viernes, 3 de junio de 2016
Tragedia de una vida vulgar
Cada
día encuentro más motivos para malhumorarme ¿Será la edad? ¿Será la manía del
viejo de ver con malos ojos todo lo actual y pensar que todo tiempo pasado fue
mejor? En mi caso no van por ahí las
cosas. Los ancianos con quienes comparto
mesa y mantel en el hogar del jubilado tienen un nivel de bienestar que no
tenía ni el señor marqués hace 100 años. Comen fenomenal por cinco euros, lo
rematan cada día con tarta, beben vino a discreción y si acaba uno enfermando
de manera súbita tiene la seguridad de que una ambulancia le pone en el
hospital en poco más de diez minutos. Pero esta sociedad de las Cuencas que fue otrora rica y exuberante, es ahora
decrépita, senil y decadente. Son las Cuencas una sociedad que desahoga su afectividad
por lo perros a falta de niños. Son muchos los síntomas de acabamiento que los
rodean. Sería demasiado prolijo referirlos aquí. No me resisto a publicar –como
suelo hacer– una caricatura que sea símbolo de la decrepitud colectiva. Voy a
contaros la tragedia de Laura.
Miradla,
acaba de dejar a su retoño de seis años en el colegio y ahora se dirige a la
terraza de Las Ubiñas donde, con otras tres colegas, ha abierto un puesto de
pecados (todos del octavo mandamiento) y allí pasan la mañana, entre cafés,
cigarrillos y maledicencias.
La
reunión cuando comparecen sus tres amigas comienza con un arranque casi
litúrgico: una dice “¿Enterásteisvos?” y las demás contestan: cuenta, cuenta.
Las cuatro se lanzan sobre la carnaza y ya tienen para media mañana.
Dejémoslas
pasar la mañana tranquila. Mientras pecan contra el octavo mandamiento con
regocijo, voy a revisar el historial de Laura, nuestra invitada de hoy.
Desde
la infancia tuvo una vida apresurada, siempre vivía con un gran adelanto sobre el pelotón de la
normalidad. Nacida para correr. A los 15
años, todavía repitiendo 3º de la ESO fue proclamada por la discoteca Richo’s
reina de la noche EN LA VILLA. Medio mes más tarde formalizó sus relaciones con
un chaval de 20 años, un chico formal, algo soso pero que tenía una Suzuki
llamativa. Durante meses, con Laura de paquete “atronicaron” por todas las
carreteras de la comarca. Era feliz. No se hubiera cambiado ni por la reina de
un programa de Telecinco. Con ese ruido de fondo y con todo el mundo hormonal en
ebullición, entró para unos años a vivir en una realidad virtual, en un mundo
de colores, de ruidos, de frenesí fisiológico.
Terminó
en el colegio. El certificado de estudios primarios lo obtuvo por cansancio del
profesorado, los años del cole los pasó como quien pasa una mala gripe,
adolorido y febril, pero terminó confundiendo conducí por conduje, diabetis por
diabetes, rampla por rampa, retonda por rotonda y tavía por todavía. Además de
estar convencida de que el Guadalquivir es un río vasco.
Con
la madurez personal que se le supone, llegó, por pura inercia el último y
decisivo paso de su precipitada vida. Con veinte años tuvo que matrimoniar con
el de la moto. Un descuido tuvo la culpa. Fue el principio del fin. Sin darse
cuenta pasó de creer que la vida era una eterna noche de sábado a enterarse de
que la vida se parece más a una tarde de
domingo tediosa.
Así
que sentenció que lo suyo era un caso clarísimo de incompatibilidad de
caracteres.
El
caso es que se juntó con el bebé y los potitos, los pañales, los llantos
nocturnos, los chupetes etc, entró en la casa del tedio. Más demoledor que la
carcoma pronto convirtió el nuevo hogar en un definitivo bostezo.
