lunes, 19 de enero de 2015
Sindo, memorias de un caballo (VI)
Cuando volvían
para el pueblo Ramón le preguntó: Oye y digo yo ¿Y los demás animales que
pastan allí, por ejemplo los toros? ¿Qué pasa con ellos?
Hombre, te me
has anticipado. Después de comer te explico algo que te sorprenderá. ¿Tú eres
aficionado a los toros?
No, en Asturias
no es que haya mucha afición. Ahí el ganado es más bien para carne y leche. Yo
nunca asistí a una corrida de toros.
Prefiero que no
seas aficionado porque así te lo podré explicar. Hay cosas que los aficionados
no quieren oír.
Este enigmático
anuncio no pasó a más, pues llegaron a casa del boticario y después de los
saludos protocolarios se sentaron a la mesa…
Comieron muy
bien y con el inevitable vino de pitarra.
¿Te gusta
nuestro vino? Preguntó el boticario.
No soy un
experto, pero me parece muy adecuado para las comidas. Contestó Ramón.
Yo creo que el
Rioja es más vino, pero aquí nos vale con este de la tierra. Además es más
barato. Añadió el boticario.
A la hora del
café Ramón, tenía un lío en la cabeza. No lograba quitarse de la memoria la
dichosa sonrisa y ahora estaba intrigado sobre cuáles serían las extrañas
revelaciones que le anunció el boticario.
Bueno ¿Qué era
lo que me tenías que contar de los toros? Estoy intrigado.
Ya, me imagino.
Mira te lo puedo explicar en pocas palabras. Escucha: tú eres testigo de lo que
le pasó al caballo ayer en la dehesa.
Sí, claro.
Estaba como enloquecido.
Exactamente,
estaba enloquecido.
¿Por qué? Pues
es muy fácil, se había metido tal dosis de droga, que se le puso el cerebro del
revés.
Ya, pero ¿Y los
demás animales? ¿Y los toros?
Pues a eso
vamos. A los toros también les encanta comer esas plantas, y ocurre que andan a
borrachera diaria. Un toro normal come kilos y kilos de esas plantas un día sí
y otro también ¿Resultado? Se convierte en un adicto a las drogas. Es más, este
estado de perpetua borrachera les va estropeando el cerebro. Mira, cuando un
toro de esos va a una plaza de toros para ser lidiado, tiene menos cerebro que
un mosquito. Tú piensa lo siguiente. El toro sale a la plaza medio cegado por
el sol y le enseñan un trapo. El animal, disminuido mental como te dije,
arremete contra el trapo. Hasta ahí todo normal. Le vuelven a enseñar el mismo
trapo y el toro vuelve a descargar su furia contra el engaño. Otra vez a
empezar. Otra vez el trapo y el toro a picar en el engaño.
Este es el
momento en el que el público si no fuera tan fanático, se levantaría y se iría.
¿En qué cabeza cabe que el toro o cualquier otro bicho vaya tres, veinte,
cuarenta veces al mismo trapo? En condiciones normales, el toro iría a buscar
el cuerpo de quien le enseña el engaño. No lo hace. Se puede decir que su
cerebro no le sirve para nada. Lo lógico en este caso sería que el animal diera
media vuelta y se fuera. O se lanzara a por el vientre del torero. Pero nada de
eso ocurre. Ahora sabemos la razón. Tiene el cerebro destrozado de tantas
borracheras. Se puede decir que es un animal idiotizado. Todos sabemos que es
así, pero por rutina o por interés nadie quiere destapar el engaño.
Hubo autores
que lo vieron claro y que reclamaron un cambio en la fiesta: sustituir el toro
por un tigre, por un gato, etc… Nadie me negará que las corridas serían más
emocionantes.
¿Qué te parece?
Yo entiendo
poco, pero me da que tienes razón. ¿Cómo se explica que un animal por tonto que
sea acuda cincuenta veces al mismo engaño? Tienes razón.
Bueno, en
realidad hay otro bicho que tiene un comportamiento parecido. La mosca.
¿La mosca?
Es capaz de
acudir a la misma calva cincuenta veces seguidas. Está el señor calvo leyendo
el periódico y una mosca, no sabemos porque hechizo que le produce la calva, se
lanza a ella. El señor manotea para espantarla. Lo consigue, pero la mosca
vuelve una y otra y otra vez.
Igual que el
toro…
Sí, pero aquí
no es porque sea tonta, es que la mosca no tiene memoria. Una mosca no retiene
nada en su memoria, más allá de 1/10.000 de segundo. O sea, no recuerda nada y
vuelve otra vez a la calva seducida por no se sabe qué imaginarias suculencias se esperará encontrar.
La cosa termina en el que el calvo, con los nervios destrozados, dobla varias
veces el periódico y lo confecciona a modo de estaca, le atiza un “periodicazo”
a la mosca para que se deje de molestar.
Muy
interesante.
¿Otro cafetito
o un orujo?
No gracias, me
gustaría ver como sigue Sindo.
Venga, vamos.
Pero llevará un par de días lograr que se desintoxique de todo. Voy a ver si me
entero de quien nos puede facilitar una calabaza grande para dársela a comer.
Bien, te voy a
dejar que tengo que ir con mi mujer a ver a mi suegro que anda algo mal. Si
acaso nos vemos luego por la noche ¿Vas a ir al cine?
Sí, me ha
invitado una chica.
Oye, pero si
acabas de llegar ¡Qué rápido eres…!
Ya te la
presentaré. Hasta luego.
