Entonces Carmelo mandó
guardar
silencio pero los parlanchines de turno no cesaban de reírse y de darle a la lengua, con lo que se inició
algo de alboroto. En ese mismo momento, a pesar de estar a oscuras, notamos que
un bastón se blandía en el aire amenazante y que comenzaba a soltar alguna caricia que
otra repartida por los lomos de los yacentes.
En un principio lo tomamos todos a broma y como nos hacía
gracia casi le retábamos al que repartía
estopa para que lo hiciera con más frecuencia y con más brío. Previamente, nos protegíamos bien la cabeza con los brazos y metidos bajo las
mantas aguardábamos a que comenzara la lluvia de palos de ciego. Entre risa va
y risa viene, aquello fue en aumento, pero en una de éstas, ¡ay amigo!, como el
repartidor no era zurdo para esas cosas, lo mismo que para otras muchas, le
cogió gusto al asunto y cada vez los varganazos que propinaba eran más
contundentes, más seguidos y más repartidos por toda la encamada.
Se armó tal
zapatiesta en aquella cama redonda que al
Padre Carmelo no le quedó otro remedio que mediar e intentar poner algo de orden. Para ello se reincorporó un poco con el fin de hacerse respetar y también
para que le oyésemos mejor, pero con tan mala suerte que el que sembraba los
garrotazos no calibró bien y el bastón fue a parar directamente a lo que más sobresalía en aquel
momento, que era la cabeza del padre Carmelo, haciéndole un chichón
considerable. Ante el incidente y las lamentaciones del reverendo, nos quedamos todos cortados y aquello fue
motivo suficiente como para que se aplacase la algarabía al instante y nos
durmiésemos todos un tanto asustados y abochornados por lo ocurrido.
A la mañana siguiente temprano, al incorporarnos de
dormir, nada más que se veía algo, gracias a la luz del día que penetraba por
la ventana, cada uno de nosotros no le perdía ojo a la cabeza del fraile, mirando
así de soslayo, disimuladamente, para
ver cómo tenía de grande el lobanillo provocado por la refriega de la noche. No recuerdo muy bien cómo sería el tamaño
residual del güevo pues, por la mañana con el frío que allí hacía, seguro que le
habría mermado bastante, pero reseñas del bastonazo sí que aún mantenía el paciente
y considerado Padre Carmelo.
En otra ocasión el amigo Miyares, ayudado por alguno de
los que hoy aquí nos encontramos, recuerdo que andábamos husmeando y rebuscando en la cuadra del caballo y de pronto en una esquina, vimos un bulto grande tapado con trapos viejos,
ramaje y tablas. Al descubrir aquello menuda sorpresa más agradable que nos
llevamos: ¡eran cajas repletas de botellas de Coca Cola sin abrir! Las cuales habían sobrado de las fiestas de septiembre
y D. Herminio las tenía en reserva para
el verano siguiente ya que era una pequeña fuente de ingresos que le servía de
ayuda para sufragar los gastos de mantenimiento de la iglesia y casa rectoral.
¡Buena se armó con el descubrimiento! Recuerdo que según llegábamos todos sofocados
de corretear por el monte, lo primero
que hacíamos era ir derechos a la cuadra y bebíamos de aquellos efervescentes refrescos sin orden ni control;
a lo tonto. Cuando ya nos encontrábamos ahítos,
que no nos cabía ni una gota más, todavía
Miyares solía decir: “yo voy a esperar un poco pues, en cuanto eche otro par de
“rutios” buenos, cábenme por lo menos otras dos”.
Aparte de las cajas de Coca Cola también hubo más descubrimientos pues, otro día encontramos varias docenas de
voladores y el amigo Miyares, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, ni a
Carmelo, comenzó la descarga pirotécnica por su cuenta que parecía que se estaba celebrando allí una boda de alto postín, a juzgar por los restallidos
y la humareda que se formó. Luego, como remate de actividades prohibidas, estaba también
el repique de campanas que era otro de los placeres del amigo Luis Sánchez
Miyares. Salvo el que hacía el domingo
por la mañana que era de forma más armoniosa y controlada, y con autorización
del tutor pues, estos toques servían de aviso a los parroquianos de los pueblos
cercanos para que supiesen que se iba a
celebrar misa en la iglesia en el plazo de una hora, aproximadamente.
