domingo, 10 de febrero de 2013
FIN DE SEMANA EN ZERMATT (V)
El domingo amaneció
despejado, inundado por un imperceptible azul, anunciador del aire
purificado de la montaña. Al decidirnos a quedar hasta comer aquí teníamos una larga
mañana por delante.
Lo primero fue
cerciorarnos que, como nos temíamos, el museo dedicado al Cervino y a la
etnografía de la zona estaba cerrado y solo abría por la tarde. Después
visitamos, en una pequeña ladera situada detrás de la iglesia católica, tumba a
tumba, las sepulturas de decenas de románticos del alpinismo, llegados allí desde
distintas partes del planeta, muertos, la mayoría muy jóvenes, en su intento de
coronar la cima del indómito Cervino o al regresar de ella. Entre estas
sepulturas se encuentran las de dos barceloneses muertos en 1972 rondando los 20 años. En este lugar, un
diminuto y decadente jardín, convertido en lugar de culto para quienes acuden a
Zermatt, surge una pregunta inquietante: ¿qué extraña fuerza puede empujar a
personas tan jóvenes a enfrentarse a una muerte casi cierta? Pero sabido es,
como todo sin excepción, que algo que para unos es una estupidez, para otros es
el centro sobre el que gravita la vida.
La primera ascensión al Cervino la llevó a cabo una
expedición alentada por el dibujante y escalador inglés Whimper, enviado aquí
por una revista para realizar grabados de la zona, en julio de 1865. Esta
primera escalada terminó de forma trágica al caer al vacío durante el descenso
cuatro de los integrantes del grupo. Este suceso, a la larga, resultó un fuerte
reclamo para los ciudadanos británicos, que durante muchos años acudieron al
encuentro con la irresistible montaña.
En la fachada del hotel Monte Rosa, fundado a mediados del sigloXIX,
donde se alojaron la mayoría de estos primeros aventureros de la escalada, una
placa de bronce recuerda la gesta de Whimper.
Cruzando la calle, al otro lado del cementerio de los
alpinistas, se encuentra el cementerio del pueblo. Algunos vecinos se dedican
meticulosamente a la limpieza y cuidado de las sepulturas. Más que cementerio
aparenta ser un jardín de tonalidades rosa por la ingente cantidad de floridas
matas de brezo que circundan las lápidas.
Hasta bien avanzado el siglo XIX, Zermatt era lo que en
Asturias se llama una braña, habitado solo en verano y parte de primavera y
otoño. Grabados de la época ilustran esa trashumancia y el cultivo de cereales
por las escarpadas pendientes. De esa agricultura sobreviven pequeños huertos,
ocupados ahora por repollos, alguna calabaza y arbustos repletos de bayas rabiosamente
rojas. Al recorrer el centro del pueblo surgen, junto a edificaciones modernas,
construcciones antiguas, orgullosos testigos de aquellos tiempos. Algunas, como
pudimos constatar en las placas informativas, datan del siglo XVI. Construidas
de madera, sin utilizar un solo clavo, unidas las gruesas tablas mediante
sencillos y robustos cajeados se encuentran asombrosamente, bien conservadas.
El secreto de esta longevidad parece residir en los dorados árboles que vemos por las laderas, los alerces. La madera
de estos árboles, que al cortarla tiene un color crema claro, en contacto con
los elementos de la naturaleza va adquiriendo un color oscuro y una dureza casi
pétrea; esto explica que podamos contemplar, cinco siglos después, estas
construcciones de madera. También esa es la explicación del vivo y llamativo
contraste de color entre las construcciones recientes, revestidas de madera, y
las más añejas. Muchas de estas construcciones guardan un poderoso parecido con
los hórreos asturianos; la parte baja se levanta sobre cimientos de piedra,
sobre ella cuatro pilares troncocónicos con amplias losas redondas apoyadas en la parte
superior de cada pilar hacen de infranqueable barrera para ratones y otros
animales del campo. Descansando en ellas
se alza la construcción de madera donde se guardaban, sanos, salvos y secos,
todos los alimentos.