El
joven marido y padre, el de la moto, apocado y sosito que ya era, se hizo cada
vez más plasta y más adocenado. Trabajaba mucho, madrugaba mucho y cuando
volvía a casa no quería volver a la calle ni para una urgencia. La catástrofe
sobrevino un sábado por la noche, en
que, malhumorada por no poder salir. Le vio a las 10 ya en pijama y zapatillas
en la butaca viendo la tele. Ella pensó que le esperaban unos 66 años o sea
unos tres mil y pico sábados de butaca y zapatillas. Aquello se desmoronó
rápido.
El
de la moto volvió al nido paterno. La vida le había gastado una mala broma. Sí,
era soso, aburrido y plasta, pero era una buena persona. Ahora regresaba a casa
sin mujer, sin hijo, sin piso, la mitad de su sueldo y la hipoteca íntegra. Su
futuro era madrugar, trabajar, sentarse ante un televisor durante décadas…
terminó por no añorar nada, ni a la mujer, ni al hijo, ni a la otra butaca.
Quedó incapacitado para vivir. Ya solo le quedaba lamerse las heridas y darse
lástima de sí mismo.
Fue
por aquellas fechas que ella se decidió a unirse con otras tres y poner el
puesto de pecados. Era un negocio especializado en mentiras, calumnias,
infundios, maledicencias, chismes, chismorreos, habladurías, difamaciones,
embustes, patrañas etc, etc.
Masacraron
la fama de media villa. Cada una vertió allí, todo tipo de infamias sin que
nunca tuviera el valor para firmarlas. Siempre se las emboscaban en el cínico
aval de “yo no lo vi pero contáronmelo”.
Ella,
Laura, se sintió por primera vez en su vida atónita ante la realidad nueva y
terrible. La soledad la abrumaba y se dio cuenta de que ya no podía contar ni
consigo misma, pues el futuro era de una horrible incertidumbre.
Tuvo
un asunto pasajero con un argentino que apareció por aquí. El tipo tenía una
labia abundante y melosa. Todo lo suyo lo triplicaba por mil, como buen
argentino. La cosa duró poco. Ella, que empezaba a ver la vida con realismo se
dio cuenta de que aquel hombre, pobre y sin futuro no le interesaba para nada.
Así que se plantó en los treinta y pocos que
cuando algunas mujeres solteras sufren lo que los gallegos conocen como
“síndrome do caborno” o sea, síndrome del precipicio. Se asoman al futuro y les
da vértigo.
Y
aquí es donde apareció la luz.
Será
una vulgaridad poco romántica pero ocurrió en un supermercado. Era un hombre de
mediana edad, sobre cuarenta y pocos, alto, bien parecido, vestido informal
pero elegante. Se dirigió a ella con un ruego: “¿Serías tan amable de ayudarme?
Necesito llevar un jabón para la lavadora y no sé cual llevar. Vivo solo y no
me arreglo para estas cosas”.
Le
asesoró, charlaron un momento y el hombre, agradecido, se empeñó en invitarla a
tomar algo en la terraza del bar contiguo.
El
tipo tiró de manual (Manual de caza al acecho. Guía para prejubilados de
Hunosa) y de oficio (era la séptima pieza que se intentaba cobrar) para dejar
abierto el camino a ulteriores aproximaciones, le habló en tono confidencial de
su situación, prejubilado, con 3000 euros al mes, de su soledad, de su
insatisfacción por no utilizar mejor tanto ocio, de su plan de estudiar una
carrera, etc, etc, etc …
Semejante
personaje era algo nuevo para ella. Un hombre maduro, solvente, seguro de sí
mismo. La infeliz de Laura estaba muy lejos de imaginar que en aquel encuentro
ella tenía un rol concreto: el de la pieza a cobrar. Así es la vida.
Siguiendo
las instrucciones del citado manual, quedó con ella varias veces. La fue
enredando en el trapo de la seriedad, de la responsabilidad, del aplomo, de la
prestancia económica…
Después
de varios encuentros, programó lo que el Manual denomina “La noche de la
puntilla”. La invitó a cenar un sábado en el restaurante más lujoso de Oviedo,
donde no exigen etiqueta, pero sí una cierta elegancia. “Arréglate bien... que es un ambiente
elegante, refinado…” Fue una experiencia nueva y fascinante. Se vio a sí misma
como la protagonista femenina de una película americana. Estaba radiante y se
ausentó un par de veces para ir a verse en un espejo… Llegó el momento cumbre
de la cacería cuando brindaron con una copa de champán y él le soltó la frase
del manual que ya había abatido a otras tres piezas.