Y ya para finalizar voy a rememorar otra vivencia muy
entrañable que hacíamos los sábados por la tarde cuando nos desplazábamos desde
aquí hasta el pueblo de Bornazal, que
está relativamente cercano y según últimas noticias, parece que también es
conocido por un tal: “Jesusín” el pelgar,
lo mismo que este establecimiento donde nos encontramos ahora mismo. Pues bien,
una vez en el pueblo nos dirigíamos a una de
las primeras casas que existían a la entrada y recuerdo que allí vendían bebidas
como: vino, café, cervezas y licores. Digamos que hacía las veces de bar y lo que
adquiríamos lo consumíamos allí mismo en la cocina, sentados en el escaño junto
a las personas de la casa, como si fuéramos unos miembros más de la familia.
En esta casa había dos mozas por lo menos que cosían y un
hermano que tocaba el acordeón y algunos sábados cuando llegábamos los excursionistas
caurienses, también se solían allegar algunas otras jóvenes vecinas hasta esta casa,
con lo que nos juntábamos en un momento
en aquella amplia sala un grupito muy curioso de juventud. Si la cosa se terciaba,
las costureras rápidamente levantaban la labor que estuvieran haciendo en ese
momento y despejaban la sala. Si el
acordeonista estaba de humor y se brindaba a darle un rato al fuelle del
acordeón se preparaba un baile muy
animado en la casa. Podríamos decir: de padre y muy señor mío.
Así, mientras los alumnos de Corias danzábamos como
descosidos con aquellas guapas y amables
mozas serranas, el padre Carmelo jugaba pacientemente a las cartas en la cocina, con un grupo de hombres del
pueblo que allí se juntaban por la noches para tal fin, siempre con la animosa presencia sobre la mesa
de una gran cafetera cargada de café y de una botella o dos de Veterano, Terry o Fundador.
Todavía es el día de hoy que cuando recuerdo aquellas escenas tan de
pueblo, tan bucólicas, tan familiares y tan entrañables, es raro que no sienta cierta
alegría, por no decir nostalgia.
Bueno amigos, y esto es todo por hoy de parte de este
prior entrecomillado. Y contradiciendo al Gran Wyoming sí os digo: Para la
próxima más y mejor, que en este caso, sí será posible.
El “Prior”
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7 comentarios:
Benjamín, ya leí dos veces el discurso, y me parece que está muy bien, aunque sea sin el plus de la entonación que le diste tú al leerlo. Además es muy apropiado para el blog, pues uno de los objetivos del blog, según la presentación, es “recordar y compartir las peripecias vividas…” Resumiendo, digno del Prior.
Al oírlo nos reímos bastante, sobre todo, teniendo en cuenta que teníamos allí a Miyares protagonista de la mayoría de las “travesuras”, y sigue siendo una persona muy agradable y ocurrente, además de buen animador con sus canciones. Pensando que esas cosas ocurrían hace alrededor de 50 años, se lo podía uno imaginar de joven… como dicen los modernos ahora, debía de ser “la caña”.
Nosotros pensamos que el día fue muy agradable en todos los aspectos. Estaba todo muy bien organizado gracias al buen hacer de Samuel. Carmelo nos causó muy buena impresión. Esto lo digo por mí, porque claro, Manolo ya lo conocía y tenía muy buen recuerdo de él.
Ya vi por la crónica, y también porque hablé con Olga ayer domingo, que tenéis mucha marcha. Hacéis bien aprovechar los que podéis, a mí no me lo permite la salud.
¡Ah! se me olvidaba, la fotografía que encabeza esta entrada está como “anillo al dedo”, no sé cómo te las arreglas para tener siempre la fotografía adecuada.
