domingo, 11 de enero de 2015
TOMATES ECOLÓGICOS Y SIN “CUITO”
Aquel viejecito
que tomaba sus vinos en el Tuxpan (de Esquerdo esquina Manuel Becerra) se
sentaba siempre en el mismo taburete y tenía aspecto inofensivo. ¡Ah! cuán
lejos estábamos de imaginar que aquel hombre nos iba a provocar una catástrofe a los integrantes
de mi peña o tertulia como lo queráis llamar.
Hombre, os los
voy a presentar. Éramos siete u ocho, según el día o la noche. Veamos.
Eduardo Teus,
periodista deportivo, hijo del famoso seleccionador nacional del mismo nombre.
Eduardo vivía en la misma plaza, pero vivía más bien en el bar. Siempre le vi
bebiendo pero jamás le vi bebido. Era algo increíble lo que aquel hombre bebía.
Tenía los pómulos y la nariz de un sospechoso color amoratado. Ignoro si tenía dinero. Solo
escribía un par de veces por semana en
un periódico de Madrid. Un día me invitó a comer a su casa, rabo de toro con un
buen Rioja. Mi topo dentro del grupo se puso en guardia.
Pepito, ándate
con cuidado. Este igual quiere preparar el terreno para darte un sablazo.
Vale, gracias
por advertírmelo.
Comimos,
bebimos y fumamos un buen puro cada uno.
Era un buen
hombre. Era un bon – vivant que había decidido no dar un palo al agua.
Sigamos. El que
está a su izquierda se llama Bernardo, es comisario de policía y tiene a su
cargo el 091. Debe de tener 45 años y está soltero. Tiene una novia desde hace
veinte años. Una morenaza más corpulenta que él, que vivía allí cerca. El siguiente por la
izquierda es Tomás. También es comisario de policía pese a su aspecto de
tendero de pueblo. Era bajito y redondo. Estaba destinado a Canarias, pero
siempre estaba en Madrid. Ignoro cómo se las arreglaba. Hablaba poco.
A la derecha de
Teus, estaba Salinas. Era un ingeniero de la Renfe a punto de retirarse.
Pálido, de aspecto escrofuloso. Decían que había dilapidado una fortuna. Por lo
visto era conocido en todos los burdeles de Madrid. A mí me repugnaba.
Junto a su
derecha se sentaba siempre el propietario de una buena tienda de ropa de
caballero en la misma plaza, esquina a Francisco Silvela. Era asturiano de
Gijón, pero era la antítesis de lo corriente en un asturiano. Era introvertido,
silencioso y nada grandón. Nos llevábamos bien.
A su derecha
estaba Roberto, un burgalés, técnico de Banco de España. Era bajito y muy
simpático. Con él viví algunos episodios muy graciosos.
Quedamos dos.
Paco Méndez y yo. Paco era también comisario de policía. Era el coordinador del
espionaje antieta en Madrid. Alto, muy bien parecido. Era abogado también.
Casado con una riquísima heredera de un terrateniente andaluz. Al parecer
estaba en las listas de ETA para ser asesinado. Él sí lo sabía, lo disimulaba.
Era muy inteligente, muy osado y nunca le vi tomar especiales medidas de
seguridad. Era el más amigo mío en aquella original pandilla.
Ya están todos
presentados. Falto yo. Pepe, ex dominico, funcionario público con destino en aquella
época en la dirección general de cinematografía y teatro.
Un segundo, que
me falta uno. El principal. El aglutinante de la diversidad. EL patrón de la
extraña tripulación, es decir, Lorenzo, el encargado del bar. No muy alto, más
bien bajito, calvo total, gordito y de cara simpática. Siempre bien humorado.
Cuando se irritaba un poco se le ponía la cara y la calva de un divertido color
rosáceo. Sin él, aquel bar no contaría con nuestra simpatía.
El viejecito de
la entrada no era asiduo de la tertulia pero, como siempre estaba allí, era
convidado por todos. Además, era un hombre más bien rudimentario que apenas
encajaba con el grupo. Estaba jubilado y había sido el sepulturero en el
cementerio de la Almudena toda su vida. El hombre no tenía más conversación que
el dichoso cementerio, sus fosas, sus cadáveres, sus fúnebres anécdotas. No
hablaba de otra cosa, y como es natural no era un tema que nos entusiasmase.
Miento, tenía otro tema recurrente que ya nos tenía hartos, sus patatas, sus
lechugas y sus tomates. Era insufrible, no había nada de tanta calidad en
España como sus tomates.
Cuando quería
que nos asombráramos del tamaño de sus tomates, abría los brazos como el
pescador que pescó una trucha así de grande.
Echa el freno
Claudio, ya será menos. Pero el erre que erre…
La chispa
prendió un día que Lorenzo le retó.
- - Mira
Claudio, tráenos un día algún tomate y así se acaba el asunto. Veremos si son
tan grandes y buenos como dices.
- - Eso,
eso clamamos todos. Venga trae unos tomates, y unas lechugas y veremos si son
los mejores de España.
Lorenzo
prometió preparar una ensalada por todo lo grande.
Salinas ofreció
traer una lata bonito del economato de
la Renfe.
Bernardo dijo
que los huevos duros corrían de su cuenta.
Yo no sabía qué
poner y busqué la colaboración del asturiano Felipe.
Venga Felipe y
yo traemos queso de Cabrales.
Alguien
prometió un buen vinagre de Módena.
Todos
aportarían algo. Quedó el asunto para una noche, después de que cerrasen.
Entonces sería la nuestra.
