sábado, 26 de noviembre de 2011
HISTORIAS DE CAZA – I
Como supongo sabréis desde que empecé a hacer comentarios en este BLOG, una de mis grandes aficiones es la caza. He cazado y sigo cazando de una forma u otra desde que tenía 6 ó 7 años, empezando por las trampas, el gomero y la primera carabina de balines, heredada de un primo mío mayor que yo, hasta las armas y modalidades actuales mucho más sofisticadas.
Siempre me gustó escuchar los relatos y anécdotas que contaban los cazadores más veteranos, matizados siempre de unas buenas dosis de humor y sabiduría popular del mundo rural, que amenizaban cualquier reunión o tertulia en la que coincidíamos cazadores y aficionados de distintas generaciones y sobre todo, las relacionadas con una época en la que la caza se vivía de una forma mucho más romántica que la actual.
Esta anécdota sucede, más o menos, un verano de principios de los años 60 del siglo recientemente pasado cuando un grupo de cazadores de Luarca y alrededores se desplaza a la localidad de Salave en el Concejo de Tapia, y próxima a esta localidad, con la intención de dedicar la jornada a la caza de la codorniz.
En aquellos tiempos, desplazarse a Tapia, suponía más de una hora de viaje dadas las precarias comunicaciones que siempre sufrimos en esta zona del occidente astur, con lo cual, casi suponía una aventura un poco fuera de lo normal.
El caso es, que a medida que avanzaba la mañana y los lances se iban sucediendo de forma más o menos intermitente, el cansancio y el gusanillo del hambre, empezaban a hacerse patentes en perros y cazadores, a tal punto, que uno de ellos propuso hacer un alto en la cacería con el fin de reponer fuerzas con las viandas que cada uno llevaba. En ese momento, uno de ellos que era originario de la zona, propuso:
- ¿Qué os parece si vamos hasta Tapia? Conozco un sitio que hacen unos chorizos de “gocho” que dicen que tan muy buenos.
La propuesta no cayó en saco roto y todos aceptaron la idea entusiasmados ante la perspectiva de sustituir los bocadillos hechos con pan duro del día anterior por una buena fuente de chorizos cocidos en vino, y con la misma, se desplazaron a la citada localidad para volver a la caída de la tarde a rematar la cacería cuando el calor no fuera tan sofocante.
La comida transcurrió de forma amena y divertida amenizada por los habituales comentarios que son frecuentes en estos casos entre cazadores, mientras daban buena cuenta de todo lo que una simpática moza les ponía en la tosca mesa de aquel chiringo.
Una vez acabado el postre, y mientras tomaban el café con “pingaratas” que les terminaba de espabilar de la consiguiente modorra, apareció el dueño del local, un fornido mesonero de unos 130 Kg. ataviado con un mandil tan puerco que tal parecía que saliera de hacer la autopsia a una manada de guarros utilizando el cubil como sala de disección y dirigiéndose a los comensales preguntó:
- ¿Qué? ¿Tában buenos los chorizos de “gocho”?
Ante la mirada de asombro de todos, uno de ellos, el más ingenioso, se le quedó mirando de arriba abajo y de izquierda a derecha y con la socarronería que le caracterizaba contestó:
- Los chorizos estaban bastante buenos; pero toy viendo que lo único que tenían de “gocho” era la “mano de obra”.
-
Gracias por aguantar el rollo y hasta la próxima.
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6 comentarios:
Roberto, de rollo nada de nada. Todo lo contrario. Muy amena, simpática y real tu entrada. Aunque te diré que los cazadores, sí es verdad que sois un poco troleros. “Jesusín “, seguramente que diría “zaragatas”, pero bueno, eso pasa lo mismo como con los pescadores que yo también lo soy, aunque sea en pequeñas” diócesis”. Puesto que yo prácticamente, no actúo fuera del ámbito de los límites de la extraordinaria y única en el mundo, truita del alto Narcea.
La foto que ilustra tu entrada es de un “tiracantos” anónimo, pero en otro momento te presentaré el mío que aún lo conservo en perfectas condiciones. Y a propósito de la actual crisis. Algunos pensarán que es la primera que viven, pero los que vamos teniendo años al lomo, ya hemos pasado por otras mucho peores pues, al hablar del “gomero” recuerdo que el mío tiene las dos gomas empalmadas. La economía familiar de aquellos tristes años no permitía cambiar las gomas del tiracantos así por las buenas, sin ton ni son, por una simple rotura. Si se rompían, se empalmaban y como nuevo. Así aguantaban otro tanto. ¡Y no pasaba nada!
Yo también soy pescador,aunque de mar, o sea, que las "zaragatas" me afectan por partida doble. De todas maneras, más que trolas o mentiras, son más bién exageraciones. Por otra parte, como pescador que eres, coincidirás conmigo en que hay situaciones y lances tanto en pesca como en caza que pueden ser tan increibles y espectaculares, que no nos atrevemos ni a contarlas.Al menos a mi, me pasó alguna vez.Además, en este país, todos sabemos quienes son los que mienten.
Roberto, espero que a esta "Historia de Caza I" continuen muchas más y todo lo que consideres oportuno. Una historia muy simpatica.
Mi comentario es para decir que no habrá comentario... aquí, porque al ser un poco extenso lo haré en entrada aparte.
Simpático fue preludio
de historieta de caza,
que confiamos sea asiduo
aunque alguna sea falacia.
Saludos
Esta claro que en cada sitio recibe un nombre, en les "cuenques" se llama "estiragomes".
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