viernes, 24 de julio de 2015
Douglas
Campamento
militar de Rota (Cádiz) al lado de la Base Naval. Un domingo cualquiera del
verano del 66, languidecíamos allí los quince o veinte que no teníamos donde ir
y matábamos el tiempo alquitranando nuestros pulmones, con tabaco negro. Las cigarras azacaneaban poniendo fondo
musical a una tarde calurosa.
Vino
a romper la monotonía un cochazo americano, un oldsmovil que apenas cabía en la
calzada. Se detuvo en el control del cuerpo de guardia y el cabo que mandaba se
acercó al coche. De inmediato un soldadito se acercó al grupo donde yo estaba y
me dijo “A zu ordene”, preguntan por uzté”.
Fui
para allá. A los cinco minutos rodábamos en el oldsmovil camino de Chipiona.
Os
lo presento, decía llamarse Douglas Alan Denny, natural de Palo Alto, California,
de 29 años, 1,80 de estatura, 70 kilos, ingeniero electrónico y teniente de la
marina americana, encargado del mantenimiento y funcionamiento de los misiles.
Decía ser americano, pero puntualizaba también que era irlandés, quería que
quedara claro esto de irlandés, pues para él, era parte importante de su vida,
para él, era importante proceder de Irlanda.
Llevaba tres años en el ejército y tenía que estar hasta los 45 años,
edad a la cual, podía quedarse o irse a la vida civil, con una indemnización
cuantiosa. Esto último era su plan, pues quería, en la última etapa de su vida,
ser guarda forestal. Se había casado con una chica de Sevilla, huérfana de un
militar y con ella tenía un hijo de seis meses, llamado Raymond.
Su
problema era, y para ello me necesitaba a mí como intérprete, que su esposa se
había largado con el niño so pretexto de que él quería matarla. La madre de la
chica, viuda de militar, dio en pensar que cualquier día le podían destinar a
él a la base de San Miguel, en el Pacífico. Y ella se quedaba sin hija, sin
yerno, sin nieto y sin coche americano.
Entonces,
convenció a su hija de que él tenía intención de matarla y la pobre chica lo
creyó. La chica estaba diagnosticada de
esquizofrenia y había tenido un brote muy severo a los 18 años. A Douglas no le
contaron nada de esto y para él, fue una novedad que puede decirse que
constituía, de hecho un contrato matrimonial falso. Douglas sin embargo no
quería apelar a la anulación, pues estaba enamorado de la chica y loco por
Raymond.
A
mí me necesitaba, para hacer de intérprete y asesor.
Comenzamos
así una dilatada tarea para recuperar a la chica. Ya no hubo semana en la que no tuviéramos que
desplazarnos a Sevilla, para entrevistarnos con el abogado nuestro, el abogado
de ella, el médico psiquiatra, el obispado, la clínica donde estaba internada
etc. Lo peleamos arduamente y al fin conseguimos que el matrimonio volviera a
reunirse y fueron felices y…no sé nada más hasta hoy de ellos.
Comprendo
que este episodio puede resultar un tanto insustancial a la hora de escribir
sobre el personaje.
Ni
es traumatizante, ni apasionante, ni tiene calidad humorística como para
justificar un artículo.
Si
le traigo al blog es por una razón tremendamente vulgar, le traigo aquí por su
apetito.
Quizás
llevaba en los genes el hambre que sus antepasados sufrieron en Irlanda a
mediados de siglo diecinueve (*).
Tenía
una voracidad de lobo siberiano y además rompía el más elemental protocolo que
rige nuestras vidas. O sea, primer plato, segundo, postre y café. Parece
intrascendente, pero a mí me suponía situaciones muy embarazosas.
Si
en la barra de un restaurante tomaban un aperitivo antes de comer, y a él le
gustaba mucho, allí mismo pedía un plato grande de lo que fuere. Íbamos a
Sevilla un par de veces por semana y siempre, de regreso, cenábamos de camino.
Un día después de cenar como si llevara ayunando dos días, estábamos fumando
nuestro purito cuando le vi que se ponía rígido, con la mirada fija, sin
hablar, tal como un chaman a punto de entrar en trance. Me temí lo peor, por
otras situaciones similares.
