viernes, 2 de diciembre de 2016
BASELGAS V, 2016
Una vez más, y ya es la quinta, que nos hemos reunido gran
parte del grupo, “Promoción Corias 1959/1966”, en Baselgas concejo de Grado, para
festejar y perpetuar una amistad forjada entre todos nosotros ya hace más de
cincuenta años. A propósito de este bonito rincón moscón y de la
buena acogida que tiene año tras año, este grupo de amigos y antiguos compañeros de
internado de colegio, por parte del hacendado anfitrión Fidel, me viene a la memoria algo remoto de cuando yo
era niño que creo puede venir a cuento
en este caso.
En mi pueblo, Posada de Rengos, y supongo que en muchísimas
más aldeas, tanto del concejo cangués como de los concejos limítrofes, después de la guerra incivil y hasta bien
entrados los años setenta, existía un derecho adquirido popular, de trasmisión oral, del tipo de los
que regían en los pactos entre ganaderos cuando iban a cerrar el trato, que eran simples palabras y a la hora de dar validez al
compromiso adquirido entre las partes convenidas, eran tan válidas o más que
una fe de notario.
Todas estas normas o
reglas que pasaban de padres a hijos en
los pueblos, no eran publicadas en el BOE pero eran aceptadas, practicadas y
respetadas por todos de forma casi unánime. En el caso que voy a contar la ordenanza conminaba, sin llegar a obligar
bajo sanción, a los vecinos de los
pueblos a dar cobijo a cualquier mendigo,
transeúnte o pordiosero, que apareciese por el pueblo siempre y cuando faltasen pocas horas para que llegase la
noche, no dándole tiempo para que el desamparado pudiera desplazarse por su pie y con luz natural, hasta la población más cercana.
Cuando esto sucedía el pordiosero en cuestión, nada más que
llegaba al pueblo, siempre que estuviera a punto de caer la noche, antes de apostarse en
cualquier sitio público, lo primero que
hacía era preguntar por la casa del
alcalde, vistor o, en su ausencia o defecto, cualquier vecino del pueblo que
hubiese asumido la responsabilidad y el control de estas tareas de caridad y solidaridad hacia cualquier paria
que apareciese por la aldea. Para controlar
esta prestación la persona encargada llevaba un control riguroso con el orden de acogida para las diferentes casas
del vecindario. De ahí que en cuanto se personaba el desdichado de turno en casa del alcalde
pidiendo cobijo, éste consultaba su
listado de acogida y por estricto orden de cumplimiento designaba al vecino que le correspondía prestar ese servicio de caridad.
El alcalde solía acompañar al transeúnte hasta la casa de acogida y lo
presentaba a los recién nominados benefactores para darle más empaque y validez
al acto. Normalmente, ningún vecino se solía negar a hacer tal favor, pero como pasa con todo en la vida, había personas que recibían al huésped de muy buen
agrado, incluso se
esforzaban lo que podían por complacerle
en todo lo relacionado con la alimentación y con el descanso, así como de facilitarle ropa usada limpia,
pero había otros que no eran tan
receptivos y voluntariosos para socorrer al transeúnte, porque les parecían que
eran todos unos mangantes y unos vagos.
Había casos en los que podría estar justificado el intento de
escaqueo pues, la vivienda no reunía condiciones y espacio suficiente como para
albergar a desconocidos junto con los miembros de la familia. Llegado el
caso en el que el vecino intentaba zafarse,
el alcalde no solía permitirlo y de forma inflexible decía que se arreglaran
como pudiesen, porque él no podía saltarse el turno y el indigente tampoco podía pernoctar al raso. Digo esto con conocimiento de causa
porque ese era nuestro caso. La casa de mis padres es pequeña y con
los miembros de la familia que en ella convivíamos, prácticamente, ya estaba al completo. Aún así, un buen día se
personó la autoridad competente en casa junto a un pobre de los del saco, para decirnos que nos tocaba darle alojamiento esa noche a aquel pobre víctima de la vida.
Recuerdo que era un
hombre de mediana edad, bajo y
rechoncho, sonriente y de buen carácter, con tales barbas que, estando sentado, le llegaban a la altura del ombligo. El
alcalde de turno sabía la falta de espacio de nuestra vivienda pero él tampoco podía saltarse el orden establecido. Mi madre
no se oponía a darle de comer las veces que hiciese falta al mendigo, pero el
tener que proporcionarle cama, eso a
ella sí le suponía un problema y le decía al regidor que había muchas casas más amplias
que la nuestra, en las que habilitar una
habitación no les supondría ningún
trastorno, pero el juez en este caso, no
cedía e insistía en que cuando toca, toca.