Escogido el día
a conveniencia de todos, quedamos a la espera. La cita fue para un día de la
semana siguiente.
“No cenéis
mucho…” advirtió Lorenzo.
El día, no, la
noche convenida, allí estábamos todos. Claudio incluido.
Dos fuentes,
dos en las que se apilaban dos suculentas ensaladas. Relucían hermosas hojas de
lechuga, suculentos trozos de bonito y…los famosos tomates. Un buen vino. Era
un alborozo. Brindis por Lorenzo y por Claudio. Atacamos fieramente y resultó
una cena suculenta.
¡Hurra por
Claudio y sus tomates!
Una vez terminado
todo eran elogios hacia el proveedor:
- - Oye,
Claudio, y ¿Dónde tienes la huerta?
- - En
el cementerio.
- - ¿CÓMO?
- - Bueno,
al final del todo, donde hasta hace dos años estaba la fosa común. Hay
enterraos allí más de quinientos tíos. Se puede decir que abono no falta.
- - ¿PERO
QUÉ DICES?
- - ¿QUÉ
DICE ESTE DESGRACIADO? ¿QUÉ ESTÁN ABONADOS CON CADÁVERES?
- - PUAG,
que asco.
Ahí se formó un
lío. Salinas se puso blanco, pálido, se fue al servicio.
Teus salió a la
calle y, agarrado a una farola intentaba vomitar metiéndose los dedos en la
boca.
Lorenzo y
Bernardo increpaban al viejo. ¡Cabrón, cerdo, vete de aquí!
Puag, que asco.
Roberto se
largó. Ignoro a donde.
Felipe estaba
desplomado sobre la mesa.
Los más enteros
éramos Paco Méndez y yo.
“Oye, Pepe, los
dos tenemos Sanitas. Vamos a que nos hagan un lavado de estómago”.
¡VETE DE AQUÍ
DESGRACIADO, CERDO!
Pepe
Morán. Dominico-ex
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4 comentarios:
Aquí Pepe y sus compinches han sido un tanto melindrosos y timoratos con el origen de los tomates de marras y creo que sin motivo pues, no debieran alarmarse tanto por la procedencia ya que, al fin y al cabo, todos los seres vivos estamos compuestos en una gran mayoría por agua y nuestro cuerpo no contiene ningún elemento químico que no exista ya en la tierra, bien de forma libre o agrupada con otros. A propósito de estos ascos que se suelen hacer con todo lo referente a los muertos diré que yo viví en el año 1972 unos meses de patrona en Valladolid, en casa de una familia que tenía un hijo estudiando Medicina y nada más presentarnos, el muchacho y yo congeniamos muy bien y surgió la empatía entre ambos. El aspirante a galeno, de nombre Enrique, que era bastante más joven que yo, para celebrarlo sacó una botella de Cigales y nada más descorcharla se fue a su habitación a por los vasos, pero en vez de traer vasos lo que trajo fue la parte occipital de un cráneo humano que utilizaba de vaso o más bien de cacho. Su madre se deshacía en ruegos para que yo no hiciese caso del hijo y no bebiera por aquella “cosa”; pero al ver que yo acepté encantado, sin reparo alguno, dijo: ¡otro que tal baila! El futuro médico era la prueba que solía hacer a todo aquel que venía su casa, a pesar de las reprimendas de su madre. Luego, cada vez que celebrábamos algo, y lo solíamos hacer con frecuencia, no había allí otro recipiente que no fuese el cuenco craneal aquel. La verdad es que, el Cigales ya estaba rico de por sí, pero después de superar aquel reto, todavía daba la sensación de estar mejor. A Morán y a sus amigos, en este caso, habría que decirles el dicho asturiano de: “Rapaces, tampoco ye pa ponese así”.
Morán, con el que tuvimos ocasión de conversar -sobre todo Manolo- el pasado miércoles, está muy prolífico en sus excelentes entradas, que son muy bien recibidas en este blog.
Ahora voy con el comentario de Benjamín, del que sabemos que es muy polifacético, pero yo no creí que llegaría a tanto como lo de beber por el “recipiente” que comenta.
El caso de Galán en Valladolid mi hizo recordar un suceso ocurrido en una pensión de la calle Caveda en Oviedo en mis tiempos de estudiante. Uno de los compañeros de pensión era estudiante de medicina y también se hizo con un cráneo prácticamente entero que guardaba en una bolsa en el ropero. Acercándose las fiestas del carnaval, entre el citado estudiante de medicina y su compañero de habitación, que con los años fué director general en un gobierno del principado, discurrieron de colocar una vela encima del susodicho cráneo y dejarla encendida en la habitación. Dado que la misma solamente tenía un ventanuco que daba a la escalera, el efecto al abrir la puerta era bastante macabro. El caso es que, cuando la patrona entró a la mañana para la limpieza de la habitación, tal fué la impresión que se desmayó alli mismo con lo que os podéis imaginar el revuelo que se armó en la pensión. Creo que no perdonó nunca tal broma y la venganza fué el quitarnos cinco patatas fritas de las entre diecisiete y veinte que tenía cada plato cuando nos daba la cena.
No podría asegurar si los tomates percibían materia orgánica en descomposición o ya totalmente descompuesta, que no es lo mismo; lo que si puedo asegurar es que en semejante lugar, es decir, en los cementerios, se dan unos caracoles de gran tamaño y buen aspecto. Había días de gran colecta, de la que daban buena cuenta las gallinas. Cierto es que nuestro cuerpo está compuesto de elementos químicos que existen en la tierra. Pero también existen en la tierra elementos químicos que perjudican, en gran manera, a nuestro cuerpo.
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