sábado, 2 de febrero de 2013
FIN DE SEMANA EN ZERMATT (III)
El tren continúa su
marcha y pronto abandona el lago Leman, internándose por el valle del
Ródano en el Valais, cuando me doy cuenta que debo avanzar más rápido con esta
narración. De lo contrario, además de tedioso, va a resultar un fin de semana
interminable. Lo intentaré.
A las puertas del Valais se encuentra Martigny antigua
ciudad de origen romano. De ese pasado se conservan algunos restos. Pero
Martigny, sobre todo, es famosa por estar aquí ubicada la Fundación Pierre
Gianadda, que organiza celebradas y concurridas exposiciones de arte, además de
poseer una valiosa colección permanente y, en un edificio anexo, reproducciones
en madera de numerosos ingenios ideados por Leonardo. También en esta ciudad se
elabora, en la destilería Morand, el que posiblemente sea el mejor aguardiente
de pera del mundo, la
Williamine.
Dejando atrás Martigny, el tren se interna por el valle del
Ródano llevando a la derecha al río, y la ladera más sombría por la que, desde
los altos neveros, se despeñan vertiginosas cascadas. La soleada ladera de la
izquierda continúa cubierta de viñedos convertidos, en esta época del año, en
maravillosas pinceladas cromáticas.
Se alcanza Sion sede en otros tiempos de poderosos obispos.
Dominando la ciudad, levantado sobre un enorme peñasco, aparece, bien
conservado, su inexpugnable castillo.
Pasado Sierre cambian hablas y letreros: se entra en la Suiza alemana. Al fondo,
cerrando el valle, se yerguen las altas cumbres nevadas del San Gottardo. Allí
nace el Ródano, también el Rin, provocando que la imaginación vuele hasta lo
más alto, hasta el destino tan dispar de dos gotas de agua recién desprendidas
de un nevero. Una, empujada por el destino o la orografía del terreno, se
deslizará por la ladera emprendiendo un largo camino que la llevará al Mar
Mediterráneo; la otra, conducida por iguales, pero opuestas razones, se
deslizará por la vertiente contraria y después de un no menos largo recorrido
terminará en el Mar del Norte. En fin, divagaciones para entretener el final de
este tramo del viaje.
Pronto quedamos
depositados en el andén de Visp en espera del tren que nos llevará tras otra
hora de viaje hasta Zermatt. Este llega al cabo de escasos minutos haciendo
gala de la famosa puntualidad suiza. Una de las cosas que sorprenden de este
país al acercarte a una ventanilla y sacar billetes de tren para realizar un
viaje que implica varios transbordos es, al recogerlos y comprobar los horarios,
descubrir que entre la llegada y la siguiente partida puede no haber más de
cinco paupérrimos minutos, y te preguntas, dónde diablos, en qué estación,
quedarás tirado. Al detectar tu perplejidad, el funcionario, amablemente, te
indica que viajes tranquilo, que dispondrás de tiempo suficiente para cambiar
de tren; hasta la fecha, en todos los recorridos realizados, así ha sido.
Reemprendiendo el camino el tren avanza serpenteante por la
escarpada ladera sobre el río Vispa, cuyas aguas, turbulentas y blanquecinas,
bajan veloces buscando el acogedor y más pacífico lecho del Ródano. Se dejan
atrás pequeños pueblos y frecuentes paradas, también casas de madera aisladas
con cuidados huertos donde abundan los frutales, sobre todo manzanos y
zreizales huérfanos de frutos y hojas, mostrando ya su desnudez. Por increíble
que parezca, a estas alturas aún se ven pequeños viñedos para autoconsumo, algo
que los entendidos vienen definiendo, también a los viñedos de Cangas, como
viticultura heroica; en alguno están vendimiando.
En extensas
esmeraldas depositadas en mitad de espesos y pendientes bosques, pastan rebaños de vacas y ovejas. Más
arriba las cumbres, vestidas de fulgurante nieve, acarician el intenso azul.
El pueblo anterior a Zermatt, Täsch, dispone de un amplio aparcamiento
donde, quienes han accedido por la sinuosa carretera hasta aquí en coche, lo
deben dejar aparcado. Zermatt, en un alarde de ecología, tiene prohibido el
tráfico rodado, permitido solo a vehículos eléctricos para servicios
comunitarios y recepción de los numerosos hoteles.
Esto pronto se observa al llegar a la estación, situada en
entrada del pueblo. Pequeños vehículos eléctricos con plataforma
porta-equipajes se afanan transportando viajeros y maletas al hotel
correspondiente. Algunos, los más rumbosos, como el Mont Cervin Palace o el
Zermatterhof, disponen para tal menester de relucientes calesas (al estilo de
las utilizadas por la monarquía británica para los suministros de Harrow y
pasear su realeza) con tiro de caballos y conductores de librea. Esto lo cuento
recordando una visita anterior; en esta ocasión estos hoteles están cerrados
por periodo vacacional. Igual que recuerdo las casas, en verano, con ventanas y
corredores rebosantes de rojas flores. En esta época otoñal, no con menor belleza,
muestran desnudas maderas.
El pueblo se expande a partir de una larga calle comercial.
Salvando la riqueza que se percibe y la solidez de los edificios, se podría encontrar
un lejano parecido con poblados del antiguo Oeste. Los desmanes urbanísticos,
con los que tan sensibilizados estamos por los perpetrados en España, si
existen, no parecen existir.
