domingo, 12 de enero de 2014
DONDE MENOS SE ESPERA…
El aluvión de noticias provocado por la segunda imputación
de la infanta (estos días los medios de comunicación están que arden, aunque el
ardor de algunos sea para echarle un capote) me lleva a recordar un encuentro o
tropezón del pasado mes de noviembre.
No es mi intención aquí y ahora juzgar a nadie: espero que
los jueces, si cumplen con su deber, y les dejan, logrando salvar las
barricadas de fiscales -imagen insólita y triste de la España democrática, con
acusadores haciendo de abogados defensores cuando se trata de enjuiciar a
ciertos poderosos- hagan bueno eso de que la justicia es igual para todos, y
quienes han metido y meten mano en la caja de todos paguen como es debido por
ello. Resultaría saludable para el sistema que nos rige, es mi opinión, que el
juez Castro no termine siendo él el perseguido; como el juez Garzón por el caso
Gúrtel o el juez Silva por instruir las componendas Blesa-Caja Madrid.
Aquí solo pretendo contar un intrascendente y casual
avistamiento, más que encuentro, ocurrido un fin de semana a mediados del
pasado noviembre.
Estábamos en Ginebra y, aunque el día amenazaba ser
desapacible tampoco era cuestión de estar metidos todo el santo día en la casa. Decidimos ir, como en otras
ocasiones, a Carrouge, barrio periférico separado de Ginebra por el impetuoso Arve,
que ya bajaba embravecido desde las laderas sempiternamente nevadas del
Montblanc obligando a cisnes, patos y demás aves acuáticas que lo habitan a
realizar ímprobos esfuerzos para no ser arrastradas por la corriente.
Carrouge es un barrio
agradable, con trazas de pueblo; en él abundan las casas de dos plantas donde
los artesanos en los escaparates de las pequeñas tiendas taller muestran sus
laboriosos trabajos. Las tiendas se alternan con buenos restaurantes. También
acogedores cafés, en los que al tiempo de mantener sosegadas charlas y apurar
consumiciones, mujeres de todas las edades suelen tejer jerséis, bufandas,
gorros y demás prendas de lana para ellas mismas, hijos, padres, maridos o para
quién tengan el gusto de hacer.
Tras visitar y admirar los trabajos mostrados en los
expositores callejeros así como los objetos ingeniosos ofrecidos en múltiples
tiendas, el punzante frío nos empujó dentro de uno de los cafés para tomar un vin chaud, ese vino caliente y
especiado, típico por toda esta parte en la época invernal para combatir el
frío.
Posteriormente, una
vez entonado el cuerpo con el vin chaud, nos dirigimos al Café des Négociants
para comer. Un generoso y bien aderezado plato de riñones con abundante y
variada guarnición, acompañado de un tinto suizo, terminaron por dar
satisfacción al cuerpo.
Sabido es que en Suiza se come a hora temprana, por lo que
antes de las dos ya estábamos de nuevo en la calle. Muy pronto para volver a la
casa donde estábamos alojados. Decidimos dar una vuelta por el centro, por la Vieille Ville. No
llovía y, si bien hacía frío, unos pálidos rayos de sol pugnaban por despuntar.
Perfectamente, pensamos, podíamos tomar otro café o alguna otra cosa en una de
las terrazas de Bourg de Four arropados con una de las mantas que suelen
ofrecer a los clientes. A tal fin tomamos el tranvía nº 12 que nos dejaba en
Confédération, en el inicio de Grand Rue. Por su empinada cuesta se trepa hasta
la Vieille Ville.