Regreso de Asturias y compruebo agradecido que Alfredo y Benjamín han reseñado con diligencia y maestría nuestro encuentro. Alfredo, madrugador, adelantó su reseña cuando otros de los asistentes aún disfrutábamos de las atenciones de ese antes convento, después instituto, y hoy magnífico parador. Benjamín, prolífico, como siempre, por algo era acaparador de matrículas, completa la aportación de Alfredo con los recuerdos, genio y figura, desgranados en la sobremesa.
Regreso y, durante el viaje, también ahora mismo ante el ordenador, insistentemente me viene a la memoria aquello que cantaban Silvio Rodríguez y Milanés: “La vida no vale nada si no es para compartirla”. Quizá habría que añadir que la vida es demasiado corta para recuperar todo aquello que no se pudo, o no se supo, compartir. Por eso, a mí entender, son tan valiosos encuentros como éste en los que, después de cincuenta años, al encontrar a un antiguo compañero le reconoces, y te reconoce, como si fuera ayer mismo cuando, escondidos tras el muro del frontón, fumábamos a hurtadillas unos celtas cortos compartidos.
Hasta el tiempo se alió con nosotros. Las pésimas predicciones meteorológicas, la amenazante lluvia, las espesas nubes tiznadas de gris y preñadas de agua de primera hora de la mañana dieron paso a un cielo teñido de intenso azul. Sobre él solo aparecían tendidas unas ya inmaculadas y vaporosas nubes blancas, como destiladas por un gigantesco alambique. Nubes que se fueron elevando para permitirnos admirar, una vez más, las maravillosas vistas desde El Acebo en toda su plenitud.
De Carmelo, que puedo decir que no sepamos todos. Siempre tuve la impresión de que siempre que intentaba entreabrir una nueva puerta de conocimiento, al asomarme, le encontraba a él ya allí. Lógico, entonces yo era un chaval que no había salido de los valles del Narcea y lecturas que iban poco más allá del Cachorro o Roberto Alcázar y Pedrín mientras él era un brillante profesor familiarizado con los más lúcidos pensadores clásicos y modernos. Además de profundo conocedor de los movimientos de liberación que por aquellos años sesenta eclosionaban a lo largo y ancho del mundo. Cinco décadas después, siempre que tengo ocasión de departir con él, continúo experimentado la misma sensación.
Comparto todos los comentarios sobre lo agradable que resultó el encuentro. No podía ser de otra manera participando en él tan cercanos compañeros y compañeras de los compañeros. Solo lamento no haberme despedido, por la premura de la partida, debidamente de algunos compañeros o de sus compañeras, lo hago desde aquí con la esperanza de volver a vernos pronto.
Un encuentro que fue posible gracias al buen hacer de Samuel. Suscribo en su totalidad la valoración que hace del Parador de Corias. Cangas y todos los asturianos podemos estar orgullosos de disponer de uno de los mejores establecimientos hoteleros de toda España; digno sucesor del antiguo monasterio. Viendo el éxito del que disfruta durante el tiempo que lleva de apertura induce a pensar que, afortunadamente, no tenían razón los agoreros de primera hora.
Al mozo de Navelgas, organizador del evento, solo le pondría un pero: su voracidad a la hora del desayuno que a punto estuvo de dejar sin alimentos al resto de los huéspedes. Pero esto bien que se le puede perdonar teniendo en cuenta las necesidades pasadas cuando allí estuvo interno. Además, entre bocado y bocado, ya se estaban poniendo las piedras para un futuro encuentro. Espero que sea posible y que en él puedan participar otros antiguos compañeros que en esta ocasión no pudieron asistir. Les puedo asegurar que, como lo fui yo, serán recibidos con los brazos abiertos.
