sábado, 16 de febrero de 2013
A LA ENSEÑANZA LABORAL LE FALTABAN CLASES DE COCINA
El amigo Miguel Ángel nos acaba de sugerir una receta culinaria de un arroz rápido y sabroso, y yo ante esta
recomendación debo decir algo. Primeramente, que yo del arte de cocinar nada de nada; no sé si el arroz se
pone a remojo como los garbanzos o si hay que desalmidonarlo previamente como se
hace con el salitre del bacalao. Es una
vergüenza, y bien que lo siento, pero no tengo ni idea de los temas
relacionados con los fogones. Mi mujer de vez en cuando me dice que, le consta que la enseñanza laboral tenía cosas
muy buenas y que no lo duda, pero también dice que no estaría nada de más que,
de las muchas horas que dedicamos a desbastar a lima buenos tochos de hierro, las hubiéramos compartido algo con el
aprendizaje de todo lo relacionado con las ollas. Y yo pienso que tiene más razón que un santo. No obstante, voy a decir una cosa referente a las
paellas, que puede ser solamente una apreciación mía, pero que también debieran
opinar los muchos “paelleros” (de domingo) que hoy día existen en muchos de
nuestros hogares. En los años de mi infancia, de la posguerra y posteriores, el comer arroz
daba la sensación que no se podía hacer
en cualquier momento pues, parecía que ya tenía unos días concretos asignados
de antemano. Yo, durante los cuatro años
que estuve como pupilo en León en una casa particular, el arroz solo lo
comíamos los domingos, y posteriormente viajando por España, he comprobado que en algunas regiones los restaurantes y bares de comidas, la paella la hacían de forma invariable solamente los jueves. En
la zona norte de Castellón se hace un arroz propio del lugar, y muy rico por
cierto, que le dicen: Arroz “empredrao”. ¡Vaya nombrecito!
Tocante a esto del arroz, yo recuerdo de niño que en nuestros pueblos del occidente interior asturiano, solo se comía arroz algún
domingo que otro y en ciertas fechas señaladas. Por ejemplo: el día de la
fiesta del pueblo no podía faltar, ni tampoco cuando había algún acontecimiento
familiar un tanto singular y destacado. Una particularidad de este plato, era que raramente se le denominaba como paella,
siempre se le nombraba como arroz: con tal o con cual. Casi le bastaba con tal,
ya que no se hacía con otra cosa diferente, que no fuera con el pitu de casa.
El caso es que aquellos elementales arroces solamente llevaban arroz
y pollo de corral. La verdad sea dicha
que, el pollo de corral tenía un sabor intenso y exquisito, eso sí, pero no se
le acompañaba de nada más, a excepción del azafrán como ingrediente muy
importante, para darles el apetitoso color
amarillo y una vez hechos en la cacerola baja de color granate, fabricadas en
Vitoria por Esmaltaciones San Ignacio,
nada de paelleras ni gaitas, pues eso era un lujo superfluo e innecesario que
no conducía a nada, y antes
de sacar la cacerola a la mesa, la cocinera o el curioso de la casa que
hubiera, eso sí, les distribuía, de forma más o menos artística y simétrica, unas
tiras de pimiento de bote morrón rojo. Pues, aquel arroz tan sencillo que su
verdadero nombre más bien debiera ser “arroz viudo”, estaba como para chuparse
los dedos y no había visto ni por asomo: ni gambas, ni almejas, ni mejillones,
ni cigalas, ni rape, ni congrio, ni conejo, ni calamar, ni rayos podres
(pastillas de Avecrem)…, que se le pudieran echar. Yo pienso que le
encontrábamos tanto sabor, a algo que en potencia no lo debiera tener, porque no teníamos el paladar desvirtuado ni contagiado
de sabores extraños y por eso apreciábamos tanto los sabores naturales, propios
de cada ingrediente.
Mi mujer y yo de vez en cuando, todavía solemos ir a una Venta de la
montaña leonesa, cerca de Valporquero, donde aún se puede degustar este tipo de
arroz de casa, elemental, de toda la
vida y tan sabroso o más, que si fuera cocinado por un afamado arrocero y realizado
con un montón de tropiezos y añadidos. Cómo será, que ese plato figura
obligatoriamente, todos los fines de semana entre el menú destacado de la casa,
porque la mayoría de los comensales, que vienen de lejos expresamente a comer
allí, es lo primero que solicitan. Está claro que las comidas cuanto más
sencillas sean, más sabrosas resultan. A mí no me cabe la menor duda, que hay veces donde
tanta amalgama de sabores, al final lo
único que hacen es confundir y camuflar el “cante” (cheire) y la poca frescura de
los otros ingredientes.