Una fotografía del Zermatt de finales del siglo XIX,
expuesta en la vitrina de un comercio, obliga a detenerse. En él figura la
población como era entonces, pero lo llamativo es la visión de la cabeza del
glaciar en las proximidades de las casas, cuando ayer la vimos a los pies del
Gornergrat, a casi 2000 m .
más de altitud. Clamorosa evidencia que refuta las tesis de los negacionistas
del cambio climático.
Partiendo de la calle principal, una estrecha y empinada
callejuela lleva hasta el pequeño y austero templo anglicano construido en un
rellano. En torno a él se encuentran las sepulturas de los ingleses muertos en
las escaladas al Cervino. Abundan mujeres a las que la muerte sorprendió, sin
aún haber cumplido 30 años, por estas montañas.
Desde este templo protestante parte uno de los senderos que
se adentran por las montañas. No tenemos intención de darnos una caminata pero
el magnífico día invita a pasear un rato. Al llegar a las últimas casas del
pueblo encontramos a tres niños de unos siete u ocho años. Sobre un poyete de
piedra han establecido un pequeño negocio: ofrecen a los viandantes unas
tarjetas de felicitación, confeccionadas y pintadas por ellos, así como unas
piedras veteadas de cuarzo recogidas en los desprendimientos de la montaña. El
precio figura escrito en un papel con un número que bien puede interpretarse
como uno o dos. Cogemos dos piedras y una tarjeta, abonando al que parece ejercer
de jefe seis francos. Este nos mira sorprendido, con los ojos como platos, y
aunque no tengo ni idea de alemán, dice algo así:”no, se equivocan, son tres
francos” devolviendo la mitad de los francos. Seguro estoy que este niño, si no
se malea y se dedica al comercio en el futuro, será un buen y honrado
comerciante.
Regresamos a la calle principal para hacer algunas compras,
y tomar una cerveza en una agradable terraza.
No dio para más la
mañana, la hora de comer se echó encima. En Suiza, igual que en casi todos los
países de Europa, excepto España, se come pronto, entre las doce y las dos de
la tarde. Para este fin nos decidimos por un restaurante de soleada terraza,
donde anunciaban civet de ciervo como especialidad, plato apetecible de tomar
en esta época por aquí, y, en efecto, acompañado de spatzles- una pasta
parecida a la de los feixuelos que se fríe desmigada- estaba muy bueno, igual
que el Humagne, un tinto del Valais con mucho cuerpo, que nos sirvieron.
Salimos del restaurante con el tiempo justo para recoger las
maletas del hotel y alcanzar el tren que estaba a punto de partir ya prácticamente lleno. Después de recorrer el
tren logramos hacernos con asientos, aunque separados. A mitad del recorrido vi
acercarse a los revisores y me percaté de que los billetes los portaba otra de
las personas con las que viajaba. Fui en su busca y al regresar al asiento ya
estaba ocupado por un señor que miraba “distraídamente” por la ventanilla. Como
no era cuestión de entablar litigio por la propiedad transitoria del asiento me
dirigí a la plataforma intermedia entre vagones, ocupada ya parcialmente por
viajeros de ambos sexos, en su mayoría jóvenes, que habían subido al tren en
paradas intermedias. Terminamos sentados o medio tendidos en el suelo de la
plataforma formando una especie de cama redonda. Cuando faltaban unas dos
paradas para llegar a Visp subió una señora con tres enormes perros a los que
ordenó acomodarse en medio del círculo que formábamos. Los perros obedecieron y
se tumbaron mansamente mirándonos de hito en hito, pero, al poco rato, uno de
ellos, soltó una bomba fétida, de esas que en su inocente inconsciencia suelen
soltar los perros. La peste se extendió por el compartimento provocando que las
miradas inquisitivas, acusadoras, de los viajeros se entrecruzaran hasta
converger sobre los ya soñolientos animales. Poco antes de llegar a Visp, uno
de los jóvenes, un bien pertrechado montañero, extrajo del bolsillo un
encendedor y un cigarrillo. La señora de los perros comenzó a mascullar mirando
con inquina al futuro fumador provocando que una sonriente mujer de mediana
edad, dirigiéndose a éste, le dijera algo que yo, dada mi negación para los
idiomas, no entendí, pero perfectamente comprendí como algo así: “La señora
está temerosa que el olor a su cigarrillo pueda herir la sensibilidad de sus
perros” provocando una general y sonora carcajada.