Le
dijo “Hoy tienes un brillo en la mirada que me encanta ¡Como me alegra verte
tan guapa y tan feliz!”. El Hunoso sabía que era una estocada que no resistía
ninguna fémina sin caer rendida. Poco después, las zapatillas del Hunoso se
unieron a las del de la moto y a las del argentino.
La
infeliz, ni remotamente sospechaba que su amor ya tenía calculada la fecha de
caducidad. Un par de meses. Ahora tenía que consultar en el manual el capítulo
titulado “Fórmulas para quitárselas de encima”.
En
fin, muy triste.
El
destino le ha gastado una broma cruel. Creyó que la vida era una temporada de
vida y rosas y se encontró con el valle de lágrimas. Le ha ocurrido lo que
a su tierra: Asturias. Esta hermosa tierra nuestra que fue, durante
siglos y siglos, insignificante, pobre e indigente, para luego, por un capricho
al azar, la historia le regaló cien años de riqueza y exuberancia. Se lo creyó.
Ahora, después de la bella pesadilla, descubrimos la realidad y ya nos coge
viejos, cansados, desilusionados e incapaces de reaccionar. Fue una broma
pesada de la historia.
Pepe Morán. Dominico-ex
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1 comentario:
Morán nos recrea de forma certera y amena, como siempre, la vida de un personaje, en este caso una mujer, que puede resultarnos familiar, igual que nos podría resultar la de otros muchos hombres sobre los cuales fijara su analítica lupa. Aunque sé que sus relatos suelen trasladarse más allá de la realidad, hasta la hipérbole como el mismo reconoce, no puedo dejar de disentir cordialmente de esa afirmación de decrepitud colectiva o del paralelismo que establece entre esa buena mujer, que ansiosa por disfrutar de la vida terminó despeluchando a sus vecinas, y el futuro de Asturias.
Está lejos de mi intención poner el acento sobre el nombre de uno u otro barco.
Es cierto que Asturias padece graves problemas derivados de la desindustrialización, desaparición de la minería, baja natalidad etc etc. Sin embargo, a pesar de llevar viviendo muchos años fuera de Asturias percibo a través de los periódicos asturianos, manifiestamente mejorables que se reciben en Madrid, La Nueva España y El Comercio, además de la información directa recibida cuando voy por allí, que hay muchas personas implicadas en revertir esa difícil situación.
La implantación de empresas dedicadas a las nuevas tecnologías, la conservación de la industria siderúrgica, el repunte del sector naval o desarrollo del turismo son batallas en las que se está librando el futuro de Asturias. Claro que no siempre todos reman en la misma dirección, las leyes del mercado albergan con demasiada frecuencia intereses contrapuestos.
Desconozco cual es la situación concreta en las cuencas del Nalón o del Caudal , Morán la vive más de cerca, por ello me limitaré a recordar solo dos empeños con visos de éxito futuro en otra cuenca más alejada y deprimida, la del Narcea:
El vino, hace veinte años condenado a la desaparición, convirtiendo las viñas en bardeos, está resurgiendo gracias al abnegado trabajo de una nueva generación de entusiastas cosecheros.
El Parador, nuestro antiguo Instituto, a pesar de los vaticinios tan agoreros que se cernían sobre él antes de la inauguración, se está convirtiendo en un polo de atracción dinamizador del concejo. Esto lo pude comprobar personalmente al estar unos días allí hace escasas semanas. No solo por una sala de desayunos prácticamente llena, también por las matrículas de vehículos procedentes de Holanda, Gran Bretaña y otras nacionalidades estacionados en el aparcamiento. Hoy el Parador de Corias se encuentra valorado entre los mejores de España.
A Morán le duele buena parte de lo que hoy es Asturias, nadie se lo puede reprochar, comparto con él ese desasosiego, pero también, estoy seguro, el deseo de un futuro mejor para esa tierra que nos es común.
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