domingo, 25 de enero de 2015
PEDRÍN, EL PARIA
A pesar de que nunca le veía a esta persona hablar con
nadie, un día le eché coraje al asunto y me acerqué hasta su aposento y después de darle los buenos días él se puso de pie y me contestó muy
cortésmente, con lo que ya entablamos conversación; inicialmente, supongo que
sería sobre lo de siempre: del tiempo.
Luego, poco a poco, ya le fui preguntando
qué era lo que le había llevado a tener que vivir allí, así de aquella manera tan penosa. Él me contó que
había sido víctima de una serie de contratiempos y de desgracias a lo largo de toda su vida; por
cierto, a cada cual más truculenta y
azarosa, y que yo no debo contar aquí ahora.
El caso es que resultaba
persona afable y conversadora y nos fuimos haciendo amigos. Yo me hacía de cruces cuando me decía que llevaba viviendo allí en aquellas pésimas condiciones bajo una tela
de mala muerte, más de dos años; cosa
sorprendente para cualquiera, pero sobre todo, para los que sabemos muy
bien cómo se las gastan los inviernos leoneses. A mí me parecía imposible
aquello, pero era totalmente cierto. Una
vez que me puso al tanto de sus males
físicos y psicológicos, de vez en cuando
le iba a visitar y le llevaba una propinilla en dinero, algún alimento que otro
y ropas de abrigo. También le he ayudado a comprarse una nueva tienda de
campaña de mejor calidad que la que tenía, con techo doble y bastante más consistente que la
anterior, pero así y todo, en menos de
un año también se la comió la intemperie. Viendo que la tienda no era la mejor solución, con la ayuda de algún “colega” suyo se
construyó una especie de chabola a base de palés, puertas viejas, chapas,
plásticos y algún trozo de uralita que le facilitaron los jardineros del
ayuntamiento. Una vez montado el cobijo
aquel, aunque no era la solución
deseada, por lo menos ya no llovía sobre él y algo más protegido que antes sí estaba.
Yo he reparado en esta persona porque la veía con frecuencia
y me admiraba su valentía y capacidad de aguante para ser capaz de supervivir
a la intemperie en pleno campo. Cuando le preguntabas por las inclemencias del
tiempo nunca se quejaba en exceso. También me llamó la atención por lo ordenado
que era, tanto para su aseo personal
como para los pocos enseres que poseía y para el entorno natural que ocupaba.
Un día cuando fui a verle vino Elena
conmigo y estando allí hablando los
tres, vi que en la entrada de la chabola, bajo la penumbra de una chapa grande que
hacía las veces de porche, había una
mesa redonda pequeña y sobre ella se veía un jarrón con unas flores muy
vistosas. A primera vista pensé que eran naturales y le dije: ¡Hombre Pedrín!, ¡Vaya ramo de flores más exuberante y
más bonito que tienes ahí! ¿De dónde las has cortado? Y Pedrín de momento no contestó palabra, pero nos
extrañó su reacción ya que nada más oír la
pregunta adoptó cara de tristeza y se puso cabizbajo con el gesto grave. Transcurridos unos segundos y sin
levantar la mirada del suelo, nos dijo en voz baja que no eran flores naturales,
sino que eran de plástico y que era un homenaje que le hacía a las cenizas de
su novia que estaban allí mismo al lado,
en una urna funeraria y que le había dejado hacia poco tiempo.
En ese momento, Elena estuvo a punto de dar un salto
hacia atrás y de salir corriendo de allí, pero se contuvo por educación y
respeto al “viudo” y a la finada. A pesar de lo embarazosa que resultaba la situación en aquellos instantes, para
romper un poco el silencio producido, le dije
que si me las podía mostrar ya que yo nunca
había visto cosa tal y así lo hizo: el
hombre destapó aquel cofre de color
morado y, efectivamente, en el fondo
había un montoncito de cenizas similares a las que pueden producir unos palitroques. Tal que, viendo la tristeza que le
embargaba al mozo, al menos aparentemente, le manifestamos nuestro pésame y nos
despedimos de él hasta otro día
cualquiera.
Pasado un tiempo, un día estaba Elena hablando con unos
conocidos en la calle y salió a relucir la situación de este pobre hombre que
vivía en el campo solo, tipo Tarzán, y
mi mujer dijo: ¡Ah sí, Pedrín!, es amigo de mi marido. Y seguido les contó el detalle de las cenizas, a lo que una
de las personas del grupo apostilló: “Claro, claro, qué menos puede hacer ese
hombre que tener las cenizas de su novia a buen recaudo y ser respetuoso con
ellas. Es lo mínimo que se merece. Para eso en vida la tenía molida a palos
a la pobre víctima; tantos le dio, que la pasó a mejor vida en muy
poco tiempo, a causa de las borracheras que cogían los dos juntos y de las tundas que luego le propinaba un día
sí y el otro también. Tal que, en nuestro caso, el final de la historia no fue el esperado ,
pero la vida es así y así hay que tomarla.