Hasta la noche.
Ramón pasó la
tarde vigilando a Sindo. Este había recuperado su actitud de tranquilidad que
le era habitual.
El pobre Ramón,
se dio cuenta de que la imagen risueña de la maestrita llevaba camino de
quedarse indefinidamente en su cabeza. Para él era un peligro, del que, por
circunstancias normales, huiría por puro miedo. Quizás el hecho de encontrarse
allí de paso, evitó que se atenuara la proximidad de aquella incipiente
atracción. A fin de cuentas el martes se iría de allí y sería un simple
recuerdo.
Durante un buen
rato se dedicó a jugar con el Jass. Le arrojaba una pequeña pelota que el perro
atrapaba y le volvía a entregar. Ramón le daba de vez en cuando una galleta y
le acariciaba. Pronto se reunieron allí unos cuantos críos, que aplaudían. Uno
de ellos, más decidido, le pidió a Ramón que le dejase tirar la pelota. Así lo
hizo y se armó una batalla entre los demás chavales, todo querían lanzar la
pelota.
Hacía las nueve
apareció Gloria. Venía a concretar lo del cine. La película se proyectaba en el
patio de la escuela, al aire libre, pero se pagaban 50 céntimos para entrar al
patio. Empezaría a las diez y cuarto. Se trataba de una película titulada
“Raíces profundas” con Alan Ladd como protagonista. Gloria le explicó que
previamente tenían que pasar por su casa a recoger una silla cada uno.
Eran las diez
cuando Ramón y Gloria portando una silla cada uno se presentaron a la puerta
del patio escolar. Dos entradas, en total una peseta. Había varios críos por
allí que miraban con los ojos bañados en lágrimas. No tenían los cincuenta
céntimos. Ramón quiso pagarles la entrada a cuatro o cinco, pero Gloria le
advirtió que resultaba muy delicado decidir a quién sí y a quién no. Ella era
partidaria de dejar las entradas pagadas en taquilla y desatenderse del tema.
Que se las diesen a quien les pareciera.
El patio estaba
abarrotado. Muchos niños estaban sentados en el suelo. Se puede decir que todos
los que disponían de una peseta se daban cita allí. El organizador era el cura
y había cine cada quince días. El público era poco exigente en general, pero el
cura sabía que a los críos les entusiasmaban las películas del Oeste. Gritaban,
aplaudían, avisaban al protagonista de los peligros. ¡Cuántas películas no
hubieran terminado si no fuera porque los niños y algunos no tan niños avisaban
a tiempo al “bueno” y este lograba “sacar” a tiempo”!
Por ejemplo, en
ésta. Cuando Alan Ladd o sea, Shane en la película, después de dejar K.O a Jack
Palance a puñetazos en el salón se descuida un momento y un compinche del malo
apunta desde lo alto de una escalera. Está a punto de recibir un balazo. Es
momento en el que todos los niños gritan unánimes ¡SHANE! Y este se tira a un
lado y, en un escorzo precioso, saca y le incrusta una bala en la frente al que
apuntaba. Este cae escaleras abajo mientras los críos, aplauden. No es para
menos. Gracias a ellos el bueno logra disparar a tiempo.
Gloria y Ramón
estaban casi tan metidos en la película como los niños. En el momento en que el
pistolero apunta a Shane desde la escalera. Gloria da un grito, se tapa los
ojos con la mano izquierda y con la derecha coge la mano de Ramón. Este le coge
la manita que busca su apoyo y la aprieta como diciendo “tranquila, bonita, que
aquí estoy yo”. Cuando en la pantalla aparece la palabra END, Ramón seguía con
su mano entrelazada con la de Gloria.
Los dos
lamentaron que aquella palabreja que anunciaba el final viniera a romper el
encanto de aquel trato en que ambas manos se acariciaban con infinita
delicadeza y vivían emocionados el placer de aquel contacto que les tenía
enajenados.
Cuando se
pusieron en pie, se miraron durante unos segundos. Gloria tenía los ojos
brillantes a medias de gozo y de lágrimas.
Cada uno cogió
su silla.
¿Me acompañas a
casa?
Por supuesto.
No faltaba más.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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1 comentario:
Esta temporada voy acumulando retrasos en los comentarios, tanto que algunos como el que tenía pensado para la entrada “Asturias 2050 (O una carta a los Reyes Magos)”, dado el tiempo transcurrido, ya parece que no procede.
Este relato de Moran resulta muy entretenido. Con las “Memorias de Sindo” aprovecha para contarnos todo tipo de cosas, unas que recuerdan nuestros años jóvenes, y otras desconocidas para mí. Así que aumenta el interés.
Entre los recuerdos, me viene a la cabeza cuando íbamos a La Plaza, con el banco debajo del brazo, para ver lo que llamábamos “circo” y que creo, que como el cine del relato, costaba cincuenta céntimos. Eso sí, no había taquilla y pasaban cobrando según estábamos sentados.
También hablando del vino, hace unos días me acordé de un dicho que se decía por aquí cuando alguien había bebido vino de más y decía tonterías. En plan disculpa alguien decía “manda Castilla”. Eso me hizo recordar que en aquellos años cuando un hombre -las mujeres era impensable- iba a un bar y pedía un vino le preguntaban: ¿De Cangas, o de Castilla? En estos tiempos que se pide un vino por la denominación de origen y además el tipo de uva, eso de “Castilla” da la risa. Bueno, creo que me estoy pareciendo un poco a “Jesusín” sacando a relucir cosas del pasado.
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