domingo, 22 de abril de 2012
GATO POR LIEBRE
En uno de mis paseos diarios
camino de la zona de la playa, por donde pese a estar dentro de la Ciudad se
puede caminar con mucha comodidad, dada la anchura del largo Paseo del Muro que nos lleva más de
tres kilómetros desde San Pedro hasta la zona del Rinconín (donde por cierto
reside nuestro “ripiero mayor”), al tiempo que escuchaba la música seleccionada
en mi MP3, me vinieron a la memoria algunas vivencias de juventud durante mi
residencia en Cangas.
Había en Cangas un amplio grupo de
chavales que éramos de una misma edad.
Corría el año 1966 y algunos de ellos habían solicitado hacer el
Servicio Militar en Madrid, la mayoría de ellos en Automóviles porque un
militar de graduación, originario de Cangas al menos por familia política, solía
“enchufarlos”, con el añadido de que luego venías con el carnet de conducir en
el bolsillo, cosa que no era fácil de obtener en aquellos tiempos.
Viene esto a cuento porque con
motivo de la incorporación a filas de uno de los amigos de pandilla, Oscar Díaz
“Puli”, preparamos una merendola en “Casa
Sotero”, templo de las pitanzas que se organizaban en Cangas en aquella
época, por su “terraza” dada la situación
junto al río con el frescor que ello producía en verano. Todos íbamos a llevar
alguna vianda salvo el vino que lo ponía “Sotero”, previo pago lógicamente.
“Puli” vivía en la calle La
Fuente, al lado del Bar Chicote y había que entrar por un portalón para
ascender por unas escaleras de piedra hasta la entrada de su casa. Debajo había
un sastre, de cuyo nombre ahora mismo no me acuerdo, aunque creo que se llamaba
Pepe y era Taxidermista. O sea que disecaba animales que los paisanos de los
pueblos le traían. Entre los dos planeamos que podíamos hablar con Pepe para
que cuando le trajeran un raposín a disecar, en lugar de tirar la carne que nos
la diera y así después de ponerla a “serenar” unos cuantos días, Consuelo la
madre de “Puli”, buena cocinera, nos lo guisaría de modo que lo haríamos pasar
por caza mayor. Llegado el momento allá que nos vamos la pandilla al Sotero con
lo que cada uno preparó. No recuerdo a todos, pero entre otros estaban Valdés,
Pepe Olalde, su hermano Carlos, el difunto Luis Chichi, Puli, el que suscribe y creo que también Pin
Marina. Después de dar buena cuenta del ágape, los halagos a la cocinera por el
estupendo guiso del venado al que todos alabaron, los “engañadores” comenzamos
a hacer gestos con la nariz como tratando de olisquear algo. Sniff, sniff. La gente empezaba a mosquearse y cuando a un
comentario nuestro de “estaba bueno el raposo”, ¡eh! El desfile hacia el muro
fue a toda carrera, para depositar lo que primero habían ingerido con tanta
satisfacción. Huelga decir la que nos cayó después de haberles dado ¡Gato por
liebre!
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1 comentario:
Un hecho similar, Alfredo, pasó en mi casa. Le oí comentar a mi difunta madre que cuando se hizo la casa o cuando la reformaron, había una cuadrilla de canteros, y uno de ellos todos los días cebaba de forma especial al gato con aportes extras. El día del "ramo" (celebración del acabado de la obra, colocando un ramo en lo alto de la chimenea, costumbre que por allí se daba), todos se chupaban los dedos saboreando lo bueno que estaba el conejo, hasta que el "cebador" del felino, a los postres, apareció con la piel diciendo con una sonrisa de oreja a oreja: "¿Qué, os gustó el conejo?" Uno de los comensales, muy escrupuloso, creo que nunca más le dirigió la palabra. (No me contó si hubo vómitos, pero es fácil de suponer que alguno sí).
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