La cuestión es que ahora hemos visto a Pedrín alguna vez que otra por la ciudad y lo hemos
encontrado vestido decentemente y aseado. También nos ha dicho que está muy contento en
el piso en el que vive junto con otros
parias como él, bajo el control de las personas que los han recogido y puesto a
vivir dignamente, como se merece todo ser humano, aún por truculento y oscuro que
fuere su pasado.
B. G. G. bloguero “Prior”
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4 comentarios:
Regreso después de casi una semana de ausencia y tengo la impresión de que el blog, aunque Galán y Morán lo han animado con sus respectivas entradas, anda un tanto adormilado. Al menos el personal parece un tanto remiso a realizar comentarios. Espero que alguien de Cangas, Mamen suele ser muy aficionada a esa fiesta, nos cuente cómo se desarrolló este año Santiso.
Estamos también en puertas de Santa Águeda, ésta, además de en Castro de Limés y otros lugares, tiene por Castilla mucho tirón. Es una fiesta en la que siempre me gustó participar. Junto a los homenajes que se suelen rendir a las mujeres, Santa Águeda es el primer anuncio de la primavera, cuando las mimosas y las camelias rompen a florecer.
Al leer esta entrada de Galán, en la que relata el sobresalto de Elena ante las cenizas de la difunta, recuerdo un episodio en el que me tocó participar.
Hace más de veinte años falleció un amigo y compañero de trabajo con el que mantenía muy estrecha relación. Dejó el encargo a su viuda de arrojar al mar sus cenizas en las proximidades de Celorio, lugar donde, juntos, habíamos disfrutado de las vacaciones varios años. Ella, al tener hijos pequeños, no podía desplazarse a Asturias para cumplir el deseo y nos pidió,a otros dos amigos y a mí, si podíamos llevar a cabo la voluntad de nuestro amigo.
A tal fin nos desplazamos a Asturias un fin de semana. Una vez situados sobre el acantilado noté que mis acompañantes se mostraban un tanto remisos para llevar a cabo el encargo por lo que me decidí a abrir la urna y rasgar la bolsa de plástico que contenía las cenizas. Mentiría si dijese que no impresiona ver a alguien tan cercano, con el que había compartido tantas peripecias, convertido en una especie de arena o sal gruesa.
Era invierno y el tiempo desapacible. Al arrojar las cenizas al mar el viento hizo que una parte de ellas se me quedaran adheridas al pantalón y los zapatos. Aunque traté de sacudirlas no se desprendían por lo que tuve que descender por las rocas hasta el nivel del mar para, con la ayuda de agua, terminar de desprenderme del que había sido entrañable amigo y magnífica persona.
Desde Betanzos, nos desplazábamos a trabajar a Coruña cuatro compañeros, llevando el coche una semana cada uno. Teníamos la costumbre todos los viernes a mitad del camino, para ser exactos en Guísamo, de parar a tomar unos vinos con pinchos, (el conductor a agua). Era la forma de despedir la semana, y de paso echar el euromillón y la primitiva; la diosa fortuna siempre nos fue esquiva, pese a nuestra insistencia.
Los días de Nochebuena y Nochevieja, parábamos para efectuar el mismo ritual y desearnos toda clase de felicidad. No recuerdo el año, quizá hace catorce o quince. Como siempre nos sentamos en una mesa a compartir nuestras alegrías. En la de al lado una pareja joven con rasgos amerindios estaba tomando café, el hombre era un constante llorar por lo bajo, le caían lágrimas que se enjugaba con las mangas de la chaqueta, al tiempo que la acompañante le calmaba y de daba ánimos. Yo estaba inquieto ante esta situación que se prolongaba.
Llegó la hora de marchar y ellos seguían con su llanto silencioso. Al dejarme en mi casa, avisé a Lita, que no tenía ganas de comer. Rápidamente volví al bar por ver si les encontraba. Allí seguían, sin dudarlo un momento me acerqué a ellos y me interesé por la situación del hombre, si tenía algún problema legal en España. Me contaron que eran hermanos, él se llamaba Eduardo, había llegado desde Guayaquil ( Ecuador), a ver a su hermana Karina, sin que ésta supiese nada, quería darle una sorpresa. Pero la sorpresa se la llevó él y MAYÚSCULA.