Quería recordaros, que todavía tenéis tiempo para asar unas castañas congeladas, como las que nos presentó Galán en su entrada, “CADA COSA A SU DEBIDO TIEMPO; SALVO LAS CASTAÑAS” del día 11 de marzo de este año –o aunque no estén tan bien presentadas-; y comer una, hoy día 1 de mayo, para no desmayarse, según yo recordaba, en todo el año. Hice un comentario yo en aquel momento en el que decía que la primera vez que lo oí tendría yo diez años y fue en Bimeda. Supongo que Ulpiano, que es de la misma zona lo sabrá también.
Hoy ni me acordaba de tal cosa, pero me llamó una amiga, hace un momento, y me dijo si las tenía asadas que venía a comer una, así que dentro de un rato las asaré pues quedó en venir sobre las siete.
Después de hablar con ella miré algo por Internet y encontré un artículo del El Correo Gallego, de fecha 06.04.2008 Hemeroteca web, del que reproduzco parte a continuación:
“En Galicia, todavía se celebra con mucha fuerza y tradición el magosto en el que era tradicional que los niños se embadurnasen la cara de negro unos a otros con el tizne de la cáscara de la castaña quemada. TAMBIÉN SE COMÍAN CASTAÑAS EL DÍA 1 DE MAYO (PARA NO DES-MAYARSE DURANTE EL RESTO DE ESTE MES) y durante los días de Cuaresma, en sustitución de la carne. Algunos antropólogos han planteado que la castaña fue un fruto relacionado desde la Antigüedad con la muerte, pues en muchas culturas eran parte de las ofrendas que se dejaban a los muertos para saciar su hambre. Hasta el siglo XVII, existió la creencia de que por cada castaña que se comía el día de Todos los Santos y el siguiente de Difuntos, un alma era librada al Purgatorio. Tras el descubrimiento de América, la patata vino a ocupar el papel fundamental que hasta entonces habían jugado las castañas en la alimentación. Así, en un principio, a las patatas se les llamó "castañas de Indias".”
Como podréis leer aquí dice que sólo sirven para no desmayarse durante este mes de mayo. Las cosas que pongo en mayúsculas es porque al meter el comentario, aunque se subraye o se ponga en cursiva, queda todo igual. Pongo el enlace a todo el artículo.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=361&idEdicion=844&idNoticia=225646
Pongo el comentario en la última entrada aunque no tiene nada que ver con ella, pero no encuentro otro sitio más adecuado.
No te preocupes, Víctor. La última vez que recibí palos en una manifestación, me parece recordar ahora que ya casi es anécdota, fue hace cerca de treinta años, en 1985. Gobernaba Felipe González y visitaba Reagan Madrid. Después, gobernando Aznar, año 2000, una multa y un juicio, esta vez sin palos, al menos sobre mí, por solidarizarme con el pueblo palestino ante la embajada de Israel. Desde entonces, hace ya catorce años, no he vuelto a tener ese tipo de encontronazos con el orden establecido. Tocaré madera.
De hecho, hoy, Primero de Mayo, estuve, solo un rato desde la acera, viendo pasar la manifestación por Cibeles; como un señor de orden más. Me esperaban en El Retiro. Lejos me quedan ya aquellas fiestas reivindicativas de la Casa de Campo.
Comparto contigo, Víctor, la imperiosa necesidad de un trabajo digno para todos. En ese deseo, lejos de propagandas interesadas, siempre nos encontraremos.
Recuerdo perfectamente la tradición que comenta Maribel. La familia de mi madre, del Palacio de Ardaliz- antigua propiedad del Conde Toreno- provenía, generaciones atrás, del alto Naviego. Ella había heredado la costumbre de ofrecernos castañas el primero de mayo. Como entonces no había congeladores las comíamos tal cual: duras pero muy dulces. Hablando de castañas ¿se continúa haciendo por Cangas el potaje de castañas? Aunque no me gustaba mucho mi madre mantenía la tradición de hacerlo algunos días del año.
Resultan curiosas las múltiples costumbres para celebrar el Primero de Mayo. En Italia es típico celebrar ese día, en alguna ocasión lo he compartido, comiendo” le fave y pecorino”. Habas crudas, directamente desgranadas de la vaina, y queso de oveja.