B. G. G. Bloguero “Prior”
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8 comentarios:
Yo creo que el arroz en cualquiera de sus variantes a la hora de cocinarlo, sigue siendo en casi todos los restaurantes y casas de comida plato obligado los fines de semana. Mi madre que era una buena cocinera como casi todas las madres de nuestras época, lo ponía casi siempre con pollo, pero también lo hacía mucho como plato principal con patatas y un poco de chorizo, que estaba para chuparse los dedos. Incluso algunas veces se comia como plato de cena. Eran otras formas de comer. Otra de las variantes que solía hacer era con calamares cuando había posiblidad de comprarlos.
En mis años de actividad laboral y en mis viajes por la zona de Infiesto-Arriondas, siempre comíamos unos cuantos compañeros de profesión en el Tamanaco de Infiesto, donde nos hacían precio especial a los viajantes. Generalmente había dos primeros, que nunca estaban preparados a la vez y dos segundos. Los lunes la menestra de carne era fija, pero los miércoles sabíamos todos que después de media hora de abrir el comedor, salía Angelines con la paella, que como apunta el Prior no dejaba de ser arroz con pollo y carne y que venia acompañada de unos pimientos cortados en tiras, pero que estaba riquísima.
Como del arroz se puede sacar mucho provecho, esperamos que las cuatro damas del Blog, nos ilustres con alguna de sus variantes.
Para el postre daré yo la receta del Arroz con lecha de mi güela que en alguna ocasión cuando estuve con ella siendo guaje, me tocó, a la orden de:
-Revuelve Fredo, que se pega; darle a la cuchara en aquellas calderas de cobre inmensas que se sacaban para la fiesta del pueblo. Claro que de primer plato para la ocasión siempre era Fabada.
Nada de excusas Benjamín, si no fueras tan folgazán para la cocina, con la destreza y aplicación que demuestras para otras cosas, serías un excelente cocinero.
Coincido contigo en ensalzar el arroz con pitu de corral que se hacía, y se hace, por Asturias. Es un sabor de la infancia y ya se sabe que esos sabores permanecen indelebles.
Cuando era monaguillo del cura de Limés subía con él a la fiesta de los pueblos de la parroquia: Puenticiella, Pixán, Moral, Castro, Villarín o Fonceca., para ayudarle a decir la misa, Allí nos invitaban a comer en la casa que correspondía por riguroso turno. Uno de los platos inexcusables del interminable menú era arroz con pitu. A mí me gustaba el arroz, pero más todavía el pitu, por lo que comía primero el arroz que me habían servido y reservaba el pitu para el festín final…. Hasta una vez, en una casa, que vino la dueña y al ver que había comido todo el arroz y aún tenía la carne en el plato dijo: “A este neno le gusta más el arroz que el pitu”. Dicho esto me quitó la carne y volvió a llenar el plato, pero solo de arroz. Cortado, no supe decir nada, y comí solo arroz. Desde entonces tengo por costumbre tomar el bocado más apetitoso, y abrir el mejor vino de que dispongo, a la primera ocasión.
Pero esos sabores de la infancia no hacen desmerecer los excelsos arroces del Mediterráneo, dónde, acompañados de unas simples alcachofas, te pueden quitar el hipo.
Cortaré el rollo de arroces suculentos. No hace mucho que he comido y puedo dar la sensación de no haberlo hecho.
Recuerdo en el Curso 61-2,único que cursé en el Instituto Laboral, sin ser clases de cocina, la asignatura no la recuerdo, podía ser Urbanidad ( por decir algo), el Padre José nuestro párroco en Corias, nos dió una clase de como pelar una naranja y manzana, con plato, cuchillo y tenedor. Acostumbrados a coger de fruta de los árboles y directamente a la boca aquello era para nosotros muy finolis, pero hizo una clase magistral, sin tocar nunca con la mano las frutas les fué quitando la monda.Una vez troceadas, las dejó expuestas en los dos platos.Los guajes más próximos a la tarima, se encargaron de coger los trozos con las manos y zampérselos.
