B. G. G. (bloguero prior)
jueves, 17 de marzo de 2011
EL ESTIGMA DE CORIAS
En relación con lo que dice Pepe Morán en el estupendo artículo titulado Corias en el retrovisor, es cierto que existe en la mayoría de los exalumnos de Corias, principalmente entre los internos, ese sentimiento o atractivo especial por los recuerdos de aquellos años vividos en el Instituto Laboral San Juan Bautista de Corias.
Yo personalmente, diría que las principales etapas de mi vida en las que conviví con otras gentes y que dejaron cierta huella positiva en mi recuerdo han sido éstas: periodo escolar de la enseñanza primaria en la escuela nacional del pueblo, el internado en Corias, los años en la Escuela de Minas en León, las milicias universitarias y ya los treinta y cinco años de ejercicio profesional durante la etapa laboral. Pues bien, afortunadamente, de todas estas situaciones mantengo buen recuerdo y he tenido estupendos compañeros y amigos con los cuales aún perdura cierta relación de comunicación y amistad. Pero de todas estas convivencias o etapas de la vida, si tengo que destacar una, y no por mejor o peor, no; simplemente porque le ha marcado a uno de forma diferente, esa es la que corresponde a los años vividos en el convento de Corias. Por eso no es de extrañar que el recuerdo sea indeleble y permanente. También me consta que, de esta misma opinión son gran parte de los compañeros y amigos de aquella etapa.
En todos estos ciclos de la vida donde se convive con otros muchachos que están en las mismas condiciones que uno o similares, siempre se intima de forma especial y por eso se forjan sólidas amistades que por lo general suelen ser duraderas de por vida, pero la convivencia en el colegio de Corias tuvo un toque especial, no fue lo mismo; de ahí que nos resulte difícil de explicar el porqué para la mayoría de nosotros. Porque la verdad sea dicha que, en el convento de Corias las pasamos canutas y además por múltiples motivos: por la rigidez de la disciplina, por estar aislados de nuestras familias, por la responsabilidad de poder cumplir ante nuestros padres dada la confianza que habían depositado en nosotros, por mantener la beca, por el frío que pasamos, por la austeridad en general, tanto de trato como de morada, por la dificultad de los estudios, por la tortura religiosa…etc. Bueno, pues al cabo de los años, seguimos teniendo la mayoría de nosotros un vínculo muy importante con aquella etapa de nuestra vida que, aparte de ser singular, también parece que nos marcó de tal forma que aún hoy mantenemos un recuerdo imborrable. Este marchamo que nos han dejado aquellos años de convivencia en el internado de Corias es bien palpable en los diferentes encuentros que se celebran anualmente, bien sean organizados por algunas promociones o por grupos individuales. Cada septiembre en Corias celebramos el encuentro general para todos que, a pesar de tener que hacerlo fuera de nuestro querido caserón, y pudiendo llegar a caer en la rutina por la falta de innovación en los actos constitutivos del evento, aún así, año tras año lo disfrutamos como una verdadera jornada de amistad y de alegría para todos.
Ya he dicho que, cuando se viven situaciones duras y difíciles, es cuando se traban las buenas amistades entre los que las padecen y pasados los años, en mi caso cincuenta y dos desde el comienzo, parece que el subconsciente, aunque no los elimine, sí filtra todos los momentos desagradables vividos que hubo y los pasa a un segundo o tercer plano para solamente mantener frescos y vivos los agradables. Yo personalmente diré una vez más que, de todas las etapas de mi vida que he vivido fuera de la familia, ésta es la que más me estigmatizó.
Cómo sería que, en los años posteriores a mi estancia en Corias, cada vez que me enteraba que el colegio iba perdiendo caché e importancia en la zona, y que podría llegar a desaparecer como así fue, me daba tanta rabia y tanta pena que no quería ni oírlo. También diré un detalle que me enojó bastante y fue cuando en los últimos años de funcionamiento como Instituto Laboral, se hizo público que una parte de sus instalaciones se iban a utilizar como oficinas comerciales: de Medio Ambiente, de Hidroeléctrica, de carpintería metálica…etc. Me sentó tan mal que no volví a pisar los claustros del convento hasta el año 2002 que asistí por primera vez a los encuentros de septiembre. Y simplemente era una reacción de protesta por mi parte como un rechazo interno que sentía al ver aquella falta de estima hacia lo que yo tanto apreciaba y consideraba que debiera ser intocable.
Lo tomaba como si fuera una afrenta personal. Para mi ver el colegio como un zoco árabe, aunque solamente fuera una pequeña parte la afectada, me daba la impresión de que aquel lugar tan emblemático, había sido mancillado y desvirtuado hasta llegar a perder por mi parte todo el afecto que me había despertado anteriormente. Pasados los años se me fue debilitando el cabreo y comencé a asistir cada año con ilusión e interés, a los actos y jornadas del último sábado de septiembre.
Esta sensación de gratitud y buen recuerdo que nos han dejado los años vividos en Corias está claro que no es exclusiva de los alumnos. En el caso de Pepe Morán como profesor, también vemos en su artículo que opina de forma muy similar y su situación era muy distinta a la nuestra, aunque no estaba exenta de austeridad y sacrificio lo mismo que la de los alumnos.
Por nuestra parte los alumnos, también creo que sentimos ese gran apego a los recuerdos de Corias como un éxito personal, por la valentía de haber sido capaces de concluir una etapa reconocida por todos nosotros como muy dura y difícil. Tengamos en cuenta que, gran parte de la gente que comenzó no llegó a terminar. Muchos fueron los que se quedaron en el camino. En la actualidad, cuando oigo a jóvenes próximos a mí entorno quejarse de los estudios en general, o de las instalaciones y medios que poseen, digo para mi: “éstos, si hubieran estado internos en Corias, no aguantaban ni el primer trimestre”.
Como anécdota diré que, durante el recorrido que hicimos por las obras del interior de nuestra desfigurada casona en el encuentro de 2010, estábamos parados un grupo de antiguos alumnos en el claustro de la iglesia, a la altura del jardín interior frente a los antiguos refectorios, haciendo un comentario sobre las grandes transformaciones estructurales que se estaban llevando a cabo, y mientras tanto circulaba por aquellos huecos un biruje que cortaba. Una de las mujeres exclamó ¡vaya frío que hace aquí! Al unísono respondimos unos cuantos diciendo: esto no es nada guapa, si estuvieras aquí durante los meses de invierno como estuvimos nosotros, ibas a saber lo que era bueno y más. Sin embargo, y a pesar de la corriente que hacía, permanecíamos allí todos estáticos en aquel inhóspito lugar, como si estuviéramos deleitándonos de volver a sentir en el cuerpo aquella sensación de frío gélido que parecía retrotraernos a los años sesenta. Lo que dice el dicho: ¡La sarna con gusto no pica!
B. G. G. (bloguero prior)
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2 comentarios:
Muy bien Benjamín,estoy muy contento tu comentario siempre acertado y el blog cada día con más nivel,estupendo y hoy parece que el día nos ayudará a disfrutar de la naturaleza,está precioso y el pronóstico para el finde muy bueno,Slds cariñosos
Como siempre Benjamín,
tu descripción es cabal,
del inicio hasta el fin,
lo que alumbras proverbial.
Mas si he de poner un pero,
amigo y Prior Bloguero,
se hecha de menos un guiño,
de sal de tu humor de aliño.
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