martes, 19 de febrero de 2013
LOLA LA LALONA
Si hombre, tenéis que acordaros. Total no hace tanto tiempo.
Todavía nadie había oído hablar de la prima de riesgo, aún era relativamente
fácil encontrar un político decente y en una villa como Pola de Lena se abrían
un promedio de cuatro bares a la semana y tres peluquerías. Si aún fue ayer,
cuando el más tonto peón de albañil se compraba un Audi. Una mísera huerta del
tamaño de mi salón valía cuarenta millones, y para, ingresar de funcionario de
cultura, te exigían ser asiduo lector del Marca. Todos incluso los que leíamos
doscientos libros al año, lo veíamos como normal.
Pero vamos al caso. Me vais a permitir que, como tengo por
costumbre no mencionar ni lugares ni personas por su nombre reconocible, pues
las suspicacias están a flor de piel. En X, un pueblo del interior de Asturias,
un pueblo de esos bucólicos, idílicos, paradisíacos, ese que los turistas que
ocasionalmente lo ven en agosto y se admiran de tanta belleza siempre hay
alguno que exclama ¡Yo viviría aquí todo el año! Sí, sí… Espera a febrero y ya
me dirás. Bueno pues X era un pueblo de mediano tamaño y tenían por patrono a
San Cipriano. Una talla de esas de Olot, con un aspecto bobalicón y con
melenita. Bueno, no me atrevo a decir más… El tema es que se hacía una gran
fiesta. El Santo estaba habitualmente en una pequeña capilla como a kilómetro y
medio del pueblo. La capilla estaba situada en un vallecito umbrío y el día de
la fiesta acudían todos endomingados con la gaita etc a buscar al Santo y
bajarlo a la iglesia parroquial para los actos litúrgicos. El pobre San Cipri
era el único día que tomaba el sol.
Y aquel año, pero os tenéis que acordar, resulta que alguien
se anticipó y robó la imagen ¡La que se lio! Inmediatamente la Guardia Civil se
hizo cargo del caso, pero sin éxito. No había pista alguna. La gente fue
alborotándose cada vez más. Y los medios temían un estallido social, allí ya
nadie se fiaba de nadie se creó un ambiente irrespirable. El día de la fiesta
se echaba encima y la imagen no aparecía. Los más exaltados reclamaban medidas
contundentes. Cortar la carretera, organizar una manifestación en Oviedo y hasta un diputado provincial
sugirió ir a tomar la Cibeles.
Por fin se hizo una luz. Una moza del pueblo, buena moza y
ya jamona, un poco faltosa, eso sí, confesó que ella sabía dónde estaba San
Cipri, la pobre tenía en el habla unas ciertas carencias fonéticas, que hacían
difícil entenderla. Para ella las “Des” y las “Erres” eran algo casi imposible.
Así “el robo” se transformaba en “lobo”. Empezó a decir por ahí que ella sabía
quién había perpetrado el “lobo”. Fue un alivio pues faltaban solo dos días
para la fiesta. El alcalde del municipio, el comandante de puesto de la guardia
civil y el secretario del juzgado coincidieron en trasladarse al pueblo para
interrogar a “La Lola” que así se llamaba la moza. Se convino en que se le
tomaría declaración pública en el atrio de la iglesia, pues se preveía que
habría una multitud expectante. La Lola, había puesto como condición
innegociable, la presencia de las cámaras de televisión. No había problema,
pues la TV está hambrienta de imágenes desquiciadas, absurdas y cuanto más
ridículas mejor. De modo que no faltaba nada: público, autoridades, prensa, TV.
Al principio La Lola, exigía que la llevaran a ella en andas a la Iglesia, pero
el cura se negó, previa consulta con el obispado. La multitud se compactó en
torno al atrio. Subieron a La Lola a una silla, el secretario judicial,
apercibido de libro y pluma, mandó callar a la concurrencia y dirigiéndose a La
Lola exclamó en voz tonante “Señorita Lola parece que usted afirma conocer la
identidad de los ladrones. La conmino en nombre de la justicia a que lo declare
aquí y ahora”.
La Lola buscó con la mirada a las cámaras de la TV y exclamó:
“Pues, fueron los lalones”.
Como mínimo la mitad de la multitud se agachó a buscar una
piedra con la que lapidar a la tontorrona, tanta expectación para al final
reírse del pueblo. El comandante de la guardia civil interpuso su condecorada
presencia para evitarlo y dirigiéndose a la moza, le exigió: “Díganos de una
vez quién robó al santo”.