Al llegar a Visp el andén estaba abarrotado, nos temíamos un viaje en olor a
multitud como el de Zermatt a Visp, pero escasos minutos antes de llegar
nuestro tren se presentó uno enorme, de esos de dos pisos, y se llevó a la
mayoría de viajeros en dirección a Berna, Zurich y demás ciudades de la Suiza alemana. Al llegar el
nuestro, en dirección a Ginebra, éramos cuatro gatos, lo que nos permitió un
holgado acomodo para leer o dormitar un rato. A la altura del lago Leman ya era
noche profunda. La luna arrancaba fluorescencias de nieve a las cumbres del
Mont Blanc y al lago, convertido en cielo estrellado, destellos plateados.
Porque estrellas parecían las luces de las embarcaciones de recreo, o de
pescadores afanados en la captura de las perches, esos pequeños pescados del
lago que fritos o en meuniere están muy ricos. Pero eso ya es otro viaje, otra
historia.
Ulpiano Rodríguez Calvo
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7 comentarios:
Es un placer el poder viajar así cómodamente, desde la butaca del ordenador sin tener que desplazarse a ningún sitio, leyendo estas prolijas y amenas crónicas del mozo de Limés. En cuanto al detalle de la preocupada señora, por si el humo del fumador pudiera contaminar la respiración de sus gigantes canes, más le hubiera valido estar así de atenta en el momento de la descompresión ventral canina. Si hubiera estado allí presente un señor de mi pueblo, que era muy ocurrente e ingenioso, seguro que al oír el “tronabrío” hubiera exclamado: “Chacho, en sacando para ti, cierra”.
Las descripciones de este rapaz de Limés, están hechas con gran claridad y sencillez a la par que rezumantes de calidad. Además siempre las salpica de anécdotas ingeniosas y divertidas, para deleite de los lectores y blogueros activos. Vamos siempre lo hace interesante y entretenido.
Dejaré aquí constancia de uno de los objetivos que me planteo para cuando yo sea mayor: escribir como este sereno embajador cangués de Limés.
Un abrazo
Yo también me apunto a lo mismo,el amigo Ulpiano,es además de ameno didáctico y siempre se agradecen sus estupendos comentarios,bueno no quiero olvidar los de hace unas fechas del sr Galán,sobre los argayos,fanas y fayas,lecciones magistrales que aún retengo en la memoria,por tanto aunque estos días ando mucho de folixia con esto de los Carnavales,que dicho sea de paso, cada año están más animados,da igual que sea Oviedo,Gijón,Avilés...Cangas o Luarca,Mieres y toda la zona minera también los celebran mucho, el tiempo la verdad acompaña poco,pero la juventud tiene mucha marcha y no se preocupa si llueve o hace sol.Bueno amigos, que tengo la hora ya cumplida y hay que dejar sitio para otros,un abrazo y disfrutar del Carnaval.
Recordarme que os invite a una, por los elogios. Pero sabido es que, casi siempre, el mérito de las cosas es de los ojos con que se miran.
Como de costumbre, espero a leer por segunda o tercera vez y a ubicar en el mapa los sitios que describes. Así casi me parece que voy haciendo, yo también, el recorrido.
