sábado, 3 de enero de 2015
EL REY Y LA MONJA DE CANGAS
¡Que maten a ese capitán!
Gritaba histérico el rey.
¡Que lo maten! ¡No quiero oír
nada.
Pero, majestad, tenga en
cuenta…
¡No tengo en cuenta nada!
¡Que lo maten! ¡Que lo maten! Insistía el monarca, al tiempo que se limpiaba la
cara, llena de lágrimas y la boca de baba. Siempre que se disgustaba o le
contradecían en algo cogía una llantina de niño. La baba era un problema de la
estructura de su boca, grande y con la mandíbula inferior muy alargada. Siempre
tenía que ser así, por llamémosle “pañuelero”, pues estos ataques de histeria
se producían con mucha frecuencia. El Cardenal Portocarrero, era su confidente
y la única persona de la que el Rey admitía un consejo. El clérigo sabía por
experiencia que había que esperar a que se le pasara el berrinche para hacerle
razonar… lo poco que podía razonar, aquel hombre desequilibrado de cuerpo y
alma, un enfermo, vamos. Rey, pero enfermo.
Ahora. Como aquel día nunca
le había visto el Cardenal. Estaba desquiciado…y, por lo visto no era para
menos. Debía tener – calculo yo, unos veinte años – y la Reina diecinueve.
Aconteció que la Reina – María Luisa de Orleans – había ido a cabalgar por los
alrededores del palacio real. El caballo – no se sabe porqué – se desbocó. La
reina iba a caerse pero quedó uno de sus pies preso del estribo. La Reina, era
arrastrada por el suelo, con todos sus faldamentos caídos sobre su cabeza. Un
capitán de la guardia, saltó encima del caballo y logró pararlo. Se salvó la
joven Reina de batir su cabeza contra alguna superficie dura y dejar allí la
vida.
Pero ¡Ay! Había visto la ropa
interior de la Reina… Existía una ley no escrita que condenaba a muerte a
cualquier hombre que contemplara a la Reina en paños menores.
Luego. ¡Que lo maten!
Gimoteaba el último de los Austrias, preso de un disgusto terrible.
El Cardenal logró parar el
golpe hasta que se tranquilizase el Rey. Es más, le convenció de que, en vez de
matarle, le desterrase. Fue obligado a irse a vivir a 500 kilómetros de Madrid,
de por vida.
El Rey, enfermizo y tarado
mental. Llevaba desde el inicio de su pubertad en perpetuo celo. Le buscaron
una novia rápidamente. Una princesita francesa de diecisiete años, llamada
María Luisa de Orleans.
Cuando se acordaron los
esponsales, la francesita salió hacia España con una pomposa comitiva. Carlos
II la esperaba en el Palacio Real de Madrid. Estaba loco por verla…mandó que le
fabricaran urgentemente un catalejo y se pasaba el día escrutando el horizonte
para ver si venía la comitiva que le traía a su novia. Como tardaban en llegar,
él no pudo aguantar más y salió con otra comitiva a su encuentro. Se
encontraron en un pueblo de Burgos, Quintanilla Sobresierra. El Rey, fuera de
sí, ya no pudo contenerse y ordenó a un cura que los casase allí mismo y que le
instalasen una cómoda tienda de campaña para…dormir esa misma noche con la
francesa. Total…nada. Pero nada de nada. O sea, nada. Que no. Que no podía. La
nueva Reina terminó desolada, llena de baba, no daba crédito. Pero ¿Con quién
la habían casado? ¿Aquel muñeco roto? Debió de ser horrible para ella. Durante
varios años, el imperio más grande que conocieron los siglos contuvo el aliento
a la espera de que el Rey…eso. Nada de nada. La ciencia, más concretamente la
medicina, no sabían explicar el origen del mal del Rey. Era una cuestión de
estado, pues se necesitaba un heredero de Carlos I y Felipe II. Entonces,
carentes de explicación lógica, dieron en decir que el Rey estaba hechizado y
no podía…Se inventaron mil soluciones, a cada cual más disparatada. Por ejemplo,
que metieran con ellos en la cama una momia de San Isidro. Tampoco dio
resultado.
Al fin acudieron a una monja
del convento de las dominicas de Cangas. Tenía fama el convento en asuntos de
hechizos, de posesiones diabólicas, etc. El capellán, Antonio Álvarez
Argüelles, tenía a todas las monjas metidas en un universo de histerismo
diabólico.
Una monja explicó lo que le
pasaba al Rey (el mundo entero estaba pendiente de Cangas del Narcea) según la
monja, al rey le había hechizado su madre a los catorce años dándole a beber,
un chocolate diabólico.
Supongo que a alguno o alguna
de los cinco que lean este artículo les gustaría saber más sobre este asunto. Y
hace bien porque os podría contar historias increíbles, divertidas y casi
imposibles de creer. Yo no puedo llenar cuarenta folios con este tema.
Leed un libro de Ramón J. Sender
titulado “Carolus Rex”. Ahí encontraréis todo.
El día 26 de Diciembre,
estuve comiendo con unos 40 ex alumnos, todos del mismo curso. El 1963 – 1970.
Como todos los años fue estupendo.
Muchos me han dicho que me
leen en el blog y lamentan que no escriba más gente, que vayáis animándoos a
contarnos cosas, que pueden parecer poco interesantes, pero seguro que todos
disfrutaríamos con ellos. Que no dependa el blog de la buena voluntad de Galán
y de mis artículos. Sería una pena.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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2 comentarios:
Según la monja de Cangas, al rey le había hechizado su madre a los catorce años dándole a beber, un chocolate diabólico. Pues bien. Al leer esto me vino a la memoria una superchería popular antigua que leí hace varios años y que parece que estaba bastante extendida en otros tiempos en algunos pueblos de los valles leoneses de Omaña y Babia y que se trataba de enganchar o embrujar a los pretendientes que fueran buenos partidos, económicamente hablando, tanto en dinero como en hacienda, para que no dejaran colgadas a la mozas que cortejaban. El hechizo parece que consistía en darle al galán un bebedizo un tanto especial que el enamorado debía ingerir sin apercibirse de lo que tomaba. La forma más eficaz para lograr este objetivo, y que pasaba totalmente desapercibida, era dárselo envuelto en el café. De ahí que a tal brebaje se le conociese como “el Cafetacho”. Lo grave del asunto era que, el embelesador brebaje, no contenía otra cosa más que un poco de la última menstruación que hubiera tenido la moza. Según declaraciones de las mujeres-bruxas que practicaban este rito, eso era infalible; el que lo probaba se enganchaba para siempre, no fallaba. Así cuando se veía a un joven muy enamorado de una moza por esa zona se solía decír: “Éste ya no se libra. A éste ya le han dado el cafetacho”.
Interesante la entrada de Morán y más aún el comentario que le hicieron sus compañeros de mesa y mantel al afirmar que pocos son los participantes en el blog.
¿Cuántos de esos 40 comensales dejan sus comentarios o vivencias en este blog?.
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