Subimos, no sin esfuerzo después de la comida, la pronunciada pendiente y, a la
altura de la casa donde Borges vivió sus últimos años (está enterrado en el no
lejano cementerio de Plainpalais y su sepultura señalada por una tosca piedra
grabada con símbolos gaélicos) giramos por una estrecha calle lateral en forma
de “L” con la intención de sentarnos un rato en el mirador que existe sobre el
parque Bastions, lugar en el que se alzan las gigantescas esculturas en piedra
de los Reformadores. Caminábamos por el centro de la calle (es semipeatonal,
adoquinada y no tiene aceras) cuando notamos a nuestras espaldas un vehículo
que pugnaba por adelantarnos. Al cederle paso nos adelantó un todoterreno
grande de una conocida marca sueca, al menos en su origen, conducido por
alguien de perfil familiar. Me llamó la atención su matrícula, española, de una
antigüedad, por las letras, de unos tres años. Al doblar el recodo de la calle
vimos, a pocos metros, el coche parado del que descendía el Duque, antes
em-Palma…, según él, y ahora, des-bravado, según me pareció, en compañía de sus
hijos y de alguno más que se supone no hijos, pues eran cinco o seis los
infantes. Descendieron presurosos allegándose al portón de la casa que les fue
abierto desde dentro con prontitud. Debo confesar que por un instante, puro
acto reflejo del periodista frustrado que quizá se lleva dentro, existió la
tentación de captar la escena con el teléfono móvil, pero este no llegó a salir
del bolsillo. No solo la presencia de los niños, serán lo que sean mañana mas
hoy no tienen culpa de nada, tampoco la actitud del hombre, me pareció
temerosa, huidiza como la un ciervo herido y acorralado invitaba a arrojar
ningún tipo de sal sobre las heridas.
Por nuestra parte el
comportamiento fue como si viésemos recogerse en su domicilio a un anónimo
padre suizo rodeado de su prole. No podía ser de otra manera, me repugna, y,
estoy seguro, también a quienes me acompañaban los linchamientos callejeros,
esos que estamos tan acostumbrados a ver por TV con gritos, insultos e intentos
de agredir al delincuente. Por muy criminal que sea y atroz el delito cometido,
cuando ya está en manos de la justicia, esas actitudes son propias de los
ajusticiamientos practicados por la Inquisición. Solo
cuando la justicia no cumple con su deber y el individuo se ufane por irse de
rositas seré el primero en manifestarme en contra de él y de esa justicia
prevaricadora.
Continuamos nuestro camino alejándonos del lugar. Dejamos
atrás el edificio de fachada austera y portal poco pretencioso, como son todas
las casas de la zona impregnadas por una pátina calvinista. Si bien, es fácil
de adivinar, la fachada posterior asomada sobre la Place Neuve debe ofrecer
magníficas vistas sobre los nobles edificios de la plaza que albergan museos y
teatros, sobre el frondoso arbolado de Bastions y la vista, dejándola correr
hacia el horizonte, se perderá en la cadena montañosa del Jura, después de
sobrevolar el Ródano recién liberado por el Leman.
Nos sentamos en la terraza que se encuentra, unas decenas de
metros más allá, sobre el parque, bajo centenarios castaños de ya escasas hojas
doradas bruñidas por los tímidos rayos
de sol de finales de otoño. Después, en la plaza donde los Reformadores
celebraban sus autos de fe, (Practicando esos cruentos sadismos católicos y protestantes
estaban hermanados) y sin necesidad de protegernos con la manta ofrecida
tomamos un café antes de emprender el regreso a casa.
Ulpiano
Rodríguez Calvo
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7 comentarios:
Ulpiano, teniendo la oportunidad que tú has tenido de poder dar fe gráfica de algunas de las andadas de este siniestro personaje, muchos otros en tu lugar, seguro que hubieran aprovechado bien la ocasión para tomarle varias instantáneas y luego vendérselas a las cadenas que tanto interés presentan por divulgar todo lo relacionado con estos tipejos. De todos modos, has hecho muy bien en no molestarte ni en sacar el móvil del bolsillo. No merece la pena. Yo en tu lugar hubiera hecho lo mismito. Simplemente, por precaución a que se me estropeara la cámara al obligarla a tener que enfocar y captar a semejante caradura.