Me
dice: “Oye, ¿Qué es aquello?”. Me giré.
Vi una fuente de ensaladilla rusa en el mostrador pero, tratando de pararle, le
pregunté “¿Qué, lo que cuelga de la lámpara?” “No, lo que hay encima del
mostrador”. Todavía hice otro intento de parar el golpe, “¡Ah! son patatas con
una salsa, aquí las tomamos como aperitivo antes de las comidas”. Pero perdía
el tiempo. Había ojeado una presa y ya no la soltaba “Oye, ¿Y no podría yo
comer un plato de eso ahora?
Decidme
con qué palabras le explicas al camarero, testigo de su enorme cena, que ahora
debe traer un plato de ensaladilla. “Por favor ¿Puedes hacerle a este hombre un
plato de ensaladilla?”
“Bueno,
querrá un platillo”.
“No,
no, le he dicho un plato”.
Y
lo trajo. Espantado. Y lo comió.
Cuando
me dieron vacaciones, me dispuse a irme a Campomanes. Él, que se había pegado a
mí como una lapa me preguntó: ¿Yo podría ir contigo unos días a Asturias? Sí
hombre, si te dan permiso…
A
los dos días montamos en el Oldsmovil a las nueve de la noche en Rota y
llegamos a mi pueblo a las nueve de la mañana. Por el camino, nos alternábamos
a conducir, y a dormir. En una estación de servicio, había un tipo vendiendo
melones y le compré cuatro. Durante uno de los ratos en los que conducía yo, se
comió un melón entero.
“Está
bueno”.
“Muy
bueno”
Cuando
llegamos a casa, le dije a mi madre que me gustaría que pusiera pote. Pero que
pusiera como para seis.
“¿Pero
van a venir más?” Preguntó mi madre.
“No
mamá, es que este come él sólo más que todos los del desembarco de Normandía,
tu prepara un caldero de pote”.
A
mi madre le resultó simpático ver al americano comer el pote de cinco. Las
mujeres de aquellos tiempos, disfrutaban viendo a alguien comer así. Quizás lo
consideraban ellas una vengativa puñalada al hambre secular de este pueblo
nuestro.
Al
atardecer nos fuimos hacía Cangas de Onís y, al día siguiente, tras visitar
Covadonga, la emprendimos camino de Corias. Como él solo disponía de cuatro
días, quería yo que disfrutara de lo mejor de Asturias.
De
camino a Corias, paramos a comer en un restaurante llamado LOAN, cerca de
Grado. Allí decidí (lo decidía yo siempre todo. El era como un niño) pedir una
comida totalmente asturiana: fabada, truchas y arroz con leche. Comió dos
platos de fabada a rebosar. Con su compango correspondiente. Trajeron luego una
fuente con unas ocho truchas. Yo comí dos, el resto, él. Comía, comía… De vez
en cuando decía: “¡Qué buenos están estos peces!”
Yo,
que siempre he sido poco comedor terminé pronto. Cuando él acabó, media hora
más tarde, pedimos el café y le dimos fuego al purito. Era un día soleado.
Estábamos en Asturias…habíamos comido bien…nada enturbiaba aquel rato.
Pero
vi que algo no marchaba. Le vi ponerse serio, como ausente. No hablaba. La
mirada se le tornó dura. Yo conocía los síntomas y me eché a temblar. Había
detectado alguna presa y estaba dispuesto a cobrarla.
“Oye
¿Sabes que me han encantado los peces que comimos?”
“Ya,
Douglas. Mañana comemos truchas otra vez”.
“Pues
yo me comería ahora otras cinco o seis”.
No
lo discutí. Sabía que era batalla perdida. Llamé al camarero y hablando rápido
y medio en bable, para que Douglas no lo entendiera, le expliqué al camarero
que, aunque le pareciera imposible, aquel tío, quería media docena más de truchas.
Y que las quería ya.
El
camarero obedeció. Supongo que luego lo contaría a todos los conocidos.
Continuamos
hasta Cangas. Al llegar a Villazón le dije:
“Mira,
Douglas, este es el pueblo de Ángel”.
Habíamos
estado juntos en una piscina militar, hacía tres o cuatro días. Le había
prometido a Ángel pasar a saludar a su familia.
