lunes, 20 de junio de 2016
PARAÍSOS
Ayer cené con cuatro amigos jóvenes -ninguno
llega a los 30- y me vi como quien a la vera del camino, ve pasar alborozados a
quienes creen ir a un mundo de colores y canciones, y flores, y venturas. Van a
ninguna parte, pero creen que allí está el paraíso soñado. Todos allí serán
buenos, justos, guapos, sanos, alegres.
Alguien les ha convencido de que en el
futuro está ese mundo justo y feliz que la humanidad lleva siglos buscando.
Podríamos hablar de un retorno al paraíso perdido del que habla la Biblia con
su lenguaje metafórico y simbólico. Otro paraíso perdido es el que ofrece a los
vascos un tal Sabino Arana, más fanático que un hincha de fútbol y más
ignorante que un concejal de cultura de uno de estos pueblos. El asunto va de
paraísos, pasados o futuros. Los vascos añoran un paraíso que han perdido, es
decir, que les han arrebatado. Era un mundo feliz y alguien les arrojó del
paraíso. Ahora, languidecen de nostalgia, suspirando por algo que nunca
existió.
Si alguien les promete retornar al paraíso
perdido, si les invitan a recorrer el camino de retorno al edén, se calan la
boina y van alegres y dichosos en pos de esa quimera. Dejadlos. Mientras
sueñan, son felices. Al fin y al cabo la vida suele terminar en un penoso valle
de lágrimas, pero mientras dura la ensoñación no sufren.
El paraíso, pasado o futuro, tiene la virtud de
ser lenitivo, una anestesia que ayuda a soportar los quebrantos presentes.
Estos chavales están convencidos de que ahora
sí, por fin, ese futuro soñado está al alcance de… un voto. Son mis amigos y
los quiero mucho. No tengo derecho a sacudirles para que se vuelvan a la
realidad. Los que han sido testigos de
otros señuelos, de otras promesas que luego terminaron en un fracaso no debemos
abusar de nuestra experiencia para frustrarles de antemano. Ya la vida se
encargará de hacerlo, volver a la realidad.
Esos moritos que se inmolan a los 25 años
convencidos de que les espera un mundo de venturas, ríos de leche y miel,
flores y praderas celestiales, huríes sin cuento.
Lo malo que tiene la memoria es que le impide
soñar con las promesas actuales. Es inevitable decirse: “¿A qué me suena esto?
¿Este mundo de flores y colores no es el que me prometieron hace 20-30-40 años?
¿En qué terminó todo aquello? Estas promesas de hogaño ¿No las hicieron antaño?”
Esto lo pensamos los que ya estamos de vuelta mientras unos van ahora a…
ninguna parte. Pero dejémosles ir.
Son felices así.
Como aquel amigo mío que allá por los años 80 me
decía: “Yo siempre votaré al partido X, aunque pongan de cabecera de lista una
cabra”. Y la pusieron. Y siguió fiel. Y la cabra tiró al monte. Y murió feliz, esperando. Supongo que habrá
ido al cielo, en el que yo creo. Al infierno no habrá ido por dos razones:
primera porque era una excelente persona y segunda porque no existe. En todo
caso iría, según decía el Padre José, al limbo, donde tienen un puesto los
inocentes y los que no tuvieron uso de razón. Mi amigo tenía uso de razón, pero
no lo usó mucho.
Dicen los pesimistas, que si metes una faba
negra entre cien kilos de fabas blancas y luego, tras vendarle los ojos,
invitas a alguien a que extraiga la negra… tienes la misma probabilidad de
conseguirlo que jugando a la primitiva. Vale. De acuerdo, pero eso no me
autorizaría para tratar de disuadir a los demás de echar el boleto. Me dirían
–y con razón– que cada uno tiene derecho a comprar los sueños que le dé la
gana. Es un barato soñar. Por cuatro euros. Algo similar ocurre con las
quimeras. Dejemos soñar a los que tienen edad de soñar.
Yo, por mi parte, les he pedido que cuando
llegue ese paraíso anhelado, que no me dejen entrar. No creí en él y, además no
me apetece.
Es propio de los viejos y de los jóvenes añorar
lo que ya no se tiene o lo que se anhela tener. En fin, la vejez no tiene
remedio, pero la juventud sí. Los años.
Los viejos, mis colegas del Hogar de Jubilados,
añoran la comida de entonces, la bebida de entonces, los bailes de entonces,
las diversiones de entonces, las costumbres de entonces… En realidad, sin darse
cuenta, lo que están añorando es el paraíso de entonces, que no era tal, sino
que se llamaba juventud.
Mis amigos veinteañeros no saben muy bien que
añoran, pero añoran… Lo pobres, repiten el famoso tópico y sempiterno
entusiasmo de la moza que, loca de amor, declara “Contigo, pan y cebolla”.
Apelo a la amistad de mis amigos jóvenes para que no me dejen entrar en su
paraíso. Detesto la cebolla.
Les suplico que si me veo obligado a entrar, que
me garanticen que podré salir cuando me plazca.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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2 comentarios:
Corrección y aclaración.
Por si alguien se hubiera sentido contrariado durante estos primeros días que estuvo expuesta la entrada PARAISOS en el blog, al leer algo tan contradictorio y sorprendente como que el autor no creía en el cielo, no os preocupéis que no era así. Como no podía ser de otra forma, esto se debió a un simple error de transcripción y donde ponía no creo, debiera decir sí creo, como muy bien ha puntualizado Pepe Morán nada más que lo vio.
Yo no estaría tan seguro de cuales son las creencias de Pepe Morán.
No hace mucho afirmaba que sólo creía en el Evangelio y el la Guardia Civil de Tráfico.
En la GCT no nos queda otro remedio que creer porque ellos nos lo recuerdan frecuentemente con su presencia y con invitaciones para hacer ingresos en cuantas bancarias.
Los Evangelios ya es otro cantar. En ellos se habla del cielo y del infierno y, como dice Morán, que dijo el P. José, parece que el infierno no existe y yo me atrevería a afirmar que el cielo es una promesa como muchas de las que nos hicieron estos días en campaña, los políticos.
Por si las moscas, creo que debemos buscar a ambos en este mundo terrenal.
Por algo dicen que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
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