viernes, 17 de junio de 2016
La lavadora
Foto tomada del : Vespertino de Tsaciana
Una de las ventajas de llegar a viejo y no
pequeña, es que le permite a uno evaluar
un largo pasado y valorar lo nuevo, lo que se anuncia, con más elementos de
juicio de los que tiene el inexperto. Es aquello tan antiguo que dice: cuando
algunos van ahora, otros ya estamos de vuelta.
Cuando me da por escribir sobre algo
transcendente sé que lo que lo leen tienen ya una edad, que siendo inferior a
la mía, es lo suficientemente larga como para poder comprender referencias que
hago a cosas pasadas que ellos mismos han vivido y visto, aunque sea de niños.
De los varios cursos que conocí en Corias casi
todos sus miembros ya están jubilados. En base a esto confío que los lectores
del blog me comprendan cuando me atrevo a analizar el rol del hombre y de la
mujer hace 50 años y el rol actual.
Para expresarlo de forma más gráfica y didáctica
diría que desde que yo recuerde la vida se divide en antes de, y después de… el
acontecimiento que simboliza el cambio es ni más ni menos que la lavadora. La
práctica y genial lavadora. El automóvil, la televisión, el ordenador, el
teléfono móvil han significado mucho, pero no tanto como la lavadora. Dicen los
historiadores que hubo un antes y un después del estribo(que inventaron los
mongoles), un antes y un después de la rueda (que inventaron los escitas), un antes y un después de la imprenta,
de la electricidad, etc… La lavadora supuso una redención de millones y
millones de mujeres que vivieron durante siglos esclavizadas con el lavado de
ropa. Mis recuerdos de infancia están poblados de imágenes de mujeres con un
balde de ropa en la cabeza, acudiendo a lavaderos públicos, regatos, rías, etc.
Inviernos enteros, horas y horas de sumergir las manos en aguas heladas. Por el
efecto vasoconstrictor del frío, las manos se tornaban blanquecinas, y luego, ya
en casa, al exponerlas al consolador calor del llar, se resquebrajaban, se “ariaban”y
se deformaban con la artritis… manos benditas hechas para los mimos, la
ternura, la caricia…
Si alguien quiere pintar un cuadro de aquella
época, de aquellas mujeres, decidle que no olvide que esas manos rojas y
deformes, símbolo de lo que fue la vida de millones de mujeres. Las manos de
mis abuelas, de mis tías, de mi madre.
Con esas mismas manos amasaban luego aquellas
estupendas hogazas de pan de escanda, que envuelto en trapos, seguía tierno y
sabroso en la masera doméstica.
Bueno ¡Pero si yo no quería hablar de esto! ¡Qué
difícil resulta embridar la imaginación cuando le pones un bolígrafo en las
manos!
Mi intención era hablar de los roles que atañen
hoy a los hombres y a las mujeres. Éstas lo tienen más definido y saben mejor a
qué atenerse. El hombre perdió hace tempo su papel secular de suministrador de
sustento del hogar. Y es sabido que, en razón a tal cometido, tenía el hombre
el monopolio de la autoridad en el ámbito familiar. Ahora lo ha perdido y no
acaba de encontrar cual es el nuevo papel que se le asigna. Anda confuso y
perplejo. Y esto es grave. La perplejidad puede ser terrible. Van los caminos
caminando y, de repente, se encuentran con la bifurcación, incluso con el
trivio. ¿Qué hará el camino? ¿Qué camino tomará el camino? Que decía Ortega.
La perplejidad puede llegar a ser mortal. Tal le
ocurrió al medieval asno de Buridán. Obligado a ayunar y no beber diez días
seguidos. Se le ofreció al cabo un dilema: le pusieron un cubo de agua y otro
de cebada. El pobre, ante semejante alternativa no pudo decidir y murió de
inanición. Terrible.
De los roles hablaremos otro día.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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8 comentarios:
Recuerdo oír decir a mi madre repetidamente lo mismo que dice Pepe en este artículo, que la lavadora fue todo un gran invento y un hito de referencia que marcó un antes y un después en cuanto a las mejoras del hogar y de la liberación de la mujer. Todos sabemos que el mantener limpia y aseada la ropa de toda una familia, supone una ardua tarea que, en la mayoría de los casos, durante nuestra infancia, las mujeres la realizaban en condiciones pésimas; sobre todo, por la incomodidad de la postura que exigía el lavado a mano, agachadas en riachuelos y arroyos, de cualquier manera, y por el frío tan dañino que pasaban a las manos. Y si se trataba de pueblos mineros para qué hablar. Mi madre de joven, en los años veinte-treinta estando trabajando en Argentina, ya conoció en aquellos años la lavadora y, aunque eran máquinas muy incipientes que aún no hacían completo el trabajo, sí comprobó que suponían un gran alivio para la mujer. Sin embargo, en los años setenta, más o menos, cuando se comenzaron a usar las lavadoras aquí en nuestro país a nivel popular, muchas mujeres aún sabiendo de la ayuda que les suponía esta máquina, se mostraban muy reacias a su compra pues, mantenían que la endiablada máquina desgastaba y destrozaba la ropa por completo. Pues mi madre a pesar de conocer desde joven las ventajas de la lavadora, y de tener las manos retorcidas y deformadas de la artrosis por lavar a mano, se empecinó en no querer adquirir dicho artefacto y prefirió seguir lavando a mano y sufrir los continuos dolores en los dedos, antes que ver a su ropa dar vueltas y más vueltas a lo tonto dentro de la lavadora. De hecho, se murió el 30 de diciembre de 1981 y apenas transcurrida una semana, ya hacía entrada triunfal la primera lavadora en casa, y para quedarse.