Allí se me abrió la luz, ella ejercía la prostitución, y al enterarse su hermano el desconsuelo era total. Como era Nochebuena, me ofrecí a compartir con ellos la cena, me daba mucha pena dos personas tan lejos de su país y unidos por lazos de hermandad, ver como ella lo consolaba con cariño, a dejarles una casita que tengo con dos habitaciones para estar juntos, y poder festejar esa noche especial en la intimidad.
Me contaron que tenían una habitación alquilada en un hostal, allí en Guísamo, educadamente declinaron mi invitación. Allí pasarían lejos de su hogar y entre llantos la Nochebuena. Marché muy entristecido. Hoy pienso que quizá pude hacer algo más.
A él no lo volví a ver más, a ella los viernes que parábamos tomando café, nos saludábamos y charlábamos un rato. Al cabo de unos cinco meses desapareció, nunca más supe de ella.
Es algo que aflora muy a menudo en mi mente, un amigo siempre me lo recuerda por esas fechas.
¡Qué historias tan curiosas! Me refiero tanto a la entrada de Galán, como a los comentarios de Ulpiano y Carlos, que casi son entradas también. Yo ahora mismo no recuerdo que me ocurriera ninguna cosa así singular. Probablemente me ocurrieran unas cuantas y en cualquier momento me vendrán a la memoria. Si así fuera, las contaré.
Ayer Ulpiano y hoy Carlos en otra entrada preguntan por la fiesta de Santiso. Aunque hace dos años hice una entrada contando lo que vi a mediodía en esa Fiesta, fue una casualidad. No suelo asistir. También faltaba, en esa entrada, “el alma” de esa fiesta que son las cenas del día 28, llamado antes “Santisón” y las comidas del día de hoy llamado, antes también, “Santisín”. Yo creo que ahora ya no ese usan esas palabras, pero seguro que vosotros las recordáis. Digo que las cenas y comidas en las bodegas son “el alma” porque es lo más tradicional. Aunque cuando nosotros éramos niños-jóvenes las bodegas no tenían nada que ver con lo arregladas que están ahora, a la gente le gustaba igual, pues de lo que se trataba era de buena comida y buen vino, y en eso creo que sigue lo mismo. Como os imaginareis yo lo conozco de oídas. De pasada vi las bodegas hace muchos años y hace dos años también y no se parecen en nada.
El día 28 venía yo a las tres de trabajar y me encontré con una conocida que vive aquí cerca. Le comenté que tenía frío del camino desde El Reguerón, y me dijo que ella venía de Santiso y que no le parecía que hiciera frío, pero que probablemente influiría el bollo y el vino que estuvieran tomando allí. Claro, yo venía con el desayuno tomado a primera hora, pues no tengo costumbre de tomar nada a media mañana.
Este año el tiempo no acompañó, pero dijo mi hermano que hoy había más gente de la que se pudiera pensar con este tiempo. Así que debió de estar bien. Probablemente Alfredo daría una vuelta por allí. Además él es de los que conoce lo antiguo y lo moderno.
Parece que las ultimas historias que aparecen en el Blog tratan de pobres, de los que piden en las calles, y aunque personalmente yo no tengo el mío, si conozco la historia de Manolín el Gitano, que tenia su "plaza" en la esquina de la Calle Uría con la de Milicias en Oviedo. Allí se pasaba las horas en espera que sus muchos conocidos le dejaran la monedina, que al final del día podía alcanzar la cifra de 20 o 30 euros. De familia humilde con varios hermanos se crio en la Cruz de los Ángeles, organización fundada por el P. Ángel allá por los años 60 del pasado siglo, hay una anécdota de lo ocurrido en un viaje a Roma de dicha organización con visita a Papa Pablo VI incluida. En un momento dado alguno de los niños que formaban parte de la comitiva asturiana lanzo la idea de "ROBARLE el anillo al Papa porque debía valer mucho y si lo vendían sacarían un buen dinero para ayudar a la Cruz de los Ángeles" proponiendo a Manolín que tenia fama de ser fino en esos menesteres. Y dicho y hecho. Cuando pasaron en fila a saludar al Papa, después de besarle la mano se hizo con anillo sin que nadie se enterara hasta que el Servicio de Seguridad a la salida le pidió la devolución del anillo. Posiblemente se trate del mismo que mencionaba Eduardo Villamil cuando fue al Banco y se sorprendió del saldo del mendigo que hacia fila delante de el.
Maribel, este año no pude acudir a Santiso porque un viaje a Madrid motivado al ingreso en el Hospital de la nietina madrileña, que ya esta bien y en casa, me impidió la cata del nuevo vino y la degustación del Bollo de Santiso. Otro año será.
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