Tal que, mi madre viendo
que no se podía zafar del encargo, le dijo al mendigo que en casa había poco sitio
pero si él estaba de acuerdo le podían habilitar como cama un antiguo pesebre
de la vaca bien mullido de yerba, con buenas mantas y que
dormiría allí plácidamente, sin ruidos y bien caliente. El hombre acostumbrado a hacer guardia en peores garitas, intuyó que se
le iba a tratar bien y no lo dudó. Al
instante aceptó la oferta de muy buena gana. Recuerdo lo amena que fue
la cena en la cocina los tres junto al barbas aquel, y cómo nos narró detallada y minuciosamente
las miles de peripecias y calamidades que aquel pobre desgraciado pasaba por el
mundo.
A la hora de llevarle a la suite, el mayor miedo de mi madre
era que fumase ya que había yerba seca amontonada y temía que tuviéramos que salir todos huyendo despavoridos
por las llamas durante la noche. Pero no. Antes de bajarlo a los aposentos
pesebriles le hizo una advertencia muy seria, que por Dios no se le ocurriera
fumar en el “leito” (cajón de madera que hace de cama en la Cabrera leonesa,
donde antiguamente se acostaba la
familia al completo. De ahí los problemas de consanguinidad y raquitismo
endémico) y, aquel desgraciado, a pesar de que no paraba de “aborronar” en todo
momento, fue consecuente con la exhortación del ama y no fumó en toda la noche.
A la mañana siguiente,
sobre las nueve y media, como no respiraba el huésped, mi madre bajó a la suite
a llamarle para desayunar y el hombre desperezándose como los gatos respondió muy alegre y contento diciendo
que en seguida subía. El aseo personal
se le suponía pues en la casa tampoco había agua corriente por entonces, pero
sí pasaba un caudaloso regueiro al lado, donde los nenos jugábamos, bebíamos y
nos lavábamos de vez en cuando.
Una vez el hombre en
la cocina, bien calentito sentado a la mesa, tomamos los cuatro buen tazón cada uno de café con leche migado con pan. Aún recuerdo cómo al hombre se
le quedaba la barba llena de migas y faraguyas
de pan empapadas en leche, debido a la fruición y la rapidez con que aquel
pobre desgraciado sorbía el desayuno. Una vez reconfortado por el calor del café y
también por la divertida conversación, aquel pobre mendicante se deshacía en elogios hacia sus acogedores, aunque solo fuese por una noche, y decía que se sentía feliz de lo bien que había dormido
pues, el pesebre–cama, que se le había improvisado, le había retrotraído a su infancia, ya que
aquella seudocama, especie de cajón de madera, de sección trapezoidal, era exactamente igual a la cuna en la que él y un hermano suyo más
pequeño, habían dormido juntos hasta que
no cupieron en ella.
Una vez contado el
pasaje del pobre, como conclusión diré que nuestro amigo Fidel tiene el gran inconveniente que, a pesar de vivir en otros tiempos más
democráticos que los del pobre de marras, se ve que en Baselgas no son tan respetuosos
como en Posada de Rengos con las tradiciones de corte samaritano. Por lo
tanto, por muchos pretextos que este mozo busque, siempre tendrá que seguir cargando, al menos una vez por año, con la murga de este grupo de mandrias que juran y perjuran por lo
más sagrado que son sus amigos y que
nunca lo abandonarán. De ahí que no le quedará otro remedio que albergarlos y acogerlos.
Amigo Fidel, muchas gracias por todo en nombre del grupo.
B. G. G. bloguero “Prior”
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7 comentarios:
Por si alguien tuviera duda referente a la identidad de los posantes, éstas son sus gracias:
Foto 1: José Manuel Martínez Fernández, Luis Sánchez Miyares, Benjamín Galán García, Luis Samuel Menéndez Pérez, Fidel Bigotes García y Raúl Alonso Barbado.
Al amigo Fidel, yo creo que le saldría más barato darnos posada que la comida que año tras año nos prepara.
No falta detalle:doble plato más el de postre, cubiertos correctamente colocados, copa de vino,servilleta, buen café y licores a escoger. No vi la botella de agua por ninguna parte, ya que dejó bien claro que cada uno podía llevar la suya o acudir al regueiro.