Pero el tiempo apremia. Es mediodía, y pretendemos subir
esta tarde al Gornergrat. Tiempo justo para tomar posesión de las habitaciones,
amplias, con preciosas vistas, dejar las maletas y buscar un lugar donde comer.
No sin antes, sin poder resistir, acercarnos a un pequeño puente sobre el río,
situado al lado de la iglesia, desde el cual se disfruta de una de las mejores
vistas de ese majestuoso pico, tantas veces visto en cajas de lápices y envoltorios
de chocolate, que se eleva entre Italia y Suiza y al que los italianos llaman
Cervino y los suizos Matterhorn.
Si había dicho que el tiempo era bueno, a esta hora
resultaba excelente. El suave sol otoñal calentaba, después de tomar nuevos
bríos sobre las encumbradas nieves, invitando a comer en una terraza. La mejor
opción para tal menester era la terraza de un restaurante italiano inundada de
sol. Dudamos, ¿estar en este lugar y comer en un italiano? Pero el lugar era
irresistible y del restaurante, Il Mulino, ya teníamos referencias al ser una
cadena implantada en Suiza, con un establecimiento en la mismísima plaza Molard
de Ginebra, y al final nos entregamos al italiano y al sol. Un aperitivo, una
apetecible pasta, un decente vino de la Toscana y la simpatía del camarero italiano, todo
aderezado con las vistas que nos circundaban, resultó una buena elección.
Después de comer se imponía tomar el tren de cremallera para
subir a Gornergrat, pero llevo rato escribiendo. Si alguien lo está leyendo
estará cansado, aburrido y a punto de dejarlo. Se impone interrumpirlo hasta
otro momento, si surge la ocasión.
Ulpiano Rodríguez
Calvo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Ulpiano, hasta hoy no leí con detenimiento, que es como a mí me gusta, tu relato “Fin de Semana en Zermatt III”. Me estoy poniendo al día, después de pasar dos meses casi sin tiempo.
Como todo lo que escribes, me gustó mucho. También influye que Suiza fue un país que cuando lo conocí, me impactó.
Hablas de las casas de madera con las ventanas y corredores rebosantes de flores rojas, y que en la época otoñal en que tú estás no las tienen. Yo, si fuera en ese momento, me resultaría muy raro, pues la imagen que yo tengo es con las flores. También cuando hacen algún reportaje para la TV suele ser con las flores también. Una cosa que me llamó mucho la atención, igual ya lo dije aquí en el Blog, es cómo tienen colocada la leña. Ahora por aquí ya se ve algo parecido, pero cuando yo estuve, me recordaba los paquetes de “galletas rectangulares tostadas”, pues parecía que estaba cortada y colocada al milímetro.
Nada más leer que estuvisteis mirando el pico, tantas veces visto en cajas de lápices y envoltorios de chocolate, al que los italianos llaman Cervino y los suizos Matterhorn, me di cuenta que debía de ser el de los lápices de colores Alpino, lo miré en Google y efectivamente. Lo del chocolate, ni idea, pero entonces hice la búsqueda de otra manera y me salió el Toblerone que tanto me gusta. Sobre todo en los viajes largos. Siempre llevo provisiones del mismo en el bolso, para ir comiendo de vez en cuando. Como siempre tengo en casa, me levanté a mirar a la despensa y efectivamente vi que tiene dibujado el pico en forma de pirámide.
Yo sabía de la marca Montblanc, de las estilográficas y bolígrafos, con la cumbre nevada. También de cosas de piel. Hay más productos, pero nosotros, tanto para nuestros propios regalos, como para algunos compromisos, solo utilizamos eso, y claro, en ocasiones “especiales”. Bueno, nuestra hija al señor de la casa, para la que fue durante muchos años a Canadá, primero a practicar inglés, y después ya como amistad, le llevó muchas cosas de esa marca, pues desde que le llevó el primer bolígrafo y le gustó tanto, seguimos mandándole cosas, creo que también le llevó unos gemelos. Lo europeo allí lo valoran mucho.
Al hilo del comentario de Maribel sobre la relación de su hija con amigos canadienses quiero contar algo sobre la hospitalidad de los habitantes de ese país. Ya supongo que no todos serán así, pero, como dicen, para muestra basta un botón.
Un verano, finales de los ochenta, mi hija, junto a uno de sus primos, fueron a Toronto para cursar inglés. Llegaron un sábado y la señora dónde estaba contratado el alojamiento, pensando que llegarían el lunes, se había marchado de fin de semana. Ellos, muy jóvenes, estaban en una cabina telefónica, bastante asustados viéndose en la calle, intentando hablar con la señora o con España. Pasó por allí una pareja que al verles acongojados les preguntó que les pasaba. En su inglés primario, mi hija, les contó la situación. Los canadienses le dijeron que no se preocuparan ya que podían alojarse hasta el lunes en su casa. Allí les llevaron, una estupenda villa a las orillas del lago, y allí estuvieron, con todas las atenciones hasta el lunes.
Prueba de su hospitalidad y confianza, difícil de concebir en otros lugares, es que la primera noche su acogedora pareja debía asistir a una fiesta y les ofrecieron acompañarles a la fiesta o quedar en la casa. Mi hija y su primo, un tanto cortados, dijeron que preferían quedarse, ellos se fueron y les dejaron solos en la casa.
También mi hija mantuvo relación con ellos durante tiempo.
Publicar un comentario