Si mal no recuerdo, creo que dijiste que tenías vértigo, pero se ve que te atreves a grandes alturas. Bueno yo, al principio, cuando iba a sitios que había que subir en cosas que me daban vértigo, me quedaba esperando abajo, mientras subían los demás. Después de perderme varias cosas, decidí que había que subir con los ojos cerrados o como fuera. Y así lo empecé a hacer. Yo en tren de cremallera, creo recordar que sólo subí a la Fortaleza de Salzburgo, por lo menos fue la primera vez. Además me pasó una cosa muy curiosa. Íbamos en una excursión Manolo, nuestra hija y yo. Tenía la guía los tickets e íbamos pasando. Cuando ya habían pasado Manolo y nuestra hija el que estaba controlando el paso, puso el brazo estirado y a mí ya no me dejó pasar. Yo dije que estábamos juntos, pero no me entendió o no me quiso entender, pues se lo explicó la guía. Uniformado y con un tono de voz fuerte y enfático, lo normal del idioma alemán, le dijo a la guía que me dijera que yo subía en el próximo. Yo, que ya había hecho un gran esfuerzo para subir, dije que no subía, que los esperaba junto a la estatua de Mozart, que era el sitio establecido por si alguien se perdía. Pero detrás de mí justo, iba un matrimonio valenciano, de la misma excursión, que me dijeron que me agarrara a ellos, y al final me convencieron.
Otra cosa que quiero preguntarte. ¿No se siente dificultad para respirar cuando se sube a esas alturas? Yo como ves tengo que “controlarlo” todo. Los sitios que describes, merecen la pena, pero creo que, yo al menos, voy a tener que conformarme con tus relatos. Aunque parte de lo de Francia, no lo descarto.
Maribel, aunque es más fácil de decir que poner en práctica, los temores conviene olvidarlos, especialmente cuando se viaja.
Cierto, yo recordaba, comentando un detallado y ameno relato tuyo sobre un viaje a Fuente De, el vértigo que me producía poner los pies en la plataforma de rejilla de ese mirador. Una sensación similar a la experimentada, además de otros lugares, en las desaparecidas Torres Gemelas donde fui incapaz de acercarme al cerramiento acristalado que tenía el mirador escalonado de la última planta.
Los trenes de cremallera de los que hablo no causan esa impresión; tal vez algo, al pasar sobre un barranco, pero sin comparación. Igual que al viajar en avión y mirar por la ventanilla no produce ese tipo de vértigo.
Si tenéis oportunidad, no dejéis, por esos temores, de visitar alguno de estos lugares. (Mientras escribo esto veo que, José Manuel, da entrada a un afilado y certero ripio añadiendo pimienta al asunto)
El mirador del Gornergrat en verano está libre de nieve o hielo y la rampa de subida, desde la parada del tren al mirador, es más fácil y corta que desde Ambasaguas a la Calle Mayor de Cangas. Diferente es la Jungfraujoch que está todo el año cubierto de nieve y para acceder al mirador es preciso atravesar un túnel excavado en hielo, con cuidado de no resbalar tampoco ofrece dificultades. Por la parte francesa resulta accesible el tren que sale de Chamonix y alcanza cotas altas en el Mont Blanc permitiendo, en pleno verano, ver de cerca espectaculares glaciares.
Al respirar en esas alturas no hemos notado diferencias sensibles respecto a cotas más bajas. Pero sobre esto qué puede decir uno después de fumar durante 50 años.
Aunque ya había leido esta entrada, hoy la he vuelto a releer y de esa manera te das cuenta de que las cosas interesantes es conveniente leerlas dos veces, o mas.
Muy buena tu aventura y muy bien relatada. Yo eché de menos alguna fotografía mas, pero claro eso ya sería rizar el rizo y bueno, para eso tenemos la imaginación que también debe trabajarse un poco.
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