No todo es lamentable en la crisis, parece que salen a relucir la mayoría de los aprovechados de guante blanco.
Ulpiano, su compañera, mujer que lleva al dedillo las cuentas de su casa, no estaría muy lejos pues desde allí vino para decir a sus abogados que quiere declarar su inocencia cuanto antes.
Se nota que están muy tristes y arrepentidos de su actuación,
por lo que han celebrado la Noche Vieja en un famoso hotel de París, donde el plato no baja de 500 Euros.
Mal lo tiene el juez Castro y posiblemente caiga en desgracia como los otros que comentas.
No hay alternativa; en cualquier sitio que se tire de la manta no hay otra cosa que m.....
No deben irles mal las cuentas cuando se permiten el lujo de vivir en un pais como Suiza.
Ulpiano, tu relato, como siempre, tiene un encanto especial. Es la manera de escribir que trasmite placidez, sosiego… sea el tema que sea.
A mí tampoco me gusta hacer leña del árbol caído. Aunque en ese caso no cayó, se tiró él mismo. Es un encuentro o avistamiento, como tú lo calificas, que tiene su interés. Pero yo haría lo mismo.
Me llama la atención lo que comentas de que las mujeres van a las cafeterías, y de paso que toman café y charlan se dediquen a tejer. Yo recuerdo, hace muchísimos años, que también aquí, en el Café Chacón y algún otro, de los que estaban en la calle Mayor, también se veían mujeres tomando algo y tejiendo. Recuerdo especialmente a una vecina mía que iba todas las tardes con amigas y a esperar que su marido terminara el trabajo y pasara a tomar algo con ella antes de ir para casa, y estaba tejiendo muchas veces, sobre todo, en invierno. Se ponían en uno de los ventanales y aprovechaban el tiempo para todo.
Esta temporada no escribo mucho en el Blog, estoy un poco en baja forma, aunque trabajando sí estoy, y no consigo poder con todo.
Al poner el comentario, vi que había uno de Samuel recién puesto, que yo no había visto. Estuve a punto de cambiarlo, pero lo pensé mejor, y lo puse.
Samuel tiene razón también en lo que dice. Vivir en Suiza ya es caro para cualquiera, pero a ese nivel mucho más. Y la famosa cena en París… Sin comentarios.
Es cierto lo que dice Maribel. Yo también recuerdo a las mujeres(pocas)en el café Chacón o en la terraza haciendo punto o ganchillo. Digo pocas, porque en aquellos tiempos no se veían mucho a las mujeres por los cafés.
En cuanto a la infanta y su marido...vaya dos perlas!!! y con las últimas noticias puede que se quede sin declarar, porque claro, cometió fraude pero no delito, debido a que la suma defraudada es inferior a lo que se consideraría por delito. Es para echar a correr y no parar.
La anónima soy yo.
¿Qué os decía ayer?. Que el juez Castro lo iba a tener crudo.
Ya tiene en contra al fiscal y al ministrillo de justicia.
La justicia es igual para todos los iguales pero, para los que no somos iguales, se imparte de otra forma.
Ahora sale a la palestra UGT y la subvención recibida, de la U.E., para impartir cursillo.
Hace ya mucho tiempo, casi en la inauguración del blog, hice el comentario de que se estaban dando certificados, de asistencia a cursillos, sin haberse presentado a clase.
Parece que nadie tomaba cuentas en el asunto y, nuevamente, tiene que ser Bruselas quien nos llama a capítulo.
Es una vergüenza y mala solución tiene. No estoy a favor de la violencia pero si es la única forma de que esto cambie 180º, habrá que seguir los pasos de los burgaleses.
Ya veréis como no baja por la pasarela como todo hijo de vecino.
¿Qué es de Pepe Morán, le habrán hecho daño los mazapanes?.
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