La clase estaba situada en el segundo piso, en la parte que da a la carretera y pegada a la zona de clausura del Convento. A la salida de clase, nos encontramos que en el pasillo ocupando su zona central, otra clase purgaba su castigo de rodillas en hilera.
Benjamín, en los tiempos que vosotros estuvisteis en Corias, me da la impresión que no estaba bien visto que los hombres cocinaran, salvo que se dedicaran ello de manera profesional. Yo recuerdo, alguna vez que mi madre estuvo recién operada o enferma de algo, que mi padre cocinaba y no se le daba mal. Después, a partir de tener yo unos once años o por ahí, ya me correspondía a mí, si por algo no lo podía hacer ella. Además era más complicado porque, en los primeros tiempos que me tocó cocinar había que encender la cocina de carbón, y que “tirara” bien y todas aquellas cosas. Luego llegó el butano y con eso ya era un trabajo menos porque no había que preocuparse de la cocina. Me imagino cómo me saldrían las comidas…Yo veo ahora a una niña de once años y aunque sean tres o cuatro más, y no me la imagino cocinando para toda la familia, aunque sólo sea en determinadas circunstancias, como era mi caso.
En cuanto al “arroz”, en mi casa también era comida de domingo o festivo, en verano, En mi casa al menos se comía, como plato único; y siempre llevaba el pollo de corral en cantidad generosa, se hacía el arroz con todo el pollo. También en verano, pero eso ya no era plato único, los domingos y festivos se solía comer la ensaladilla rusa, que más bien era para las fiestas importantes. En invierno, los domingos tocaba “cocido de garbanzos”, también a veces “patatas con bacalao”. Los días de semana, en invierno sobre todo, siempre era potaje en sus distintas variedades, berzas, repollo, etc. y también patatas con carne. Luego ya en verano, se comían fréjoles rehogados o en ensalada, guisantes, macarrones, bueno, más variedad.
Yo soy muy clásica para las comidas. Me gustan los sabores clásicos de siempre, y nada de mezclas de la “comida de autor”, con todos mis respetos para quien le guste, que es bastante gente.
En cuanto a hacer el arroz el domingo o festivo, yo ahora, cuando lo hago, siempre es en domingo o festivo. El motivo es el trabajo, pues a la hora que llego para casa si me pongo a hacerlo comeremos a las cinco de la tarde. Y no es una comida muy propia para dejar hecha del día antes… Aunque siempre suele sobrar algo y entonces lo comemos a la cena con huevo frito o algo así. ¡Ah! y de paellera nada. En la cacerola baja, aunque ahora sea de acero.
Ulpiano,entre la profesión de monaguillo y de acompañante del frailín con su acordeón te pasaste por medio concejo comiendo muy bién y barato,ya sabía yo que eras espabilao pero tanto nunca pensé que lo fueras,con lo modosín y prudente que tú eras de jovenzuelo,lo recuerdo muy bién y tenemos pasado momentos muy agradables,siempre eras muy ocurrente para todo y nunca te vi enfadado,un abrazo
Benjamin, estos que fabrican los paneles informativos que hay por las carreteras no deben tener a mano la Podadera, que los guajes de nuestro tiempo en Corias usábamos para mejorar la ortografía. Esa regla hoy no se practica, pues "todo lo corrige la máquina"
No sé que ha pasado con el comentario anterior mío que ha desaparecido. Aquí está de nuevo.
Tan original ha querido ser el que escribió el rótulo que anuncia el convento de Corias que para mí no es correcto y tiene fallos. Primeramente, la preposición –de- al ir después de punto debería ir con mayúscula y el texto del letrero dice así: “monasterio. de Corias”. Yo nunca he visto anunciar por ejemplo, “Casa Pepe”, como: casa. de Pepe; me parece que la palabra monasterio en este caso debiera estar escrita con letra mayúscula ya que forma parte del nombre propio del monumento indicado: Monasterio de Corias, o Monasterio Corias. Estaría bien escrito con minúscula si dijera: monasterio de San Juan Bautista de Corias. Entonces sí; pienso yo…y lo del punto, no sé a qué viene.
Así es Alfredo. Tendremos que recomendarles la: ORTOGRAFÍA PRÁCTICA DE LA LENGUA ESPAÑOLA de Luis Miranda Podadera ¡Qué buen método! En estos momentos tengo en mis manos un ejemplar editado en 1962, cuyo precio era de 60 pesetas.
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