jueves, 9 de junio de 2016
JORDANIA ( V )
25 de Septiembre -7º día – Petra – Ammán.
A las 8 de la mañana estamos ya en el
autobús y desde él vamos despidiéndonos de las montañas rosadas de Petra. Pocos
km después de un tramo de cerradas curvas tomamos dirección sur. La carretera es
recta y con intenso tráfico de camiones procedentes del puerto de Aqaba, única
salida al mar de Jordania, a orillas del Mar Rojo. La estepa ocupa cuanto
alcanza la vista y comenzamos a ver en aquella inmensidad árida y clara la
oscura y alargada mancha de las jaimas beduinas. Algunas míseras aldeas de
casas cuadradas de una sola planta se distinguen gracias al minarete de su
humilde mezquita que rompe la horizontalidad del paisaje, que cambia
bruscamente. Aparecen de pronto gigantescas moles rocosas de extrañas formas
que surgen de un océano de arena. Estamos en Wadi Rum, el famoso desierto
jordano donde el viento ha creado un paisaje extraordinario.
En el centro de recepción de visitantes
dejamos el autobús para instalarnos en unos todoterreno descubiertos y más bien
desvencijados conducidos por beduinos. Los viajeros disfrutan como niños.
Nuestro guía llama nuestra atención sobre una espectacular mole rocosa que parece ser que inspiró a Lawrence de
Arabia el título de su obra más famosa, “Los 7 pilares de la sabiduría”, y
ciertamente parece que de este mar de arena dorada y roja surgen 7 gigantescas
columnas que parecen querer arañar el cielo cegador. El desierto es de una
belleza indescriptible. En él no hay nada amable ni superfluo, ni árboles, ni hierba,
ni flores… y, sin embargo o tal vez por eso, es el paisaje más hermoso y más
puro que pueda imaginarse.
Los coches paran al pie de unos colosales
farallones rocosos a cuya sombra descansa un grupo de beduinos con sus
camellos. El entusiasmo de los viajeros aumenta cuando el guía nos dice que
tomaremos el té en una jaima. Una jaima es un prodigio de arquitectura móvil:
amplia, bien ventilada y fresca, cómoda y funcional, reúne todas las
condiciones para ser la vivienda ideal en el desierto. Nos acomodamos sobre
gruesas colchonetas en el suelo alfombrado. Un beduino, arrodillado frente a
una gran bandeja con vasos, vierte en ellos el té caliente, dulce y aromático
que perfuma el aire trasparente de la mañana. Dos de los beduinos llaman la
atención, en especial de las mujeres, por su cortesía, sus modales exquisitos,
sus luminosas sonrisas y la blancura inmaculada de sus túnicas. ¿Qué pensaran de nosotras, quizá piensan, bulliciosas y
polvorientas turistas, estos señores del silencio y las arenas? Todos quisiéramos
ver aquí una puesta de sol, una noche enjoyada de estrellas, un amanecer, pero
debemos continuar. El desierto es sobrecogedor. Posee todos los colores y todas
las formas, desde el dorado de las arenas al negro de la roca basáltica; desde
la suave línea de una duna a la violencia de un peñasco con las fauces abiertas
como un dragón. La naturaleza ha hecho, hace, una obra maestra. Nos detenemos
al pie de unas rocas en las que unos grabados recuerdan las hazañas de Lawrence de
Arabia (que acampó
aquí mismo en vísperas de la batalla de Aqaba) y del Rey Abdullah (abuelo de
Hussein), ambos artífices del Reino Hachemita de Jordania tras derrotar a los
turcos otomanos. Nos despedimos, alguna viajera tal vez con pesar, de los dos “príncipes” beduinos que se fotografían incansablemente
con todos en un
alarde de amabilidad y gentileza. No serán olvidados los magníficos señores del desierto.
Aqaba es una ciudad moderna, alegre, con
un bonito paseo de palmeras junto al mar, desde el que pueden verse, o más bien
adivinarse, las costas de 4 países: Egipto, Israel, Arabia Saudita y la propia
Jordania. El calor en Aqaba es asfixiante y solo nos permite un corto paseo y
una ligera comida en esta ciudad de aspecto mediterráneo a orillas de un mar
que brilla como plata líquida y cercada por el desierto.
Para volver a Ammán no tomamos el Camino Real por el que
vinimos, sino la autopista paralela a él y ligeramente hacia el este. Hacemos
una parada técnica a medio camino, en un pueblo llamado Qatrane donde, al
parecer, se proclamó la independencia y constitución de Jordania como reino.
Son las 10 de la noche cuando entramos en
el hotel Days Inn, rendidos. Después de la cena y ya en nuestras habitaciones,
algunos nos preguntamos si no habrá sido todo un sueño.
25 de Septiembre – 8º día – Ammán –
Madrid.
Es nuestro último día en Jordania y no
hay actividades programadas de manera que cada viajero lo dedica a lo que
prefiere: compras, paseos, visitas…y un cierto relax después de la intensa
actividad de días pasados.
Después de la cena nos despedimos de
otros españoles que, durante esta semana, han sido nuestros compañeros de viaje
y que regresan a España en vuelos distintos al nuestro. Todos nos retiramos
pronto porque debemos levantarnos a las 5 para salir hacia el aeropuerto a las
6.
A las 4 de la mañana oímos por última vez
el “sagrado lamento” del muecín desde el minarete de la mezquita cercana, ¡La
ilah Allah wa-Muhammmad rasul Allah!, que estremece la noche mientras se
encienden, una tras otra, las luces en las ventanas escalonadas por las colinas
de Ammán. Nuestros pies han pisado la tierra que pisaron Moisés, Adriano y
Lawrence de Arabia. Hemos bajado al punto más bajo de la tierra, el Mar Muerto,
y hemos subido los 800 escalones que llevan al Deir. Nuestras manos han acariciado
tumbas nabateas , columnas romanas, muros omeyas, torreones mamelucos,
fortalezas cristianas y templos ortodoxos. Hemos contemplado mosaicos
bizantinos y arenas en el desierto. Hemos admirado Petra y Wadi Rum. Y hemos conocido¡¡¡ JORDANIA ¡¡¡
ulpiano rodriguez calvo
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2 comentarios:
Si a un viaje tan interesante le añadimos la forma de redactar del viajero, queda uno maravillado.
En mi caso, creo que si la viajera hubiese sido yo, lo disfrutaría más recordándolo que mientras lo estaba realizando; pues con el calor, los madrugones… creo que sería muy cansado.
A mí, en su momento, me gustaba mucho viajar y tengo muy gratos recuerdos de algunos viajes que todavía disfruto; ya sin tener que madrugar ni pasar calor ni frío, ni el cansancio acumulado con que llega uno al final.
También hay otros que los disfruté sin ningún inconveniente de los citados. Esos eran más cortos y, dentro de ellos, determinadas estancias en alguno de los sitios.
Ulpiano no sólo es buen narrador además es historiador.
Me pregunto si lo recuerda o lo tiene escrito desde entonces.
Parece imposible que recuerde con tanto detalle cada uno de los días.
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