Vaya lavadora que escogiste, Galán. Se nota que lleva poco tiempo en el oficio; tiene las manos perfectas. Le falta un detalle. En aquella época, solían poner un mandil por detrás para que la postura no desviara demasiado la vista de los viandantes.
La primera lavadora que yo conocí tendría ahora 50 años.
En lugar de tener un tambor que da vueltas, tenía una turbina, en el fondo, que movía el agua sin parar y siempre en el mismo sentido, por lo que la ropa salía hecha un nudo y había que pararla cada poco para deshacer el nudo y nuevamente a empezar.
La carga de agua era con un cubo y, por supuesto, que no la calentaba.
Funcionaba, como casi todo en aquella época, con corriente a 125V.
Ahora ya son todas A+++ que si lo analizas con detenimiento verás que también tienen truco.
Gastan poca energía porque gastan poca agua para el lavado, por lo que algunas dejan bastante que desear.
Yo tengo una de esas que gasta poca energía en calentar, pero se pone a centrifugar y se tira las horas muertas intentándolo. Si la ropa no está bien distribuida: arranca, para, arranca, para y así hasta que lo que ahorró antes lo despilfarra al final.
Lo importante es que han quitado una tarea a las amas de casa que hoy sería insoportable, por la cantidad de ropa que utilizamos.
Trabajo también desagradable, y en mala época, era el lavado de tripas de la matanza.
Samuel, te diré que estuve a punto de poner imágenes de manos de mujer deformadas por la artrosis a consecuencia de los lavados dichosos, pero me pareció mucho más reconfortante para el lector y visitante, el poner a esta guapa lacianega ataviada de lavandera que, aunque parece que no es muy partidaria de ponerse morena, sí muestra garbo y desparpajo a raudales, como para dejar el rebosante balde de ropa, limpia como el jaspe y reluciente tanto o más que la misma nieve.
Mis recuerdos de las lavadoras, al menos en mi casa, son de los años 60 estando todavía en Cangas. Como dice Samuel eran de turbina y el jabón eran unas escamas que apenas producían espuma. Los de espuma controlada ya empezaron a venderse en mis tiempos en la Droguería Dupont. Recuerdo que los primeros eran el ESE y OMO o el Tú Tú. Luego ya fueron apareciendo el Elena y el Colón para las lavadoras de tambor. Una de las ventajas de las lavadoras y sus detergentes era que ya no hacía falta "tender la ropa al verde" un vez lavada y retorcida en el río o en los lavaderos que solía haber en los pueblos.
D.Alfredo he aquí una recopilación de Detergentes:A Elena muy Sutil la quieren casar con Omo ,yo con Ese,Tutû a Ese que le den por el Saquito y,luego que lo laven con Perdió.
Donde dice perdió quise decir Persil.
Si señor, el primero que recuerdo son las escamas SAQUITO.
Yo también pienso que la lavadora fue importantísima. Recuerdo que en mi casa compraron por final de los años cincuenta una. Era redonda con patas y tenía dentro unas aspas como de goma. Mi madre empezó a usarla para las sábanas, pantalones y, sobre todo, para los “monos” o fundas que usaba mi padre en el taller y que eran muy difíciles de lavar. Las piezas más pequeñas seguía lavándolas a mano. Echaba agua casi hirviendo – para la ropa del taller, y con el “Saquito” al principio, y luego con el ESE y el OMO que para la ropa blanca eran mejores. No centrifugaban ni cosas de esas pero por lo menos no había que frotar.
Eduardo, como siempre con su memoria, nos cita todos los jabones de aquella época. Yo del “Saquito” no me acordaba, pero al nombrarlo él me acuerdo perfectamente, pues hasta venía en un saquito en vez de las cajas de cartón con vistosos colores que ya empezaron a traer el ESE y el OMO.
Siguiendo con los detergentes también cita el “Persil”, que creo que a todos nos quedó el anuncio en la cabeza y siempre que vamos a una boda y oímos la marcha nupcial de Mendelssohn nos lo recuerda. A mí me parece que una pieza musical tan importante es una pena que la asociemos a un jabón.
En cuanto al ESE y al OMO yo creí que al venir el Colón y el Dixan que creo que fueron los primeros de espuma controlada para las lavadoras de tambor, que habían desaparecido allá por los primeros años setenta o final de los sesenta. Pero en un viaje por Alemania, Austria, Suiza… que hicimos en el año 1989, el OMO se veía en los supermercados. No sé si seguirá. Me llamó la atención porque el logotipo era el mismo y aquí hacía muchos años que no se veía.
Lo que comenta Galán de que se pensaba que estropeaban la ropa era muy común, pero al final la comodidad se impuso. Además era una idea equivocada.
Las entradas de Morán son muy interesantes y nos llevan a recordar muchas cosas.
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