martes, 5 de mayo de 2015
SOBRE SÍNDROMES, MUJERES Y MÚSICA
Respecto
del síndrome de Sthendal, al que yo aludía en mi último artículo, he consultado
con un amigo médico y me informa que los casos graves son muy raros. Hablamos
de casos en los que la persona pierde totalmente el contacto con la realidad
que le circunda y su cuerpo deja de responder. Ha habido casos en la historia,
y luego me referiré a alguno.
Los
casos leves son, por el contrario muy frecuentes. Se puede decir que, de algún
modo, todos hemos sido víctimas en alguna ocasión del impacto que nos provoca
algo extremadamente bello. La afección sobre la persona puede paralizarle desde
un minuto a varias horas.
Yo
estoy convencido de haberlo padecido en las siguientes ocasiones:
- - La
primera vez que leí “Los amores en el tiempo de cólera”.
- - También
la primera vez que oí la 9ª Sinfonía de Beethoven.
- - Cuando
vi por primera vez la película “El vampiro de Dusseldorf” de Fritz Lang.
- - El
día, no hace mucho, que vi la capilla románica de S. Felipe de Elines.
- - La
noche que asistí a la representación de “Yerma” de García Lorca interpretada
por Nuria Espert.
En
alguno de estos casos el impacto emocional que me produjo, me dejó inutilizado
durante horas.
Y
¿Nunca una mujer? Se preguntarán algunos maliciosos.
Pues
sí, una vez.
Fue
a principios de los 90. Teníamos en la Biblioteca, además de una magnífica
cafetería, un discreto rincón donde había dos máquinas de moneda. Allí
abrevábamos tanto el personal de la biblioteca como los investigadores que por
allí pululaban.
Cierto
día fui a tomarme un café y tenía la máquina ocupada por una señorita que no
había manera de que se aclarase con las monedas. Muy cortésmente me ofrecí a
pagar para solucionarle el asunto. Tuve que poner no sé cuánto de mi dinero y
tuvo su café. Con la gallardía de caballero español, me negué a la idea de que
tenía que devolverme algo. Invito yo. Nos sentamos para tomarlo y entonces
reparé en que era una belleza deslumbrante. Quedé como Sthendal.
Era
rusa. De Moscú. Tenía 23 años y estaba ya casada. Y estaba en Madrid con una
beca de seis meses para escribir una tesis sobre la novela picaresca del Siglo
de Oro. Que pasaba los días en la biblioteca y las noches…
Resulta
que antes de venir, un amigo español que trabajaba en la Embajada de España en
Moscú le facilitó varios números de teléfono de amigos suyos en Madrid por si
necesitaba algo.
Era
verano. Hacía un calor tórrido. La joven rusa, llamó a dos de los números.
Resultó que eran chicos de la más adinerada sociedad. Esos que los progres –con
una pizca de envidia– han dado en llamar “chicos pijos”. Mucho dinero, mucho
chalet con piscina, mucho descapotable.
La
afortunada moscovita nunca había probado tanto lujo. Estaba pasmada de ver y
formar parte de aquel mundo -para ella
fascinante– de la noche madrileña. Ni en sueños pudo imaginar que podía haber
un mundo tan fastuoso y divertido. Todos competían a ver quien la agasajaba
más, quién la deslumbraba más. Todos a sus pies.
Me
confesó que era lo mejor que había vivido en su vida. Lo más parecido a un paraíso en
este mundo.
Cuando
más entusiasmada estaba contándome lo maravilloso que era aquel verano para
ella, voy yo con mi nunca bien ponderada torpeza para comprender a las mujeres
y le digo: “Pena que tu marido estuviese aquí para disfrutar…”
Me
cortó, espantada.
“No,
no. Sería horrible. Había estropeado este verano”.
¡Pepe! ¿Cómo eres tan torpe y tan patoso? ¡Mira que citarle al marido en aquellas
circunstancias…!
Un
testimonio más de que, en lo relativo a las mujeres…soy un ignorante absoluto.
MÚSICA.
A
cuento del síndrome de Sthendal quiero aludir a un caso muy creíble. El
compositor alemán C.F Haendel vivió parte de su vida en Inglaterra. El monarca
inglés de la época le patrocinó gran parte de su producción musical.
Concretamente compuso para el rey dos obras famosas “Música acuática” y “Música
para fuegos de artificio”. Hacia el año 1741 Haendel estaba en plena
decadencia, tanto referido a su música, como en el aspecto personal. Enfermo,
desahuciado, sin fuerza ni inspiración para componer, al borde de ir a la
cárcel por sus dudas, desesperado. Pedía a Dios a diario “fuerzas” para seguir.
Y siguió.
“El
Mesías” una de las obras famosas de la música clásica. Y, más concretamente,
una parte de la obra, llamada ya para la eternidad “El Aleluya”, que
seguramente oísteis alguna vez en vuestra vida.
Cuando
se interpretó en Londres por primera vez, asistió el rey Jorge II. Al empezar
los primeros compases del Aleluya el rey se sintió arrebatado y fuera de sí, se
levantó, dio unos pasos y se detuvo, completamente extasiado. Todos los
cortesanos se pusieron en pie. Por imperativo del protocolo.
A
continuación todo el público se puso en
pie. Hasta el fin del Aleluya.
Desde
entonces, hasta hoy en Inglaterra, el público siempre se pone en pie para oír
el Aleluya de Haendel. Alguien ha dicho que el Aleluya de Haendel es lo más
próximo que ha tenido la humanidad con la divinidad.
El
que quiera recordar este himno solo tiene que poner, Aleluya de Haendel, en el
buscador de Google.
Pepe Morán. Dominico-ex
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1 comentario:
Es muy interesante y entretenida esta entrada de Morán. Yo no recuerdo haber sufrido nunca el síndrome de Stendhal, aunque hubo cosas que me impactaron y me dejaron un gran recuerdo. Ahora voy a contar una cosa que podría parecer un chiste muy malo; y es que estando en Florencia visitando la Galeria de Uffizi, después de llevar de viaje por Italia quince días, casi tuve un desvanecimiento y tuve que marcharme al hotel, pero fue puro cansancio.
No sabía yo que en Inglaterra la gente se pone en pie para escuchar el Aleluya de Haendel, pero no me extraña. A mí me parece una de las mejores,- más bien la mejor-, obras de música clásica. En eso soy muy básica, pues también me gusta mucho la Novena Sinfonía de Beethoven, el Brindis de la Traviata… y otras más muy conocidas también.
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