viernes, 11 de marzo de 2011
UNA DE SAPOS
A propósito de la bonita poesía del sapo “Marietsu”, que apareció estos días de atrás en el blog, voy a contar una anécdota de la cual he sido yo protagonista sin pretenderlo gracias a uno de estos batracios. Viviendo en Granada durante los años 92 y 93, por razones de trabajo, la mayoría de los fines de semana mi mujer y yo hacíamos visitas a la Alhambra bien por gusto propio o acompañando amigos y familiares que venían a visitarnos a menudo, aprovechando la forzosa hospitalidad que les brindábamos, para permanecer por unos días en la encantadora ciudad granadina.
Además, justo por aquellos años, fue cuando comenzaron las visitas nocturnas a la Alhambra que eran una maravilla. Ahora ya hay que solicitarlo con mucha antelación debido a la saturación existente de visitantes, y que en cada pase entra solamente un número determinado de personas, y con el horario nocturno más reducido.
En una de las frecuentes y rutinarias visitas, un sábado por la mañana, estábamos recorriendo los jardines de la Alhambra y en uno de los múltiples cursos de agua que discurren por las instalaciones ajardinadas que están surcadas por setos de mirtos o arrayanes había un grupo de visitantes extranjeros todos arremolinados en un punto concreto y muy atentos en torno de algo que había metido en un canal dentro del agua.
Según nos fuimos aproximando vimos que el motivo de atención era un gran sapo rechoncho y lucido que el pobre animal, a pesar de ser anfibio, tenía las partes medias y bajas ya revenidas de tanto permanecer dentro del agua y quería salir de allí lo antes posible, pero la altura y la fuerte pendiente de los laterales del canal no se lo permitían.
El sapo a cada poco hacía intentos de querer salir del remojo pero no había manera. En una de éstas, dice mi mujer que me conoce muy bien y sabe mis gustos y costumbres: Benjamín el sapo quiere salir del agua y no puede, sácalo tú que sabes hacerlo. En efecto, yo ni corto ni perezoso me remango la camisa y meto la mano abierta por debajo de la barriga de aquel cacho sapo, y a modo de pala izo al bañista involuntario fuera del agua y lo deposito en tierra firme. El pobre sapo nada más que notó que estaba en terreno seco comenzó a caminar con mucho salero y decididamente. Yo creo que hasta me dio las gracias a su forma. Todo aquel hatajo de “guiris” me aplaudió a rabiar y me hicieron muchas fotos.
Casi me sacan a hombros como si hubiera hecho una proeza. Lo que no sabían ellos es que yo de niño había cogido montones de sapos y ranas, por eso no me daba ningún asco el auxiliar al desafortunado náufrago. Las únicas precauciones que se deben tener a la hora de tocar a uno de estos animales es: primeramente, procurar no asustarlo, y después coger al animal por la parte inferior de su cuerpo, por la barriga, que la tienen muy blandita y agradable al tacto; nunca por arriba que es por donde el animal expulsa como defensa una sustancia alérgica que produce irritación y escozor en nuestra piel.
Vamos, que aquel día me he lucido sin proponérmelo. Mi mujer decía que aquel sapo era el mismísimo espíritu de Boabdil el chico, el “desdichado”, que se había encarnado en batracio para poder permanecer en la encantada Alhambra. Y tendría razón…, seguro.
B. G. G.
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1 comentario:
Estupenda tu anécdota, y muy buena la técnica del rescate, pero conmigo, el pobre sapo se habria muerto cansado y ahogado. No me extrañaría nada, que el sapo te hubiera dado las gracias cuando por fín, se vió libre de aquel infierno. Lo único que le faltó, fué convertirse en princesa Y digo princesa porque fué un chico el que lo salvó. Otro aplauso desde el blog, por tu generosidad con el batracio.
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