Comida cotidiana de los jornaleros en esa época del año desde tiempo inmemorial.
Ulpiano, yo creo que el potaje de castañas hace muchos años que ya no se hace. Yo recuerdo que en mi casa se hacia algunas veces porque a mi padre le gustaba mucho. Lo recuerdo como un poco dulzón y a mi no me gustaba demasiado. Es una pena que las castañas en Asturias se dejen perder. El otro día en un programa de T.V. presentaban a una empresa gallega que se dedica precisamente a eso,a elaborar el marrón glacé, puré de castañas mermelada etc. Toda una industria alrededor de este fruto tan apreciado que exportan por todo el mundo y que en Aturias lo dejan que se pudra por los montes.
El potaje de castañas, yo no sé de nadie que lo haga. Mi madre sí lo hacía una vez o dos al año, pero para ella, y si a alguno más le gustaba también. A mi padre no le gustaba y como hacía para él otra cosa “ese día se podía escoger”. Yo como era muy tragona me apuntaba a todo, pero a mis hermanos no les gustaba.
Pienso que con la generación de nuestros padres, se debió de perder esa costumbre. También recuerdo el de calabaza. Ahora se usa la calabaza para hacer purés y cremas. No sé si por los pueblos se siguen haciendo. Lo que sí se siguen utilizando las castañas en la cocina es para acompañar platos de carne, tanto de caza, como otras. Yo lo veo en los restaurantes, pero yo no lo hago nunca. Tú que eres un gourmet, sabes más de esto último que yo.
Aunque los sabores de la infancia, los que gustaron claro, son los que siempre perduran, con el paso del tiempo se pierden platos tradicionales y aparecen otros nuevos. El potaje de castañas nunca me gustó, sí el de calabaza. Éste, en Limés, lo continúan haciendo en alguna ocasión.
Un plato que me encantaba, quizá por comerlo de tarde en tarde y no ser muy común en Cangas, era la chanfaina. Mi madre la preparaba aprovechando la casquería cuando mataban un cordero. Años después la comí en el Mesón de la Villa de Aranda de Duero, entonces un magnífico restaurante castellano –ahora no lo sé, hace más de 20 años que no como allí- Me sorprendió el que la receta fuera idéntica a la utilizada por mi madre.
Hablando de gustos, tengo la impresión de que los sabores agridulces, currys y demás importados del oriente e incorporados a nuestra gastronomía en época aún reciente, a nuestra generación nos pilló un tanto mayores, hablo por mí. Tampoco la costumbre centroeuropea de acompañar la caza con castañas, ciruelas, grosellas y otros frutos goza de mi predilección. Me encanta la caza, pero cuando sospecho que puede venir con esa guarnición procuro rehuirla.
Sin embargo sí me parece muy interesante la incorporación a la cocina de Cangas de productos autóctonos, hasta hace poco mirados con desdén o recelo, como setas y hongos. Aún recuerdo cuando, al estar por el monte cuidando las vacas, me entretenía con ellos dándoles patadas como si fueran pelotas. Esta última vez comimos unos boletus, nos aseguró que eran de la zona, en Marroncín. Guisados con jamón estaban buenos. Aunque yo los prefiero simplemente salteados con un poco de aceite y algo de sal, o en Carpaccio, macerados en unas gotas de limón y aceite con unas escamas de sal.
Cuestión de gustos; y de gourmet poco, Maribel, continúo demasiado marcado o limitado por los sabores de la infancia.
Perdón por este rollo sobre comida. Tal vez debería escribir sobre el anuncio de congelación de pensiones durante los próximos tres años, el 0,25% no llega a ser una limosna. Me parece que de esta no nos salva ni el optimismo de Gión.
Claro que siempre queda, si no se acierta a ver otra alternativa, ese recurso tan socorrido de implorar: virgencita, virgencita, que me quede como estoy.
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