Aunque
era una hora un tanto indiscreta, (por ser hora de comer) fuimos hasta la casa.
Yo entré proclamando que hacía veinte minutos que habíamos comido. Para evitar
una posible invitación. Acababan de comer. Nos invitaron a café y copa. Douglas
aceptó, cómo hubiera aceptado si hubieran invitado a comer fabas.
El
café, de pota, estaba muy bueno. Nos sirvieron una copa de coñac. Yo bebí con
la parsimonia que requiere.
Douglas
se la embaló de un trago, como los tipos en el bar del saloon en las películas
del oeste.
Lógicamente
le llenaron la copa de nuevo. Cada una de las cinco veces, las apuró de un
trago. Impresentable, pero con eso de que era americano…Ese mismo día por la
noche cenó al lado del Padre Basilio que le hizo repetir de todo menos de
servilletas.
(*)
NOTA I: Me refiero a la famosa great hunger o gran hambre ocurrida en Irlanda
entre 1845 y 1849, de lo que me ocuparé en un artículo próximo.
NOTA
II: Ángel es mi queridísimo amigo y ex alumno de Corias. Ángel Rodríguez
Julián. Olga, a ver si coincidimos un día que vayas a Cangas.
Pepe Morán.
Dominico-ex
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2 comentarios:
Después de un buen exordio, al estilo de doña Emilia, sí, la Pardo, la Pardo Bazán, caray, a modo de entreacto antes de la narratio, el autor instila esta justificación:
«Comprendo que este episodio puede resultar un tanto insustancial a la hora de escribir sobre el personaje.
Ni es traumatizante, ni apasionante, ni tiene calidad humorística como para justificar un artículo».
A ver, señor autor: Cierto es que: ”Sin desdicha, separación, pérdida o sufrimiento, no hay novela. Por eso no recordamos Orgullo y Prejuicio, como novela de amor (termina demasiado bien), y sí en cambio Cumbres Borrascosas, de E. Brontë." Pero más peor –que diría un cubano de Miami- es dar explicaciones a quien no te las pide. Suscitas con ello suspicacias, dudas, recelos, susceptibilidades…, e incredulidades… Me barrunto pues, que la historia no es la relación de los hechos, sino la percepción que de ella tiene el autor y exclama: ¡¡No puedo vivir sin ti, Literatura!!
¿O será que el autor –escritor- lanzó los dados sobre el azar de la página en blanco?
Aprovecho esta entrada de Morán, para “reincorporarme” al blog después de unos cuantos días sin escribir nada. El calor de todo el mes de julio, las fiestas del Carmen, la pereza y un poco de cansancio, me hacían ponerme a mirar el ordenador y dejarlo para el día siguiente. Como me conozco sé que lo que no hago en el momento, va quedando ya…
Quiero aclarar, que las fiestas, salvo el día 14, que como tenía que trabajar el 15, no me puede ausentar hasta después de salir del trabajo, no las pasé en Cangas. Demasiado ruido donde vivimos. Ya no nos apetece tanto barullo, así que optamos por marcharnos.
A propósito de esta entrada de Morán, precisamente ayer, mi primer día de vacaciones, estuve un momento con Olga, pero no comentamos nada de esto. La próxima semana, esperamos volver a vernos, con menos obligaciones ya, y ya veremos qué se puede hacer sobre el tema de encontrarse con Morán. En junio que estuvo aquí en Cangas –Morán-, aunque no mucho tiempo pues venía con unos ex alumnos e iban a comer a Pola de Allande, comentamos algo, así que una vez hablado con ella, llamaremos a Morán, por si fuera posible que se pueda realizar ese encuentro, además, había más gente de Cangas que él tenía interés en ver y que en aquel momento no se encontraban aquí.
Samuel, tu siempre pendiente del blog. Ulpiano también colabora con su buen hacer, tanto con sus entradas, como con sus comentarios. El Prior, es un puntal muy importante, pues además de sus aportaciones, es el que edita y hace el mantenimiento. No quiero olvidarme de Alfredo y su gran memoria y dotes de relaciones públicas. Bueno, todo el mundo es importante.
En otro momento seguiré. Tengo que dar un vistazo a lo que fui dejando atrasado.
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