La Lola, que ya había conseguido lo que perseguía, exclamó
en voz alta “YO SOY LA LALONA, el Santo está en mi lesván”. Hubo un aplauso
cerrado y muchos de los presentes emprendieron una alocada carrera hacia la
casa de la chavalota. Al llegar, ya alguien se había anticipado y portaban al
santo. Ovación y vuelta a la iglesia.
El jefe de los civiles, hizo una señal a dos números que le
acompañaban y estos esposaron a la lalona, era un asunto ya judicializado y se
cumplían los trámites protocolarios. En un Land Rover y al cuartel. Una mente
superficial daría aquí fin al episodio, pero los que pensamos, lo vemos de otra
manera. ¿Qué impulsó a la tal Lola a robar al santo? No había fobia alguna
contra San Cipri, no había afán de lucro, pues esas tallas no valen nada. Entonces
¿Por qué lo hizo? Pues está claro, la Lola como cientos de miles de españoles,
añoraba sus cinco minutos de fama televisiva. Soñaba con protagonizar aunque
fuese tan corto espacio de tiempo un papelito en la pantalla. Para ella el
deseo se convirtió en obsesión enfermiza. Seamos razonables la pobre llevaba
años y años viendo los programas vespertinos de Telecinco y aunque no era
persona de muchas luces, sí se percató de que año tras año y día tras día
aparecían en pantalla una larguísima relación de memas, semianalfabetas y
zorrastronas que acudían a plató a contar la ruptura con su cuarto marido y los
rumores sobre el quinto. Y una legión de periodistas que parecían haber
aprendido el oficio en la sección de despiece de un matadero municipal y todos se
llevaban un pastón. O el caso de la gorda extremeña que ante las cámaras se
reconciliaba después de veinticinco años sin hablarse con su hija que había
emigrado a Tarrasa y la gente lloraba en sus casas de emoción, o la que iba a
notificar la primera (y supongo que última) comunión de su retoña, etc, etc.
¿Cómo extrañarse que un día una moza de poca cabeza pensara –
y no sin razón - que ¿Por qué no ella?
Porque se consideraba mucho más guapa y lista que las maquilladas que veía. Y
de paso se llevaban una pasta. Se ha sublimado la imagen televisiva hasta tal
punto de que, o sales en la tele o no eres nadie.
Seamos claros, ¿Tiene
más méritos la Belén Esteban, la Yola Berrocal o la Raquel Bollo para salir en
pantalla que ella? La Lola padecía el síndrome conocido como de “Hambre de
pantalla”. Como ven que el nivel para salir en un programa de televisión es tan
ínfimo aspiran a que, en justicia o por las bravas se les dé su porción de
gloria televisiva.
Vivimos en la sociedad de la imagen que avasalla los
sentidos, pero huye de la razón, cuando Clark Gable apareció sin camiseta en
una película hundió la industria de confección de esta prenda. Estamos en la
sociedad del consumo, de la imagen y de lo lúdico. Y sin hijos. Decía Oswald
Spengler en “La decadencia de Occidente” que todos los imperios que han
existido han muerto por las mismas razones: el espectáculo, sustituye al
sacrificio, lo lúdico prevalece como valor supremo, las mujeres se niegan a
tener hijos y los hombres se ama… poco a poco, las mujeres romanas ya no sabían
que ropa quitarse para atraer a los hombres. En el siglo XVIII los hombres se
perfumaban más que las mujeres. ¿Os recuerda algo todo esto? Y los bárbaros, como
en la antigua Roma, a cuarenta kilómetros de la ciudad. Ahora vienen
hambrientos y sin nada que perder de oriente. Los romanos seguían en el circo,
la TV de entonces, ya nos amenazan todos los imperios emergentes y cuando
llamen a la puerta nos encontrarán: a las mujeres en la peluquería y a los
hombres histéricos porque faltan cinco minutos y el Madrid y el Barcelona van 2
– 2.
Pepe
Morán. Dominico–ex.
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1 comentario:
Morán,los tiempos van cambiando muy deprisa,qué te puedo decir yo a tí,pero es una realidad y la imagen y la publicidad juegan un papel tan importante en la sociedad actual que queramos o no,ahí está,nos gustará más o menos pero para eso tienes un mando y seleccionas el programa y el canal más apropiado a tus gustos,esto no tiene retroceso,las prioridades de antes en nada se parecen a las actuales y con todo lo mismo,ya no voy a meterme en más harina pero podríamos pasar una tarde charlando de estos y otros temas y estoy seguro que coincidiríamos en muchos,como el resto de los corienses del convento,un abrazo.
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