Parecemos Los Últimos de Filipinas. Un grupo en menguante.
Galán, el personaje que describes era bastante frecuente, en aquella época. Por mi zona, era el que arreglaba los paragua y ponía el culo a las cacerolas. Conocían bien el terreno y sabían donde se les trataba mejor o peor, por lo que calculaban la ruta para pernoctar en lugar seguro y confortable.
Buena compañía, buena comida y bebida, disfrutada con buen tiempo, es lo que reflejan las caras de estos afortunados comensales, y hablan por si solas del éxito del encuentro. También de la hospitalidad de Fidel. Aunque de esto ya apuntaba maneras cuando, hace más de cincuenta años, era un chavalín rubio y buen compañero en Corias.
Lástima que entre las fotografías que nos muestra Galán no haya incluido las de las perolas rebosantes de apetitosas viandas que yo pude ver, y casi saborear, a 500 kilómetros de distancia.
El relato sobre los transeúntes pordioseros nos lleva a un tiempo de la niñez ya casi olvidado. En Limes no estaba fijado un turno de acogida tal como había en Posada. Por los años 50 era raro el mes que al caer la noche no llamaran a la puerta de la casa de mis padres, dos, tres o más pidiendo hospitalidad. La mayoría eran hombres, también alguna mujer. No pocos resultaban ya conocidos por regresar dos o tres veces al año. Y aunque por Leitariegos, que yo sepa, nunca pasó un camino de Santiago algunos vestían hábitos de peregrino con sus conchas y todo. Mi madre siempre solía guardar una ración del pote de mediodía, con tocino, chorizo y morcilla, por si llegaba uno de esos visitantes nocturnos. Después de la cena mi padre les daba acomodo en el parreiro en una mullida cama de paja con manta.
Los críos acogíamos aquellos personajes con una mezcla de curiosidad y temor. Pero no faltaba en alguna ocasión el impresentable que, agazapado en la oscuridad, les arrojaba piedras.
Benjamín....Puedo dar fe de que tú extensa descripción se ajusta a la realidad de la época.En mí aldea no había tal presentación...iban directos a Casa Fonso,ya que mi abuelo era alcalde de barrio y sólo cinco casas.La cena en la mesa con toda la familia y dormir a un pajar ya acondicionado para esos menesteres.
No recuerdo tener que acoger a ninguna mujer.
Cómo anécdota puedo comentar que un pobre se llevó un capote que mi padre tenía en mucha estima...ya que lo había traído de la guerra...del frente de Teruel y Castellón.Sólo le quedó un máscara anti-gas.
Yo en 1955 ingresé en Corias y se terminaron esas vivencias.
Lo que si recuerdo es que nadie se presentó de peregrino...cuando el lugar fue paso del Camino Primitivo.
Da gusto veros. Tenéis cara de satisfacción y no es para menos. Se os ve estupendos, además, a pesar de estar en diciembre, estáis como si fuera mayo o junio. Después de una buena comida, no entra el frío.
En cuanto a lo de los transeúntes, aquí en Cangas creo que funcionaba distinto. En algún momento oí que el Ayuntamiento les daba una determinada cantidad para cenar y dormir; también para pagar el medio de transporte regular al día siguiente. Eso sí, solían “pedir” y en eso sí que contribuían los vecinos.
También recuerdo al menos a un peregrino como los que comenta Ulpiano. Iba vestido con una capa larga hasta los pies, color marrón y llena de “conchas” sobre todo. Llevaba un letrero que decía “Limosna y no palabras al peregrino”. Debía de tener algún “voto” de no hablar nada más que lo imprescindible. Estuvo durante unos días por Cangas, y probablemente por los pueblos de alrededor. Debía de ser por el año 1956 ó 1957.
Hay que reconocer que en cuanto toca reunión de amigos con comida incluida, se apunta todo el que puede y el que no, se queda con las ganas.
Estáis todos estupendos y es un gusto que os sigáis reuniendo y manteniendo esa amistad.
Olga, trabajo cuesta, y cada vez más, mantener el grupo.
Cada uno arrima el áscua a su sardina y pretende llevar la mesa lo más cerca posible de su aposento. Unos se van y otros nuevos se vienen.
Esperemos que para la próxima no haya compromisos adquiridos.
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